martes, 17 de marzo de 2015

Niño inmortal: Capítulo 1



                                                            SUEÑO

 

Moisés Teruel era un joven hastiado por una vida a la que no encontraba sentido alguno.
Aunque no siempre fue así.
De niño, dejaba a su imaginación volar al compás de todo tipo de variopintos pensamientos, encontrando en el libre universo de la mente las motivaciones necesarias para levantarse con energía y afrontar las diferentes experiencias que la aventura de la vida ponía a su alcance.

Sin embargo, el lento pero constante transcurrir de los años lo había dejado en la dudosa posición del que empieza a asumir que se ha perdido en un inmenso laberinto.
Un laberinto sin salida, de hecho.
Contemplaba al resto de sus semejantes caminar resueltos por él, sin comprender qué era lo que empujaba los enérgicos pasos de esas personas.
Moisés solo tenía clara una cosa. No iba a convertirse en uno más de ellos, sino que iba a retroceder a cualquier precio hasta un punto que para muchos se difuminaba en los lejanos horizontes del pasado, pero que él contemplaba con la nitidez pura reservada a los mayores tesoros de la vida.
Poseía la juventud y su vigor, pero felizmente renunciaría a ello para regresar a su más tierna infancia, allí donde los pensamientos podían volar y, como cometas, ser dirigidos por sus diminutas manos en los azules cielos de la ilusión.

Sin embargo, no sabía que debía hacer.
Comenzó a comportarse como el niño en el que quería convertirse, pero bien su vergüenza bien la intolerancia del ser humano ponían continuas trabas a su cometido.
Todo era un cúmulo de desastres hasta que una noche, un sueño golpeó con tanta fuerza su subconsciente que al día siguiente recordó con extremo detalle lo acontecido en él.
Se encontraba en la base de un gran árbol que coronaba la parte más alta de un inmenso claro.
Un niño lo miraba fijamente frente a él.
En cuestión de segundos, el cuerpo de Moisés pareció sufrir una regresión, pues su altura fue equiparándose a la del niño desconocido hasta que ambos se encontraron mirándose fijamente a los ojos a la misma altura.
El desconocido le indicó con el dedo, señalando su calzado, que se lo quitase, justo antes de salir corriendo por el claro.
Moisés no se lo pensó dos veces.
Apenas con un par de zancadas sus deportivas quedaron atrás, y sus pies descalzos sintieron el fantástico aroma de una experiencia ya casi olvidada.
Corría descalzo sobre el verde césped.

Corrió y corrió, persiguiendo al niño que huidizo esquivaba sus acometidas por pillar al desconocido.
Finalmente, exhaustos, cayeron al suelo riendo a carcajadas, hasta que el niño desconocido interrumpió las risas con una pregunta que despertó de su letargo a Moisés.
Tendido en su cama, algo sudoroso, no dejaba de repetir en su cabeza la pregunta que el niño del sueño le había formulado.
¿Cuándo vendrás con nosotros?



                                                            DORMIDO

Cuándo podría ir con ellos, eso es lo que el niño del sueño le había dicho.
Moisés no tenía ni idea ni de dónde ir, ni de cómo hacerlo.
Por eso decidió que necesitaba más pistas, más información. Y su única fuente era el mundo de los sueños.
Preso y liberado a la vez por la fantástica sensación que experimentó al correr por la hierba, Moisés se dedicó a dormir noche y día, con la esperanza que en una de esas ráfagas oníricas obtendría algo de guía para tan excelso cometido.
Pero no fue así.

En lugar de eso la vida lo castigaba con una afección pulmonar que hacía emerger una fea tos de su interior impidiéndole incluso respirar con normalidad.
Su desesperación era ya patente cuando una noche, exhausto de llevar una vida sin apenas motivación alguna, soñó de nuevo apareciendo en la base del gran árbol de hojas anaranjadas.
Como si de un otoño se tratase, la tristeza y la melancolía asolaban el paraje.
Esta vez, a lo lejos, lo que parecía un grupo de niñas y niños  se acercaba sonriente a su posición.
Pero Moisés conservaba aún su forma adulta.
Al llegar el grupo, una niña se dirigió a él.
– Así no, hombre. Si traes tus penas a este lugar, todo se desvanecerá por el mismo mal del que adoleces. – La niña tenía el pelo rubio y blancos dientes que mostraba parcialmente al hablar. Era muy guapa.

De ese modo Moisés fue desprendiéndose paulatinamente de sus preocupaciones.
Lentamente, sintió de nuevo la agradable sensación de sentir su cuerpo decrecer hasta que se encontró mirando desde la misma altura al grupo de niños que ahora sí sonreían al contemplar como el árbol ya recuperaba el colorido primaveral y lleno de esperanza que tan a juego iba con el lugar y el cielo azul en el que un resplandeciente sol brillaba con intensidad.
– ¿Cómo te llamas? – Preguntó uno de los niños. Se asemejaba mucho a algún desconocido que Moisés recordaba de una experiencia anterior.
– Me llamo Moisés. – Se sorprendió al escuchar su aguda voz. Bajó avergonzado su rostro hasta que fue a aterrizar en los dedos de una de las niñas, que lo sostuvo para finalmente acariciar su mejilla.
– Tienes que lograr llegar aquí. – Le dijo la niña.
– ¿Donde estamos? – Preguntó el pequeño Moisés.
Fue un niño el que respondió.
– Estamos en Onírica, amigo. Nosotros vivimos aquí porqué vivimos nuestras vidas tratando de que se nos concediese el mismo deseo. – En ese punto el niño se peinó el flequillo con un rápido movimiento de su mano derecha, para después clavar su mirada en la de Moisés. – ¿Qué has hecho tú para estar aquí?
En ese punto una horrible tos asaltó a un Moisés que no sabía muy bien qué responder.
<< Hijo, despierta... >>
La voz  provenía del cielo, de todas partes.
Cuando Moises abrió los ojos al mundo cuya realidad mermaba sus esperanzas, se topó con la preocupada mirada de su madre que observaba su tos visiblemente afectada.



                                                            SENTENCIA

Moisés salió del médico con la cabeza puesta en otra parte.
Se podría decir que siempre tenía la cabeza en otro lugar.
Desde que en su segundo sueño le habían revelado que aquel lugar se llamaba Onírica, éste no había dejado de querer soñar una y otra vez de nuevo con aquel grupo de niños que parecían haber logrado vivir allí por siempre.

Pero la noticia del médico era lo suficientemente preocupante como para que pudiese dedicarse a sus habituales ensoñaciones.
Una bombona de oxígeno, permanentemente enganchada a él, era el menor de los males de una afección que no había parado de avanzar en su interior a cada cigarrillo que fumaba.

No obstante, Moisés, pese a no tener pruebas, confiaba ciegamente en la existencia de Onírica, un paradisíaco lugar donde disfrutar con el resto de niños durante toda una eternidad.
Esa misma tarde, tomando unas cervezas con unos amigos, se mostró visiblemente preocupado, sumido en los oscuros pensamientos que en él había provocado la terrible noticia de un médico que no parecía apostar demasiado por él.

Al llegar a su casa su hermana lo estaba esperando con una grata sorpresa. Un dibujo perfectamente trazado de un personaje de animación al que Moisés adoraba desde pequeño permanecía sujeto por la mano de su hermana, que extendía el brazo hacia él invitándole a aceptarlo.
Lo hizo y para su sorpresa había un tímido paisaje tras el personaje, que se asemejaba a un gran árbol en lo alto de una elevación del terreno en un claro inmenso donde muchos niños parecían pasárselo bomba corriendo mientras se perseguían.

Sorprendido, Moisés alzó su mirada hacia el rostro de su hermana, que le guiñó un ojo mientras le daba las buenas noches.
Esa noche Moisés se puso el pijama y se descalzó para realizar antes de dormirse unos ejercicios de relajación.
La tos parecía haber remitido esa noche, y deseó con todas sus fuerzas despertar por tercera vez en Onírica.

Cuando lo hizo, escuchó la voz de unos niños dirigiéndose a él como Moi, un apodo que solo usaban sus mejores amigos.
Se dirigió hacia el grupo que le llamaba, y de nuevo, lejos del amparo de la sombra del árbol, sintió como su cuerpo empequeñecía por momentos, cayéndosele los pantalones y el calzado por el camino, quedando vestido por una enorme camiseta que se asemejaba ya a un vestido cuando, sonriente, se plantó frente al grupo de niños.



                                                            VIAJE

– ¿Qué te hace pensar que somos niños? – Moisés escuchaba con atención las palabras de uno de los niños.
Llevaban un buen rato conversando, y lo cierto era que a esa última pregunta Moisés solo podía responder que la apariencia era lo que le indicaba que eran tan jóvenes.
– Me lo temía, juzgas por las apariencias. Necesitarás más que eso si quieres completar tu viaje.
– ¿Mi viaje? – Preguntó el bueno de Moisés.
– ¡Tu viaje a Onírica, tontorrón! – Una niña lo gritó mientras daba saltos de alegría ante la idea de que aquel lugar recibiese a un nuevo integrante.
Moisés se quedó algo pensativo, mientras daba con las palabras adecuadas a lo que deseaba formular.
– ¿Vosotros vivís aquí?
– Todos los días del año. – El niño que había mostrado tanta seriedad hacía un momento respondió. – ¿Quieres venir con nosotros? – Moisés asintió con fuerza con la cabeza. – Deberás completar tu vida en "el otro lugar" para poder vivir en Onírica.
En ese momento los niños salieron corriendo.
Pero no estaban jugando.
Huían despavoridos, más bien.

– ¡Moi, queremos que vengas con nosotros! – El lejano eco de la voz de una niña llegó a oídos de Moisés, que súbitamente sintió frío.
Una gélida brisa se levantaba por momentos, cuando cayó en la cuenta de que el sol se estaba poniendo.
Iba a ser la primera noche que pasase en ese lugar, y a medida que la oscuridad crecía apoderándose de toda Onírica, fue viendo como el reflejo de cientos de hogueras alumbraban los bosques que acotaban el claro aquí y allá.
Estaba claro que allí había muchos niños, muchos más de los que había logrado ver en sus incursiones en ese lugar.
Quiso ir con ellos, integrarse, pero notó que algo no cuadraba.
Se había encontrado muy a gusto cuando abrió los ojos en la base del gran árbol, pero lo cierto es que no sabía cómo había llegado a Onírica.
Cuando se lo preguntó, sintió como si algo tirase de él con fuerza, y de nuevo despertó en su cama, temblando de algo parecido al frío, solo que mas duro, más hostil.

Cuando un repentino ataque de tos le asaltó, recordó el sueño que había tenido.
Le dijeron que para ir allí debía completar su vida, lo que ahora sentía con pena como real.
Preocupado, pensó en la muerte y lo mucho que lo acongojaba.
Debía haber otra manera de llegar allí.
Al fin y al cabo, ya había demostrado que relajándose debidamente, su propio sueño le conducía a aquel lugar.



                                                            ONÍRICA

Moisés estaba desesperado.
Onírica quedaba ya muy lejos, y al mismo tiempo la sentía tan cerca como si la mismísima noche anterior hubiese soñado ampliamente con ella.
Cuando lo comentaba a sus colegas, todos quitaban hierro a un asunto al que Moisés no sabía o no podía dar la importancia debida.
Barajó la posibilidad de comentárselo a su psiquiatra, pero lo descartó rápidamente consciente de que estaría poniendo en juego su libertad por algo a quien nadie daría crédito.
Casi nadie, de hecho.

Moisés aún recordaba con sumo cariño y curiosidad el dibujo de su hermana, en cuyo horizonte tan fielmente se insinuaba lo que él ya consideraba como el reino de sus sueños.
Pero en su vida real trabajaba duro por sacar adelante algo que le permitiese trabajar mientras la tos le hacía pensar una y otra vez en aquella bombona de oxígeno con la que tiñeron de triste nublado su destino la última vez que acudió al médico.

De modo que, ansioso por poder palpar Onírica, el único lugar donde Moisés contemplaba una feliz existencia como niño inmortal, decidió encargar a un buen amigo el escrito que dibujase el esqueleto de dicho reino, previa plantación de la semilla de sus ideas, que nacidas del mundo de sus sueños trataban de germinar de un modo que Moisés jamás imaginó.
Y es que, si él no podía ir a Onírica, ¿Por qué Onírica no podía venir a él?
Juntos, el escritor y el protagonista de una historia de poco claro final, se embarcaron en el diseño de Onírica y sus niños, para que a través de las visitas que hiciese Moisés a ese lugar en algunas de sus noches, pudiesen perfilarlo más y más, así como su hermana había hecho como por arte de magia con el dibujo que le había regalado.

Pero los sueños escaseaban y se hacía complicado contemplar a Onírica como algo real, siendo más parecida a una historia de ficción que a la mágica experiencia que Moisés había sentido en repetidas ocasiones.
La visión de su yo infantil se intercalaba con la de un joven adulto que se ahogaba entre el humo de su vicio, perdido ya totalmente en un laberinto donde las demás personas sabían, o simplemente aparentaban, saber qué tenían que hacer.

Quedaba poco tiempo, y por eso escribieron raudos el primer capítulo de la historia, quedando ésta pendiente de una resolución que trajese "al otro lado" los sueños acerca de Onírica de un Moisés que tan solo quería poder correr descalzo bajo un cielo azul lejos de toda miseria, dolor o sufrimiento.

Quería ser un niño.
Onírica no solo le ofrecía eso, le ofrecía ser un niño inmortal.

8 comentarios:

  1. Hola Victor, un relato muy tierno, me encantó la visualización de Onírica, como un mundo del nunca jamás. Esos laberintos mentales y emocionales tienen una vía de escape en el mundo de lo sueños. Tengo una curiosidad con respecto a tu amigo, no se si es otro escritor y bloguero.
    Abrazos!

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    1. Sí Alejandra, lo cierto es que tiene mucha pinta de nunca jamás.
      Me alegra que te haya gustado, un saludo.
      Recientemente mi amigo ha iniciado un blog, puedes dar con él en google plus.
      ¡Un abrazo!

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  2. ¡Hola de nuevo amigo! fantástico este relato, me ha hecho transformarme en Moisés y sentir todo lo que el siente a lo largo de las distintas situaciones por las que pasa ¡fabuloso!
    Un abrazo

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    1. ¡Gracias Hammer!
      Me alegro que hayas logrado sentir por lo que pasa el protagonista.
      ¡Un abrazo!

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  3. Gran relato, nos echaremos a dormir a verso encontramos ese lugar deseado, que es Onírica. Me ha encantado. Un abrazo.

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  4. muy bueno. espero impaciente el final!! ¿para cuando?
    Un saludo!
    Moisés Teruel

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