martes, 26 de mayo de 2015

Identidad



Estoy aquí, frente al papel, para contarles una historia que me ha sobrecogido dada la rareza de su evolución.
Trata sobre la culminación de un individuo obcecado en hundir su futuro de tal acto.
Perdido en laberínticos escritos, esa persona bebía demasiado tratando de ahondar en algo que estaba convencido que contenía el secreto a su enfermedad crónica.
Una enfermedad mental de la que deseaba escapar pero que al mismo tiempo lo acechaba cada vez más dado el círculo vicioso en el que él se encontraba.
Investigando los recovecos de un pasado alterado por su imaginativa memoria, creía edificar los cimientos de su hipotética mejoría mientras su vida pasaba con más pena que gloria, con más dolor para él y los suyos que el que jamás hubiesen imaginado.
Ese individuo, ciego a lo que ocurría en realidad, se encontraba irremisiblemente al borde de la perdición.
Yo lo conocí mucho tiempo atrás, cuando era un joven con un inmenso optimismo cargado de ignorancia.

Ahora es alguien diferente, cruzadas casi todas las líneas con las que su vida le ponía a prueba una y otra vez, y que nunca creí que acabaría rebasando.
Alterna una vida sedentaria donde todo carece de significado para él con grandes consumos de alcohol que destruyen lo poco que queda ya de todo cuanto consiguió a lo largo de su vida.
Parece mentira que apenas poco más de un año antes, en la cima de su delirio, conquistase su objetivo más preciado según él decía.
Una idea cuyo objetivo era ordenar las piezas de un puzle que, desde mi punto de vista, solo se debían a un choque continuo entre el deber y el libre albedrío en una balanza demasiado inclinada con el paso del tiempo hacia el segundo punto.
Una idea que creció transformándose en algo cada vez más psicótico a medida que incluía en el esqueleto mental de la obra datos como su irrompible conexión con el secreto de la creación y la muerte de su propio universo.
Una idea que, desarrollada, le permitía erigirse como el diseñador de un nuevo mundo para todo el planeta.
Por aquel entonces dicho individuo no bebía alcohol, y es que cuando entraba en dichas fases donde el raciocinio y la locura comenzaban a darse la mano, su mente se aceleraba omitiendo la misma realidad que sus ojos veían, y solo sentía prisa, una prisa urgente por acabar con su obra y liberarse de las ataduras no solo de su enfermedad, sino de los enigmas asociados a toda vida, incluso a toda existencia.
Asombrado asistí a la escritura de una obra donde toda una vida de desequilibrio quedaba para él atada a un riguroso plan del cual salía reforzado en casi todos los aspectos de los que en realidad mostraba evidentes carencias.
La seguridad sería un buen ejemplo.

Pagó un alto precio que le marcó para siempre por aquello.
Una prisión fue reduciendo a cenizas su trabajo, mientras al mismo tiempo que comenzaba a abrir los ojos ante las numerosas y lamentables acciones que había perpetrado durante su vida, los cerraba con tanto alcohol como fuese necesario para seguir adelante dando un paso y retrocediendo tres.
Ahora lo miro y me alarmo de lo cerca que está del barranco. De lo ciego que se muestra a él, mientras el fuego y el veneno que manan de su boca agravan la carga de cadenas con las que a buen seguro caerá al vacío.

Es en ese momento cuando me doy cuenta de que ese individuo soy yo.
Como una mente invisible, me siento de repente dentro de alguien con el que no me identifico.

Y lo primero que me pregunto es… ¿Quién soy? 

jueves, 14 de mayo de 2015

Niño inmortal: Capítulo II




FUTURO


La bombona de oxígeno había cedido su oscura sombra al cálido resplandor de un peldaño subido en forma de curso laboral.
Moisés Teruel no había vuelto a soñar con Onírica desde la noche en que oscureció y cientos, sino miles, de niños y niñas se refugiaron en los bosques para encender hogueras que los protegiesen del intenso frío que llegaba al misterioso lugar.
Pero pese a no experimentar más sensaciones en Onírica, sí que había traído una buena porción de ese lugar en una relación con su amigo escritor que no pasaba por sus mejores momentos.
Habían trabajado mucho en la reconstrucción de ese mundo desconocido sobre el papel, el mismo que se mojó perdiendo su tinta en el húmedo gotear de frías cervezas.
Eso alejaba de Onírica a Moisés.
Presto a continuar con su viaje hacia allí, que uno de los niños había catalogado como algo que requería completar una vida entera en el otro lado, Moisés se alejó de su amigo dejando atrás un proyecto del cual ya se habían colocado los cimientos.
El tiempo pasó y aquel que quería convertirse en un niño inmortal se involucró en la consecución del curso para tratar de acceder a un mercado laboral que le permitiese crecer en su vida, perdiendo poco a poco la vista en el laberinto donde ya no se daba tan mal andar. Donde ya no se sentía tan perdido. Donde comenzaba a dar pasos resueltos hacia un futuro mejor.
No obstante una lánguida sensación le pesaba fuertemente.
Los niños de Onírica le habían preguntado cuándo iría con ellos.
Y abandonando su pasado Moisés había abandonado a su vez una búsqueda que resultaba vital para su interior.


REENCUENTRO


Bien el hastío por reencontrarse con la rutina bien un cúmulo de circunstancias teñidas de cierta melancolía, Moisés y el escritor volvieron a reencontrarse confesando éste último que debía dar un giro a su vida pues comenzaba a intuir un oscuro final para ésta de seguir por los caminos que un turbio pasado había forjado.
Eso abrió las puertas de par en par de algo que había quedado enterrado en el interior de Moisés, un reino imposible con el que ya no soñaba, pero que en lo más hondo de su ser sabía que quería con todas sus fuerzas.
Se sentaron las bases para la mejoría de una amistad que debía dar forma algún día a un lugar que, cuanto menos, fuese palpable en la imaginación que despertase un conjunto de escritos que crecía en número y profundidad a medida que los pasos de Moisés vagaban persiguiendo una armonía que en ese mundo, en “el otro lado”, no terminaba de llegar.
Así fue como una noche lamentó sus decisiones al verse vomitando sucesivamente, cayendo exhausto y malhumorado en su cama.
Al día siguiente, todo cambió.
El calor inaudito para el mes en el que se encontraba lo condujo a refrescarse junto a su amigo escritor en un parque mientras contemplaban un sol que ya su hundía en el horizonte dando paso al agradable momento en el que la brisa del ocaso comienza a pasear por las calles.
De allí a una taberna, de la taberna a una conversación y de ésta a…
Onírica.
No recordaba nada, pero el agradable tiempo que hacía en la base del gran árbol asombró a un hombre que miraba atónito la figura de un grupo de niños corriendo hacia él.
– ¡Moi, has vuelto! – Gritaban.
Los abrazos se sucedían mientras Moi ampliaba y ampliaba su sonrisa, hasta el punto de estallar en una carcajada en la que todos le acompañaron durante un rato bien largo.
A ese hombre que lenta pero paulatinamente veía menguar su cuerpo, aquello le supo a gloria.


DESPERTAR


– ¿Por qué has tardado tanto? – Un niño señalaba con su dedo a Moi, que cabizbajo no supo responder.
– ¡Te hemos esperado cada día y cada noche! – Una de las niñas hacia aspavientos con los brazos clamando al cielo. – ¡Las noches aquí son muy largas! ¿Sabes? – Se la veía preocupada y aliviada a partes iguales. Moi recordó de pronto el nombre de Moisés, una vida a la que podía acceder, que le resultaba familiar, pero distante como en otro lejano lugar.
Los niños comenzaron a hacerse pequeños, momento en el cual el primero en dirigirse a él le cogió la mano y le dijo que era bienvenido, que no había nada por lo que preocuparse.
El suspiro de Moi devolvió las cosas a la normalidad mientras se percataba de que había sido él y no los niños quien cambiaba de tamaño.
Unas lágrimas comenzaron a recorrer su rostro mientras sentía como un puño le cerraba la garganta más y más.
– ¿Puedo quedarme? – Preguntó tímido.
– Solo un rato. – respondió uno de los niños.
Una niña replicó al instante voz en grito.
– ¿Por qué? ¡Ya está preparado! – En un instante todo era un clamor a favor de que Moi, el nuevo niño de Onírica, se quedase con ellos para siempre.
El niño al que todos parecían dirigirse, de verde piel y simpático gorro, alzó un dedo y lanzó una pregunta a Moi.
– ¿Te queda algo por hacer en el otro lado?
La mirada de Moi dejó de emanar lágrimas y se entrecerró. Casi sin poder explicar cómo pasó, la cabeza comenzó a darle vueltas y vueltas hasta que de las grandes ramas del árbol que veía mientras caía de espaldas al suelo pasó a distinguir claramente un techo. Una cama. Su cuerpo el doble o el triple de grande que como lo recordaba instantes antes.
Moisés Teruel había despertado y una pregunta permanecía grabada a fuego en su cabeza.
Un rostro, más bien.
Aquel niño pareció reaccionar con una mueca cuando se le vino a la cabeza antes de desmayarse.
Se trataba de Sonia, siempre se trataba de Sonia.


SONIA


Moisés pasó el día tratando de averiguar por qué demonios ese rostro de un lejano pasado se le había aparecido cuando el niño le preguntó si le quedaba algo por hacer.
Si se refería al otro lado, ahora se encontraba en él.
Debería poder darse una respuesta a sí mismo, cuanto menos.
Pasó el día sin ganas de salir de su casa a un mundo que, siempre que se producía un sueño con Onírica, le parecía exento de magia y encanto.
Sintió ganas de hablar con su amigo para diseñar con mayor exactitud todo Onírica y, por supuesto, los niños y niñas que habían clamado en nombre de Moi para su hogar.
Pero a medida que el rostro de Sonia regresaba a él, las negras nubes de un futuro pasado parecían despejarse indicándole un camino que siempre había querido tomar.
Una familia.
Amar y ser amado por una mujer.
Ser padre por partida doble.
Como Peter Pan al abandonar su País de nunca jamás, solo que él tenía una familia que le quería por encima de todas las cosas, y tan solo deseaba verle por el buen camino para abrazar calurosamente sus pasos.
Si bien el recuerdo de Sonia permanecía en una época donde el futuro se tornó negro a base de encierros infernales en centros de dudosa capacidad terapéutica, algo se podía extraer de él aún.
Ese deseo de prosperar como persona se aliaba con el cielo despejado que el esfuerzo de Moisés por completar su curso laboral había causado, pintando un claro futuro en el que solo debía esforzarse para poder asirlo como una realidad.
Nunca había amado como con esa mujer.
Sonia era el vivo ejemplo de lo mucho que aún podía emerger de su interior.
Y eso, seguramente, era lo que había visto el niño de Onírica antes de su desmayo.
Debía regresar allí, pensó, para dar la respuesta.
Sin embargo el miedo al rechazo eterno le paró los pies.
Si bien estaba listo para dormir más, llamó a su amigo escritor para trasladar al papel aquello que había ocurrido en los últimos tiempos, aquello que producía una dicotomía entre lo que parte de su ser quería conquistar, y el lugar donde el resto de su interior quería reposar.


PAPEL


Moisés me habla de Onírica de un modo que me despista por un momento del sentido que tiene la palabra realidad.
“El otro lado”, según dicen los niños de allí, se trata de nuestro un mundo.
Un mundo donde la imaginación se encuentra en peligro de extinción si ansías tomártela con algo de seriedad.
Sé que es un buen tipo con un corazón ansioso por encontrar su lugar en un mundo que se le presentó hostil desde buen principio.
Un mundo que lo ha condenado a adaptarse de un modo un tanto, ¿Cómo diría?, poco honrado en ocasiones.
Sin embargo el hecho de que Onírica exista, de momento, para ambos, es indicativo de que hay algo más enmarañado en toda esta trama donde una dudosa salud mental y un cuerpo que comienza a fallar se juntan.
Ese algo más tiene forma de niño verde y gracioso sombrero.
Como la hermana de Moisés trazando las líneas gráciles de un dibujo para su hermano donde se puede ver ese árbol majestuoso alrededor del cual todo es diversión, yo trato de trasladar al papel la información de un modo ordenado, en un intento de edificar la esquiva naturaleza de Onírica.
Necesito más información del niño al que allí todos parecen dirigirse.
Por momentos desconozco si me invento esta historia de lo familiar que me resulta.
Espero que pronto el pequeño Moi pueda lanzar preguntas en aquel lugar, repescando una valiosa información que habrá de curarle de todos sus males en esta vida, en “el otro lado”, donde dos senderos se separan claramente ambos con dulce final.
Uno de ellos, Onírica, se mantiene esquivo atrapado en la imaginativa mente de Moisés.
Otro, sin embargo, se dibuja claramente en forma de trabajo constante. Una armonía a su alrededor que le permita respirar algo de aire puro para unos pulmones demasiado acostumbrados al humo contaminante de una vida que le desgasta y le exige a partes iguales.
Dar con el empuje necesario en el avance hacia el sendero correcto es lo que nos espera por delante.
Hoy le preguntaré si tengo ocasión.
Le preguntaré por qué sendero le gustaría caminar, y en función de su respuesta seguiremos construyendo las bases de ese esquivo mundo o trataremos de arraigar raíces en una realidad que aunque carezca de la riqueza que atesoran nuestros sueños, no está exenta de ciertas ilusiones, ciertos objetivos, que bien podrían tener gran significado a tenor de lo que aquel niño de Onírica dijo.

Completar bien el camino en el otro lado es la única opción tangible de llegar hasta allí.


Continuará...

Para leer el capítulo anterior clicka aquí

domingo, 10 de mayo de 2015

Una chispa en la oscuridad



Caminando entre sombras, vagando por la oscuridad.
La vista se enturbia ante el espectáculo del ocaso de una época que lame la frontera de lo que queda atrás.
Un espectáculo ya pasajero de luces y armonía manchado por la tormenta asociada a una mente enferma. Una mente que busca su salvación, no obstante. Una mente que mira a su alrededor preguntándose si existe algún camino exento del único dolor que no sabe afrontar, el suyo propio.
Las lágrimas se agolpan mientras un nudo en la garganta crece aprisionando la garganta de un sujeto no libre de culpa, aunque desesperado ante unos pasos que debe dar hacia una misteriosa luz que se adivina en el horizonte.
El pasado y el futuro tiñen una roja melena que alberga todo cuanto él ansía.
Los tiempos de calma para un océano embravecido poco dado a las treguas.

Súbitamente el clásico chispazo que supone el pistoletazo de salida sucede.
Los cielos se iluminan con la furia de miles de relámpagos que habrán de preceder a la amenazadora naturaleza de un trueno continuo y persistente, cargado de miseria y cíclico sufrimiento.
Eso se sabe porque se ha repetido largo tiempo.
Si bien los cielos muestran claros donde el sol de un nuevo día brilla pletórico, invitando a ese temporal paraíso a una vida necesitada de luz, una vista más abierta y atemporal puede distinguir la amenaza implícita, la traición entre las traiciones, y adivinar el lamento posterior que se antoja eterno y lleno de desesperanza.

La quietud se apodera de los pasos que separan a esa persona de lo que fue y lo que debería ser. Es la primera vez que sucede.
Cual suicida se caracterizó su experiencia pasada, sin embargo ahora quiere caminar sobre un suelo construido desde buen principio con ahínco y resolución, sopesar cada paso como si fuese el último, pues ya no puede permitirse más deslices ni más errores.
Súbitamente, el chispazo se repite.
Los cielos se iluminan, se abren más y más ante él.
Pero dirige su mirada al pozo aprovechando la visibilidad del momento. Se muestra tétrico en su entrada, y se intuye que la caída es tan larga e interminable como siempre.
La invitación perenne de su interior se mantiene en pie, y ya no resulta tan fácil ponerse a volar despreocupadamente hacia la salvación pasajera.
Pues no existe como tal.

El esfuerzo por emerger de la tormenta marítima debe ser mayor y concretarse en todos los campos.
Solo así la sonrisa del llanto eterno podrá aterrizar en la comisura de unos labios acostumbrados a mentir.
Es el momento de pedir perdón.
Perdón por marchar hacia ninguna parte, perdón por sólo querer apreciar la belleza de la persona que ya se dibuja claramente en la lejanía cada vez más cercana, perdón por no poder hacer más que revolotear cual abeja entre los pétalos de una realidad que quizá nunca será.
Mientras la mente enferma trama su enésimo plan, algo la frena, algo parecido a una reacción nunca vista antes. El exilio hacia un lugar inhóspito donde aprender a cargar con la soledad de un modo razonable, donde el auxilio no exista y el ahogo avance terreno hasta estrangular con fuerza la inhalación de un aire que de no ser así acabaría por dilapidar no la vida, sino la existencia de un alma que una vez pensó que era libre.

La libertad requiere un alto precio, y esa melena roja que ondea en el horizonte se antoja, con lágrimas en los ojos, algo parecido a la primera señal.
La chispa que contiene ese ser igualmente conocido y desconocido pasará a ser una estrella más en los confusos cielos de una vida enroscada alrededor del caos.
Una estrella a la que mirar cuando el exilio pese sobre el interior.
Un destello claro que nunca se desvanecerá por muy oscuros que la tormenta tiña los cielos.
Un regalo, un nuevo obsequio del destino que no será desperdiciado ni conquistado, saboreado ni ignorado, poco querido o fruto de obsesión.
Una chispa que ahí donde antes prendería el fuego de la esperanza, ahora brillará como tal imposible de alcanzar en su lejana órbita.

Una chispa inmortal.
Una chispa a la que una sonrisa empapada en lágrimas solloza tímida.

Una chispa entre las sombras, la chispa del exilio, una chispa en la oscuridad.