viernes, 30 de agosto de 2013

Las dos voces




Una voz serena y calmada acarició los confines de su universo una vez fue consciente del sentimiento que la embargaba. Era como, sin conocer ni mucho menos todo cuanto la rodeaba, pudiese amar a todas y cada una de sus partes. La voz irradiaba comprensión y cariño.
No se sentía sola pese a que nadie podía oírla realmente, puesto que sí podían sentirla en lo más profundo de sus corazones.
Ella les hablaba a todos de su sentimiento, y todos parecían querer escoger la senda que los conduciría poco a poco a sentirlo en toda su plenitud.
Hasta que apareció una segunda voz. A diferencia de la primera ésta no se hizo eco allá donde existiese un ápice de vida, sino que plantó su semilla en muy pocos elementos, de una ínfima intensidad en comparación con la primera.
Nunca estuvo segura de si la segunda voz apareció después de ella o simplemente permanecía oculta desde el mismo instante en que ella tomó consciencia de su existencia. El caso es que la semilla de la segunda voz fue ganando terreno lenta pero minuciosamente. En algún lugar de su universo, una llamarada parecía erguirse imparable.
 ¿Quién eres? – Preguntó preocupada la primera voz.
  Soy la guerra, el odio, la destrucción, la envidia, el mal. Soy todas esas cosas y muchas más. – Respondió firme y tajante la segunda. – Tu antítesis, tu eco. – Concluyó.
  ¿No lo sientes? – Preguntó de nuevo la dolida voz inicial. – ¿Por qué lo haces?

Nunca hubo respuesta. Las primeras palabras del mal quedaron grabadas a fuego en la consciencia de una voz ya no tan intensa, a la que muchos dejaron de escuchar, totalmente cegados por la furia con que la segunda voz arremetía en su interior.
Éstos elementos parecían contagiar a otros muchos y, lo que era peor, provocaban ecos de su odioso desprecio en aquellos que aún podían percibir la esencia del sentimiento de paz y amor que llevaban toda una vida persiguiendo.
Como si de un nefasto virus se tratase, con el paso del tiempo, ambas voces se equipararon, momento en el cual la voz original decidió pasar a un segundo plano aún más espiritual. Dejó en manos del incendio a todo lo conocido para hablar con los elementos que, con la suficiente intensidad, buscaban su rastro.
Éstos no podían demostrar su existencia, a diferencia de los cegados por la furia y el odio, que no paraban de hacerlo. No obstante, era con el paso de ciertos lapsos de tiempo cuando se comprobaba que la influencia de las dos voces estaba quizá más igualada que nunca. Más aún, a medida que el tiempo se alargaba, mayor era la huella que la voz original dejaba en los corazones de aquellos que podían escucharla.

– ¿No lo sientes? – Preguntaba cíclicamente, de un modo constante, la primera voz a la segunda, desesperada por salvarla de aquella mísera existencia que no paraba de arrasar con continuos e inexplicables incendios todo cuanto tocaba.
Pero nunca había respuesta. Tan solo aquellas escuetas palabras que le dedicó nada más aparecer. El mal... Si estaba en lo cierto en cuanto dijo y se trataba de su eco la lucha jamás acabaría. Como en aquellos corazones siempre en el filo que emanan ambivalencia, torturados e indecisos al percibir dos voces, una en su interior y otra en su cabeza, que nunca se ponían de acuerdo.
La mayoría de lo conocido se encontraba en dicha situación, alternando momentos en los cuales arremetían con la dureza que creían suya por derecho y otros en que se percataban de lo inmenso de un sentimiento donde prácticamente ninguno de esos actos tenía cabida.
Llegaba el arrepentimiento y, en una especie de macabro ciclo, seguía la danza al compás de dos voces irreconciliables.
Espontáneamente se fraguaban algo así como embajadores de ellas mismas, elementos tan influenciados por una de ellas que se olvidaban por completo de la otra. Éstos hacían posible con su materialización que las voces fuesen más tangibles y declinaban la balanza para unos mientras otros hacían lo posible para evitarlo.

El universo conocido siguió su curso. No se escuchaban más voces.
Una amaba a todo cuanto lograba sentir, mientras que la otra odiaba.
Amor y odio, guerra y paz, bien y mal danzaban sin poder oírse, sin poder verse ni tocarse, en planos diferentes pero con la misma intención, llegar hasta ti.

El remolino



Cuándo el ser entró en la oscura caverna, era una pregunta de complicada respuesta. Venía de sobrevolar los cielos de la euforia, de retar a propios y a extraños a ver el mundo como sus prácticamente desquiciados ojos lo veían. Podía recordar el ardiente sentimiento que lo acompañaba a todas horas y lo impulsaba más y más, sin importar el que todo lo demás pareciese ir en contra dirección. Era como si dispusiese de un generador ilimitado de energía, a partir del cual podía subir bloques de peldaños a velocidad de vértigo en la escalada hacia ese misterioso lugar que tanto ansiaba descubrir.
En esos cielos podía sentir la sensación de vuelo, de control sobre cada movimiento e incluso podía planificar laberínticas rutas que danzaban a la par que su flujo de ideas seguía emanando posibilidades. Pero no podía sentir la libertad. Algo fallaba en su interior, y las señales de alarma que llegaban desde tierra firme potenciaban esa sensación. Aterrizar no era una opción. ¿Cómo iba a serlo el apagar el generador que tantas posibilidades le brindaba? De modo que alimentaba la aceleración día a día, sin apenas necesidad de dormir, con la vista puesta en el enigmático horizonte.
Con todo su interior gritando cada vez más fuerte a la cima de la montaña que sentía que escalaba.
Y de ese modo, cada día un poco más rápido, con unos cuantos proyectos más bajo el brazo y nuevos bienes materiales que arrastrar, el ser se las ingeniaba para mantener el rumbo hacia su hogar. Ese lugar que nadie parecía conocer y desde el cual podría sentirse en paz consigo mismo, pudiendo apagar el generador de energía de un modo definitivo.

Hubo una colisión, un terrible accidente, eso está claro.
Encerrado en un lugar frío y hostil, el ser no daba crédito al modo en que su acelerado vuelo había fracasado. Lo había perdido todo. Sin posibilidad alguna de retomar la vertiginosa aceleración lograda tras meses de extrema concentración, el siempre lejano y difuminado horizonte formaba ya parte de otra vida, otra realidad. La cima de la montaña, que jamás respondió a sus desesperados gritos sino con avalanchas de angustiosa falta de libertad, lo había precipitado a una caída libre sin final.

¿Cuándo el ser entró en la oscura caverna?
La caída, que llegó a antojársele eterna, había cesado súbitamente.
A su alrededor la oscuridad impregnaba incluso su propia mente. El lugar le resultaba familiar. Del mismo modo que los vuelos por un cielo que ya ni podía imaginar parecían pertenecer a otra vida, albergaba en algún lugar de su interior un recuerdo de esa laberíntica caverna.
Recordó que podía sentarse a esperar a que una esperanzadora aunque ínfima luz se encendiese en algún punto de aquella desesperante oscuridad. Pues eso significaría que el generador regresaba para proporcionarle otro vuelo más, otro intento hacia ese horizonte, esa cima, donde se hallaba su libertad. Tan solo debía concentrarse en mantener su mente alerta, a la espera de oleadas de aceleración, y sus ojos verían esa azulada luz artificial. El resto de la maquinaria se encendería en muy poco tiempo, pues el generador volvería a potenciar su mente y tan solo tendría que cerrar los ojos para regresar con la mejor de las sonrisas a ese cielo donde únicamente parecía volar el ser hacia su tan ansiado destino.

Aunque en su interior algo semejante a un remolino se dibujaba. Sentía como si esos vuelos, esas caídas, esa caverna, tan diferentes, guardasen una terrible cosa en común. Como si todo formase parte de un ciclo que cada vez se acortaba más.
Desesperado, el ser se sumió en sus propios pensamientos, preso del dolor. Pues... ¿Y si esa tierra firme donde tantas personas caminaban era la realidad? ¿Y si el difuminado horizonte era sólo una alucinación y la montaña una trampa mental?
Fue divagando en esta dirección cuando un rayo de luz se posó sobre su rostro.
Caminó y caminó hasta dar con una salida de la caverna.
Ahí fuera parecía hacer un buen día, aunque le daba miedo pisar ese terreno, no conocía mucho de él.
- ¿Te vienes? - Una persona se asomó por una esquina de la salida y, al ver que el ser no respondía, entró en la caverna y pasó un rato hablando con él.

Muchos días fueron transcurriendo, y siempre cada cierto tiempo esa persona acudía a la caverna para formular idéntica pregunta, con idéntica respuesta y otra charla.
Con el tiempo el ser dejó de ansiar como único afán la aparición de la luz artificial. Apareció una alternativa al remolino en el que se mezclaban los vuelos, el inalcanzable horizonte, las caídas y la oscuridad de las cavernas.
Estaba ahí, frente al ser.
La persona que venía a verle le decía que se sentiría mejor en ese exterior.

Ver el vaso medio lleno resulta a veces complicado.
Cuándo el ser entró en la oscura caverna es una pregunta cuya respuesta siempre remueve dolor y desesperanza.
La pregunta que se hizo el ser lo puso en pie sacándole de la espera.
¿Cuándo voy a salir de aquí? Se preguntó mientras daba el primer paso hacia la salida, donde le esperaba la persona con la que tanto había conversado.
- Recuerda, - le dijo – que la caverna es un lugar que nunca desaparecerá, del mismo modo que los cielos que tu interior recuerda con ansiedad. Pero lo que verás aquí fuera cuando salgas tampoco. Deberás pelear por mantenerte firme si quieres echar raíces.

Reflexionando, el ser siguió caminando, hacia un sendero que incluía un término que hasta la fecha desconocía, o quizá ubicaba en el lejano horizonte, en lo más alto de la montaña. El equilibrio.

La antorcha del mar



Sus ojos ya se habían acostumbrado a la creciente oscuridad.
Si bien conservaba aún el recuerdo de cómo regresar a la entrada de la laberíntica cueva, sabía que si regresaba con las manos vacías ya sería de modo definitivo.
Nunca había logrado dar con el origen del desorden. Toda esa ira contenida, que rugía en forma de llamaradas de odio contra todo lo establecido, enjaulada en una celda de insaciable melancolía. De nuevo los latidos de su corazón se teñían de ese tono anaranjado, ahora ya muy oscuro y desgastado. Podía seguir recorriendo esos oscuros senderos que nunca condujeron a ningún lugar en especial, aunque su mente y su cuerpo estaban ya en una fase crítica. A cada paso que daba en dirección a la oscuridad, sentía como las llamaradas crecían. Pero no a su alrededor, sino en algún punto de su interior.
En la profundidad de la tierra, resolviendo el enigma de túneles, se hallaba el tesoro, la llave que le permitiría desencadenarse y emerger libre al exterior. Sin embargo, hastiados de vana espera, sus seres queridos comenzaban a desfilar rumbo a otros destinos del mundo exterior.
Lo último que recordaba de ese mundo era un acantilado lamido por las olas del mar. Ese recuerdo era ya un símbolo prácticamente, que podía ubicarse al lado de lo que simbolizaba su actual situación. De modo que, visto en perspectiva, pretendía atravesar las llamaradas necesarias para dar con un secreto que absolutamente nadie intuía para solo entonces salir al exterior y lanzarlo al oleaje.
Dos mundos con elementos opuestos.
En uno debía ponerse la soledad en primer plano para poder avanzar en peligrosas y prácticamente inútiles direcciones, mientras que en otro el horizonte se presentaba nítido en todas sus formas. Ahí estaban sus montañas y sus tormentas, sus caminos y compañeros de viaje.
Dos personalidades con objetivos opuestos.
Cavar lo necesario para abrirse camino en las profundidades de lo negativo hasta dar con la luz que lo iluminase todo o caminar evolucionando y madurando con el corazón abierto a nuevas experiencias.
– Yo ahí veo un empate ahora mismo. – Dijo Conciencia en ese instante del día a medio camino entre ambos mundos, cuando se gestaba el intercambio de roles entre personalidades, ahí donde una tomaba el mando y la otra pasaba a contemplar sin poder siquiera opinar. Hacía mucho tiempo que no la veía de un modo tan claro. Estaba apoyada junto a una pared, con las manos en los bolsillos. Su sonrisa se veía contradicha por una mirada dura y sumamente concentrada, como queriendo exprimir al máximo cada instante de esa aparición. Prosiguió mientras sus manos pasaron a señalar a los costados: – No se puede tener todo. Debes tomar una decisión y encaminar tu existencia hacia uno de los mundos que alcanzas a sentir. Solo así dejarán de sufrir, solo así cesará la tortura que te mantiene en la espiral, dando tumbos que dibujan el mismo círculo una y otra vez.
Esas palabras le recordaron que no todo cuanto se le había dicho desde el exterior eran palabras vacías que nada podían avanzar en su cueva secreta. No era la primera vez que escuchaba algo acerca de un bucle infinito, ni tampoco que debía tomar una decisión y tomar rumbo fijo en una dirección. De otro modo el bucle acabaría por derribar su mente por tercera vez, quizá de modo definitivo, tomando la decisión por él.
Quiso dirigirse a Conciencia, pero su vista comenzaba a estar fija en las agujas imaginarias de un reloj que indicaba cuando cavar y cuando dejar de hacerlo, cuando recordar como regresar al exterior y cuando gritar en busca de auxilio. Sabía que en cierto segundo de la permanente cuenta atrás la realidad que lo rodeaba quedaría teñida por la oscuridad de la cueva de su interior, y cavar significaría dinamitar, regresar sería caer derrotado y los gritos de auxilio pasarían a ser de furia.
De repente Conciencia interrumpió el hilo de sus pensamientos depositando algo sobre una mesa. Cuando miró de qué se trataba, algo brincó en su interior. Era algo que no esperaba de parte de ella, una extraña invitación que, pese a no ser en absoluto necesaria, no dejaba de inquietarle.
– De parte de un amigo común. – Se limitó a decir, para luego desaparecer. Su camisa negra fue esparciéndose en una inicialmente espesa niebla para finalmente alcanzar al resto de su figura haciéndola invisible, como si nunca hubiese estado ahí, o como si siempre permaneciese de algún modo presente aunque oculta.
Las agujas imaginarias seguían con su rutina mientras tenía claro que, cuando descendiese a la cueva, lo haría con ese objeto de remitente desconocido. Se trataba de una antorcha.

Descendió.
Se encontraba de nuevo a oscuras, y su mirada ya hacía horas que se había acostumbrado. En las paredes que le rodeaban veía símbolos de su infancia, que dibujaban los oníricos momentos que tanto apreciaba. En su memoria un hermano ya imaginario sonreía de un modo que le seguía partiendo el corazón ante unos regalos que ya nunca llegaría a hacerle. No eran imaginaciones, eran recuerdos alterados que, prendidos, podían alcanzar una potencia indescriptible. Ahí estaban sus padres en el momento en el cual tenían poder para desviar el cauce de ríos embravecidos. También había amigas y amigos, amantes y seres queridos, familiares y mascotas, todos mezclados pero con identidad propia, unas veces creada a partir de recuerdos y otras a través de elaboradas paranoias.
Podía pasar su vida entera analizando esos símbolos que noche a noche se entremezclaban multiplicando su complejo conjunto, sin embargo los miraba por encima con una sonrisa en la boca, como si en su mirada hubiese un atisbo de omnipotencia, un rastro de banalidad ante lo universal.
Miró el obsequio de Conciencia y emitió una corta carcajada.
Y recordó lo que solía hacer en ese punto del descenso.
Tan solo había que perder el control en la búsqueda. La opresión resultaba tan intensa cuando el descenso estaba tan avanzado, que tanto los expertos como los ignorantes desconocían qué tonos se utilizaban en ese punto para dibujar el interior de uno mismo.
Eso es lo que quería creer.
Quizá un artista pasase deliciosamente sobre ese estado para plasmarlo en parte de su obra, pero otra cosa era caminar en ese laberinto, vivir esa sensación o, más bien, morir junto a ella. Los jeroglíficos de su mundo onírico resultaban complejos y sabrosos, representaban una desquiciada tentación. La luna le brindaba noches en vela o ráfagas de sueños en forma de fuga que pasaban a estar tatuados inmediatamente en su cueva, mientras que el sol le arrebataba todo cuanto ahí permanecía eterno para revelarle una realidad con la que él no estaba de acuerdo.
Desde que las imaginarias agujas daban inicio a la bendita pesadilla, todo cuanto en ella acontecía era ya una mentira antes de comenzar. Eso le decía su familia antes de que la destrozase con su cruel manipulación. Eso ignoraban sus amistades antes de que saliesen a relucir las llamaradas de su interior. Eso sobrevolaba a duras penas su pareja mientras, a lo hondo, una voz clamaba venganza y comprensión.
Todo representaba una gran contradicción fabricada a base de descontroladas direcciones de pensamiento.

Hasta que decidió prender fuego a la cosa más inútil y imaginaria de todas.
La antorcha desprendió el mismo tono anaranjado y violeta que el cielo de sus peores pesadillas, e iluminó unas paredes donde había restos de uñas y desgastados dibujos re dibujados una y otra vez.
Sintió como la cueva era en realidad un círculo en el cual había permanecido toda su vida. Un bucle infinito, difícil de entender al estar aplicado a su alma. Como si de una función se tratase, ahí estaban sus variables. Todas se habían visto mermadas con el transcurso de los años. El alcohol y los amigos, los familiares y las novias. Los estudios y los trabajos, su futuro y su pasado.
Se resistió durante un buen rato incrédulo. Pero no pudo desatar su ira. Mordiendo dientes entendió que su depresión, su alcoholemia y su trampa eran en realidad lo mismo. Que incluso su enfermedad mental estaba incluida en el mismo trapo. La cueva era un bucle infinito, en el que poner un pie era el principio de una aceleración sin fin. De una destrucción personal sin motivo, de un sufrimiento ajeno injustificable, de una búsqueda inútil.
Y de una esperanza, una chispa de luz imposible que representaba su eterna persecución.
Emergió de la cueva guiado por la antorcha, y con un único motivo.
Se plantó ante el acantilado que se sabía de memoria desde pequeño y palpó a su amigo. El mar lo saludaba aunque él estuviese lejos, ante un teclado.
Esa Conciencia ajena con la que tanto había hablado le había regalado una simple antorcha que aún ardía.
Sonrió y agradeció a todos cuantos se le habían aparecido en el último mes, complicando y simplificando, ayudando y golpeando.
Todos amigos, todos compañeros.
Estaba convencido de que todos ellos querían que la cueva se sellase, que la misteriosa o inútil, seductora o destructiva, fantástica o real búsqueda tuviese fin.

Y les preguntó...

¿Lanzo la antorcha o la uso para llegar hasta el final de la cueva?

(Mientras la arrojaba con todas sus fuerzas)

Capacidad


– ¿Te sientes capaz?
La mirada del interrogador era gélida, nada podía escapar a un análisis que iba más allá de las palabras, que cruzaba sin problemas las corrientes de las dudas y peregrinaba sin descanso atravesando los desiertos, montañas y bosques que enmarañados daban forma a los desordenados sentimientos del individuo interrogado.
Había estado bajo observación durante mucho tiempo sin que se percatase de ello, pero en las últimas semanas el asunto había adquirido tal gravedad que el simple hecho de mirar hacia su interior le provocaba cierta sensación de miedo irracional. Por eso estaba en esa sala ante la gélida mirada de su conciencia.
Tanto daba esta vez que su mente se distrajese con alucinaciones inexistentes o derrapase a toda velocidad buscando sueños donde refugiarse. Podía crear de modo superficial múltiples realidades combinando partes de su pasado e inundándolas con los sentimientos que le evocaban ahora que pisaba el presente, siendo la proyección resultante algo que lanzar a cualquier interrogador, algo con lo que acallar cualquier voz interior o justificar cualquier acción injustificable a priori.
Sin embargo su conciencia atravesaba esas realidades como si se disparase a bocajarro contra una porción de mantequilla. Tal era su pésima consistencia. A medida que pasaban los días el preso iba llegando a la conclusión de que por mucho que su imaginación crease, el verdadero compromiso que le daría la libertad para decidir no se encontraba esta vez en ningún lugar más que en la misma realidad. Quizá siempre fue así, quizá mientras él peleaba por no ahogarse en pesadillas recurrentes donde un incesante flujo de olas agotaba su energía en una cerrada noche, tan solo tendría que haberse agarrado a la roca más cercana y emerger de la lucha sin sentido que supone pelear a ciegas contra no sólo todo y todos, sino también contra uno mismo.
« ¿Te sientes capaz? »
En su interior la voz de Conciencia insistía. Era lo macabro de esa situación, pues si quitabas capas y disfraces, máscaras y escudos, aterrizabas en el mundo de los sueños. Si profundizabas en él descubrías que las pesadillas más oscuras estaban teñidas de esperanza e ilusión. Despertar en sí no era el objetivo, sino resolver las macabras situaciones que una mente desequilibrada plasmaba sobre el lienzo onírico, para lograr descansar en paz noche a noche en una lucha aparentemente interminable.
Conciencia, sin embargo, atravesaba ese terreno y sobrevolaba al niño que gime presa del pánico del mismo modo que contemplaba al anciano de espíritu que se consume lentamente en el transcurso de los días de una efímera vida. Para Conciencia el niño y el anciano, los sueños y las pesadillas, las máscaras y los escudos eran lo mismo: Una porción de algo volátil sin raíz alguna. No necesitaba destruirlo, simplemente lo atravesaba para mirar a los ojos de la persona que tenía enfrente y hacerle la misma pregunta una y otra vez.
Responder con sinceridad a esa pregunta requería una búsqueda interior contradictoria. Si su conciencia apartaba sistemáticamente todo cuanto él creía que le definía para insistir en una respuesta surgida de lo que él suponía la nada, entonces su búsqueda interior bien podría ser una recursiva forma de ocultarse. Creaba un pequeño mundo donde poder moverse dentro de ciertos límites, dejaba pistas de cómo dar con él realizando ciertas maniobras y se ocultaba en su escondite para repetir el proceso con nuevos mundos, quizá incluso universos en forma de billetes de ida a psiquiátricos, con nuevas pistas y nuevos escondites.
Retorcido para la sana vitalidad mental de las compañías que ya empezaban a desfilar.
Aunque simple aún para él, que, solo en la cámara donde se encontraba junto al interrogador, tan solo tenía que encontrarse en una de esas iteraciones para poder emerger y responder a la pregunta.
Conciencia parecía no dar importancia a ese puzzle que solo el interrogado parecía valorar. Como si simplemente se tratase de otro escenario más, lo omitía para clavar su intensa mirada sin mostrar signos de impaciencia.
– Bueno, aquí podemos pasarnos la vida, ¿No crees? – Dijo el interrogado barajando la posibilidad de tomarse algo y “pasar a un nivel superior”.
– Es lo que llevas haciendo más de una década. – La mirada de Conciencia debió mostrar un atisbo de tristeza o desánimo, pero siguió atravesando, como confiando ciegamente en que lograría hablar con la única persona que podía verdaderamente resolver la laberíntica y penosa situación.
El interrogado pensó en Experiencia y Resolución, en Esperanza e Ilusión, en Observador y en Rectitud, en cómo habían fracasado juntos tantas y tantas veces en la búsqueda cíclica de nada en especial, quizá solo de una morbosa autodestrucción que ya trascendía del interior de una persona para directamente afectar a su entorno más inmediato.
Si seguía en ese bucle, si no lograba detener el proceso de ocultarse para avanzar, el paso de los años borraría todo atisbo de luz dejándole solo frente a la hoguera que tanto había alimentado. A ella le lanzaría cada segundo, cada instante, de su presente, mientras su mente constantemente evadida nadaría en la gloria inexistente de un pasado idealizado mientras podrida de odio rebuscaría en el futuro inmediato con tal de encontrar nuevas fuentes de vida y esperanza, ya no suyas, a partir de las cuales generar más material que lanzar a una cada vez más gigantesca hoguera.
– ¿Te sientes capaz?
La pregunta le sacó de su reflexión. Era interesante ver como chocaban el gris azulado de la mirada de Conciencia, prácticamente un calco al de su hermana, con el naranja oscuro de la hoguera que su mente ya oteaba en un relativamente lejano horizonte.
Ser capaz implicaba resucitar unos hábitos enterrados en algún momento de la caótica evolución. Implicaba emprender un viaje de búsqueda interior mientras la danza de la responsabilidad proseguía entrelazándose con la melodía del deber. Implicaba una gran renuncia, una gran caída, que podía ser sobre un colchón médico o sobre la realidad que tantas y tantas veces había esquivado, de la que en incontables oportunidades como ésta se había terminado ocultando.
Si se encontraba en esa sala, a solas consigo mismo, era porque aún estaba dispuesto a caer sobre la realidad para caminar sobre ella, magullado o no. Aún confiaba en sus posibilidades, ahí donde el desengaño parecía haber causado mella en un cercano entorno que parecía ya negar tímidamente con la cabeza.

Los vampiros de energía son personas que usan ciertas habilidades para dejar al prójimo hundido en su pozo personal, obteniendo a cambio el empuje que creen necesario para seguir caminando hasta dar con la próxima víctima. Es una técnica de desgaste, cobarde y despreciable, pero que sin embargo está al alcance de personas que pueden generar energía positiva por ellos mismos.
El interrogado lo sabía porqué lo sentía en su interior. Sentía como justificando lo injustificable había traspasado ciertas barreras que un día lo definieron, y en algún momento había comenzado a absorber en lugar de ofrecer.
¿Se trataba de una enfermedad incurable?
No podía saber si existía la posibilidad de reencauzar de un modo permanente todo lo relativo a ese terreno o por lo contrario se trataba de un proceso que cada vez contaminaría más su interior dándole la razón en todo cuanto Conciencia le había comentado que llevaba más de una década haciendo.
En ese caso la lucha interior seguiría creando mundos y escondites, máscaras y niveles, capas y pistas, y de nada serviría seguir bailando en la realidad pues en algún remoto punto del entramado un ser solitario y amargado, cada vez más consumido, rugiría arrastrándose de modo patético por alguna droga que le brindase la evasión necesaria para no tener que enfrentarse jamás a la realidad por sí mismo.
– ¿Te sientes capaz? – Esta vez Conciencia hizo uso de un tono más agresivo. Incluso le pareció que mostraba una ínfima mueca de sonrisa, a juego por supuesto con su tono y su mirada.
Y es que quizá en ese sendero de pensamiento se hallase el lugar para pisar por vez primera sin cálculos ni previsiones, sin expectativas ni reservas. Durante años había sentido que cogía carrerilla para saltar, y el resultado que el paso del tiempo había sentenciado inequívocamente era un estancamiento total muy cercano a la apatía. Quizá ese sendero de pensamiento, en el que no se podía correr ni saltar, pero sí caminar, era una porción de la verdadera realidad que siempre le había rodeado. El salto, el gran salto que siempre pretendió dar, había acabado por revelarse como la mayor de las evasiones, el darle la espalda a la vida y su camino para ahorrarse, con las penas y el sufrimiento, los buenos momentos por los que al fin y al cabo merece la pena luchar.
¿Se trataba pues de una pregunta malinterpretada?
¿Puede la conciencia de una persona marchita en espíritu interesarse por si, en lo más hondo de su ser, se siente capaz de mover el mundo que le rodea? ¿O se trataba de algo mucho más sencillo?
Del mismo modo que el interrogado intuía sencillez ahí donde sus acciones dibujaban un incesante caos, ahora contemplaba como su mente retorcida había hecho de una pregunta simple y directa un mundo en el que perderse, evadirse y justificarse.
Alzó inmediatamente la mirada y se encontró solo, sin nadie a quien responder.
Conciencia había dejado abierta la puerta de la sala.
Al salir al exterior se encontró frente a un camino de tierra donde otras personas iban y venían, y un precipicio en cuya pared extraños dibujos guiaban a personas que, al escalarlo, se sacudían el polvo y emprendían con rumbo decidido su camino.
Tentadores rótulos salpicaban el camino y la pared del precipicio. Ahí estaban todas las distracciones y evasiones que podían hacerle regresar una y otra vez, hasta el verdadero final, al punto de partida del cual probablemente poco se había movido jamás.
Unos médicos le sonreían con unas vendas en las manos, garantizándole que de ese modo no vería las distracciones y podría centrarse en aprender a caminar. Se sentía observado por su entorno, quizá incluso empujado hacia esas vendas.
– ¿Te sientes capaz? – Conciencia lo miraba como un entrenador que espera a que el aprendiz dé el primer paso, a medio camino entre el precipicio y el camino.
Con la vista al frente dio un paso, dejando un poco atrás a los médicos que le ofrecían las vendas. Cerró los ojos y, cruzándose de brazos decidió que mentalmente permanecería en ese punto hasta el día siguiente, donde se daría la oportunidad de dar otro paso en firme. Fue como abrirlos de repente en otra realidad. El lapso de tiempo para poder dar un siguiente paso estaba repleto de responsabilidades, y desde luego viajar mentalmente de modo inútil por los estados emocionales de una droga no parecía compatible con esos hábitos a desarrollar.
– Sí. – Dejó ir prácticamente en un susurro. Se sentía capaz de dar pequeños pasos con un rumbo interior establecido. Si eso era caminar, el tiempo dirimiría si su destino sería el horizonte o el precipicio, pero al menos habría ganado una actitud.

A medida que el sol caía quedó solo en el camino.
En sus pesadillas sabía que no estaba descansando en paz, pues había dado rienda suelta a algo que no tenía cabida en sus renovadas intenciones. Siempre regresaba.
Representaba el escenario en el que luchaba por no ahogarse, las oscuras olas incesantes que nada tenían que ver con el mar que siempre había sentido su aliado. El Monstruo siempre ansiaba destruirlo todo sin sentido alguno, deshacer los caminos para regresar al origen o, más bien, a su origen.
¿Cómo escapar de él? ¿Cómo plantarle cara? ¿Cómo evitar que tomase el control?
– Todos llevan uno dentro, pero le plantan cara dando prioridad a aquello de lo que tú has querido escapar. Le das alas al dedicarle tanta atención. – Era Experiencia, no necesitaba abrir los ojos para corroborarlo. De nuevo volvía a estar acompañado por su mundo interior. Podía crear.
A su alrededor, emergiendo de un precipicio que ahora se le antojaba más oscuro, más peligroso, más doloroso, el rugido del Monstruo le hacía sonreír. Resultaba demencial haber vivido partido en dos, en contra dirección, durante tanto tiempo. Contener tal energía en su interior no le hacía especial ni diferente, era el modo de gestionarla lo que había hecho saltar su equilibrio por los aires de modo continuo.
Debía abandonar esa alucinación creada por su mundo interior y mantenerse con los pies en la realidad. Debía tomarse las cosas con calma para poder estar seguro de qué paso dar cada día, sin bandazos, sin caos, sin impulsos descontrolados.
Con la diaria promesa de una noche que se cierne sobre uno mismo, era consciente de que debía mantenerse más que nunca con la mente lo suficientemente despejada como para evitar que ciertos impulsos lo condujesen a dar pasos sin sentido. Pues es ahí donde los médicos actúan con sus vendas, inculcándote un sentido correcto en lugar de permitir que uno mismo dé con él.

Permaneció quieto. Aún era de día y quedaba tiempo para que la noche cayese brindándole la oportunidad de convertir palabras, intenciones y convicciones en humo.
Sin embargo algo había cambiado. Ya no se trataba de una lucha, sino de aprender a vivir. El Monstruo era su único rival, siempre lo había sido. Quizá no se puedan hacer desaparecer ciertos instintos, pero sí que se puede alcanzar cierto equilibrio que te permite controlarlos y gestionarlos. De modo que se puso en marcha con el firme propósito de dejar su alter ego plantado justo donde dio el paso que le alejó de los médicos y de las vendas, hasta que el sol de un nuevo día le permitiese dar un siguiente paso por ese camino tan real, donde se le antojaba inmensa la paciencia a ofrecer.

– ¿Crees que por fin será capaz? – Preguntó Experiencia preocupado.
La gélida mirada de Conciencia no dejó traslucir emoción alguna. Miraba a la figura inmóvil de un modo severo y tenso.
Frente a ella, unos pasos más adelante, una taberna ofrecía compañía y cerveza, risas e intensidad. Era tan solo una de las miles que ese tramo del camino contenía.

jueves, 29 de agosto de 2013

Contradicción moribunda



El horizonte relucía.
No podía sentir el calor que emanaban sus crecientes llamaradas, pero la imaginaria sensación de macabra calidez provocaba que mordiese su labio inferior saboreando el contaminado humo que se esparcía lentamente a su alrededor.
Se encontraba frente al mar. Sus olas lamían la base de su calzado, invitándole periódicamente a entrar en su misteriosa corriente.
El horizonte también lloraba. Lágrimas de consuelo, que redimían, que aliviaban. No caían tóxicos del cielo, eran nubes aliadas con la parte más real de la vida. Podía sentir como llovía dentro de sí mismo, como una lluvia ininterrumpida durante semanas había cambiado la situación.
Un lejano e imposible espectáculo que se libraba en su imaginación, mientras un confuso cerebro trataba inútilmente de tejer en la contradicción, destilando sentimientos hacia un corazón que palpitaba de nuevo, casi aprendiendo a caminar en plena descomunal escalada.
Su reloj permanecía inmóvil, danzando con un perenne clima que no cesaba en su empeño de generar constantes vientos de soledad. Se levantaba a veces de la playa que marcaba el arranque para caminar por las rocas del espigón que tan solo avecinaba niebla en los primeros pasos.
Debía esforzarse en nadar, en volver a sentir la sensación de una brazada tan plagada de intenciones como perdida en la inmensidad de un, de nuevo, ordenado caos.
Perdía su mirada en el lejano espectáculo y se preguntaba si realmente podría sentir esa lluvia y esas llamas, o por el contrario se trataban de reflejos de un pasado que ahora se dibujaba con la perfección del que se ha visto atravesado por todos los componentes de la obra.
Quizá eran componentes de una podredumbre que ahora expiraba su último aliento tratando de forjar una hipnosis que lo mantuviese en una eterna burbuja, mientras la regeneración de las mismas piedras surtía efecto.
Lo que sí tenía sentido era la coalición entre los lamidos de ese mar que suplicaba por su presencia entre la complejidad de su interior, y las lágrimas que brotaban cuando pensaba en despedirse del paisaje de un horizonte que nacía de su propio ser.
Probaba y probaba. Alternaba su posición desesperadamente.
El oscuro cielo le brindaba consuelo.
Las gotas impulsadas por el fuerte viento le redimían.
Las olas que le estiraban al regresar lo aliviaban.
Pero en su mente, contra todo pronóstico, algo ardía. Despedazaba la simplicidad de los actos lanzando arpones contra los más inocentes sentimientos. Gemía de dolor para atraer la percepción hacia su terreno, para entonces sonreír con la mueca de la venganza, mostrando el conjunto de calaveras de lo que una vez fue y nunca volverá a ser.
De modo que se ponía en pie y contemplaba el horizonte.
Contradictorio y atrapado en una pugna tan estúpida como eterna.
Bello y gastado.
Una hipnótica estampa en la que perderse inútilmente seducido por su atormentado planteamiento.
Bajaba su mirada hacia el agotado oleaje que finalmente moría arremetiendo contra la tierra, recuperando entonces la vitalidad indicándole el camino.
El reloj continuaba marcando la misma hora.
Una burbuja de esperanza y condena perpetuaba la mezcla para mantener las constantes de ese escenario hasta que fuese necesario.
Las estrellas brillaban a lo lejos. Nombres propios con una historia infinita asociada.
Podía sentirlas pero no verlas. Esta vez estaba solo, con el tiempo detenido conteniendo un suspiro que debía ser el pistoletazo de salida hacia una actitud olvidada que nada tenía que ver con la contemplación de un enfermo mundo interior al borde de la extinción.
El mar le invitaba a nadar.
El contradictorio horizonte tejía y tejía para renovar el contradictorio espectáculo.
Ardería y lloraría, mientras su corazón nadaría hacia algún lugar donde poder hacer reposar el plomo de una mente obsesionada con un paisaje que debía desintegrarse, haciendo caer las vendas de unos ojos ciegos que siempre pudieron ver.
De momento admiraba el horizonte quizá por última vez.
Facilitaba el enfrentamiento dentro y fuera de él.
Y sentía la lluvia en su rostro, sonriendo a las olas que cada vez se lo llevaban con más fuerza.

Un lugar


Amanece, la luz baña el lugar, que estalla en un infinito baile de vida.
Un riachuelo acompaña con su música el caminar sobre un suelo de hojas que crujen antes de ser aplastadas contra la tierra. El juego de luces y sombras resulta precioso. Los árboles de húmeda corteza invitan a ser tocados, mientras en su copa trazos azulados se dibujan entre las verdosas ramas. Se trata de un instante que no se repetirá, en un lugar que día a día tratará de mantener en pie su oferta.
El anaranjado tono que aguarda en algún punto posterior prepara las bases de aterrizaje, mientras la noche ultima su propia propuesta.
La belleza del lugar resulta perenne. Incluso cuando el aire transporta emociones y las energías danzan modificando realidades individuales, el explosivo amanecer mantiene el total en perfecto estado, para todo cuanto habite ahí, sea lo que sea y no sea lo que no sea. En ese preciso instante. El atardecer, que al arrojar su sedante sobre el oleaje de un mar misterioso como si de un alucinógeno camino de luz se tratase, puede mimar a sentimientos y emociones, acaricia con un último aliento cálido todo cuanto alcanza a sentir. La noche tiñe oscuras las entradas a los laberínticos entramados de cuevas donde se acumulan las armas de un ocaso que no pertenece a ese lugar. Las invitaciones a entrar, hojas que crujen. Sin embargo el cielo ilumina de un modo quizá mágico todo cuanto pertenece al lugar, sea lo que sea y no sea lo que no sea en ese instante. El agua resplandece y comparte su música con nuevos miembros, abriendo invisibles caminos oníricos donde dibujar en un lienzo cuyo abstracto despertar se fusionará de algún modo con el nacer de un nuevo día.
La lluvia de grisácea cúspide, incluso con sus tambores y latigazos eléctricos, visita golpeando aleatoriamente en una continua generación de situaciones.
La niebla viene y va. Muchos son los sentidos que pueden arraigar en ese lugar. Si la niebla los envuelve en un cíclico abrazo, ninguna diferencia habrá entre azul o naranja, gris o negro, río o laberinto. La enfermedad, cercana o no al extraño ocaso, usa a modo de guante la espesa niebla.
No obstante el lugar nació de la nada para alcanzar su totalidad. Puede sentirse en la profundidad de cada ínfima parte así como en su exterior más amplio.
Cruzar la niebla en cualquier dirección, un solitario camino repleto de compañía.
Amanece. Lienzos invisibles producen movimientos y acciones que se integran en un estallido que siempre quiere más, mientras mantiene intacta su oferta.

La parejita




Soledad y Romántico se miraban fijamente, con una intensidad quizá olvidada. Se habían dado cuenta del tiempo que hacía que no hablaban. Antes, en una era pasada, de sus conversaciones surgían ideales y convicciones que mantenían en pie la promesa de una leña que algún día debería arder esplendorosamente. Ahora no sabían qué decirse, como si se tratasen de dos desconocidos faltos de conexión emocional. Eso los llenaba de una profunda aflicción, y ni siquiera las grandes jarras de cerveza ni las fuertes copas que Experiencia les ofrecía les suponían una tentación.
Se encontraban en La Hora de la Verdad, una taberna reinaugurada hacía bien poco en un poblado al que no sabían muy bien cómo habían llegado. Horas antes habían estado intimando en la Cabaña, abrazándose tras años de abandono e incluso menosprecio mutuo. En ese instante, sin embargo, parecían obligados a llegar a un acuerdo.
No podían ni siquiera llamarse enemigos, pues ninguno de los dos recordaba episodio alguno de trifulca, sí no obstante de malentendidos. Romántico recordaba claramente sus continuos episodios maníacos por mantener viva la hoguera de su esperanza, mientras Soledad recordaba su absoluto rencor por verse abocada de forma prácticamente continuada a los pozos de la melancolía. Un pulso que no habían escogido pero sí mantenido desde tiempos inmemoriales.
Agotados al fin, incapaces ya de avanzar ni retroceder, de apretar o aflojar, estaban dispuestos a llegar a un acuerdo. Mientras el mezquino Azar se frotaba las manos invitando a unas rondas a un grupo de personas perdidas, Vida, el oxígeno que Soledad y Romántico respiraban en forma de puritos con aromático sabor a naturaleza, los inspiraba para dar el paso definitivo que debería reconciliarles en su tortuosa relación.
– ¿Puedo pasar? – Dijo medio en broma Miedo en ese preciso instante, abriendo de par en par las puertas de la taberna.
– ¡Por supuesto! Eres más bienvenido que nunca. – Respondió Experiencia, mirándole, pero con sus grandes manos apoyadas en los hombros de los ya titubeantes Soledad y Romántico. – Eso sí, – prosiguió, – mejor siéntate lejos de la parejita, pues tienen mucho de que hablar.

La sombra y la luz


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CAPÍTULO I:  ¿SE LO ENVUELVO PARA REGALO?


Bobby tenía mujer y dos hijos.
La primera parte de esta historia debería enfocarse bajo el prisma de la ilusión.
Marta, su esposa, tenía una hermosa cabellera rubia, esbelta silueta y grácil carácter.
Bobby siempre recordaba la noche en la que se conocieron, ambos con un pedal digno de admiración. Despertaron sin recordar demasiado, pero se podría decir que perdidamente enamorados.
Años después llegaron Verónica y Charlie, dos querubines, rubios como su madre, que causaban furor en el barrio por su simpático desparpajo.
Bobby siempre aprovechaba las navidades para llevar a cabo algo especial, aunque supusiese un elevado gasto económico o de trabajo personal. Generalmente ambas cosas.
Pero ese año el bueno de Bob tenía en mente algo verdaderamente especial.
Se dirigió a la zona de callejuelas, donde halló lo que andaba buscando, una tienda con bellísimos artículos para envoltorio. Sus regalos ya eran perfectos, ahora faltaba la guinda al pastel.
Lo que encontró en grandes centros comerciales era demasiado frío, no hacía justicia, sin embargo los artículos de todo tamaño y color de la pequeña tienda suponían el paraíso para la desbordada imaginación de Bobby.

Sin embargo ese año no fantaseaba imaginando la reacción de sus seres queridos, puesto que la segunda parte de esta historia debería enfocarse bajo el prisma del alcohol.
Cierto día abandonó su día a día usual para lanzarse a una ruta de bares que acabó provocando como consecuencia la aparición de un mini-bar siempre bien surtido en la todavía cálida casa de Bobby y Marta.
- ¿Otra vez borracho, Bobby? - Preguntaba una cada vez más preocupada Marta. - Te echo de menos, ¿Por qué no vienes a la cama? - Ella no paraba de insistir.
Bobby se portaba mal con ella y los chicos. En lugar de ayudarles a hacer los deberes los mandaba directamente a la mierda, no siempre con la calmada voz con la que les educó.
De modo que ese año todo debía salir perfectamente para Navidad.
Llevaba todo un año con los regalos a punto y los nervios le hacían comerse enfermizamente las pieles del contorno de los dedos.
Por eso, con su par de whiskys encima, rozó el cielo al dar con la pequeña tienda de envoltorios para regalos. Adquirió de modo compulsivo cinta y papel, maripositas y pinzas con flores de todos los colores. Se hizo con cartas diminutas y con sus respectivos sobres, todos decorados invitando a su imaginación a contemplar las obras.
- ¡Vaya, parece usted Papa Noel! - Bobby reía con las dependientas mientras mostraba fotos de carnet de su familia y anunciaba lo felices que iban a ser al ver el resultado final.

La tercera parte de esta historia trata de como la Navidad puede cambiar a las personas a mejor, a hacerlas sentirse radiantes mediante el amor al prójimo.
Ya en el silencio del hogar, Bobby pasó horas, entre copita y copita, preparando los tres regalos más ambiciosos de toda su vida. Era nochebuena, y en lugar de estar toda la familia reunida, a Bobby lo envolvía un lúgubre frío, pues lo tenía todo preparado desde hacía ya mucho tiempo.
La sorpresa, desde luego, lo merecía. Debía reconciliarse con los suyos por completo.
Mientras doblaba cuidadosamente el papel, pensó en Marta y el modo en que la quería, y poniendo la cinta recordó la fantástica noche en que la conoció.
Ya atareado con las maripositas y las pinzas con los sobres dedicados, pensó en sus adorables hijos que, pese a no ser buscados, los habían conducido a un nuevo mundo de sensaciones.
Dado que era un tipo resuelto, resopló al terminar la obra, con ganas de besar los tres regalos que pronto perderían ese aura de mágica sorpresa que llevan atados a sus nuditos.
Bajó con ellos a cuestas al sótano y los colocó en sus respectivos lugares.

De ese modo, las cabezas de la zorra de Marta y los hijos de puta de Charlie y Verónica quedaron envueltas justo encima de sus respectivos torsos desmembrados y comidos por las ratas desde hacía ya un año.
Y así, por fin, Bobby pudo acabarse de golpe una botella sin interrupciones, calentito en su hogar y con un precioso árbol de navidad parpadeando sus mágicas lucecitas.


CAPÍTULO II:  LA CIUDAD BLANCA


Despertaron juntos y desnudos, en el centro del bosque.
Confusos se pusieron en pie y se miraron unos a otros. Una mujer, un hombre, un niño y una niña.
No sabían comunicarse entre ellos, de modo que comenzaron a caminar dando tumbos. Fueron encontrando a muchos otros, que reaccionaban tras despertar del mismo modo.
Visto desde una perspectiva elevada, se iban formando dos grandes grupos a medida que los confundidos individuos elegían una de las dos rutas posibles.
Cuesta arriba hacia la luz o cuesta abajo hacia el atardecer.

Cuando el primer grupo emergió de la profundidad del bosque, atisbó una ciudad blanca no demasiado lejos. En dicho grupo los integrantes no acumulaban suciedad, estaban como recién bañados. Cruzaron el umbral formado por el portal de bienvenida, y fue entonces cuando sus cerebros entraron en shock.
- ¡Bienvenidos! - Gritó un hombre alado, semejante a un ángel.
En ese instante unos cuantos integrantes del otro grupo, que al parecer habían estado a la expectativa, surgieron corriendo del bosque en dirección a la ciudad blanca.
El mismo hombre alado se encargó con su simple mirada de golpearlos con tal fuerza que fueron devueltos de inmediato al laberíntico bosque.

Ahora sí Marta, Charlie y Verónica pudieron reconocerse. Antes de penetrar en el interior de la gran ciudad, fueron invitados a realizar una excursión. Obligados, más bien, pues la confusión era tal que se veían guiados prácticamente como ganado.
Volvieron a entrar en el bosque y se dirigieron directamente al atardecer. A medida que avanzaban, los árboles iban dando paso a un rocoso terreno cada vez más cálido, hasta resultar ardiente. Lo curioso resultaba que no eran reconocidos por nadie del lugar, era como si su presencia allí resultase invisible.
Fueron caminando hasta llegar a unas interminables hileras de lo que parecían máquinas ensangrentadas. En ese instante llevaban a Bobby a una de ellas.
- Mirad, ese ya ha sido juzgado pese a su juventud. - Anunció el ser alado.
Todo el grupo sintió lástima por el cruel destino que esperaba a ese hombre, pues tras la primera vuelta que retorció por completo su cuello, siguió vivo, sintiendo aparentemente todo el dolor que podía llegar a sentir.
A Marta, Charlie y Verónica les sonaba vagamente el rostro del desdichado, pero no prestaron demasiada atención hasta que él gritó sus nombres, pues al parecer les conocía desde hacía considerable tiempo.

En el potro de tortura, Bobby vio como el torturador, un hombre sin piel, se acercaba a su rostro y con un nauseabundo aliento anunciaba algo así como que él sí podía recordar su última vida mortal, pero los pulcros asistentes a la tortura no.
Bobby recordó como cercenó sus cabezas, como las envolvió para regalo y de que modo se arrastró como alcohólico durante el resto de su vida mortal.
Comenzó a aullar los nombres de sus familiares mientras la tortura iniciaba su proceso de larga, larguísima, duración.
- Tenemos que darte el aspecto apropiado si vas a visitarles, amigo... - El torturador sonreía mientras pronunciaba estas últimas palabras.

De vuelta a la ciudad blanca, se comunicó al grupo a donde debían dirigirse para comprender mejor la situación. Era una ciudad bonita con tintes de fortificación. En lo alto de la más alta torre, dos hombres alados conversaban.
- La sombra crece en el universo. - Dijo uno de ellos.
- Mientras sigan llegando a nuestra ciudad, siempre habrá esperanzas. - Puntualizó el otro.
- No podremos responder a un ataque solo con un puñado de inocentes. - Respondió sombríamente.
- Tarde o temprano, Él volverá.


 CAPÍTULO III:  SOMBRAS


Una espesa niebla cubría el bosque aquella gélida noche. No es que fuese una noche fría, sino que parecía como si las agujas del reloj no existiesen en ese sombrío lugar. Un niño caminaba descalzo en pijama, más o menos a la deriva aunque en guardia. No necesitaba apartar ramas, los árboles mismos parecían esquivar sus pasos guiándolo a cierto destino desconocido.
De pronto el interior del chico se alteró. Su corazón aumentó revoluciones sabedor de que ya no estaba exactamente solo. De refilón podía verla, inmensa.
Como si de un viaje teledirigido se tratase, tuvo que darse la vuelta y hacerle frente, acercándose a ella más y más. De pronto la tortura de detuvo y quedaron uno frente a otra. La mente del chico se hacía trizas navegando en los mares del temor, cuando el huracán estalló.
- Siempre estaré contigo. - Con estas palabras la inmensa sombra abrazó al chico, que vio como se alejaba de la espesa niebla y el laberíntico bosque para despertar agazapado en su cama.
Aterrado, deseó que no llegase un mañana, y tapándose hasta el pelo con las mantas se protegió del recuerdo de la profunda oscuridad que lo había abrazado en su última pesadilla.

- ¿Qué me dices de ese? Va bien marcado. - Comentó Saidek, en pie y cruzado de brazos, sobre una de las torres de la ciudad blanca.
- ¡Desde luego! - Respondió su compañero alado. Se llamaba Rufk. - Hacía tiempo que una de las Antiguas no se interesaba por nadie. Pero del mismo modo habrá que ver si el chico está a la altura... - Dijo acariciándose el mentón.
Bajo ellos un nuevo riego de seres luminosos, esta vez menor que el último, ponía pie en la ciudad blanca. Mientras tanto los fuegos de las salas de tortura parecían no dar a basto, y los afinados oídos de los seres alados oían todo tipo de maldiciones.
Saidek miró preocupado a Rufk.
- Aún les queda un buen trecho para montar un ejército capaz. - Rufk asintió.
- Sin embargo, a este ritmo, bien sabes cual será el destino final de la guerra. - A Saidek le brillaron los oscuros ojos por un momento.
- Debemos aguardar a que alguno de los marcados acepte la responsabilidad. - Esa frase puso punto y final a la conversación, pues ambos debían descender de la torre a explicar a los recién llegados qué les había ocurrido para así finiquitar su confusión.

El chico creció sin miedo a la oscuridad, pero sí con respeto. Evitando a toda costa caer en las redes de psicólogos o psiquiatras, vivía una vida confusa y agonizante, donde cada pequeño paso llevaba asociado un enorme peso. Era como si tras aquella pesadilla en sus tobillos hubiesen aparecido cadenas que arrastrar, a las cuales se iban añadiendo bolos a cada paso que daba.
Las pesadillas siempre le acompañaron, y curiosamente fue el recuerdo de la sombra el que le servía de mayor utilidad para deshacerse de los demonios que pueblan los oscuros recovecos de cualquier mundo en que uno viviese. Aparecieron otros monstruos mientras dormía y cuando no, pero ninguno lo abrazó, ninguno le juró lealtad eterna.
De ese modo, conociendo rápidamente la muerte de seres queridos, el chico creció a la sombra.
Pues siempre, tras cada mala experiencia, ella estaba allí, gélida en el bosque atemporal, para guiarle y asesorarle, como si de su conciencia se tratase. Ya no le era necesario zafarse de la realidad cubriéndose con las mantas de una cama. Bastaba con consultar en su fuero interno y hallaba la fuerza con la que tomar una decisión y actuar.

- Parece que el chaval se lo toma en serio. - Rufk sonreía.
- Bien sabes que su sangre está actualmente contaminada. Tarde o temprano, evadirá su responsabilidad. Y no es fácil reconducir a un marcado. - Saidek reflexionaba en voz alta.
- Disfrutemos por ahora del momento, ya llegará la hora de echarle un cable. Brilla con mucha fuerza, es previsible que sea atacado a destajo. - Rufk trataba de animar a su compañero, flotando a su alrededor.
- No debería perder jamás la voluntad. Si lo hace una sola vez, nos quedamos sin garantías. - Saidek negaba con la cabeza, disgustado por el cambio que significaba la sangre del chico en el curso de los acontecimientos. - En fin, hay otros. El Universo no acaba en ese planeta. Voy a charlar con Bobby, quizá haya entrado en razón. - Con esa frase emprendió el vuelo hacia la zona de torturas, donde el hombre que arrancó las cabezas a sus seres queridos no tenía ya atisbo de piel ni rastro de su antigua voz, desgarrada sobremanera de tanto gritar en vano.

Bobby tenía ahora a tres compañeros a su inmediato alrededor. Recién llegados aparentemente. Uno de ellos gritaba a una mujer que le salvase. Lo estaban tapando dejando únicamente sus ojos a la vista. Saidek ya sabía cual era el truco, en el reverso interior de la manta unas orugas caníbales iban a actuar durante décadas.
- ¿Te arrepientes, Bobby? - Se limitó a preguntar un seco Saidek.
Al desgraciado le habían arrancado la piel a tiras y se habían llevado su lengua de regalo, aunque si algo de bueno quedaba en él podía hacer uso de la telepatía para comunicarse con el único ser alado del lugar.
< Vais a pagar por esta barbarie, desgraciados. > La respuesta era débil, Bobby era ya casi una sombra.
< ¿Acaso no recuerdas la que perpetraste tú con aquellas tres almas inocentes? > A Saidek le bastó la mirada que le fue devuelta para comprender que habían convencido del todo a Bobby. Estaba perdido.
Los torturadores eran demonios que saciaban su sed de sangre a cambio de crear sombras que visitasen a los seres vivos allí donde se encontrasen, despiertos o dormidos.
Pronto Bobby sería puesto en libertad y se convertiría en el oscuro sueño de alguna alma pura, lo cual la dejaría en cierto empate técnico que a efectos de la guerra en ciernes de nada servía.
Anuladores de luz, los solía llamar Rufk, siempre con tono cabreado.
Saidek volvió a casa dejando atrás los gritos desgarrados a medida que sobrevolaba el gran bosque rumbo a la ciudad blanca.

En la Tierra, el chico creció hasta llegar a la adolescencia, donde todo se volvió turbio. Tan turbio como se puede ver algo a través de una gran jarra de cristal llena de cerveza. Tenía quince años y su conexión con la inmensa sombra saltaba por los aires. Quedaba en manos de su experiencia, su resolución, su rectitud, su esperanza y su ilusión que la pudiese o no recuperar algún día.
Ya con la sangre contaminada, esquivar a los analistas de la mente de su época no le iba a resultar tan sencillo.

- Tsk. - Chasqueó Rusk. - Se acabó lo bonito.
- ¿Hora de ponerse a trabajar? - Saidek era quien sonreía esta vez.

El chaval se vio sumergido en un profundo océano cuyas corrientes quedaban forjadas por la gran sombra, apariciones esquizofrénicas y miles de temores ocultos en cada esquina.
< No sufras, recuerda que siempre estaré contigo. > Susurró Conciencia.


 CAPÍTULO IV:  LA CHARLA


Uno de los Ancianos iba a pronunciarse.
Saidek y Rufk caminaron por las estrechas calles de la ciudad blanca en dirección al lugar previsto.
Cuando hubieron reflexionado acerca de por donde entraría el canal de voz, se separaron para poder concentrarse en óptimas condiciones. Desplegaron sus alas y se arrodillaron en lo alto de sendas torres. Las estrellas brillaban con fuerza cuando el Anciano inició su discurso.
- Ya sabéis la gravedad de la situación. El ciclo se ha cumplido y le toca atacar a la oscuridad. De obtener una victoria absoluta, todo por cuanto hemos luchado eternamente desaparecerá. De vosotros, mis alados, dependerá que reunamos la suficiente energía como para repeler ese ataque. - El Anciano se detuvo unos instantes.
Rufk no estaba exactamente de acuerdo con el plan. A él siempre le gustaba más la versión en la cual aparecía Él. Reaparecía, más bien.
Saidek en cambio estaba desganado y desesperanzado. Había existido bastantes más ciclos que su buen amigo, y conocía mejor los entresijos de lo que iba a acontecer.
El discurso prosiguió.
- Se habla de que algunas de las Antiguas han marcado a individuos concretos. De ser eso cierto, habría que estar más atentos que nunca. Él podría estar de vuelta. - El Anciano volvió a interrumpirse.
Él, recordaba Saidek, era la forma con la que se referían los Antiguos al creador del Caos inicial. El que podía destruirlo o construirlo todo a su antojo. A Saidek la historia medio ni le importaba medio le estremecía, pues tal poder superaba todo lo imaginable. Podría acabar con los ciclos, las eternas guerras entre luz y oscuridad, para siempre jamás. Sin embargo, unos cuantos ciclos habían bastado para que un hastiado Saidek tirase la toalla en cuanto a ojear sin descanso en busca de tal tesoro para la ciudad blanca.
El Anciano, más enérgicamente esta vez, continuó con la charla.
- Nunca hay que dar por perdida una batalla por oscuro que luzca el Universo. Los torturadores lanzarán sombras a todos los seres vivos en el peor de los casos, pero incluso en ese escenario llegaran supervivientes en alma a la ciudad blanca. Tenemos la obligación de resistir por el bien de nuestra madre Existencia...
El discurso entró en una pesada fase de la que Rufk prefirió desquitarse. Se alzó y, acariciándose el rostro, escudriñó al chaval de la Tierra, solo por curiosidad.

El joven se había lanzado de pleno al alcohol. Pero el muy cabrón seguía sujeto a su Sombra dándoles nombres diferentes a partes de ella. < Saidek ya le perdió el interés hace tiempo, lo cierto es que su destino no pinta como yo esperaba... > Rufk, no obstante, sentía algo por esa vida, y solo ese detalle ya le hacía sentirse mejor alado que su amigo, cuya ayuda aún quedaba reservada.
En los momentos más jodidos, cuando el joven andaba en serio peligro, Rufk siempre estaba allí para echar un cable.
- ¡Vaya, mira por donde alguien le ha encontrado! - Gritaba Saidek a carcajada limpia a cada actuación de Rufk. Eso le frustraba y le motivaba a partes iguales.
Hiciese lo que hiciese, el joven ponía nombre a partes de su guía trasladándolas a un papel.
Unas veces hablaba con Conciencia, otras con Resolución, Experiencia o Rectitud, incluso se imaginaba amante de Esperanza e Ilusión. Las había incluso ordenado de cierto modo, de manera que mostraba más respeto con unas y más confianza con otras. < No es más que un juego para el chaval, pero lo cierto es que ha parcheado el balón roto con tanto esmero que, algún día, podría resultarle efectivo. > Pensaba Rufk, convencido de que había trampa en esa sangre contaminada.

Regresó a la ciudad blanca y fue a hablar con Saidek. Éste último se llevó un dedo a la boca indicando a su compañero que estaba prestando atención.
- Oh, vamos, Saidek, esos amargados siempre dicen lo mism... - Saidek golpeó con firmeza a Rufk en las alas, apartándolo de él al tiempo que le indicaba que lo que se estaba diciendo era importante.
Rufk se sentó a su lado y escuchó.
- ...mientras aparezcan sectas que echen raíces Él se sentirá ofendido y no se reencarnará. Hay que acabar con las mismas sectas que, curiosamente, nos veneran. Todos sabemos que solo podemos ayudar a los marcados, pero la guía espiritual deberá ser de ahora en adelante nuestro centro de atención. Están perdidos, cada vez más a medida que el Universo se oscurece. - El Anciano se detuvo un instante, el discurso parecía a punto de finalizar. - Ánimo a todos, alados míos, que el paso de los ciclos refuerce vuestra esperanza en lugar de llenaros de pesar. - Con esas palabras llegó la desconexión y Saidek quedó junto a Rufk, en silencio.
- Quizá debería aprender algo más de ti en lugar de mofarme tanto. - Las palabras de Saidek sorprendieron sobremanera a Rufk. Él era prácticamente un recién llegado, solo había peleado en un par de ciclos de baja intensidad, en cambio Saidek lucía unas increíbles alas plagadas de cicatrices.
- No digas tonterías, amigo mío, simplemente, muy en el fondo, también quieres creer que es posible que Él vuelva. - Rufk rascaba sólida roca.
- Tampoco vayamos a ponernos debiluchos, jovencito. Tengo hambre, vayamos a comer algo. - Con esas palabras la pareja emprendió el vuelo a los cercanos bosques a la ciudad blanca.
Los bosques tenían muchas flores cuyo fucsia polen representaba un auténtico manjar para cualquier ser vivo o en Existencia.
Ya saciados, tumbados boca arriba, escucharon como en las cercanías un grupo de recién despertados comenzaba a ponerse en pie. Hicieron apuestas para ver cuantos se dirigirían hacia la ciudad blanca y pasaron un atardecer agradable, sordos voluntariamente a los ecos de las salas de tortura.
- ¡Saidek, por los Ancianos, ven aquí! - Voz en grito, Saidek acudió velozmente a la llamada de Rufk, consultando qué demonios ocurría.
En el suelo había un niño, desnudo e impoluto, en aparente estado de coma.
Hacía muchísimos ciclos que no se daba un caso de despertar comatoso. No había manera de saber cual era el alma descendiente del chico, habría que ponerse a trabajar a destajo.
Mientras Saidek cargaba al vuelo con el cuerpo, Rufk de modo impulsivo echó un vistazo a la Tierra, donde su joven marcado sufría, sufría y sufría sin límite alguno.
< Se está torturando sin haber merecido castigo alguno... > En su fuero interno Rufk estaba convencido de que tantas casualidades eran imposibles. Como mínimo ese chico en coma iba a ser un joven alado, cosa ya sorprendente y esperanzadora.

En la Tierra, el joven construía para destruir consecutivamente sin descanso.
Parecía jugar a un juego de Dioses que ponía a prueba a su ángel de modo constante.
Al fin y al cabo nadie se tomaba nada en serio.
Él simplemente se sentía especial, por como le trataba o le dejaba de tratar la gente.
Se ahogaba sin aliados, de modo que inundaba cada vez su más hondo pozo de pesar con todo el alcohol que llegase a sus manos. Cierta tarde, empapado en lágrimas, se arrodilló en el suelo y miró al cielo, queriendo gritar. Solo había techo, pero en su interior, mucho más hondo que el pozo que el mismo había cavado, una fe palpitaba.
Quizá lo verdaderamente importante se estuviese librando, al mismo tiempo, en otro lugar.
Quizá su verdadera alma estuviese atrapada, en coma, mientras libraba batalla tras batalla.
Y así, con estos pensamientos, abrió la tercera botella de whisky de la semana.


 CAPÍTULO V:  RUFK


Rufk se llamaba Sherat en su decimocuarta vida.
Nació en el planeta Antar, donde fue criado con amor. Tras la trágica perdida de sus padres, cazados por unos indeseables, Sherat tuvo que abrirse camino solo hasta alcanzar la madurez. Nunca perdió del todo el rumbo, pues bien sabía cual debía ser su cometido. Descartó ser guiado por la venganza y apostó por el perdón. Así pues cursó los fríos mares soportando los severos castigos de los suyos sin apenas inmutarse.
La suya era una civilización en guerra. Los seres de los mares peleaban a brazo partido con los de la tierra, y en esa guerra no había lugar para posiciones intermedias. Él la ocupó. Convenció a los suyos de que luchar no merecía la pena, de que podrían aprender grandes cosas de los seres de la tierra si tan solo lograban comunicarse con ellos. De ese modo fundó una organización dedicada en cuerpo y alma al desarrollo de la telepatía.
Sherat sufría cada pérdida de los suyos como el que más, pero a medida que pasaban los años en su vida más convencido estaba de que su instinto no le guiaba equívocamente.
A los ciento cincuenta años, la organización estaba de enhorabuena. Disponían de la capacidad de saludar amistosamente a los terrestres. Tardó apenas media jornada en acercarse a un barco de investigación para poner en práctica lo logrado, lo cual se saldó con un rotundo fracaso y un cuerpo plagado de cicatrices. Ninguno de los suyos lo intentó de nuevo jamás.
Fue Sherat quien, intento tras intento, quemó su vida hasta ser cazado joven, a los quinientos años, poniendo fin a lo poco que quedaba de su organización.

Tamaña sorpresa le supuso despertar en un bosque colgando de un árbol con unas alas enredadas en las ramas. Enseguida comprobó como en ese misterioso lugar sí funcionaba su técnica telepática, pues una voz le reclamaba desde el norte, donde una gran ciudad blanca se alzaba imponente.
- Vuelve a casa, Rufk. - Le decía.
Rufk se descolgó como pudo y digirió su última vida como lo que había sido, un rotundo éxito en cuanto a dedicación y un absoluto fracaso contra su enemigo. Y, al parecer, sus servicios ya no iban a ser necesarios en ese ámbito nunca más.
- Te hemos dado alas ya que el balance de tus catorce vidas ha tenido su guinda con esta última. - Pronunciaba una anciana voz. - Ahora puedes recordarlas todas, y regocijarte sin sufrimiento en lo que será tu casa para siempre jamás.
Era cierto, Rufk podía por vez primera tener acceso a todos sus recuerdos, y disfrutar de un vuelo plácido a la ciudad blanca en lugar del confuso paseo en cueros de costumbre. Conoció a otros alados y se recuperó de todo el dolor acumulado en templos llenos de paz. Hizo falta realmente mucho tiempo para que ese proceso finalizase.
Un día, un alado entró en sus aposentos y le ofreció explicarle una historia fascinante. Rufk aceptó sin reservas. El ser alado se llamaba Saidek, y por el tamaño de sus alas parecía mejor no hacerle mucho la contraria. Ambos salieron y se elevaron a lo alto de una alta torre, donde durante toda la jornada, fascinado, Rufk se limitó a escuchar.
La historia comenzaba con la presentación de los ciclos. Éstos eran periodos de tiempo en los cuales se cerraban una serie de acontecimientos. Básicamente oscuridad y luz peleaban en el campo de la Existencia por ver cuál de las dos energías lograba la supremacía. Para ello podían manipular todos los mundos vivos del Universo con tal de reclutar efectivos para sus filas.
Continuaba con la presentación de los Ancianos, seres alados de los tiempos antiguos, donde según decían el equilibrio estaba roto y no existían los ciclos. La ausencia de tal bucle aglutinó a las sombras en un Universo paralelo y dejó el actual Universo de los vivos como un único lugar eternamente luminoso. Sin embargo, algo ocurrió que hizo cabrear a una fuerza que resulto comportarse como una auténtica tormenta de furia. El Caos hizo trizas aquella organización, dando paso a los ciclos y haciéndose desaparecer a sí mismo para siempre.
Saidek solo conocía la historia como una vieja fábula, pues él siempre había existido en los ciclos y le era imposible imaginar una organización diferente de todas las cosas.
También tocó el tema de los torturadores, que venían a ser su antítesis. Los seres alados de la oscuridad, cuyo trabajo consistía en convencer a almas corruptas de aceptar un largo destino como sombra o espíritu maligno para algún día poder ser como ellos. Su misión como sombras consistiría en descender al Universo de los vivos para confundir a su vez a almas descarriadas, o incluso cegar a fuentes potenciales de luz.
Básicamente, con esa historia, le expuso los puntales básicos de la situación que vivían.
- ¿Entonces no hay escapatoria de este lugar? - Fue lo primero que se le ocurrió preguntar a un asfixiado Rufk.
- Por supuesto que la hay, esta noche es fin de ciclo amigo mío, y me hubiese parecido injusto que partieses hacia la Existencia sin tener la menor idea de nada. - Las palabras de Saidek pusieron en guardia a Rufk, que siguió escuchando con más atención que nunca. - No es que existan infinitas ciudades blancas, pero casi, y para que te hagas una idea de la cantidad de sombras que ya habitan el Universo de los vivos, quédate conmigo mirando al cielo y prepárate para la lucha.

Los siguientes acontecimientos resultaron estremecedores. Jamás imaginó tal cantidad de demonios juntos a la vez guiando a horribles criaturas torturadas, bosque arriba, en dirección a la ciudad blanca. Algunos alados ya repelían con luz de sus pupilas algunas acometidas, incluso exterminaban a demonios.
- Saidek... ¿Qué ocurrirá si acaban conmigo? - Su voz temblaba.
- No te preocupes por eso, hoy estás conmigo. - Tras esa frase Saidek emprendió el vuelo hacia el frente de la batalla e inició una destructiva fase de demoledores ataques que dejaron sin la mitad de la guarnición de torturados a los demonios que atacaban. Tras eso, ordenó algunas cosas a otros alados y regresó junto a Rufk.
- Su objetivo son los Ancianos. Nuestra misión aquí es protegerlos. Esto está ocurriendo en todas y cada una de las ciudades blancas. Si capturan a un recién llegado desnudo, no te apures, el máximo mal que pueden hacerle es acelerar su nueva reencarnación. ¿Crees que puedes encargarte de ese demonio? - Con un dedo señaló a una especie de perro de cabeza y media, que rugía en la base del arco de bienvenida de la ciudad blanca.
< Si inventé la telepatía también podré lanzar estos rayos de luz. > Se dijo, al tiempo que se concentraba. El recuerdo del dolor de los suyos en muchas de sus catorce vidas estalló en su interior, solo que en lugar de una lágrima, dio como resultado un relámpago que redujo a cenizas al maldito demonio.
La batalla se alargó mucho tiempo y algunos alados cayeron, o como decía Saidek, partieron hacia la Existencia. Los Ancianos, telepáticamente, les comunicaron que las ciudades blancas estaban a salvo en su gran mayoría, y que se había logrado preservar el equilibrio una vez más.
Tras unas jornadas de dolor y reflexión, Rufk se encontró con Saidek en lo alto de la torre donde le hubo explicado la larga historia tiempo atrás.
- ¿Que pasaría si la oscuridad ocupase el Universo de los vivos por completo? - Rufk suplicaba respuestas. - ¿Que ocurriría si fuésemos derrotados? - Saidek se limitaba a guardar silencio. En seco puso su mano sobre el hombro de Rufk y contestó.
- Aún eres muy joven, Rufk, aunque ya has vivido tu primer ciclo aquí en la ciudad blanca. Lo iremos hablando con el tiempo. - Eso no dejó satisfecho a Rufk.
- ¿De modo que solo consiste en mantener este equilibrio? - Negaba con la cabeza mientras preguntaba. - ¿No hay manera alguna de romperlo? - Saidek se tomó su tiempo para responder.
- Bueno, algunos Ancianos creen que Él puede regresar y dejarlo todo como en los tiempos antiguos. - A Rufk se le iluminó la mirada. Dejó pasar unos instantes digiriendo la información.

- ¿Él?
- Sí, el Caos que un mal día decidió pillar el cabreo más grande de todos los tiempos.


 CAPÍTULO VI:  EL CHICO MAYOR


Cuando los ojos del chico se abrieron, algo se removió en toda la ciudad blanca.
Tras una corta espera el misterioso sujeto ya se acogía a los designios de la Existencia.
Toda una corte de alados se amontonaron en la entrada de sus aposentos para curiosear las primeras reacciones. Confusión no la hubo, desde luego. El chico se levantó y contempló con nimio interés sus alas.
- Bienvenido, amigo mío, ¿Eres tú, verdad? - Rufk probaba suerte telepáticamente desde lo alto de una torre, pues no le parecía buena idea ir zumbando a sacudir al chico hasta hacerle confesar. Tal era su estado de ansiedad.
El chico, lejos de extrañarse por la conversación que se abría en su mente, respondió con fluidez.
- ¿Tú que crees, colega? - Rufk casi se pone a llorar de la emoción. El chico prosiguió, mientras era observado por una docena de perplejos alados. - ¿Os lo habéis estado pasando bien observándome? - La pregunta no iba con mala fe, sabía Rufk, el chico y él, pese a no conocerse personalmente, llevaban bromeando toda la vida del primero.
La carcajada de Rufk esta vez no tuvo nada de telepática, lo que llamó la atención de Saidek, quien por vez primera fue a plantarse frente a su amigo. Saidek no daba crédito a lo que estaba ocurriendo, en su primera vida, alguien había logrado escapar del Universo de los vivos para coexistir en un equilibrio perfecto.

En la Tierra un hombre había hecho una pequeña apuesta para dejar el alcohol. Se trataba del chico marcado por la Antigua sombra. Dado que seguía parcheando la conexión a partir de elementos como la resolución, la experiencia o la rectitud, plasmó literariamente sus lucha interior como un combate contra una gigantesca anaconda en un desolado lago donde la soledad era de obligada compañía.
En realidad se trataba de una auténtica batalla campal donde su círculo de amistades se reducía a la mínima expresión y tanto su amada como su familia cercana sufrían las consecuencias de una vida conducida con auténticas dosis de las más hilarante locura.
Día a día, noche a noche, el hombre sufría los latigazos de la abstinencia y era puesto en manos de psicólogos y psiquiatras que no dudaban al señalar firmemente a una mente enferma.
Muy dentro de él, sin embargo, ciertas conexiones conducían a la conexión original, ya tan solo un recuerdo en su maltrecha memoria, en forma de gigantesca sombra.
Recordaba muy a menudo los tiempos en los que tapaba sus agujeros con alcohol, desarrollando extrañas conductas de actitud tales como arrodillarse para entregar sus servicios al Dios de la Existencia, reírse a carcajada limpia sabedor de que alguien le estaba echando o un cable o colocar la palma de su mano en el suelo para compartir su energía con la de su planeta.
Ahora que el combate contra la gran anaconda entraba en fase crucial, ahora que lo peor del síndrome de abstinencia estaba superado, al sujeto seguían sin parecerle conductas del todo extrañas. Mirando a su alrededor apenas veía rastro de caos, multitudes enteras se dedicaban a sus quehaceres diarios sin más preocupación que la de llegar a final de mes. Soñaba con un mundo mejor, con un mundo diferente, pero tan solo podía sentirlo cuando enlazaba correctamente las corrientes de su interior de modo que podía fluir hacia cierto oscuro y lejano lugar.
Y a ese hombre le encantaba sentir.
De ahí que su amistad con el alcohol quizá creciese tanto, pues la sustancia actuaba como aceleradora en la mente del sujeto, que jamás percibía como en su interior, donde verdaderamente se cortaba el bacalao, ejercía contrario efecto.

- Lo van a llevar ante los Ancianos mañana al alba. - Informó Saidek a un distraído Rufk.
- Entonces llegó la hora, iré a hablar con mi elegido. - A Saidek le hacía gracia que Rufk, con tan pocos ciclos a cuestas, se hubiese metido de pleno en un marrón de tan magnas dimensiones. El chico no solo mostraba desinterés por cuanto se le mostraba, sino que tampoco parecía reaccionar de modo alguno ante el hecho de ser el único del lugar que coexistía. El significado de tal término casi se escapaba de una mente concentrada a medias. El chico seguía en el Universo de los vivos guiado por Rufk, y al mismo tiempo iban a verse las caras en la ciudad blanca.
Saidek sonrió ampliamente por primera vez en muchos ciclos. La cosa tenía que ponerse interesante sí o sí.
Rufk descendió por los ventanales de las blancas edificaciones paulatinamente, refunfuñando incluso, buscando y rebuscando con qué palabras dirigirse al chico, cuando de pronto se pegó un cabezazo contra él. El chico rió de un modo histérico y abrazó a Rufk con fuerza, en señal de agradecimiento por cuanto había hecho, estaba haciendo y aún haría.
- ¿Como te llamas? - La mirada del chico parecía un agujero negro.
- R..RR...Rufk. - Consiguió pronunciar el aturdido alado.
- ¡Por fin nos conocemos! ¿Te habré dado bien el coñazo todo este tiempo verdad? - El chico seguía riendo, esta vez asiendo con cariño el rostro de Rufk. Éste recuperó el habla viendo el atrevimiento del muchacho.
- No lo sabes tú bien... Lo importante es que estás aquí, con nosotros, sea del modo que sea.
Durante las siguientes horas, hasta el anochecer, Rufk y el chico estuvieron en el bosque conversando y poniéndose mútuamente al día. Había mucha tela por cortar. En ese plano de Existencia no existían los secretos, con lo cual el chico, hombre en vida, sabía de que modo iban a vivir los suyos la totalidad de su vida y, por supuesto, él mismo.

La realidad terrestre no resultaba tan agradable.
< Los ángeles deben tener extraños modos para ayudarnos de cualquier modo posible... > Pensaba el hombre ya fregando la treintena. Él los sentía en todo cuanto le rodeaba, incluidas un puñado de personas. Unos padres y una hermana cuyo núcleo solidificaba una vida rota en pedazos, una amada acompañante que parecía contener en lugar de corazón un generador de eterna luz y un reducido grupo de personas que, fuese cual fuese la distancia, siempre estaban dentro de él, aconsejándole y compartiendo buenos momentos.
Y muy malos.
Los mordiscos de la anaconda resultaban constantes y el hombre debía desquitarse del veneno por vía literaria prácticamente a diario.
< ¿Y ahora que estás haciendo? > La pregunta de Conciencia incomodaba y descolocaba al escritor por partes iguales. Se había reconciliado por completo con ella, fusionándose y dejando atrás las conversaciones menores con Experiencia y Resolución, que pasaban a su vez a formar parte de él. Tan solo Esperanza e Ilusión quedaban en un cercano horizonte tan inalcanzable como invisible. Podía sentirlas del mismo modo que sentía como una extraña luz lo envolvía en determinadas ocasiones o con determinadas personas.
< La batalla será para toda la vida. > El sujeto recordaba las palabras de sus seres queridos con gran pesar en su interior. ¿Acaso no iba jamás a merecer un solo segundo de paz?

El Anciano estaba arrodillado en el suelo, como meditando, cuando el chico se adentró en sus aposentos. Una vez dentro contó hasta cuatro más. En total una formación de cinco Ancianos para llevar a cabo lo que tenía toda la pinta de un buen interrogatorio.
- ¿Como te llamas? - < ¿Por qué contaminaste tu sangre? > El chico prefirió omitir la aburrida pregunta verbal para centrarse en la telepática. Barajó entre sus respuestas subconscientes imaginando terror, dolor, pesar o fracaso, para acabar emitiendo sonoramente un < Por aburrimiento. > Lo efectuó de modo tan sonoro que toda la ciudad blanca se hizo eco de la respuesta.
Un coro de ovación recorrió prácticamente la totalidad de los alados, mientras Saidek puso cara de pillín al mirar de reojo a su amigo, que prácticamente lucía fauces de lo agresiva que se estaba tornando su sonrisa. Era, sin duda, una respuesta digna de Él.
Finalmente, pasada la conmoción, sonrió a los Ancianos y contestó verbalmente.
- Caos, jovencitos, ese es mi nombre.


CAPÍTULO VII:  EDUCACIÓN


Los Ancianos iniciaron de inmediato la educación del chico. De haberse efectuado la profética reencarnación, no había tiempo que perder. Le tenían en pie largas jornadas, inundando telepáticamente su interior de todas las enseñanzas acumuladas.
- Hambre no le falta al chico, desde luego. - Comentó Saidek mientras paseaba con Rufk.
- ¿Qué esperabas, acaso has conocido a alguien en el Universo de los vivos hacerse y hacer tantas preguntas en una sola vida? - Rufk se jactaba siempre que podía de su descubrimiento.
Mientras tanto el chico seguía con su educación. Básicamente, como primera medida, se le inculcaron los valores presentes en toda ciudad blanca. El amor hacia todo lo creado por la Existencia, desde una piedra en el Universo de los vivos hasta un colmillo de demonio. La paciencia que acabaría por tornarse sabiduría en el cíclico plano de la Existencia. La inmensa responsabilidad que conllevaba el hecho de portar alas y poder, por tanto, ejercer de alado en el Universo de los vivos. Eran solo algunos ejemplos.
En media docena de jornadas se dejó claro al chico que por mucho que apuntase maneras, le quedaba un buen trecho antes de poder declararse a sí mismo Dios del Caos.
- Se le ve bien entero con todo lo que le están metiendo en la cabeza... - Puntualizó el alado Rufk.
- Tarde o temprano llegará la hora de sus preguntas. Habrá que estar a la altura. - Saidek parecía mucho más enchufado que nunca, ya prácticamente no visitaba las salas de tortura, como si asumiese que tenían la clave de todo enfrente de sí mimos.

En el Universo de los vivos, en el planeta Tierra, el hombre marcado por la Antigua sombra debía iniciar un proceso de reeducación. En prácticamente todo, además. Gozaba de un entorno más que adecuado, por primera vez en toda su vida. Era como si los acontecimientos hubiesen alineado frente a él una autopista donde solo era necesario pisar bien a fondo el acelerador. Eso, para el señor de las tabernas y las callejuelas, era una arma de doble filo. La sensación de salir a correr verdaderamente al aire libre iba ligada al fracaso y, al mismo tiempo, a una percepción de conquista personal. Prácticamente sentimientos opuestos que se lanzaban desvergonzados a la pista de baile de la vida. El hombre dio su brazo a torcer y se dejó aconsejar por psicólogos y psiquiatras que, no obstante, se le presentaban como tuertos en el país de los ciegos.
Más ayuda le prestó su círculo íntimo de confianza.
Al fin las palabras de su pareja y su familia y amigos golpeaban con fuerza su interior, provocando inmediatas reacciones cargadas de ansiedad.
< Paciencia... > Le susurraba Conciencia desde algún lugar de su interior. La palabra a la que jamás había prestado atención parecía ahora cobrarse la importancia debida.
Se hablaba de que debía aprender de nuevo a disfrutar. ¿Pero cómo alguien que tan solo encontraba la paz cuando la quinta cerveza caía por su garganta podía lograr disfrutar privado de su brebaje? Era una pregunta de fácil pero rebuscada respuesta. Había que aniquilar a la anaconda, a la inmensa, kilométrica y laberíntica anaconda.
< Paciencia... > Parecía sentirlo en lugar de escucharlo. Era como si alguien, desde arriba, le lanzase dardos tranquilizantes cuando la cosa se ponía fea en su interior. Como si alguien estuviese allanando su camino de vuelta a casa.

- ¿Qué tal se lleva esto de dirigir al ser vivo mientras lo tienes enfrente junto a los Ancianos? - Preguntó Saidek con aires de mofarse de su cada vez más atareado compañero.
- Todo está cogiendo un excelente punto de equilibrio. - Se limitó a responder un concentrado Rufk, seguramente en diálogo con la parte viva del chico.
< Parece mentira el estirón que ha pegado Rufk con el cambio de ciclo. Se toma las cosas con una seriedad y una concentración bestiales. > Pensaba divertido Saidek. Plasmó a su compañero una idea tal cual surgió: - ¿Qué tal si liberamos al chico un rato y nos lo llevamos por ahí? - Rufk refunfuñó a causa de la nueva interrupción, pero su rostro cambió por completo cuando la idea se instaló en él.
- ¡Magnífico! El chico debe estar ya harto de tanta enseñanza continua.
Dicho y hecho, los alados se dirigieron a los aposentos de los Ancianos. Unas palabras de Saidek bastaron para convencer al consejo y dejar libre al chico. Se lo llevaron al bosque, donde esperaban que Él empezase a hacer las primeras preguntas en el campo de la Existencia. La espera fue corta.
- ¿Cuántos ciclos habéis vivido? - La profundidad en la mirada del chico era un auténtico espectáculo.
- Yo soy prácticamente un recién llegado. - Respondió Rufk, que miró a Saidek.
- Más de los que me gustaría. - Respondió este último. El chico miró a Saidek.
- ¿Y no hay manera de romper esta aburrida eternidad? Sin partir hacia la Existencia, por supuesto... - El chico y Rufk eran sin duda como almas gemelas en muchos aspectos.
- Algún día, - contestó Rufk poniendo su mano en el hombro del chico – serás tú quien nos conteste a esa y a otras muchas preguntas.
- Bueno, está oscureciendo, ¿qué tal si regresamos? - Tras las palabras de Saidek los tres alados partieron lentamente, a pie, hacia la ciudad blanca, cada uno sumido en sus propios pensamientos.

En la Tierra, el hombre marcado ansiaba respuestas más que nunca. Ya lejos del atontamiento provocado por el consumo diario de alcohol, las preguntas se agolpaban en su maltrecha cabeza.
¿Qué era la Sombra? ¿Existía alguien arriba protegiendo a los seres vivos de algún modo? ¿Lograría mantenerse firme hasta el final de la apuesta y no caer en la tentación de una recaída?
El único modo que tenía de materializar sus dudas era literariamente, de modo que ingenió una conversación con los perdidos trocitos del ser que era antes.
- Bueno colega, primer mes superado con éxito, no esperaba menos. Resolución apoyaba firmemente su mano en el hombro del escritor. - ¡Eh, Experiencia!, ¿Tú que dices?
Experiencia entró en la habitación barriga primero y hombre después.
- Yo creo que el chico se nos está haciendo mayor a pasos agigantados. Es para sentirse orgulloso.
El escritor los miró a ambos con afecto. Rectitud miraba por la ventana dando por bueno todo cuanto estaba ocurriendo, y Conciencia, perdida en el interior del hombre, tan solo rezaba una y otra vez: < Paciencia... Ya queda menos. >
Coincidían en muchas de sus frases con las emitidas por los seres queridos del hombre, lo cual le inspiraba cierta sensación de que verdaderamente las palabras de los suyos estaban comenzando a regar su seco interior con algo muy diferente al alcohol.
Pensó en Esperanza e Ilusión. Las sintió dentro de sí mismo por vez primera en mucho, muchísimo tiempo. Quizá se las estaban administrando desde hacía años y era el alcohol el que bloqueaba el paso. Quizá siempre habían estado a su pleno alcance y era él quien no quería, o no podía, estirar la mano. En cualquier caso, el solitario escritor se sentía bien acompañado, tanto por los seres vivos que estaban en ese instante lejos de él como por el resto de seres que tantas preguntas hacían brotar en su cabeza.

En las salas de tortura, un alado cayó del cielo luciendo una amplia sonrisa.
- ¿Qué quieres? - Le espetó un poderoso demonio.
- Traigo información. Es posible que Él aún esté localizable. - Los ojos del demonio ardieron por un instante.
- ¿Donde podemos dar con Él?
- Os será complicado, ya está a salvo en la ciudad blanca. - El alado miró fijamente a los ojos del demonio y prosiguió. - Pero su alma aún habita el Universo de los vivos. - El demonio llamó a cientos de engendros y emitió un incomprensible gemido plagado de ira y odio. Después le devolvió la penetrante mirada al alado y finalizó la conversación.
- Serás recompensado por la información, daremos con Él. - Unas enormes fauces ensangrentadas dieron paso a la bella comisura de unos labios de preciosa mujer. - Bien conoces la eficacia de nuestros métodos para cambiar el aura de un ser vivo.


 CAPÍTULO VIII:  SAIDEK


Cuando Saidek abrió los ojos como alado, había vivido ya más de un millón de vidas.
No se trataba de que tuviese una aura turbia tendiente a la reencarnación, sino de una especial predisposición a reencarnarse en cuantos lugares le fuese posible sin perder el control de su alma.
Literalmente se trataba de un Anciano cuando finalmente desarrolló sus alas, pero la eterna filosofía no era algo que le convenciese. Rehusó el gran honor de unirse al comité de Ancianos para así convertirse en el soldado alado más poderoso de todas las ciudades blancas existentes.
Su gran arma para esquivar a la oscuridad en el Universo de los vivos a lo largo de tantas vidas fue la marca de una de las sombras Antiguas. Aferrado a ella, Saidek aprendió todo secreto del Universo de los vivos en la práctica, para luego estudiarlo minuciosamente en la ciudad blanca, amparado por la paz que le garantizaba la Existencia.
Sin embargo, el paso de los ciclos pesaba en él sobremanera.
Peleó en todos y cada uno de ellos, haciendo crecer sus alas con cada victoria sobre las demoníacas criaturas que siempre trataban de conquistar su ciudad blanca. Necesitaba emerger de la sensación de bucle infinito, y caer en la desconocida Existencia nunca fue plato de su gusto. Así pues, tan pronto como conoció la leyenda de Él, en el mismo instante que le expusieron la historia de lo que logró el Caos, fijó toda su concentración en tratar de alimentar en su interior el deseo de que tiempos diferentes, tiempos mejores, podían llegar.
En el consejo, los Ancianos solicitaban asiduamente a Saidek que pasase a engrosar sus filas, pero el prefería la soledad de la observación, la guía práctica de seres en vida. Tal era su experiencia que con un primer vistazo podía discernir si merecía la pena ayudar a una alma en el Universo de los vivos, o si por lo contrario ésta estaba condenada bien a la reencarnación bien a la tortura eterna.
Dado que su reputación en combate creció hasta cotas impresionantes con el paso de los ciclos, podía pasearse por las salas de tortura inmune a cualquier demonio que osase pensar en atacarle. Aprendía de ellos sus técnicas para captar almas vivas.

Los demonios eran seres que no podían actuar en el Universo de los vivos. Únicamente podían aparecerse en él para manipular a los seres vivos y hacerles caer en las trampas de la oscuridad. Pudrían sus almas antes del momento de su muerte y de ese modo los hacían descender el bosque hacia las salas de tortura, apoderándose de su energía vital, y usándola de nuevo con el mismo fin.
Claro está que los esbirros creados por los demonios tenían mucha menos fuerza y poder de persuasión, no obstante eran capaces de aparecerse en pesadillas o frente a mentes débiles o desestabilizadas. Oportunamente guiados por demonios de más experiencia, éstas fugaces apariciones podían alterar el curso de vidas enteras, y lo cierto es que muy a menudo obtenían resultados. Los seres vivos, faltos de fe, eran como marionetas en manos de titiriteros. Tan solo aquellos que peleaban a diario contra lo imperceptible lograban mantener un rumbo firme que, tarde o temprano, les conduciría al amparo de cualquiera de las cientos de ciudades blancas que poblaban, aquí y allá, el plano de la Existencia.
Despertaban confusos al morir, en un bosque neutral, para ser teledirigidos a la ciudad. Tan solo algunos pocos de éstos desarrollaban unos muñones que acabarían por tornarse alas siempre y cuando el sujeto estuviese de acuerdo. Un juramento ante los Ancianos bastaba para poder extender al vuelo unas impolutas alas para enfrentarse hasta las últimas consecuencias a la oscuridad. Estos alados eran la élite de la guardia de las ciudades blancas y, a su vez, la única esperanza que los atormentados e indefensos seres del Universo de los vivos tenían. Pues ahí donde un demonio decidía actuar, un alado podía hacer lo mismo.
El resto de habitantes de las ciudades blancas, vivían en paz total confiando que en las batallas de fin de ciclo los demonios no cruzasen la barrera formada por los alados de la ciudad. Su misión era la de ayudar a los suyos mientras estuviesen en vida, para después partir hacia la Existencia sin miedos ni reparos.
Algunos Ancianos, bromeando, decían que si el Caos regresase y viese una Existencia bien iluminada, se le pasaría el cabreo.
Saidek sin embargo se distanciaba más vistosamente a cada ciclo que pasaba de la realidad.
Pasaba largas jornadas en solitario, con gesto sombrío, luciendo su afilado rostro, profundas entradas y oscuros ojos, meditando sin descanso. Telepáticamente era prácticamente imposible seguirle en ese estado, y los Ancianos terminaron por dejarle a un lado, sin temerle pero tampoco admirándole.
Él en realidad estaba dispuesto a pagar cualquier precio por cambiar las cosas. Odiaba la filosofía barata de los ancianos y el equilibrio de los ciclos le hastiaba hasta tal punto que, en más de una gran batalla, él solo había exterminado nidos enteros de demonios con la sola ayuda de su furia interior.
Un poderoso guerrero, decían los Ancianos, pero de aura turbia. Lo que no le habían dicho en ninguna de sus vidas ahora se lo espetaban sin respeto alguno. Así pues, marcado en vida por una de las sombras Antiguas y en la Existencia por las blasfemias de los Ancianos, Saidek fue siendo dejado de lado por el resto de alados y habitantes de las ciudades blancas. Tan solo un joven alado recién llegado llamó su atención. Se llamaba Rufk y tendía a querer proteger todo cuanto estuviese a su alcance. Prácticamente se atraganta tratando de pronunciar el juramento a toda velocidad el muy torpe. Rufk sí mostró instantáneamente un profundo respeto por la sabiduría de Saidek, y no pasó mucho tiempo para que se hiciesen verdaderos amigos.
O eso es lo que pensaba el bueno de Rufk.
Para Saidek era una fase más que sumar a la montaña de experiencias, mientras seguía a la busca y captura de algún modo de cambiar las cosas que con tanto mimo cuidaban los Ancianos.
Un día se presentó ante él algo verdaderamente inusual. Un chico despertaba de un misterioso coma y coexistía con su vida real declarándose a sí mismo Caos. Había prácticamente infinitas posibilidades de que todo resultase un fiasco. Pero, se preguntaba Saidek, había una exquisita opción de que el chico alado de una sola vida estuviese en lo cierto.

En sus reflexiones en solitario, Saidek barajaba un par de opciones. Que la oscuridad lo conquistase todo con el Caos reencarnado en sus filas o que Él, tras una eternidad de ciclos a cuestas, decidiese que las ciudades blancas debían unirse para conformar un todo en la Existencia. En ambos casos el Universo de los vivos desaparecería, únicamente cambiaba el envoltorio del regalo que el chico prometía, la oscuridad absoluta frente a la eterna luz.
Si algo había demostrado Saidek a lo largo de su larga existencia había sido paciencia, pero como bien decían los Ancianos, algo estaba cambiando en su interior.
Si se fiaban del chico, y en el último momento resultaba no ser quien decía ser, la derrota sería inminente. De modo que las cosas se ponían oscuras se mirase por donde se mirase.
Harto de tanta espera, Saidek se mantuvo cerca de Rufk y el chico, y cuando estuvo seguro de que el chico no cesaría en su empeño por demostrar lo indemostrable, pasó a la acción.

Hizo una visita a las salas de tortura, con una información que bien sabía valdría una suculenta recompensa. Lucir unas espléndidas alas negras durante el resto de la eternidad no parecía una mala opción frente a lo tedioso del avance por ciclos, por no hablar de lo incrementado que se vería su poder en la Existencia.
Sabía que el chico sospechaba algo, había algo en la manera en que le miraba, algo que incomprensiblemente desconcertaba a Saidek. Jugar un doble papel no iba a ser precisamente tarea sencilla, pero la decisión estaba tomada.
Ayudaría a los seres de la oscuridad a dar con el ser en vida del chico y lo desestabilizarían para que pasase a formar parte de las filas demoníacas.

< Sólo Rufk y un chico se interponen en mi camino. > Se mofó Saidek conteniendo una carcajada mientras volaba de vuelta a la ciudad blanca con la información entregada y su plan activado.  


 CAPÍTULO IX:  ALAS NEGRAS


La noticia estalló en toda la ciudad blanca como si de una devastadora explosión se tratase. Al chico se le estaban oscureciendo las alas. Él, que iba a salvarles a todos llegado el día, pudría su alma en algún momento de su vida en el Universo de los vivos.
Los Ancianos, de inmediato, entraron en alerta máxima e hicieron acudir a Rufk a sus aposentos.
- Vaya, parece que tu chico anda metido en problemas. - Comentó un divertido Saidek.
- Ahora no estoy para bromas, amigo. Esto es algo muy serio. Voy a ver a los Ancianos. - Rufk partió rápidamente hacia la gran cámara, donde se encontró con una docena de ellos.
< Tú eres el protector del chico en vida. > Telepáticamente todos lo pronunciaron al unísono. Luego, uno por uno, fueron aconsejando o más bien ordenando a Rufk lo que debía hacer. Se trataba de un ataque de la oscuridad en el Universo de los vivos, de modo que Rufk tenía la difícil misión de averiguar el origen del ataque y anularlo por completo.
< Si le perdemos, todo podría caer en brazos de las sombras. > Le recordaron los Ancianos como despedida. Rufk regresó con su compañero para solicitarle consejo.
- Cuando un alma es torturada a conciencia, bien sabes que es extremadamente complicado torcer el resultado final de dicha vida. - Saidek parecía recuperar su semblante serio característico. Prosiguió: - Te dejo a solas, Rufk, deberás concentrarte más que nunca si quieres que el chico vuelva a recuperar el blanco de sus alas. Bien sabes que una sola mota implica que en vida el ser se encuentra prácticamente cegado en su totalidad.
Rufk, aturdido, cerró con fuerza sus ojos e intentó desesperadamente dar con una solución a tan inesperado e incomprensible contratiempo.

En la Tierra el hombre lucía unas ojeras dignas de admiración. Las pesadillas, las incesantes, profundas y pérfidas pesadillas no le dejaban lugar para el descanso. Tras una época de cierta luz, la oscura sombra que lo marcó de pequeño parecía de nuevo cercarle. Desamparado, sin solución alguna para su agonía más que una banal lucha diaria, el hombre se dejo inundar de nuevo por los mares del alcohol. Gradualmente su carácter cambió, y se vio alejado de sus seres queridos, paulatina y constantemente. Tan solo su mujer permaneció a su lado, sin embargo ahí donde siempre hubo un pozo de infinita luz ahora parecía haber un triste ocaso.
El hombre, a cada año que pasaba, a cada ser querido que perdía, entraba cada vez más en un estado de ira incontenible. Maltrataba psicológicamente a su mujer, la única persona que no perdía la fe en él, de un modo perverso y demencial.
Pasaron los años y no llegaron hijos.
- Una vida para tirar a la basura. - No paraba de decir el hastiado hombre, clavando esas palabras en el interior de su mujer como si de una estaca directa al corazón se tratasen.
Lentamente el ocaso de la vida del hombre se cernía sobre él, que, ya sin fuerza ni esperanza, vio como el cáncer le arrebataba primero a su esposa y más tarde su propia vida.
Fueron funerales solitarios, sin flores, tímidos gemidos de dolor en un universo que no había sabido entender a un hombre ya de por si incomprensible.

- ¡Ya basta! - Rugió Rufk de modo que media ciudad se enteró. Estaba claro que la clave estaba en las pesadillas. Tenía que dar con el modo de...
- ¿Por qué están todos tan alarmados, Rufk? - El chico había ascendido hasta su posición para formular la pregunta.
- El tono de tus alas no tiene buena pinta, muchacho, pero déjalo en mis manos. - Rufk contempló el apenado rostro del chico, que siguió hablando medio ausente.
- Tengo recuerdos tristes de mi vida... Es como si una gran melancolía estuviese ahogándome.
- Entonces tendré que darme prisa. - Le dijo amistosamente Rufk guiñándole un ojo.
Telepáticamente Rufk era un ser muy avanzado, prácticamente todo un experto.
< Si puedo dirigirme a cualquier ser del Universo de los vivos y de las ciudades blancas de la Existencia, ¿Por qué no colarme en las mentes que habitan las salas de tortura? > Ese canal de pensamientos puso la solución al problema en bandeja a Rufk.
No le fue difícil localizar a los esbirros que maltrataban la mente del hombre a base de colarse en sus sueños para transformarlos en oscuras pesadillas. Y a través de éstos identificar al demonio responsable de todo el plan resultó sencillo.
- Ve a descansar, chico, este incidente pronto verá su fin. - Las palabras parecieron reconfortar al visiblemente preocupado pequeño alado.
Rufk quizá no fuese nada en comparación a Saidek en cuanto a técnicas de combate, pero sentir la tortura a la que estaban poniendo al chico en el Universo de los vivos le dio una fuerza nacida de la más profunda furia interior.
Voló a las salas de tortura y, ante la sorpresa del demonio, lo eliminó con un potente relámpago nacido de su ojo derecho, mientras con el otro exterminaba sin piedad a todo esbirro que estuviese en contacto con la mente del chico.

En el Universo de los vivos, el hombre que de nuevo rozaba la treintena, sintió como tras una fase de terribles pesadillas cierta luz volvía a inundar su interior. Era como si pudiese escribir sin miedo, en cualquier momento, de la esperanza y la ilusión que sentía por vivir.
La generosidad de sus actos se veía reflejada en cuantos le rodeaban, y poco a poco el hombre construyó ciertos vínculos que canalizaban un flujo de la más pura energía positiva.
Su mujer, radiante, y él, tuvieron hijos y vivieron unas vidas bien peleadas y razonablemente felices. Seres queridos cayeron en el camino, pero desde la desaparición de las pesadillas el hombre sentía el pasar del tiempo de un modo muy diferente. Era como si todo estuviese dispuesto en su correcto lugar, y de ese modo vivió hasta primero enterrar a su querida esposa y, meses después, ser enterrado él mismo.
Fueron funerales con muchas flores y aún más lágrimas, pues en vida el hombre había calado hondo en muchas personas por las cuales sintió gran afecto.

En la ciudad blanca se instauró el alivio tal cual las alas del chico resplandecieron de nuevo blancas e impolutas. Es más, creció en pocas jornadas hasta convertirse en un alado adulto, muy poderoso a juzgar por la mayoría de los Ancianos.
Saidek acudió a los aposentos de su agotado amigo Rufk.
- Vaya, felicidades, ¡Eres todo un héroe! - Saidek reía mientras Rufk permanecía en guardia, aparentando a su vez felicidad.
- Gracias Saidek, menos mal que hemos estado a tiempo. No quiero ni pensar que hubiese pasado si las alas del chico se hubiesen tornado totalmente negras... - A Saidek le brillaron los ojos de furia.
- En fin, te dejo descansar, sal a celebrarlo en cuanto puedas, amigo, te lo mereces. - Con estas palabras Saidek dejó a solas a Rufk, que quedó meditabundo.
En su visita a las salas de tortura había matado al demonio artífice de la tortura del chico, pero previamente había analizado telepáticamente a todos los seres del lugar. Gran parte de la información era bien sabida por los Ancianos desde hacía incontables ciclos, pero hubo algo que dejó destrozado a Rufk.

En la retina del demonio que había aniquilado había quedado grabado un brillo que solo podía corresponder a una cosa.
La mirada de Saidek lleno de esperanza.


 CAPÍTULO X:  FIN DE CICLO


El atardecer se cernía sobre la ciudad blanca cuando Él se despidió de sus padres en vida, que partían exhaustos hacia la Existencia. Bien merecidas hubiesen tenido sus alas, pero sus ya más de quinientas vidas al servicio de la luz los habían dejado completamente agotados y su deseo era partir en paz.
Para sorpresa del ser alado ya adulto, quienes sí desarrollaron sus alas fueron una serie de seres que ya conoció en su única vida en el Universo de los vivos. Stela, su mujer, se quedaba para permanecer a su lado por siempre jamás. An, su hermana, parecía haber desarrollado una especial devoción por proteger a la ciudad blanca y a sus habitantes de los seres demoníacos. Ambas habían vivido únicamente siete y dos vidas en el Universo de los vivos, lo cual era digno de admiración. También pasaron a engrosar las filas de aladas un par de seres más, Shariel, guía espiritual y compañera del hombre en vida, y Marla, cuya melancolía por fin hallaba respuestas y recompensas.
- No pienso dirigirme a ti como a Él, ¿Tú que te has creído? - Stela era aún más preciosa en el plano de la existencia, pensaba el ser alado al que señalaban como Caos.
- Bueno, en la Tierra solía identificarme en mis escritos como Tylerskar, supongo que podría adoptar ese nombre aquí. - Sugirió divertido como respuesta.
- Bien Tylerskar, me quedo aquí para protegerte, que te quede bien claro. - Stela se erguía con fanfarronería, tenía un atisbo de actitud que recordaba sobremanera a la chica con la que Tylerskar compartió su única vida. Éste abrazó también en lo alto de una torre a Shariel, An y Marla, en parte orgulloso por su elección y en parte feliz por la conocida compañía en el más alto plano de la Existencia conocida.
- ¡Pero bueno! ¿Qué extraña reunión tenemos concertada aquí? - Era Rufk, que parecía querer proteger a su elegido como si de una valiosa estrella se tratase. - Id a buscar a vuestros protectores en vida, lo más seguro es que tengáis muchas cosas que preguntarles y agradecerles.
Dicho y hecho, las aladas partieron hacia las callejuelas de la ciudad blanca para acudir con sus protectores en vida.
Rufk quedó a solas con Tylerskar, y decidió que había llegado el momento de filtrar a alguien la información relativa a un Saidek cada vez más sumido en sus propios pensamientos.

Saidek estaba elaborando la siguiente fase de su plan. Perdida la posibilidad de contaminar el alma del chico en vida, pues Rufk había actuado de un modo realmente inesperado, había llegado el momento de lanzarse a la conquista de las débiles ciudades blancas. Sería el primer Anciano que usase los poderes de la oscuridad en toda la historia de los ciclos, y la posibilidad había dejado de serlo hacía ya mucho para convertirse en una rotunda realidad.
Bloqueaba sus pensamientos mientras adiestraba a las criaturas demoníacas en el arte de la guerra para conservar blancas sus alas y así poder acceder al estado en que se encontraba cada ciudad.
La más débil era, curiosamente, la suya. Largo tiempo habían dedicado a la filosofía los Ancianos y, convencidos de que Saidek estaba con ellos, habían descuidado demasiado sus propias defensas.
Le apenaba que Rufk tuviese que pagar por todo, pero ya no había vuelta atrás.
Las criaturas demoníacas estaban ya prácticamente listas para un devastador ataque final.
Los ciclos acabarían cuando la oscuridad lo inundase todo, y la mismísima Existencia debería descender un escalón para rendirse a los pies de un todopoderoso Saidek.

- ¿Entonces dices que Saidek está tonteando con demonios? - Preguntó atónito Tylerskar.
- No lo tomes a broma, Saidek tiene en su interior un poder que nos supera a todos. Y no se puede tontear con los demonios, o eres uno de ellos o no lo eres. Punto final. - Respondió tajante Rufk.
Era de noche y las salas de tortura brillaban como nunca.
- Los fuegos crecen cada día más. Presiento un fin de ciclo. - Dijo Tylerskar.
- Yo también. - Rufk estaba muy nervioso, y decidió ir a hablar claramente con Saidek.
Para cuando regresó, su grito puso en alerta a toda la ciudad blanca. Rufk volvía del bosque lleno de profundas heridas. Gritaba a todos que Saidek los había traicionado y que se preparasen para la más difícil batalla de todos los ciclos.
Durante esa noche cayeron todas las ciudades blancas excepto la de Rufk.
El ataque sin parangón movilizó a todos los demonios y esbirros al unísono. En el Universo de los vivos, una oleada de desesperanza barrió cuanto encontró a su paso, y si algunos valientes quedaron enteros para intentar rehacer sus vidas fue únicamente debido a que los alados y aladas de la ciudad blanca de Rufk prácticamente dieron sus almas defendiéndola.
Y, claro está, porqué Saidek no entró en combate.
Rufk, Tylerskar y Shariel fueron los únicos que le vieron elevado en todo lo alto del humeante cielo, luciendo unas enormes alas negras, con unos ojos que escupían un fuego que no paraba de manar.
Finalmente la filosofía, barata según Saidek, de los Ancianos daba sus frutos en forma de escudo protector. Mantuvo al margen a las criaturas demoníacas más poderosas, aunque la llegada del resto de la formación resultó monumental.
No bastaban los rayos de furia nacidos del interior de los alados.
Mientras un gravemente herido Rufk confundía telepáticamente a todo ser oscuro que atravesase el umbral marcado por el bosque, eran el resto de alados los que tenían que ingeniárselas para acabar con ellos y mandarlos al oscuro infierno del que habían nacido.
Shariel podía hacer detonar múltiples en un solo instante, An se colaba en el interior de los esbirros y los hacía estallar desde dentro y Marla los hacía desesperar tirados por el suelo mediante una profunda observación. Stela trataba de curar a cuantos heridos cayesen en batalla, pues su luz interior era de tal magnitud que podía asemejarse a la desprendida por la mismísima Existencia.
Tan solo eran algunos ejemplos dentro de todo un grupo de alados que pasó las siguientes tres jornadas peleando, rugiendo y volviendo a pelear.

- ¡La voz de Saidek debe acallarse! - Gritó Rufk a Tylerskar. De hecho lo hizo telepáticamente al resto de presentes en la ciudad blanca. Era cierto, pero solo uno podía hacerlo.
- Llegó la hora. - Dijo Tylerskar alzando un veloz vuelo hacia la posición de Saidek. Se concentró en la posibilidad de que realmente fuese Él, tanto que rompió la guardia de Saidek hiriéndole una ala. Saidek respondió atravesándole con varios rayos de oscura luz y dejando que el cuerpo de Tylerskar cayese inmóvil hacia las profundidades de un bosque ya no tan poblado de esbirros.
Ese movimiento bastó para que los treinta Ancianos de la ciudad blanca, juntos, empujasen al abismo del territorio oscuro a un desconcentrado Saidek. A éste lo último que se le escuchó fue una horripilante carcajada, pues realmente había dejado a la Existencia con una sola ciudad blanca, más débil y tendiente a la oscuridad que nunca.
Tan solo era cuestión de tiempo que el siguiente paso de ciclo llegase y, con él, la perdición para la última esperanza de la luz en el Universo de los vivos.
Stela acudió velozmente para recoger el cuerpo de Tyleskar y llevarlo de vuelta a la ciudad blanca. La gran batalla se llevó a la Existencia a un buen número de alados, pero se saldó con victoria.

Jornadas después, en un oscuro y amenazante amanecer, se descubrió que Tylerskar, igual que como llegó, había caído en un extraño estado de coma. Mientras Stela trataba de curarle a todas horas, quien más lágrimas derramó fue Rufk, que se sentía traicionado en lo más profundo de su alma.
El equilibrio pendía de un hilo, el Universo de los vivos era oscuro como las alas que vieron en Saidek, y tan solo quedaba una ciudad blanca para guiar a los pocos y valiosos seres vivos que, contra todo pronóstico, habían decidido luchar.

Así finalizó el más traumático ciclo de cuantos conocían los Ancianos, otro que añadir a la infinidad de ya concluidos.
Nada más.
Y nada menos.