Una voz serena y calmada acarició los confines de su universo una
vez fue consciente del sentimiento que la embargaba. Era como, sin
conocer ni mucho menos todo cuanto la rodeaba, pudiese amar a todas y
cada una de sus partes. La voz irradiaba comprensión y cariño.
No se sentía sola pese a que nadie podía oírla realmente,
puesto que sí podían sentirla en lo más profundo de sus corazones.
Ella les hablaba a todos de su sentimiento, y todos parecían
querer escoger la senda que los conduciría poco a poco a sentirlo en
toda su plenitud.
Hasta que apareció una segunda voz. A diferencia de la primera
ésta no se hizo eco allá donde existiese un ápice de vida, sino
que plantó su semilla en muy pocos elementos, de una ínfima
intensidad en comparación con la primera.
Nunca estuvo segura de si la segunda voz apareció después de
ella o simplemente permanecía oculta desde el mismo instante en que
ella tomó consciencia de su existencia. El caso es que la semilla de
la segunda voz fue ganando terreno lenta pero minuciosamente. En
algún lugar de su universo, una llamarada parecía erguirse
imparable.
– ¿Quién eres? – Preguntó preocupada la primera voz.
– Soy la guerra, el odio, la destrucción, la envidia, el mal.
Soy todas esas cosas y muchas más. – Respondió firme y tajante la
segunda. – Tu antítesis, tu eco. – Concluyó.
– ¿No lo sientes? – Preguntó de nuevo la dolida voz inicial.
– ¿Por qué lo haces?
Nunca hubo respuesta. Las primeras palabras del mal quedaron
grabadas a fuego en la consciencia de una voz ya no tan intensa, a la
que muchos dejaron de escuchar, totalmente cegados por la furia con
que la segunda voz arremetía en su interior.
Éstos elementos parecían contagiar a otros muchos y, lo que era
peor, provocaban ecos de su odioso desprecio en aquellos que aún
podían percibir la esencia del sentimiento de paz y amor que
llevaban toda una vida persiguiendo.
Como si de un nefasto virus se tratase, con el paso del tiempo,
ambas voces se equipararon, momento en el cual la voz original
decidió pasar a un segundo plano aún más espiritual. Dejó en
manos del incendio a todo lo conocido para hablar con los elementos
que, con la suficiente intensidad, buscaban su rastro.
Éstos no podían demostrar su existencia, a diferencia de los
cegados por la furia y el odio, que no paraban de hacerlo. No
obstante, era con el paso de ciertos lapsos de tiempo cuando se
comprobaba que la influencia de las dos voces estaba quizá más
igualada que nunca. Más aún, a medida que el tiempo se alargaba,
mayor era la huella que la voz original dejaba en los corazones de
aquellos que podían escucharla.
– ¿No lo sientes? – Preguntaba cíclicamente, de un modo
constante, la primera voz a la segunda, desesperada por salvarla de
aquella mísera existencia que no paraba de arrasar con continuos e
inexplicables incendios todo cuanto tocaba.
Pero nunca había respuesta. Tan solo aquellas escuetas palabras
que le dedicó nada más aparecer. El mal... Si estaba en lo cierto
en cuanto dijo y se trataba de su eco la lucha jamás acabaría. Como
en aquellos corazones siempre en el filo que emanan ambivalencia,
torturados e indecisos al percibir dos voces, una en su interior y
otra en su cabeza, que nunca se ponían de acuerdo.
La mayoría de lo conocido se encontraba en dicha situación,
alternando momentos en los cuales arremetían con la dureza que
creían suya por derecho y otros en que se percataban de lo inmenso
de un sentimiento donde prácticamente ninguno de esos actos tenía
cabida.
Llegaba el arrepentimiento y, en una especie de macabro ciclo,
seguía la danza al compás de dos voces irreconciliables.
Espontáneamente se fraguaban algo así como embajadores de ellas
mismas, elementos tan influenciados por una de ellas que se olvidaban
por completo de la otra. Éstos hacían posible con su
materialización que las voces fuesen más tangibles y declinaban la
balanza para unos mientras otros hacían lo posible para evitarlo.
El universo conocido siguió su curso. No se escuchaban más
voces.
Una amaba a todo cuanto lograba sentir, mientras que la otra
odiaba.
Amor y odio, guerra y paz, bien y mal danzaban sin poder oírse,
sin poder verse ni tocarse, en planos diferentes pero con la misma
intención, llegar hasta ti.
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