CAPÍTULO I: ¿SE LO ENVUELVO PARA REGALO?
Bobby tenía mujer y dos hijos.
La primera parte de esta historia
debería enfocarse bajo el prisma de la ilusión.
Marta, su esposa, tenía una hermosa
cabellera rubia, esbelta silueta y grácil carácter.
Bobby siempre recordaba la noche en la
que se conocieron, ambos con un pedal digno de admiración.
Despertaron sin recordar demasiado, pero se podría decir que
perdidamente enamorados.
Años después llegaron Verónica y
Charlie, dos querubines, rubios como su madre, que causaban furor en
el barrio por su simpático desparpajo.
Bobby siempre aprovechaba las navidades
para llevar a cabo algo especial, aunque supusiese un elevado gasto
económico o de trabajo personal. Generalmente ambas cosas.
Pero ese año el bueno de Bob tenía en
mente algo verdaderamente especial.
Se dirigió a la zona de callejuelas,
donde halló lo que andaba buscando, una tienda con bellísimos
artículos para envoltorio. Sus regalos ya eran perfectos, ahora
faltaba la guinda al pastel.
Lo que encontró en grandes centros
comerciales era demasiado frío, no hacía justicia, sin embargo los
artículos de todo tamaño y color de la pequeña tienda suponían el
paraíso para la desbordada imaginación de Bobby.
Sin embargo ese año no fantaseaba
imaginando la reacción de sus seres queridos, puesto que la segunda
parte de esta historia debería enfocarse bajo el prisma del alcohol.
Cierto día abandonó su día a día
usual para lanzarse a una ruta de bares que acabó provocando como
consecuencia la aparición de un mini-bar siempre bien surtido en la
todavía cálida casa de Bobby y Marta.
- ¿Otra vez borracho, Bobby? -
Preguntaba una cada vez más preocupada Marta. - Te echo de menos,
¿Por qué no vienes a la cama? - Ella no paraba de insistir.
Bobby se portaba mal con ella y los
chicos. En lugar de ayudarles a hacer los deberes los mandaba
directamente a la mierda, no siempre con la calmada voz con la que
les educó.
De modo que ese año todo debía salir
perfectamente para Navidad.
Llevaba todo un año con los regalos a
punto y los nervios le hacían comerse enfermizamente las pieles del
contorno de los dedos.
Por eso, con su par de whiskys encima,
rozó el cielo al dar con la pequeña tienda de envoltorios para
regalos. Adquirió de modo compulsivo cinta y papel, maripositas y
pinzas con flores de todos los colores. Se hizo con cartas diminutas
y con sus respectivos sobres, todos decorados invitando a su
imaginación a contemplar las obras.
- ¡Vaya, parece usted Papa Noel! -
Bobby reía con las dependientas mientras mostraba fotos de carnet de
su familia y anunciaba lo felices que iban a ser al ver el resultado
final.
La tercera parte de esta historia trata
de como la Navidad puede cambiar a las personas a mejor, a hacerlas
sentirse radiantes mediante el amor al prójimo.
Ya en el silencio del hogar, Bobby pasó
horas, entre copita y copita, preparando los tres regalos más
ambiciosos de toda su vida. Era nochebuena, y en lugar de estar toda
la familia reunida, a Bobby lo envolvía un lúgubre frío, pues lo
tenía todo preparado desde hacía ya mucho tiempo.
La sorpresa, desde luego, lo merecía.
Debía reconciliarse con los suyos por completo.
Mientras doblaba cuidadosamente el
papel, pensó en Marta y el modo en que la quería, y poniendo la
cinta recordó la fantástica noche en que la conoció.
Ya atareado con las maripositas y las
pinzas con los sobres dedicados, pensó en sus adorables hijos que,
pese a no ser buscados, los habían conducido a un nuevo mundo de
sensaciones.
Dado que era un tipo resuelto, resopló
al terminar la obra, con ganas de besar los tres regalos que pronto
perderían ese aura de mágica sorpresa que llevan atados a sus
nuditos.
Bajó con ellos a cuestas al sótano y
los colocó en sus respectivos lugares.
De ese modo, las cabezas de la zorra de
Marta y los hijos de puta de Charlie y Verónica quedaron envueltas
justo encima de sus respectivos torsos desmembrados y comidos por las
ratas desde hacía ya un año.
Y así, por fin, Bobby pudo acabarse de
golpe una botella sin interrupciones, calentito en su hogar y con un
precioso árbol de navidad parpadeando sus mágicas lucecitas.
CAPÍTULO II: LA CIUDAD BLANCA
Despertaron juntos y desnudos, en el
centro del bosque.
Confusos se pusieron en pie y se
miraron unos a otros. Una mujer, un hombre, un niño y una niña.
No sabían comunicarse entre ellos, de
modo que comenzaron a caminar dando tumbos. Fueron encontrando a
muchos otros, que reaccionaban tras despertar del mismo modo.
Visto desde una perspectiva elevada, se
iban formando dos grandes grupos a medida que los confundidos
individuos elegían una de las dos rutas posibles.
Cuesta arriba hacia la luz o cuesta
abajo hacia el atardecer.
Cuando el primer grupo emergió de la
profundidad del bosque, atisbó una ciudad blanca no demasiado lejos.
En dicho grupo los integrantes no acumulaban suciedad, estaban como
recién bañados. Cruzaron el umbral formado por el portal de
bienvenida, y fue entonces cuando sus cerebros entraron en shock.
- ¡Bienvenidos! - Gritó un hombre
alado, semejante a un ángel.
En ese instante unos cuantos
integrantes del otro grupo, que al parecer habían estado a la
expectativa, surgieron corriendo del bosque en dirección a la ciudad
blanca.
El mismo hombre alado se encargó con
su simple mirada de golpearlos con tal fuerza que fueron devueltos de
inmediato al laberíntico bosque.
Ahora sí Marta, Charlie y Verónica
pudieron reconocerse. Antes de penetrar en el interior de la gran
ciudad, fueron invitados a realizar una excursión. Obligados, más
bien, pues la confusión era tal que se veían guiados prácticamente
como ganado.
Volvieron a entrar en el bosque y se
dirigieron directamente al atardecer. A medida que avanzaban, los
árboles iban dando paso a un rocoso terreno cada vez más cálido,
hasta resultar ardiente. Lo curioso resultaba que no eran reconocidos
por nadie del lugar, era como si su presencia allí resultase
invisible.
Fueron caminando hasta llegar a unas
interminables hileras de lo que parecían máquinas ensangrentadas.
En ese instante llevaban a Bobby a una de ellas.
- Mirad, ese ya ha sido juzgado pese a
su juventud. - Anunció el ser alado.
Todo el grupo sintió lástima por el
cruel destino que esperaba a ese hombre, pues tras la primera vuelta
que retorció por completo su cuello, siguió vivo, sintiendo
aparentemente todo el dolor que podía llegar a sentir.
A Marta, Charlie y Verónica les sonaba
vagamente el rostro del desdichado, pero no prestaron demasiada
atención hasta que él gritó sus nombres, pues al parecer les
conocía desde hacía considerable tiempo.
En el potro de tortura, Bobby vio como
el torturador, un hombre sin piel, se acercaba a su rostro y con un
nauseabundo aliento anunciaba algo así como que él sí podía
recordar su última vida mortal, pero los pulcros asistentes a la
tortura no.
Bobby recordó como cercenó sus
cabezas, como las envolvió para regalo y de que modo se arrastró
como alcohólico durante el resto de su vida mortal.
Comenzó a aullar los nombres de sus
familiares mientras la tortura iniciaba su proceso de larga,
larguísima, duración.
- Tenemos que darte el aspecto
apropiado si vas a visitarles, amigo... - El torturador sonreía
mientras pronunciaba estas últimas palabras.
De vuelta a la ciudad blanca, se
comunicó al grupo a donde debían dirigirse para comprender mejor la
situación. Era una ciudad bonita con tintes de fortificación. En lo
alto de la más alta torre, dos hombres alados conversaban.
- La sombra crece en el universo. -
Dijo uno de ellos.
- Mientras sigan llegando a nuestra
ciudad, siempre habrá esperanzas. - Puntualizó el otro.
- No podremos responder a un ataque
solo con un puñado de inocentes. - Respondió sombríamente.
- Tarde o temprano, Él volverá.
CAPÍTULO III: SOMBRAS
Una espesa niebla cubría el bosque
aquella gélida noche. No es que fuese una noche fría, sino que
parecía como si las agujas del reloj no existiesen en ese sombrío
lugar. Un niño caminaba descalzo en pijama, más o menos a la deriva
aunque en guardia. No necesitaba apartar ramas, los árboles mismos
parecían esquivar sus pasos guiándolo a cierto destino desconocido.
De pronto el interior del chico se
alteró. Su corazón aumentó revoluciones sabedor de que ya no
estaba exactamente solo. De refilón podía verla, inmensa.
Como si de un viaje teledirigido se
tratase, tuvo que darse la vuelta y hacerle frente, acercándose a
ella más y más. De pronto la tortura de detuvo y quedaron uno
frente a otra. La mente del chico se hacía trizas navegando en los
mares del temor, cuando el huracán estalló.
- Siempre estaré contigo. - Con estas
palabras la inmensa sombra abrazó al chico, que vio como se alejaba
de la espesa niebla y el laberíntico bosque para despertar agazapado
en su cama.
Aterrado, deseó que no llegase un
mañana, y tapándose hasta el pelo con las mantas se protegió del
recuerdo de la profunda oscuridad que lo había abrazado en su última
pesadilla.
- ¿Qué me dices de ese? Va bien
marcado. - Comentó Saidek, en pie y cruzado de brazos, sobre una de
las torres de la ciudad blanca.
- ¡Desde luego! - Respondió su
compañero alado. Se llamaba Rufk. - Hacía tiempo que una de las
Antiguas no se interesaba por nadie. Pero del mismo modo habrá que
ver si el chico está a la altura... - Dijo acariciándose el mentón.
Bajo ellos un nuevo riego de seres
luminosos, esta vez menor que el último, ponía pie en la ciudad
blanca. Mientras tanto los fuegos de las salas de tortura parecían
no dar a basto, y los afinados oídos de los seres alados oían todo
tipo de maldiciones.
Saidek miró preocupado a Rufk.
- Aún les queda un buen trecho para
montar un ejército capaz. - Rufk asintió.
- Sin embargo, a este ritmo, bien sabes
cual será el destino final de la guerra. - A Saidek le brillaron los
oscuros ojos por un momento.
- Debemos aguardar a que alguno de los
marcados acepte la responsabilidad. - Esa frase puso punto y final a
la conversación, pues ambos debían descender de la torre a explicar
a los recién llegados qué les había ocurrido para así finiquitar
su confusión.
El chico creció sin miedo a la
oscuridad, pero sí con respeto. Evitando a toda costa caer en las
redes de psicólogos o psiquiatras, vivía una vida confusa y
agonizante, donde cada pequeño paso llevaba asociado un enorme peso.
Era como si tras aquella pesadilla en sus tobillos hubiesen aparecido
cadenas que arrastrar, a las cuales se iban añadiendo bolos a cada
paso que daba.
Las pesadillas siempre le acompañaron,
y curiosamente fue el recuerdo de la sombra el que le servía de
mayor utilidad para deshacerse de los demonios que pueblan los
oscuros recovecos de cualquier mundo en que uno viviese. Aparecieron
otros monstruos mientras dormía y cuando no, pero ninguno lo abrazó,
ninguno le juró lealtad eterna.
De ese modo, conociendo rápidamente la
muerte de seres queridos, el chico creció a la sombra.
Pues siempre, tras cada mala
experiencia, ella estaba allí, gélida en el bosque atemporal, para
guiarle y asesorarle, como si de su conciencia se tratase. Ya no le
era necesario zafarse de la realidad cubriéndose con las mantas de
una cama. Bastaba con consultar en su fuero interno y hallaba la
fuerza con la que tomar una decisión y actuar.
- Parece que el chaval se lo toma en
serio. - Rufk sonreía.
- Bien sabes que su sangre está
actualmente contaminada. Tarde o temprano, evadirá su
responsabilidad. Y no es fácil reconducir a un marcado. - Saidek
reflexionaba en voz alta.
- Disfrutemos por ahora del momento, ya
llegará la hora de echarle un cable. Brilla con mucha fuerza, es
previsible que sea atacado a destajo. - Rufk trataba de animar a su
compañero, flotando a su alrededor.
- No debería perder jamás la
voluntad. Si lo hace una sola vez, nos quedamos sin garantías. -
Saidek negaba con la cabeza, disgustado por el cambio que significaba
la sangre del chico en el curso de los acontecimientos. - En fin, hay
otros. El Universo no acaba en ese planeta. Voy a charlar con Bobby,
quizá haya entrado en razón. - Con esa frase emprendió el vuelo
hacia la zona de torturas, donde el hombre que arrancó las cabezas a
sus seres queridos no tenía ya atisbo de piel ni rastro de su
antigua voz, desgarrada sobremanera de tanto gritar en vano.
Bobby tenía ahora a tres compañeros a
su inmediato alrededor. Recién llegados aparentemente. Uno de ellos
gritaba a una mujer que le salvase. Lo estaban tapando dejando
únicamente sus ojos a la vista. Saidek ya sabía cual era el truco,
en el reverso interior de la manta unas orugas caníbales iban a
actuar durante décadas.
- ¿Te arrepientes, Bobby? - Se limitó
a preguntar un seco Saidek.
Al desgraciado le habían arrancado la
piel a tiras y se habían llevado su lengua de regalo, aunque si algo
de bueno quedaba en él podía hacer uso de la telepatía para
comunicarse con el único ser alado del lugar.
< Vais a pagar por esta barbarie,
desgraciados. > La respuesta era débil, Bobby era ya casi una
sombra.
< ¿Acaso no recuerdas la que
perpetraste tú con aquellas tres almas inocentes? > A Saidek le
bastó la mirada que le fue devuelta para comprender que habían
convencido del todo a Bobby. Estaba perdido.
Los torturadores eran demonios que
saciaban su sed de sangre a cambio de crear sombras que visitasen a
los seres vivos allí donde se encontrasen, despiertos o dormidos.
Pronto Bobby sería puesto en libertad
y se convertiría en el oscuro sueño de alguna alma pura, lo cual la
dejaría en cierto empate técnico que a efectos de la guerra en
ciernes de nada servía.
Anuladores de luz, los solía llamar
Rufk, siempre con tono cabreado.
Saidek volvió a casa dejando atrás
los gritos desgarrados a medida que sobrevolaba el gran bosque rumbo
a la ciudad blanca.
En la Tierra, el chico creció hasta
llegar a la adolescencia, donde todo se volvió turbio. Tan turbio
como se puede ver algo a través de una gran jarra de cristal llena
de cerveza. Tenía quince años y su conexión con la inmensa sombra
saltaba por los aires. Quedaba en manos de su experiencia, su
resolución, su rectitud, su esperanza y su ilusión que la pudiese o
no recuperar algún día.
Ya con la sangre contaminada, esquivar
a los analistas de la mente de su época no le iba a resultar tan
sencillo.
- Tsk. - Chasqueó Rusk. - Se acabó lo
bonito.
- ¿Hora de ponerse a trabajar? -
Saidek era quien sonreía esta vez.
El chaval se vio sumergido en un
profundo océano cuyas corrientes quedaban forjadas por la gran
sombra, apariciones esquizofrénicas y miles de temores ocultos en
cada esquina.
< No sufras, recuerda que siempre
estaré contigo. > Susurró Conciencia.
CAPÍTULO IV: LA CHARLA
Uno de los Ancianos iba a pronunciarse.
Saidek y Rufk caminaron por las
estrechas calles de la ciudad blanca en dirección al lugar previsto.
Cuando hubieron reflexionado acerca de
por donde entraría el canal de voz, se separaron para poder
concentrarse en óptimas condiciones. Desplegaron sus alas y se
arrodillaron en lo alto de sendas torres. Las estrellas brillaban con
fuerza cuando el Anciano inició su discurso.
- Ya sabéis la gravedad de la
situación. El ciclo se ha cumplido y le toca atacar a la oscuridad.
De obtener una victoria absoluta, todo por cuanto hemos luchado
eternamente desaparecerá. De vosotros, mis alados, dependerá que
reunamos la suficiente energía como para repeler ese ataque. - El
Anciano se detuvo unos instantes.
Rufk no estaba exactamente de acuerdo
con el plan. A él siempre le gustaba más la versión en la cual
aparecía Él. Reaparecía, más bien.
Saidek en cambio estaba desganado y
desesperanzado. Había existido bastantes más ciclos que su buen
amigo, y conocía mejor los entresijos de lo que iba a acontecer.
El discurso prosiguió.
- Se habla de que algunas de las
Antiguas han marcado a individuos concretos. De ser eso cierto,
habría que estar más atentos que nunca. Él podría estar de
vuelta. - El Anciano volvió a interrumpirse.
Él, recordaba Saidek, era la forma con
la que se referían los Antiguos al creador del Caos inicial. El que
podía destruirlo o construirlo todo a su antojo. A Saidek la
historia medio ni le importaba medio le estremecía, pues tal poder
superaba todo lo imaginable. Podría acabar con los ciclos, las
eternas guerras entre luz y oscuridad, para siempre jamás. Sin
embargo, unos cuantos ciclos habían bastado para que un hastiado
Saidek tirase la toalla en cuanto a ojear sin descanso en busca de
tal tesoro para la ciudad blanca.
El Anciano, más enérgicamente esta
vez, continuó con la charla.
- Nunca hay que dar por perdida una
batalla por oscuro que luzca el Universo. Los torturadores lanzarán
sombras a todos los seres vivos en el peor de los casos, pero incluso
en ese escenario llegaran supervivientes en alma a la ciudad blanca.
Tenemos la obligación de resistir por el bien de nuestra madre
Existencia...
El discurso entró en una pesada fase
de la que Rufk prefirió desquitarse. Se alzó y, acariciándose el
rostro, escudriñó al chaval de la Tierra, solo por curiosidad.
El joven se había lanzado de pleno al
alcohol. Pero el muy cabrón seguía sujeto a su Sombra dándoles
nombres diferentes a partes de ella. < Saidek ya le perdió el
interés hace tiempo, lo cierto es que su destino no pinta como yo
esperaba... > Rufk, no obstante, sentía algo por esa vida, y solo
ese detalle ya le hacía sentirse mejor alado que su amigo, cuya
ayuda aún quedaba reservada.
En los momentos más jodidos, cuando el
joven andaba en serio peligro, Rufk siempre estaba allí para echar
un cable.
- ¡Vaya, mira por donde alguien le ha
encontrado! - Gritaba Saidek a carcajada limpia a cada actuación de
Rufk. Eso le frustraba y le motivaba a partes iguales.
Hiciese lo que hiciese, el joven ponía
nombre a partes de su guía trasladándolas a un papel.
Unas veces hablaba con Conciencia,
otras con Resolución, Experiencia o Rectitud, incluso se imaginaba
amante de Esperanza e Ilusión. Las había incluso ordenado de cierto
modo, de manera que mostraba más respeto con unas y más confianza
con otras. < No es más que un juego para el chaval, pero lo
cierto es que ha parcheado el balón roto con tanto esmero que, algún
día, podría resultarle efectivo. > Pensaba Rufk, convencido de
que había trampa en esa sangre contaminada.
Regresó a la ciudad blanca y fue a
hablar con Saidek. Éste último se llevó un dedo a la boca
indicando a su compañero que estaba prestando atención.
- Oh, vamos, Saidek, esos amargados
siempre dicen lo mism... - Saidek golpeó con firmeza a Rufk en las
alas, apartándolo de él al tiempo que le indicaba que lo que se
estaba diciendo era importante.
Rufk se sentó a su lado y escuchó.
- ...mientras aparezcan sectas que
echen raíces Él se sentirá ofendido y no se reencarnará. Hay que
acabar con las mismas sectas que, curiosamente, nos veneran. Todos
sabemos que solo podemos ayudar a los marcados, pero la guía
espiritual deberá ser de ahora en adelante nuestro centro de
atención. Están perdidos, cada vez más a medida que el Universo se
oscurece. - El Anciano se detuvo un instante, el discurso parecía a
punto de finalizar. - Ánimo a todos, alados míos, que el paso de
los ciclos refuerce vuestra esperanza en lugar de llenaros de pesar.
- Con esas palabras llegó la desconexión y Saidek quedó junto a
Rufk, en silencio.
- Quizá debería aprender algo más de
ti en lugar de mofarme tanto. - Las palabras de Saidek sorprendieron
sobremanera a Rufk. Él era prácticamente un recién llegado, solo
había peleado en un par de ciclos de baja intensidad, en cambio
Saidek lucía unas increíbles alas plagadas de cicatrices.
- No digas tonterías, amigo mío,
simplemente, muy en el fondo, también quieres creer que es posible
que Él vuelva. - Rufk rascaba sólida roca.
- Tampoco vayamos a ponernos
debiluchos, jovencito. Tengo hambre, vayamos a comer algo. - Con esas
palabras la pareja emprendió el vuelo a los cercanos bosques a la
ciudad blanca.
Los bosques tenían muchas flores cuyo
fucsia polen representaba un auténtico manjar para cualquier ser
vivo o en Existencia.
Ya saciados, tumbados boca arriba,
escucharon como en las cercanías un grupo de recién despertados
comenzaba a ponerse en pie. Hicieron apuestas para ver cuantos se
dirigirían hacia la ciudad blanca y pasaron un atardecer agradable,
sordos voluntariamente a los ecos de las salas de tortura.
- ¡Saidek, por los Ancianos, ven aquí!
- Voz en grito, Saidek acudió velozmente a la llamada de Rufk,
consultando qué demonios ocurría.
En el suelo había un niño, desnudo e
impoluto, en aparente estado de coma.
Hacía muchísimos ciclos que no se
daba un caso de despertar comatoso. No había manera de saber cual
era el alma descendiente del chico, habría que ponerse a trabajar a
destajo.
Mientras Saidek cargaba al vuelo con el
cuerpo, Rufk de modo impulsivo echó un vistazo a la Tierra, donde su
joven marcado sufría, sufría y sufría sin límite alguno.
< Se está torturando sin haber
merecido castigo alguno... > En su fuero interno Rufk estaba
convencido de que tantas casualidades eran imposibles. Como mínimo
ese chico en coma iba a ser un joven alado, cosa ya sorprendente y
esperanzadora.
En la Tierra, el joven construía para
destruir consecutivamente sin descanso.
Parecía jugar a un juego de Dioses que
ponía a prueba a su ángel de modo constante.
Al fin y al cabo nadie se tomaba nada
en serio.
Él simplemente se sentía especial,
por como le trataba o le dejaba de tratar la gente.
Se ahogaba sin aliados, de modo que
inundaba cada vez su más hondo pozo de pesar con todo el alcohol que
llegase a sus manos. Cierta tarde, empapado en lágrimas, se
arrodilló en el suelo y miró al cielo, queriendo gritar. Solo había
techo, pero en su interior, mucho más hondo que el pozo que el mismo
había cavado, una fe palpitaba.
Quizá lo verdaderamente importante se
estuviese librando, al mismo tiempo, en otro lugar.
Quizá su verdadera alma estuviese
atrapada, en coma, mientras libraba batalla tras batalla.
Y así, con estos pensamientos, abrió
la tercera botella de whisky de la semana.
CAPÍTULO V: RUFK
Rufk se llamaba Sherat en su
decimocuarta vida.
Nació en el planeta Antar, donde fue
criado con amor. Tras la trágica perdida de sus padres, cazados por
unos indeseables, Sherat tuvo que abrirse camino solo hasta alcanzar
la madurez. Nunca perdió del todo el rumbo, pues bien sabía cual
debía ser su cometido. Descartó ser guiado por la venganza y apostó
por el perdón. Así pues cursó los fríos mares soportando los
severos castigos de los suyos sin apenas inmutarse.
La suya era una civilización en
guerra. Los seres de los mares peleaban a brazo partido con los de la
tierra, y en esa guerra no había lugar para posiciones intermedias.
Él la ocupó. Convenció a los suyos de que luchar no merecía la
pena, de que podrían aprender grandes cosas de los seres de la
tierra si tan solo lograban comunicarse con ellos. De ese modo fundó
una organización dedicada en cuerpo y alma al desarrollo de la
telepatía.
Sherat sufría cada pérdida de los
suyos como el que más, pero a medida que pasaban los años en su
vida más convencido estaba de que su instinto no le guiaba
equívocamente.
A los ciento cincuenta años, la
organización estaba de enhorabuena. Disponían de la capacidad de
saludar amistosamente a los terrestres. Tardó apenas media jornada
en acercarse a un barco de investigación para poner en práctica lo
logrado, lo cual se saldó con un rotundo fracaso y un cuerpo plagado
de cicatrices. Ninguno de los suyos lo intentó de nuevo jamás.
Fue Sherat quien, intento tras intento,
quemó su vida hasta ser cazado joven, a los quinientos años,
poniendo fin a lo poco que quedaba de su organización.
Tamaña sorpresa le supuso despertar en
un bosque colgando de un árbol con unas alas enredadas en las ramas.
Enseguida comprobó como en ese misterioso lugar sí funcionaba su
técnica telepática, pues una voz le reclamaba desde el norte, donde
una gran ciudad blanca se alzaba imponente.
- Vuelve a casa, Rufk. - Le decía.
Rufk se descolgó como pudo y digirió
su última vida como lo que había sido, un rotundo éxito en cuanto
a dedicación y un absoluto fracaso contra su enemigo. Y, al parecer,
sus servicios ya no iban a ser necesarios en ese ámbito nunca más.
- Te hemos dado alas ya que el balance
de tus catorce vidas ha tenido su guinda con esta última. -
Pronunciaba una anciana voz. - Ahora puedes recordarlas todas, y
regocijarte sin sufrimiento en lo que será tu casa para siempre
jamás.
Era cierto, Rufk podía por vez primera
tener acceso a todos sus recuerdos, y disfrutar de un vuelo plácido
a la ciudad blanca en lugar del confuso paseo en cueros de costumbre.
Conoció a otros alados y se recuperó de todo el dolor acumulado en
templos llenos de paz. Hizo falta realmente mucho tiempo para que ese
proceso finalizase.
Un día, un alado entró en sus
aposentos y le ofreció explicarle una historia fascinante. Rufk
aceptó sin reservas. El ser alado se llamaba Saidek, y por el tamaño
de sus alas parecía mejor no hacerle mucho la contraria. Ambos
salieron y se elevaron a lo alto de una alta torre, donde durante
toda la jornada, fascinado, Rufk se limitó a escuchar.
La historia comenzaba con la
presentación de los ciclos. Éstos eran periodos de tiempo en los
cuales se cerraban una serie de acontecimientos. Básicamente
oscuridad y luz peleaban en el campo de la Existencia por ver cuál
de las dos energías lograba la supremacía. Para ello podían
manipular todos los mundos vivos del Universo con tal de reclutar
efectivos para sus filas.
Continuaba con la presentación de los
Ancianos, seres alados de los tiempos antiguos, donde según decían
el equilibrio estaba roto y no existían los ciclos. La ausencia de
tal bucle aglutinó a las sombras en un Universo paralelo y dejó el
actual Universo de los vivos como un único lugar eternamente
luminoso. Sin embargo, algo ocurrió que hizo cabrear a una fuerza
que resulto comportarse como una auténtica tormenta de furia. El
Caos hizo trizas aquella organización, dando paso a los ciclos y
haciéndose desaparecer a sí mismo para siempre.
Saidek solo conocía la historia como
una vieja fábula, pues él siempre había existido en los ciclos y
le era imposible imaginar una organización diferente de todas las
cosas.
También tocó el tema de los
torturadores, que venían a ser su antítesis. Los seres alados de la
oscuridad, cuyo trabajo consistía en convencer a almas corruptas de
aceptar un largo destino como sombra o espíritu maligno para algún
día poder ser como ellos. Su misión como sombras consistiría en
descender al Universo de los vivos para confundir a su vez a almas
descarriadas, o incluso cegar a fuentes potenciales de luz.
Básicamente, con esa historia, le
expuso los puntales básicos de la situación que vivían.
- ¿Entonces no hay escapatoria de este
lugar? - Fue lo primero que se le ocurrió preguntar a un asfixiado
Rufk.
- Por supuesto que la hay, esta noche
es fin de ciclo amigo mío, y me hubiese parecido injusto que
partieses hacia la Existencia sin tener la menor idea de nada. - Las
palabras de Saidek pusieron en guardia a Rufk, que siguió escuchando
con más atención que nunca. - No es que existan infinitas ciudades
blancas, pero casi, y para que te hagas una idea de la cantidad de
sombras que ya habitan el Universo de los vivos, quédate conmigo
mirando al cielo y prepárate para la lucha.
Los siguientes acontecimientos
resultaron estremecedores. Jamás imaginó tal cantidad de demonios
juntos a la vez guiando a horribles criaturas torturadas, bosque
arriba, en dirección a la ciudad blanca. Algunos alados ya repelían
con luz de sus pupilas algunas acometidas, incluso exterminaban a
demonios.
- Saidek... ¿Qué ocurrirá si acaban
conmigo? - Su voz temblaba.
- No te preocupes por eso, hoy estás
conmigo. - Tras esa frase Saidek emprendió el vuelo hacia el frente
de la batalla e inició una destructiva fase de demoledores ataques
que dejaron sin la mitad de la guarnición de torturados a los
demonios que atacaban. Tras eso, ordenó algunas cosas a otros alados
y regresó junto a Rufk.
- Su objetivo son los Ancianos. Nuestra
misión aquí es protegerlos. Esto está ocurriendo en todas y cada
una de las ciudades blancas. Si capturan a un recién llegado
desnudo, no te apures, el máximo mal que pueden hacerle es acelerar
su nueva reencarnación. ¿Crees que puedes encargarte de ese
demonio? - Con un dedo señaló a una especie de perro de cabeza y
media, que rugía en la base del arco de bienvenida de la ciudad
blanca.
< Si inventé la telepatía también
podré lanzar estos rayos de luz. > Se dijo, al tiempo que se
concentraba. El recuerdo del dolor de los suyos en muchas de sus
catorce vidas estalló en su interior, solo que en lugar de una
lágrima, dio como resultado un relámpago que redujo a cenizas al
maldito demonio.
La batalla se alargó mucho tiempo y
algunos alados cayeron, o como decía Saidek, partieron hacia la
Existencia. Los Ancianos, telepáticamente, les comunicaron que las
ciudades blancas estaban a salvo en su gran mayoría, y que se había
logrado preservar el equilibrio una vez más.
Tras unas jornadas de dolor y
reflexión, Rufk se encontró con Saidek en lo alto de la torre donde
le hubo explicado la larga historia tiempo atrás.
- ¿Que pasaría si la oscuridad
ocupase el Universo de los vivos por completo? - Rufk suplicaba
respuestas. - ¿Que ocurriría si fuésemos derrotados? - Saidek se
limitaba a guardar silencio. En seco puso su mano sobre el hombro de
Rufk y contestó.
- Aún eres muy joven, Rufk, aunque ya
has vivido tu primer ciclo aquí en la ciudad blanca. Lo iremos
hablando con el tiempo. - Eso no dejó satisfecho a Rufk.
- ¿De modo que solo consiste en
mantener este equilibrio? - Negaba con la cabeza mientras preguntaba.
- ¿No hay manera alguna de romperlo? - Saidek se tomó su tiempo
para responder.
- Bueno, algunos Ancianos creen que Él
puede regresar y dejarlo todo como en los tiempos antiguos. - A Rufk
se le iluminó la mirada. Dejó pasar unos instantes digiriendo la
información.
- ¿Él?
- Sí, el Caos que un mal día decidió
pillar el cabreo más grande de todos los tiempos.
CAPÍTULO VI: EL CHICO MAYOR
Cuando los ojos del chico se abrieron,
algo se removió en toda la ciudad blanca.
Tras una corta espera el misterioso
sujeto ya se acogía a los designios de la Existencia.
Toda una corte de alados se amontonaron
en la entrada de sus aposentos para curiosear las primeras
reacciones. Confusión no la hubo, desde luego. El chico se levantó
y contempló con nimio interés sus alas.
- Bienvenido, amigo mío, ¿Eres tú,
verdad? - Rufk probaba suerte telepáticamente desde lo alto de una
torre, pues no le parecía buena idea ir zumbando a sacudir al chico
hasta hacerle confesar. Tal era su estado de ansiedad.
El chico, lejos de extrañarse por la
conversación que se abría en su mente, respondió con fluidez.
- ¿Tú que crees, colega? - Rufk casi
se pone a llorar de la emoción. El chico prosiguió, mientras era
observado por una docena de perplejos alados. - ¿Os lo habéis
estado pasando bien observándome? - La pregunta no iba con mala fe,
sabía Rufk, el chico y él, pese a no conocerse personalmente,
llevaban bromeando toda la vida del primero.
La carcajada de Rufk esta vez no tuvo
nada de telepática, lo que llamó la atención de Saidek, quien por
vez primera fue a plantarse frente a su amigo. Saidek no daba crédito
a lo que estaba ocurriendo, en su primera vida, alguien había
logrado escapar del Universo de los vivos para coexistir en un
equilibrio perfecto.
En la Tierra un hombre había hecho una
pequeña apuesta para dejar el alcohol. Se trataba del chico marcado
por la Antigua sombra. Dado que seguía parcheando la conexión a
partir de elementos como la resolución, la experiencia o la
rectitud, plasmó literariamente sus lucha interior como un combate
contra una gigantesca anaconda en un desolado lago donde la soledad
era de obligada compañía.
En realidad se trataba de una auténtica
batalla campal donde su círculo de amistades se reducía a la mínima
expresión y tanto su amada como su familia cercana sufrían las
consecuencias de una vida conducida con auténticas dosis de las más
hilarante locura.
Día a día, noche a noche, el hombre
sufría los latigazos de la abstinencia y era puesto en manos de
psicólogos y psiquiatras que no dudaban al señalar firmemente a una
mente enferma.
Muy dentro de él, sin embargo, ciertas
conexiones conducían a la conexión original, ya tan solo un
recuerdo en su maltrecha memoria, en forma de gigantesca sombra.
Recordaba muy a menudo los tiempos en
los que tapaba sus agujeros con alcohol, desarrollando extrañas
conductas de actitud tales como arrodillarse para entregar sus
servicios al Dios de la Existencia, reírse a carcajada limpia
sabedor de que alguien le estaba echando o un cable o colocar la
palma de su mano en el suelo para compartir su energía con la de su
planeta.
Ahora que el combate contra la gran
anaconda entraba en fase crucial, ahora que lo peor del síndrome de
abstinencia estaba superado, al sujeto seguían sin parecerle
conductas del todo extrañas. Mirando a su alrededor apenas veía
rastro de caos, multitudes enteras se dedicaban a sus quehaceres
diarios sin más preocupación que la de llegar a final de mes.
Soñaba con un mundo mejor, con un mundo diferente, pero tan solo
podía sentirlo cuando enlazaba correctamente las corrientes de su
interior de modo que podía fluir hacia cierto oscuro y lejano lugar.
Y a ese hombre le encantaba sentir.
De ahí que su amistad con el alcohol
quizá creciese tanto, pues la sustancia actuaba como aceleradora en
la mente del sujeto, que jamás percibía como en su interior, donde
verdaderamente se cortaba el bacalao, ejercía contrario efecto.
- Lo van a llevar ante los Ancianos
mañana al alba. - Informó Saidek a un distraído Rufk.
- Entonces llegó la hora, iré a
hablar con mi elegido. - A Saidek le hacía gracia que Rufk, con tan
pocos ciclos a cuestas, se hubiese metido de pleno en un marrón de
tan magnas dimensiones. El chico no solo mostraba desinterés por
cuanto se le mostraba, sino que tampoco parecía reaccionar de modo
alguno ante el hecho de ser el único del lugar que coexistía. El
significado de tal término casi se escapaba de una mente concentrada
a medias. El chico seguía en el Universo de los vivos guiado por
Rufk, y al mismo tiempo iban a verse las caras en la ciudad blanca.
Saidek sonrió ampliamente por primera
vez en muchos ciclos. La cosa tenía que ponerse interesante sí o
sí.
Rufk descendió por los ventanales de
las blancas edificaciones paulatinamente, refunfuñando incluso,
buscando y rebuscando con qué palabras dirigirse al chico, cuando de
pronto se pegó un cabezazo contra él. El chico rió de un modo
histérico y abrazó a Rufk con fuerza, en señal de agradecimiento
por cuanto había hecho, estaba haciendo y aún haría.
- ¿Como te llamas? - La mirada del
chico parecía un agujero negro.
- R..RR...Rufk. - Consiguió pronunciar
el aturdido alado.
- ¡Por fin nos conocemos! ¿Te habré
dado bien el coñazo todo este tiempo verdad? - El chico seguía
riendo, esta vez asiendo con cariño el rostro de Rufk. Éste
recuperó el habla viendo el atrevimiento del muchacho.
- No lo sabes tú bien... Lo importante
es que estás aquí, con nosotros, sea del modo que sea.
Durante las siguientes horas, hasta el
anochecer, Rufk y el chico estuvieron en el bosque conversando y
poniéndose mútuamente al día. Había mucha tela por cortar. En ese
plano de Existencia no existían los secretos, con lo cual el chico,
hombre en vida, sabía de que modo iban a vivir los suyos la
totalidad de su vida y, por supuesto, él mismo.
La realidad terrestre no resultaba tan
agradable.
< Los ángeles deben tener extraños
modos para ayudarnos de cualquier modo posible... > Pensaba el
hombre ya fregando la treintena. Él los sentía en todo cuanto le
rodeaba, incluidas un puñado de personas. Unos padres y una hermana
cuyo núcleo solidificaba una vida rota en pedazos, una amada
acompañante que parecía contener en lugar de corazón un generador
de eterna luz y un reducido grupo de personas que, fuese cual fuese
la distancia, siempre estaban dentro de él, aconsejándole y
compartiendo buenos momentos.
Y muy malos.
Los mordiscos de la anaconda resultaban
constantes y el hombre debía desquitarse del veneno por vía
literaria prácticamente a diario.
< ¿Y ahora que estás haciendo? >
La pregunta de Conciencia incomodaba y descolocaba al escritor por
partes iguales. Se había reconciliado por completo con ella,
fusionándose y dejando atrás las conversaciones menores con
Experiencia y Resolución, que pasaban a su vez a formar parte de él.
Tan solo Esperanza e Ilusión quedaban en un cercano horizonte tan
inalcanzable como invisible. Podía sentirlas del mismo modo que
sentía como una extraña luz lo envolvía en determinadas ocasiones
o con determinadas personas.
< La batalla será para toda la
vida. > El sujeto recordaba las palabras de sus seres queridos con
gran pesar en su interior. ¿Acaso no iba jamás a merecer un solo
segundo de paz?
El Anciano estaba arrodillado en el
suelo, como meditando, cuando el chico se adentró en sus aposentos.
Una vez dentro contó hasta cuatro más. En total una formación de
cinco Ancianos para llevar a cabo lo que tenía toda la pinta de un
buen interrogatorio.
- ¿Como te llamas? - < ¿Por qué
contaminaste tu sangre? > El chico prefirió omitir la aburrida
pregunta verbal para centrarse en la telepática. Barajó entre sus
respuestas subconscientes imaginando terror, dolor, pesar o fracaso,
para acabar emitiendo sonoramente un < Por aburrimiento. > Lo
efectuó de modo tan sonoro que toda la ciudad blanca se hizo eco de
la respuesta.
Un coro de ovación recorrió
prácticamente la totalidad de los alados, mientras Saidek puso cara
de pillín al mirar de reojo a su amigo, que prácticamente lucía
fauces de lo agresiva que se estaba tornando su sonrisa. Era, sin
duda, una respuesta digna de Él.
Finalmente, pasada la conmoción,
sonrió a los Ancianos y contestó verbalmente.
- Caos, jovencitos, ese es mi nombre.
CAPÍTULO VII: EDUCACIÓN
Los Ancianos iniciaron de inmediato la
educación del chico. De haberse efectuado la profética
reencarnación, no había tiempo que perder. Le tenían en pie largas
jornadas, inundando telepáticamente su interior de todas las
enseñanzas acumuladas.
- Hambre no le falta al chico, desde
luego. - Comentó Saidek mientras paseaba con Rufk.
- ¿Qué esperabas, acaso has conocido
a alguien en el Universo de los vivos hacerse y hacer tantas
preguntas en una sola vida? - Rufk se jactaba siempre que podía de
su descubrimiento.
Mientras tanto el chico seguía con su
educación. Básicamente, como primera medida, se le inculcaron los
valores presentes en toda ciudad blanca. El amor hacia todo lo creado
por la Existencia, desde una piedra en el Universo de los vivos hasta
un colmillo de demonio. La paciencia que acabaría por tornarse
sabiduría en el cíclico plano de la Existencia. La inmensa
responsabilidad que conllevaba el hecho de portar alas y poder, por
tanto, ejercer de alado en el Universo de los vivos. Eran solo
algunos ejemplos.
En media docena de jornadas se dejó
claro al chico que por mucho que apuntase maneras, le quedaba un buen
trecho antes de poder declararse a sí mismo Dios del Caos.
- Se le ve bien entero con todo lo que
le están metiendo en la cabeza... - Puntualizó el alado Rufk.
- Tarde o temprano llegará la hora de
sus preguntas. Habrá que estar a la altura. - Saidek parecía mucho
más enchufado que nunca, ya prácticamente no visitaba las salas de
tortura, como si asumiese que tenían la clave de todo enfrente de sí
mimos.
En el Universo de los vivos, en el
planeta Tierra, el hombre marcado por la Antigua sombra debía
iniciar un proceso de reeducación. En prácticamente todo, además.
Gozaba de un entorno más que adecuado, por primera vez en toda su
vida. Era como si los acontecimientos hubiesen alineado frente a él
una autopista donde solo era necesario pisar bien a fondo el
acelerador. Eso, para el señor de las tabernas y las callejuelas,
era una arma de doble filo. La sensación de salir a correr
verdaderamente al aire libre iba ligada al fracaso y, al mismo
tiempo, a una percepción de conquista personal. Prácticamente
sentimientos opuestos que se lanzaban desvergonzados a la pista de
baile de la vida. El hombre dio su brazo a torcer y se dejó
aconsejar por psicólogos y psiquiatras que, no obstante, se le
presentaban como tuertos en el país de los ciegos.
Más ayuda le prestó su círculo
íntimo de confianza.
Al fin las palabras de su pareja y su
familia y amigos golpeaban con fuerza su interior, provocando
inmediatas reacciones cargadas de ansiedad.
< Paciencia... > Le susurraba
Conciencia desde algún lugar de su interior. La palabra a la que
jamás había prestado atención parecía ahora cobrarse la
importancia debida.
Se hablaba de que debía aprender de
nuevo a disfrutar. ¿Pero cómo alguien que tan solo encontraba la
paz cuando la quinta cerveza caía por su garganta podía lograr
disfrutar privado de su brebaje? Era una pregunta de fácil pero
rebuscada respuesta. Había que aniquilar a la anaconda, a la
inmensa, kilométrica y laberíntica anaconda.
< Paciencia... > Parecía
sentirlo en lugar de escucharlo. Era como si alguien, desde arriba,
le lanzase dardos tranquilizantes cuando la cosa se ponía fea en su
interior. Como si alguien estuviese allanando su camino de vuelta a
casa.
- ¿Qué tal se lleva esto de dirigir
al ser vivo mientras lo tienes enfrente junto a los Ancianos? -
Preguntó Saidek con aires de mofarse de su cada vez más atareado
compañero.
- Todo está cogiendo un excelente
punto de equilibrio. - Se limitó a responder un concentrado Rufk,
seguramente en diálogo con la parte viva del chico.
< Parece mentira el estirón que ha
pegado Rufk con el cambio de ciclo. Se toma las cosas con una
seriedad y una concentración bestiales. > Pensaba divertido
Saidek. Plasmó a su compañero una idea tal cual surgió: - ¿Qué
tal si liberamos al chico un rato y nos lo llevamos por ahí? - Rufk
refunfuñó a causa de la nueva interrupción, pero su rostro cambió
por completo cuando la idea se instaló en él.
- ¡Magnífico! El chico debe estar ya
harto de tanta enseñanza continua.
Dicho y hecho, los alados se dirigieron
a los aposentos de los Ancianos. Unas palabras de Saidek bastaron
para convencer al consejo y dejar libre al chico. Se lo llevaron al
bosque, donde esperaban que Él empezase a hacer las primeras
preguntas en el campo de la Existencia. La espera fue corta.
- ¿Cuántos ciclos habéis vivido? -
La profundidad en la mirada del chico era un auténtico espectáculo.
- Yo soy prácticamente un recién
llegado. - Respondió Rufk, que miró a Saidek.
- Más de los que me gustaría. -
Respondió este último. El chico miró a Saidek.
- ¿Y no hay manera de romper esta
aburrida eternidad? Sin partir hacia la Existencia, por supuesto... -
El chico y Rufk eran sin duda como almas gemelas en muchos aspectos.
- Algún día, - contestó Rufk
poniendo su mano en el hombro del chico – serás tú quien nos
conteste a esa y a otras muchas preguntas.
- Bueno, está oscureciendo, ¿qué tal
si regresamos? - Tras las palabras de Saidek los tres alados
partieron lentamente, a pie, hacia la ciudad blanca, cada uno sumido
en sus propios pensamientos.
En la Tierra, el hombre marcado ansiaba
respuestas más que nunca. Ya lejos del atontamiento provocado por el
consumo diario de alcohol, las preguntas se agolpaban en su maltrecha
cabeza.
¿Qué era la Sombra? ¿Existía
alguien arriba protegiendo a los seres vivos de algún modo?
¿Lograría mantenerse firme hasta el final de la apuesta y no caer
en la tentación de una recaída?
El único modo que tenía de
materializar sus dudas era literariamente, de modo que ingenió una
conversación con los perdidos trocitos del ser que era antes.
- Bueno colega, primer mes superado con
éxito, no esperaba menos. Resolución apoyaba firmemente su mano en
el hombro del escritor. - ¡Eh, Experiencia!, ¿Tú que dices?
Experiencia entró en la habitación
barriga primero y hombre después.
- Yo creo que el chico se nos está
haciendo mayor a pasos agigantados. Es para sentirse orgulloso.
El escritor los miró a ambos con
afecto. Rectitud miraba por la ventana dando por bueno todo cuanto
estaba ocurriendo, y Conciencia, perdida en el interior del hombre,
tan solo rezaba una y otra vez: < Paciencia... Ya queda menos. >
Coincidían en muchas de sus frases con
las emitidas por los seres queridos del hombre, lo cual le inspiraba
cierta sensación de que verdaderamente las palabras de los suyos
estaban comenzando a regar su seco interior con algo muy diferente al
alcohol.
Pensó en Esperanza e Ilusión. Las
sintió dentro de sí mismo por vez primera en mucho, muchísimo
tiempo. Quizá se las estaban administrando desde hacía años y era
el alcohol el que bloqueaba el paso. Quizá siempre habían estado a
su pleno alcance y era él quien no quería, o no podía, estirar la
mano. En cualquier caso, el solitario escritor se sentía bien
acompañado, tanto por los seres vivos que estaban en ese instante
lejos de él como por el resto de seres que tantas preguntas hacían
brotar en su cabeza.
En las salas de tortura, un alado cayó
del cielo luciendo una amplia sonrisa.
- ¿Qué quieres? - Le espetó un
poderoso demonio.
- Traigo información. Es posible que
Él aún esté localizable. - Los ojos del demonio ardieron por un
instante.
- ¿Donde podemos dar con Él?
- Os será complicado, ya está a salvo
en la ciudad blanca. - El alado miró fijamente a los ojos del
demonio y prosiguió. - Pero su alma aún habita el Universo de los
vivos. - El demonio llamó a cientos de engendros y emitió un
incomprensible gemido plagado de ira y odio. Después le devolvió la
penetrante mirada al alado y finalizó la conversación.
- Serás recompensado por la
información, daremos con Él. - Unas enormes fauces ensangrentadas
dieron paso a la bella comisura de unos labios de preciosa mujer. -
Bien conoces la eficacia de nuestros métodos para cambiar el aura de
un ser vivo.
CAPÍTULO VIII: SAIDEK
Cuando Saidek abrió los ojos como
alado, había vivido ya más de un millón de vidas.
No se trataba de que tuviese una aura
turbia tendiente a la reencarnación, sino de una especial
predisposición a reencarnarse en cuantos lugares le fuese posible
sin perder el control de su alma.
Literalmente se trataba de un Anciano
cuando finalmente desarrolló sus alas, pero la eterna filosofía no
era algo que le convenciese. Rehusó el gran honor de unirse al
comité de Ancianos para así convertirse en el soldado alado más
poderoso de todas las ciudades blancas existentes.
Su gran arma para esquivar a la
oscuridad en el Universo de los vivos a lo largo de tantas vidas fue
la marca de una de las sombras Antiguas. Aferrado a ella, Saidek
aprendió todo secreto del Universo de los vivos en la práctica,
para luego estudiarlo minuciosamente en la ciudad blanca, amparado
por la paz que le garantizaba la Existencia.
Sin embargo, el paso de los ciclos
pesaba en él sobremanera.
Peleó en todos y cada uno de ellos,
haciendo crecer sus alas con cada victoria sobre las demoníacas
criaturas que siempre trataban de conquistar su ciudad blanca.
Necesitaba emerger de la sensación de bucle infinito, y caer en la
desconocida Existencia nunca fue plato de su gusto. Así pues, tan
pronto como conoció la leyenda de Él, en el mismo instante que le
expusieron la historia de lo que logró el Caos, fijó toda su
concentración en tratar de alimentar en su interior el deseo de que
tiempos diferentes, tiempos mejores, podían llegar.
En el consejo, los Ancianos solicitaban
asiduamente a Saidek que pasase a engrosar sus filas, pero el
prefería la soledad de la observación, la guía práctica de seres
en vida. Tal era su experiencia que con un primer vistazo podía
discernir si merecía la pena ayudar a una alma en el Universo de los
vivos, o si por lo contrario ésta estaba condenada bien a la
reencarnación bien a la tortura eterna.
Dado que su reputación en combate
creció hasta cotas impresionantes con el paso de los ciclos, podía
pasearse por las salas de tortura inmune a cualquier demonio que
osase pensar en atacarle. Aprendía de ellos sus técnicas para
captar almas vivas.
Los demonios eran seres que no podían
actuar en el Universo de los vivos. Únicamente podían aparecerse en
él para manipular a los seres vivos y hacerles caer en las trampas
de la oscuridad. Pudrían sus almas antes del momento de su muerte y
de ese modo los hacían descender el bosque hacia las salas de
tortura, apoderándose de su energía vital, y usándola de nuevo con
el mismo fin.
Claro está que los esbirros creados
por los demonios tenían mucha menos fuerza y poder de persuasión,
no obstante eran capaces de aparecerse en pesadillas o frente a
mentes débiles o desestabilizadas. Oportunamente guiados por
demonios de más experiencia, éstas fugaces apariciones podían
alterar el curso de vidas enteras, y lo cierto es que muy a menudo
obtenían resultados. Los seres vivos, faltos de fe, eran como
marionetas en manos de titiriteros. Tan solo aquellos que peleaban a
diario contra lo imperceptible lograban mantener un rumbo firme que,
tarde o temprano, les conduciría al amparo de cualquiera de las
cientos de ciudades blancas que poblaban, aquí y allá, el plano de
la Existencia.
Despertaban confusos al morir, en un
bosque neutral, para ser teledirigidos a la ciudad. Tan solo algunos
pocos de éstos desarrollaban unos muñones que acabarían por
tornarse alas siempre y cuando el sujeto estuviese de acuerdo. Un
juramento ante los Ancianos bastaba para poder extender al vuelo unas
impolutas alas para enfrentarse hasta las últimas consecuencias a la
oscuridad. Estos alados eran la élite de la guardia de las ciudades
blancas y, a su vez, la única esperanza que los atormentados e
indefensos seres del Universo de los vivos tenían. Pues ahí donde
un demonio decidía actuar, un alado podía hacer lo mismo.
El resto de habitantes de las ciudades
blancas, vivían en paz total confiando que en las batallas de fin de
ciclo los demonios no cruzasen la barrera formada por los alados de
la ciudad. Su misión era la de ayudar a los suyos mientras
estuviesen en vida, para después partir hacia la Existencia sin
miedos ni reparos.
Algunos Ancianos, bromeando, decían
que si el Caos regresase y viese una Existencia bien iluminada, se le
pasaría el cabreo.
Saidek sin embargo se distanciaba más
vistosamente a cada ciclo que pasaba de la realidad.
Pasaba largas jornadas en solitario,
con gesto sombrío, luciendo su afilado rostro, profundas entradas y
oscuros ojos, meditando sin descanso. Telepáticamente era
prácticamente imposible seguirle en ese estado, y los Ancianos
terminaron por dejarle a un lado, sin temerle pero tampoco
admirándole.
Él en realidad estaba dispuesto a
pagar cualquier precio por cambiar las cosas. Odiaba la filosofía
barata de los ancianos y el equilibrio de los ciclos le hastiaba
hasta tal punto que, en más de una gran batalla, él solo había
exterminado nidos enteros de demonios con la sola ayuda de su furia
interior.
Un poderoso guerrero, decían los
Ancianos, pero de aura turbia. Lo que no le habían dicho en ninguna
de sus vidas ahora se lo espetaban sin respeto alguno. Así pues,
marcado en vida por una de las sombras Antiguas y en la Existencia
por las blasfemias de los Ancianos, Saidek fue siendo dejado de lado
por el resto de alados y habitantes de las ciudades blancas. Tan solo
un joven alado recién llegado llamó su atención. Se llamaba Rufk y
tendía a querer proteger todo cuanto estuviese a su alcance.
Prácticamente se atraganta tratando de pronunciar el juramento a
toda velocidad el muy torpe. Rufk sí mostró instantáneamente un
profundo respeto por la sabiduría de Saidek, y no pasó mucho tiempo
para que se hiciesen verdaderos amigos.
O eso es lo que pensaba el bueno de
Rufk.
Para Saidek era una fase más que sumar
a la montaña de experiencias, mientras seguía a la busca y captura
de algún modo de cambiar las cosas que con tanto mimo cuidaban los
Ancianos.
Un día se presentó ante él algo
verdaderamente inusual. Un chico despertaba de un misterioso coma y
coexistía con su vida real declarándose a sí mismo Caos. Había
prácticamente infinitas posibilidades de que todo resultase un
fiasco. Pero, se preguntaba Saidek, había una exquisita opción de
que el chico alado de una sola vida estuviese en lo cierto.
En sus reflexiones en solitario, Saidek
barajaba un par de opciones. Que la oscuridad lo conquistase todo con
el Caos reencarnado en sus filas o que Él, tras una eternidad de
ciclos a cuestas, decidiese que las ciudades blancas debían unirse
para conformar un todo en la Existencia. En ambos casos el Universo
de los vivos desaparecería, únicamente cambiaba el envoltorio del
regalo que el chico prometía, la oscuridad absoluta frente a la
eterna luz.
Si algo había demostrado Saidek a lo
largo de su larga existencia había sido paciencia, pero como bien
decían los Ancianos, algo estaba cambiando en su interior.
Si se fiaban del chico, y en el último
momento resultaba no ser quien decía ser, la derrota sería
inminente. De modo que las cosas se ponían oscuras se mirase por
donde se mirase.
Harto de tanta espera, Saidek se
mantuvo cerca de Rufk y el chico, y cuando estuvo seguro de que el
chico no cesaría en su empeño por demostrar lo indemostrable, pasó
a la acción.
Hizo una visita a las salas de tortura,
con una información que bien sabía valdría una suculenta
recompensa. Lucir unas espléndidas alas negras durante el resto de
la eternidad no parecía una mala opción frente a lo tedioso del
avance por ciclos, por no hablar de lo incrementado que se vería su
poder en la Existencia.
Sabía que el chico sospechaba algo,
había algo en la manera en que le miraba, algo que
incomprensiblemente desconcertaba a Saidek. Jugar un doble papel no
iba a ser precisamente tarea sencilla, pero la decisión estaba
tomada.
Ayudaría a los seres de la oscuridad a
dar con el ser en vida del chico y lo desestabilizarían para que
pasase a formar parte de las filas demoníacas.
< Sólo Rufk y un chico se
interponen en mi camino. > Se mofó Saidek conteniendo una
carcajada mientras volaba de vuelta a la ciudad blanca con la
información entregada y su plan activado.
CAPÍTULO IX: ALAS NEGRAS
La noticia estalló en toda la ciudad
blanca como si de una devastadora explosión se tratase. Al chico se
le estaban oscureciendo las alas. Él, que iba a salvarles a todos
llegado el día, pudría su alma en algún momento de su vida en el
Universo de los vivos.
Los Ancianos, de inmediato, entraron en
alerta máxima e hicieron acudir a Rufk a sus aposentos.
- Vaya, parece que tu chico anda metido
en problemas. - Comentó un divertido Saidek.
- Ahora no estoy para bromas, amigo.
Esto es algo muy serio. Voy a ver a los Ancianos. - Rufk partió
rápidamente hacia la gran cámara, donde se encontró con una docena
de ellos.
< Tú eres el protector del chico en
vida. > Telepáticamente todos lo pronunciaron al unísono. Luego,
uno por uno, fueron aconsejando o más bien ordenando a Rufk lo que
debía hacer. Se trataba de un ataque de la oscuridad en el Universo
de los vivos, de modo que Rufk tenía la difícil misión de
averiguar el origen del ataque y anularlo por completo.
< Si le perdemos, todo podría caer
en brazos de las sombras. > Le recordaron los Ancianos como
despedida. Rufk regresó con su compañero para solicitarle consejo.
- Cuando un alma es torturada a
conciencia, bien sabes que es extremadamente complicado torcer el
resultado final de dicha vida. - Saidek parecía recuperar su
semblante serio característico. Prosiguió: - Te dejo a solas, Rufk,
deberás concentrarte más que nunca si quieres que el chico vuelva a
recuperar el blanco de sus alas. Bien sabes que una sola mota implica
que en vida el ser se encuentra prácticamente cegado en su
totalidad.
Rufk, aturdido, cerró con fuerza sus
ojos e intentó desesperadamente dar con una solución a tan
inesperado e incomprensible contratiempo.
En la Tierra el hombre lucía unas
ojeras dignas de admiración. Las pesadillas, las incesantes,
profundas y pérfidas pesadillas no le dejaban lugar para el
descanso. Tras una época de cierta luz, la oscura sombra que lo
marcó de pequeño parecía de nuevo cercarle. Desamparado, sin
solución alguna para su agonía más que una banal lucha diaria, el
hombre se dejo inundar de nuevo por los mares del alcohol.
Gradualmente su carácter cambió, y se vio alejado de sus seres
queridos, paulatina y constantemente. Tan solo su mujer permaneció a
su lado, sin embargo ahí donde siempre hubo un pozo de infinita luz
ahora parecía haber un triste ocaso.
El hombre, a cada año que pasaba, a
cada ser querido que perdía, entraba cada vez más en un estado de
ira incontenible. Maltrataba psicológicamente a su mujer, la única
persona que no perdía la fe en él, de un modo perverso y demencial.
Pasaron los años y no llegaron hijos.
- Una vida para tirar a la basura. - No
paraba de decir el hastiado hombre, clavando esas palabras en el
interior de su mujer como si de una estaca directa al corazón se
tratasen.
Lentamente el ocaso de la vida del
hombre se cernía sobre él, que, ya sin fuerza ni esperanza, vio
como el cáncer le arrebataba primero a su esposa y más tarde su
propia vida.
Fueron funerales solitarios, sin
flores, tímidos gemidos de dolor en un universo que no había sabido
entender a un hombre ya de por si incomprensible.
- ¡Ya basta! - Rugió Rufk de modo que
media ciudad se enteró. Estaba claro que la clave estaba en las
pesadillas. Tenía que dar con el modo de...
- ¿Por qué están todos tan
alarmados, Rufk? - El chico había ascendido hasta su posición para
formular la pregunta.
- El tono de tus alas no tiene buena
pinta, muchacho, pero déjalo en mis manos. - Rufk contempló el
apenado rostro del chico, que siguió hablando medio ausente.
- Tengo recuerdos tristes de mi vida...
Es como si una gran melancolía estuviese ahogándome.
- Entonces tendré que darme prisa. -
Le dijo amistosamente Rufk guiñándole un ojo.
Telepáticamente Rufk era un ser muy
avanzado, prácticamente todo un experto.
< Si puedo dirigirme a cualquier ser
del Universo de los vivos y de las ciudades blancas de la Existencia,
¿Por qué no colarme en las mentes que habitan las salas de tortura?
> Ese canal de pensamientos puso la solución al problema en
bandeja a Rufk.
No le fue difícil localizar a los
esbirros que maltrataban la mente del hombre a base de colarse en sus
sueños para transformarlos en oscuras pesadillas. Y a través de
éstos identificar al demonio responsable de todo el plan resultó
sencillo.
- Ve a descansar, chico, este incidente
pronto verá su fin. - Las palabras parecieron reconfortar al
visiblemente preocupado pequeño alado.
Rufk quizá no fuese nada en
comparación a Saidek en cuanto a técnicas de combate, pero sentir
la tortura a la que estaban poniendo al chico en el Universo de los
vivos le dio una fuerza nacida de la más profunda furia interior.
Voló a las salas de tortura y, ante la
sorpresa del demonio, lo eliminó con un potente relámpago nacido de
su ojo derecho, mientras con el otro exterminaba sin piedad a todo
esbirro que estuviese en contacto con la mente del chico.
En el Universo de los vivos, el hombre
que de nuevo rozaba la treintena, sintió como tras una fase de
terribles pesadillas cierta luz volvía a inundar su interior. Era
como si pudiese escribir sin miedo, en cualquier momento, de la
esperanza y la ilusión que sentía por vivir.
La generosidad de sus actos se veía
reflejada en cuantos le rodeaban, y poco a poco el hombre construyó
ciertos vínculos que canalizaban un flujo de la más pura energía
positiva.
Su mujer, radiante, y él, tuvieron
hijos y vivieron unas vidas bien peleadas y razonablemente felices.
Seres queridos cayeron en el camino, pero desde la desaparición de
las pesadillas el hombre sentía el pasar del tiempo de un modo muy
diferente. Era como si todo estuviese dispuesto en su correcto lugar,
y de ese modo vivió hasta primero enterrar a su querida esposa y,
meses después, ser enterrado él mismo.
Fueron funerales con muchas flores y
aún más lágrimas, pues en vida el hombre había calado hondo en
muchas personas por las cuales sintió gran afecto.
En la ciudad blanca se instauró el
alivio tal cual las alas del chico resplandecieron de nuevo blancas e
impolutas. Es más, creció en pocas jornadas hasta convertirse en un
alado adulto, muy poderoso a juzgar por la mayoría de los Ancianos.
Saidek acudió a los aposentos de su
agotado amigo Rufk.
- Vaya, felicidades, ¡Eres todo un
héroe! - Saidek reía mientras Rufk permanecía en guardia,
aparentando a su vez felicidad.
- Gracias Saidek, menos mal que hemos
estado a tiempo. No quiero ni pensar que hubiese pasado si las alas
del chico se hubiesen tornado totalmente negras... - A Saidek le
brillaron los ojos de furia.
- En fin, te dejo descansar, sal a
celebrarlo en cuanto puedas, amigo, te lo mereces. - Con estas
palabras Saidek dejó a solas a Rufk, que quedó meditabundo.
En su visita a las salas de tortura
había matado al demonio artífice de la tortura del chico, pero
previamente había analizado telepáticamente a todos los seres del
lugar. Gran parte de la información era bien sabida por los Ancianos
desde hacía incontables ciclos, pero hubo algo que dejó destrozado
a Rufk.
En la retina del demonio que había
aniquilado había quedado grabado un brillo que solo podía
corresponder a una cosa.
La mirada de Saidek lleno de esperanza.
CAPÍTULO X: FIN DE CICLO
El atardecer se cernía sobre la ciudad
blanca cuando Él se despidió de sus padres en vida, que partían
exhaustos hacia la Existencia. Bien merecidas hubiesen tenido sus
alas, pero sus ya más de quinientas vidas al servicio de la luz los
habían dejado completamente agotados y su deseo era partir en paz.
Para sorpresa del ser alado ya adulto,
quienes sí desarrollaron sus alas fueron una serie de seres que ya
conoció en su única vida en el Universo de los vivos. Stela, su
mujer, se quedaba para permanecer a su lado por siempre jamás. An,
su hermana, parecía haber desarrollado una especial devoción por
proteger a la ciudad blanca y a sus habitantes de los seres
demoníacos. Ambas habían vivido únicamente siete y dos vidas en el
Universo de los vivos, lo cual era digno de admiración. También
pasaron a engrosar las filas de aladas un par de seres más, Shariel,
guía espiritual y compañera del hombre en vida, y Marla, cuya
melancolía por fin hallaba respuestas y recompensas.
- No pienso dirigirme a ti como a Él,
¿Tú que te has creído? - Stela era aún más preciosa en el plano
de la existencia, pensaba el ser alado al que señalaban como Caos.
- Bueno, en la Tierra solía
identificarme en mis escritos como Tylerskar, supongo que podría
adoptar ese nombre aquí. - Sugirió divertido como respuesta.
- Bien Tylerskar, me quedo aquí para
protegerte, que te quede bien claro. - Stela se erguía con
fanfarronería, tenía un atisbo de actitud que recordaba sobremanera
a la chica con la que Tylerskar compartió su única vida. Éste
abrazó también en lo alto de una torre a Shariel, An y Marla, en
parte orgulloso por su elección y en parte feliz por la conocida
compañía en el más alto plano de la Existencia conocida.
- ¡Pero bueno! ¿Qué extraña reunión
tenemos concertada aquí? - Era Rufk, que parecía querer proteger a
su elegido como si de una valiosa estrella se tratase. - Id a buscar
a vuestros protectores en vida, lo más seguro es que tengáis muchas
cosas que preguntarles y agradecerles.
Dicho y hecho, las aladas partieron
hacia las callejuelas de la ciudad blanca para acudir con sus
protectores en vida.
Rufk quedó a solas con Tylerskar, y
decidió que había llegado el momento de filtrar a alguien la
información relativa a un Saidek cada vez más sumido en sus propios
pensamientos.
Saidek estaba elaborando la siguiente
fase de su plan. Perdida la posibilidad de contaminar el alma del
chico en vida, pues Rufk había actuado de un modo realmente
inesperado, había llegado el momento de lanzarse a la conquista de
las débiles ciudades blancas. Sería el primer Anciano que usase los
poderes de la oscuridad en toda la historia de los ciclos, y la
posibilidad había dejado de serlo hacía ya mucho para convertirse
en una rotunda realidad.
Bloqueaba sus pensamientos mientras
adiestraba a las criaturas demoníacas en el arte de la guerra para
conservar blancas sus alas y así poder acceder al estado en que se
encontraba cada ciudad.
La más débil era, curiosamente, la
suya. Largo tiempo habían dedicado a la filosofía los Ancianos y,
convencidos de que Saidek estaba con ellos, habían descuidado
demasiado sus propias defensas.
Le apenaba que Rufk tuviese que pagar
por todo, pero ya no había vuelta atrás.
Las criaturas demoníacas estaban ya
prácticamente listas para un devastador ataque final.
Los ciclos acabarían cuando la
oscuridad lo inundase todo, y la mismísima Existencia debería
descender un escalón para rendirse a los pies de un todopoderoso
Saidek.
- ¿Entonces dices que Saidek está
tonteando con demonios? - Preguntó atónito Tylerskar.
- No lo tomes a broma, Saidek tiene en
su interior un poder que nos supera a todos. Y no se puede tontear
con los demonios, o eres uno de ellos o no lo eres. Punto final. -
Respondió tajante Rufk.
Era de noche y las salas de tortura
brillaban como nunca.
- Los fuegos crecen cada día más.
Presiento un fin de ciclo. - Dijo Tylerskar.
- Yo también. - Rufk estaba muy
nervioso, y decidió ir a hablar claramente con Saidek.
Para cuando regresó, su grito puso en
alerta a toda la ciudad blanca. Rufk volvía del bosque lleno de
profundas heridas. Gritaba a todos que Saidek los había traicionado
y que se preparasen para la más difícil batalla de todos los
ciclos.
Durante esa noche cayeron todas las
ciudades blancas excepto la de Rufk.
El ataque sin parangón movilizó a
todos los demonios y esbirros al unísono. En el Universo de los
vivos, una oleada de desesperanza barrió cuanto encontró a su paso,
y si algunos valientes quedaron enteros para intentar rehacer sus
vidas fue únicamente debido a que los alados y aladas de la ciudad
blanca de Rufk prácticamente dieron sus almas defendiéndola.
Y, claro está, porqué Saidek no entró
en combate.
Rufk, Tylerskar y Shariel fueron los
únicos que le vieron elevado en todo lo alto del humeante cielo,
luciendo unas enormes alas negras, con unos ojos que escupían un
fuego que no paraba de manar.
Finalmente la filosofía, barata según
Saidek, de los Ancianos daba sus frutos en forma de escudo protector.
Mantuvo al margen a las criaturas demoníacas más poderosas, aunque
la llegada del resto de la formación resultó monumental.
No bastaban los rayos de furia nacidos
del interior de los alados.
Mientras un gravemente herido Rufk
confundía telepáticamente a todo ser oscuro que atravesase el
umbral marcado por el bosque, eran el resto de alados los que tenían
que ingeniárselas para acabar con ellos y mandarlos al oscuro
infierno del que habían nacido.
Shariel podía hacer detonar múltiples
en un solo instante, An se colaba en el interior de los esbirros y
los hacía estallar desde dentro y Marla los hacía desesperar
tirados por el suelo mediante una profunda observación. Stela
trataba de curar a cuantos heridos cayesen en batalla, pues su luz
interior era de tal magnitud que podía asemejarse a la desprendida
por la mismísima Existencia.
Tan solo eran algunos ejemplos dentro
de todo un grupo de alados que pasó las siguientes tres jornadas
peleando, rugiendo y volviendo a pelear.
- ¡La voz de Saidek debe acallarse! -
Gritó Rufk a Tylerskar. De hecho lo hizo telepáticamente al resto
de presentes en la ciudad blanca. Era cierto, pero solo uno podía
hacerlo.
- Llegó la hora. - Dijo Tylerskar
alzando un veloz vuelo hacia la posición de Saidek. Se concentró en
la posibilidad de que realmente fuese Él, tanto que rompió la
guardia de Saidek hiriéndole una ala. Saidek respondió
atravesándole con varios rayos de oscura luz y dejando que el cuerpo
de Tylerskar cayese inmóvil hacia las profundidades de un bosque ya
no tan poblado de esbirros.
Ese movimiento bastó para que los
treinta Ancianos de la ciudad blanca, juntos, empujasen al abismo del
territorio oscuro a un desconcentrado Saidek. A éste lo último que
se le escuchó fue una horripilante carcajada, pues realmente había
dejado a la Existencia con una sola ciudad blanca, más débil y
tendiente a la oscuridad que nunca.
Tan solo era cuestión de tiempo que el
siguiente paso de ciclo llegase y, con él, la perdición para la
última esperanza de la luz en el Universo de los vivos.
Stela acudió velozmente para recoger
el cuerpo de Tyleskar y llevarlo de vuelta a la ciudad blanca. La
gran batalla se llevó a la Existencia a un buen número de alados,
pero se saldó con victoria.
Jornadas después, en un oscuro y
amenazante amanecer, se descubrió que Tylerskar, igual que como
llegó, había caído en un extraño estado de coma. Mientras Stela
trataba de curarle a todas horas, quien más lágrimas derramó fue
Rufk, que se sentía traicionado en lo más profundo de su alma.
El equilibrio pendía de un hilo, el
Universo de los vivos era oscuro como las alas que vieron en Saidek,
y tan solo quedaba una ciudad blanca para guiar a los pocos y
valiosos seres vivos que, contra todo pronóstico, habían decidido
luchar.
Así finalizó el más traumático
ciclo de cuantos conocían los Ancianos, otro que añadir a la
infinidad de ya concluidos.
Nada más.
Y nada menos.
¡Sin palabras! sencillamente magnífico, mágico.. ¡tienes un alma engendrada por la misma fantasía! :D
ResponderEliminarSaludos
¡Woaw me alegra a saco que te haya gustado tanto! :)))
EliminarUn saludo