Amanece, la luz baña el lugar, que
estalla en un infinito baile de vida.
Un riachuelo acompaña con su música
el caminar sobre un suelo de hojas que crujen antes de ser aplastadas
contra la tierra. El juego de luces y sombras resulta precioso. Los
árboles de húmeda corteza invitan a ser tocados, mientras en su
copa trazos azulados se dibujan entre las verdosas ramas. Se trata de
un instante que no se repetirá, en un lugar que día a día tratará
de mantener en pie su oferta.
El anaranjado tono que aguarda en algún
punto posterior prepara las bases de aterrizaje, mientras la noche
ultima su propia propuesta.
La belleza del lugar resulta perenne.
Incluso cuando el aire transporta emociones y las energías danzan
modificando realidades individuales, el explosivo amanecer mantiene
el total en perfecto estado, para todo cuanto habite ahí, sea lo que
sea y no sea lo que no sea. En ese preciso instante. El atardecer,
que al arrojar su sedante sobre el oleaje de un mar misterioso como
si de un alucinógeno camino de luz se tratase, puede mimar a
sentimientos y emociones, acaricia con un último aliento cálido
todo cuanto alcanza a sentir. La noche tiñe oscuras las entradas a
los laberínticos entramados de cuevas donde se acumulan las armas de
un ocaso que no pertenece a ese lugar. Las invitaciones a entrar,
hojas que crujen. Sin embargo el cielo ilumina de un modo quizá
mágico todo cuanto pertenece al lugar, sea lo que sea y no sea lo
que no sea en ese instante. El agua resplandece y comparte su música
con nuevos miembros, abriendo invisibles caminos oníricos donde
dibujar en un lienzo cuyo abstracto despertar se fusionará de algún
modo con el nacer de un nuevo día.
La lluvia de grisácea cúspide,
incluso con sus tambores y latigazos eléctricos, visita golpeando
aleatoriamente en una continua generación de situaciones.
La niebla viene y va. Muchos son los
sentidos que pueden arraigar en ese lugar. Si la niebla los envuelve
en un cíclico abrazo, ninguna diferencia habrá entre azul o
naranja, gris o negro, río o laberinto. La enfermedad, cercana o no
al extraño ocaso, usa a modo de guante la espesa niebla.
No obstante el lugar nació de la nada
para alcanzar su totalidad. Puede sentirse en la profundidad de cada
ínfima parte así como en su exterior más amplio.
Cruzar la niebla en cualquier
dirección, un solitario camino repleto de compañía.
Amanece. Lienzos invisibles producen
movimientos y acciones que se integran en un estallido que siempre
quiere más, mientras mantiene intacta su oferta.
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