domingo, 27 de abril de 2014

Una mirada al pasado



Un solo vistazo y apartas la vista.
El cuello de tu amada en tu mano, que aprieta firme dispuesta a discernir si vive o muere, si cae rendida a tus pies de modo romántico o macabro, si respira por última o primera vez ante la maldición de tus ojos impregnados de una ira que no tiene origen, que no tiene fondo ni piedad.

Has bebido, has bebido tanto que has perdido la noción de lo que es real y lo que no lo es.
Estás en el filo de la navaja, ese filo que puede salvarte o condenarte para siempre. Y lo estás por obligación. Tienes que ponerte bien para poder amar a alguien. A un simple ser humano o a un sencillo animal. Tienes que ponerte mal para poder estar bien algún día.
Y repites y repites. Oscilas en un macabro bucle de energía positiva y negativa, desgastando a tu pareja, haciéndola reír y cada vez más sufrir.

Un sufrimiento producido por tu propia ira. Un sufrimiento que empieza con un pequeño agujero en el suelo, para ir progresando hasta cavar un gran túnel que se adentra en las profundidades del alma hasta perderse en una especie de agujero negro que, una vez abierto, todo lo absorbe para hacerlo desaparecer destruyéndolo para siempre. Has creado el arma definitiva para dilapidar cualquier sentimiento que te uniese a ella, y aún así, peleas.

Lo incendias todo, le prendes fuego hasta el más mínimo detalle, para que todo se calcine, para que solo las cenizas reinen en un palacio de amor que un día construiste junto a ella, y aún así, queda esperanza. Ella no se va. Porqué cree en ti, cree en la promesa de lo que puedes llegar a ser.
Pero no estás por la labor, te mantienes en el filo jugando a la de cal y a la de arena, a la puñalada y a la caricia, a la espina y a la rosa.

Años pasan recrudeciendo el macabro juego. Cada vez un poco más fuerte, estrangulas el imaginario cuello de tu pareja haciéndole ver que no hay esperanza, mientras tu mirada, tu corazón y tu alma afirman todo lo contrario. Juegas hasta hacerlo real, y ahí, cuando te encuentras con la mano en su cuello y tu subconsciente manejando los datos, ahí te das cuenta de que apenas eres ya humano. Que has ido demasiado lejos en ese filo de la navaja, y que quizá ya ni haya posibilidad de darse la vuelta y regresar.

Ella se aleja dejando tras de sí un sendero de verdaderas lágrimas. Lágrimas de desamor, de desasosiego, de desesperanza y de puro dolor. Se aleja mientras tu corazón ansía por encima de todo asirla por el brazo y besarla, mientras tu mirada de fuego permanece impasible contemplando la marcha. El causante de la chispa inicial, del fuego primerizo, del brutal incendio, contempla tranquilo el resultado final de su triste hazaña.

No entiendes nada. Quieres resolverlo, pero un libro, un relato, una autobiografía, se interpone entre ella y tú. Compartes fines de semana mientras lo diseñas y, cuando al fin lo publicas, tu cabeza estalla en mil pedazos llameantes. El incendio, que pretendías controlar, se vuelve aún más agresivo, de raíz más perversa. Lo destruye todo a su paso ante tu atónita mirada.

Meses después una tímida lluvia pretende arreglarlo todo. Más... ¿Cómo? No llegan las respuestas a las tímidas gotas que caen del cielo.
Caen susurrando... Stela despierta y vuelve... Silvia abre los ojos que estoy aquí...
Pero no hay respuesta.
Hace tiempo que marchó, y frente a ti solo tienes las sombras disecadas del reguero de lágrimas que dejó tras ella cuando tú, furioso e impasible, la dejaste marchar.


Aunque aún la quieras con todo tu corazón.



sábado, 26 de abril de 2014

En un universo paralelo




En un universo paralelo, el ser humano no tiene miedo a tener miedo.
Se lo toma como un reto a superar, con ánimo y cargado de energía positiva.
No se escuda en la sombra de la que nace la envidia, el desasosiego, la autocomplacencia, la ira ni el odio. Pasa página velozmente ante esos sentimientos sabedor de que conducen a la corrupción del alma, su tesoro más preciado.
En un universo paralelo, la especie humana pugna contra la semilla de su herencia maligna para bautizarse al fin en la más correcta de las existencias: La del respeto por todo cuanto existe.
Evidentemente que hay una guerra. Pero es sabedora de que esa guerra solo la puede ganar como especie a nivel individual. Todos los integrantes deben ganarla, y por ello se han desarrollado estrategias de ayuda a todos los niveles. Cualquier ser, sea cual sea el conjunto de problemas que le invada, tiene la oportunidad de salir vencedor y contemplar la verdadera luz que ilumina a esa especie que vive en un universo paralelo no demasiado diferente al nuestro.

Más que nada porqué es idéntico. Podríamos fusionarlos en uno solo si quisiésemos, pero es tal el grado de corrupción en nuestro universo, que estamos más cerca de la extinción que de la evolución. Suena triste, pero para un ser humano que puede sentir a ciertos niveles elevados, lo cierto es que es como si toda una filarmónica tocase el himno más melancólico imaginable trasteando con las teclas de su alma, avasallando las cuerdas de la guitarra de su corazón.
Eso produce furia, una furia que nace de los confines del universo y de su mismísimo origen, pues éste se originó con la intención de alcanzar la perfección en todos y cada uno de sus nimios detalles, incluida nuestra especie, y devora energía positiva ver como una especia como la nuestra, que en un universo paralelo tan bien se desenvuelve, resulta tan desastrosa en el que nos ocupa.

Maltratamos animales, destruimos naturaleza, queremos conquistar un universo que nos ha creado a nosotros, y un sinfín de ejemplos macabros que hacen un auténtico rompecabezas el comprender qué fuerzas nos mueven realmente. Por un lado tenemos la luz más preciosa que al iluminarnos hace que de nuestra alma salga lo más bello de nosotros y en cambio, por el otro...
Por el otro nos dirige un mal que nosotros mismos hemos creado, dado forma y moldeado al unificar todos nuestros miedos en uno solo: El Infierno. Lo estamos creando, más bien ya lo hemos creado, y es muy triste teniendo en cuenta lo sencillo que ha resultado en un universo paralelo anularlo ver como a nosotros nos posee y dicta incluso nuestro camino a seguir.

En un universo paralelo se nos enseña a mejorar como especie, pero estamos plagados de ciegos y sordos, de auténticos minusválidos al frente de grandes coches y excelsas propiedades. Nuestro universo no va mal, somos nosotros lo que le estamos pidiendo ser borrados de él. Y yo no quiero desaparecer. Valoro demasiado al ser humano como para desear su extinción, aunque méritos no nos faltan. Hay que abrir los ojos al ciego y demostrarle que siempre pudo ver, resonar en la cabeza del sordo demostrándole que fue él quien enterró su sentido.
Hay que provocar una revolución desde lo más hondo del alma del ser humano, para que una especie de virus contagioso nos transforme en ese universo paralelo que tan bien hace las cosas.
Porqué los universos paralelos no sabemos si existen, solo están en nuestra imaginación. Y todo lo imaginable es plasmable, asequible, consquistable.

Faltan las ganas y el empuje de unos pocos que contagien a otros pocos que hagan lo propio con otros pocos. El universo tiene un cáncer en nuestra especie y quiere curarse. No quiere extirpar el tumor, que sería lo más sencillo, sino que quiere dar con la cura.

Es nuestro deber ayudarle, es nuestro deber conseguirlo, para que podamos sonreír en paz con Él por siempre jamás, como el quiso una vez al estallar en miles de galaxias hace ya algún tiempo para poder disfrutar de la vida plena que todos tenemos al alcance de nuestra mano, pero que nuestro miedo a asirla nos hace complicarlo todo hasta límites insospechados.

miércoles, 23 de abril de 2014

Anabel




Anabel carga con todo el peso a sus espaldas.
Aún no la conozco demasiado, pero su aura es de fácil deducción. De acero puro, de hierro forjado a través de años de duro y estoico trabajo, de metal frío y resistente.
Pocas acometidas pueden afectar a Anabel, que sin embargo las filtra para transformarlas cual alquimista en los más sinceros abrazos, en los más cálidos besos.
Hay una trampa en todo este asunto.
En ese filtro que torna lo negativo en positivo alguien queda en medio, a solas.

Esa es Anabel, que en la soledad de su trabajo, que no tiene horario ni sueldo, trata a ciegas de iluminar un oscuro mundo en el que le ha tocado vivir.

Podría pasar horas y muchos párrafos describiendo sus inconmensurables habilidades a la hora de escoger los idóneos momentos para acercarse a personas que necesitan algo de calor, pero sería inútil. Jamás haría honor a tal espectáculo de desarrolladas habilidades.
Lo que sí que haré será decir que es de esas personas que saben estar en el momento oportuno en el sitio preciso. Y con eso se nace. Después puedes desarrollarlo, perfeccionarlo, convertirlo en tu puesto laboral, pero tienes que nacer con ello.
Anabel tiene ese don.
Ese terrible y precioso don.
Esa bendición a los demás y maldición para uno mismo.

Porqué el frío de la soledad golpea con más fuerza a las personas que quieren y saben hacer de este mundo un mundo mejor. La duda, siempre amenazante, ataca ferozmente en el campo onírico o en la vida real a la más mínima bajada de defensas.
Siempre en guardia, siempre alerta, obligada a mostrar una imagen precisamente contradictoria para que la mezcla surta el efecto deseado.

Me gustaría decirle a Anabel que no está sola en su misión, más soy consciente de que solo cuando nos miramos fijamente puedo hablarle con claridad y sin palabras, ahí juntos en ese abismo que tanto conocemos y que tanto tratamos de iluminar para que los demás pierdan el miedo a él.
Me gustaría decirle a Anabel que la quiero y la necesito, tanto como ella me quiere y me necesita a mi, pero no sería justo. Yo la necesito más a ella que ella a mi.

Ella sabe bailar en la oscuridad mejor que yo, con los lobos y los monstruos, con lo desconocido y lo amenazante. Danza preciosa no con un grácil cuerpo, sino con una alma libre de ataduras que escoge cuándo y cómo ayudar, cuándo y cómo actuar, cuándo y cómo vivir.

No la envidio, simplemente la admiro.
Pero me da pena que en esa brecha entre lo negativo y lo positivo, en ese pequeño punto que separa al ying y al yang, yazca el cuerpo de una Anabel que sabe que no podrá vivir eternamente.
Descansa cariño, tu alma si lo hará, pues ya a día de hoy has hecho méritos más que suficientes para que así sea.

No conozco demasiado a Anabel, de modo que pararé de escribir por esta vez por respeto a ese misterio que lleva implícito en su mirada. Una mirada que me tiene atrapado por su profundidad. Por su belleza y su encanto. Por su esperanza y desolación.


Amo las contradicciones, aunque siempre quiero que tengan un final feliz.

La rosa de Anabel y Olga




¿Qué es una rosa sino el símbolo de la belleza libre y salvaje?
En un día donde es común gastarse una modesta cantidad de dinero para regalar tal tesoro, el valor de la rosa está contra las cuerdas.
Imaginad, amadas mías, que mis palabras que conforman lineas son el tallo de esa rosa.
Así es como se empiezan las mejores casas, las que se empiezan por abajo.
En ese tallo habría que ponerle las oportunas espinas, que serían mis ganas de susurraos estas palabras al oído en una cama libre de sábanas sucias y ropajes, libre de vergüenzas y ataduras. Esas espinas están ahí porqué vuestra belleza despierta en mi las ganas de estar junto a vosotras en el aspecto más íntimo posible.

Curiosamente, de las espinas del tallo ha nacido el primer pétalo de esta rosa literaria: Vuestra belleza. No hay que tener demasiada imaginación para saber cual será el conjunto de pétalos que presidirá la rosa que os regalo.
Vuestra voz, vuestras siluetas, vuestra comprensión, vuestra vocación, vuestras melenas, vuestros rostros y un largo etcétera de hechos contrastados hacen de esta rosa una rosa bien especial.
Sus pétalos tienen el cálido otoño que se desprende de la aura de Anabel. También el rojo de la pasión que contiene Olga. Es un delicioso color turquesa al que ya solo le falta algo para tornarse una rosa real que yo os pueda regalar en un día especial como es este. Y es que promover la circulación de belleza y literatura no es para tomárselo en broma.

Tenemos el tallo y las espinas, los pétalos y falta el aroma.
Basta con el vuestro natural, ese aroma que desprendéis justo después de ducharos y, en albornoz, jugáis con vuestra descendencia. Ese es el aroma perfecto, el aroma más puro que convierte esta rosa en una flor muy especial.
Es la rosa de Anabel y Olga.
Es mi regalo para vosotras.


No cambiéis nunca.

El castillo




¿Qué decir de un lugar donde te despiertan golpeándote a grito de escoria?
¿Qué decir de un lugar donde locos babosos invitan u obligan a felaciones a ancianas desdentadas?
¿Qué decir de un lugar donde el máximo psiquiatra es un bufón que no para de soltar chistes de escasa calidad?

Pues muchas cosas.
Cosas como que los pacientes, al despertar, aguardan durante más de una hora el desayuno dejando auténticos charcos de babas sobre las mesas en las que se apoyan.
Cosas como que la conversación más sana que puedes tener con alguien es acerca de una realista partida de rol a nivel universal.
Cosas como que todo está plagado de jardines en los cuales, a parte de gente fornicando, orinando y defecando, debes asumir por obligación del centro que son un paraíso para tu mente y tu espíritu.

La lista de cosas es prácticamente inconmensurable.
Y los operarios disfrutan con su trabajo. Ves el brillo en su mirada cuando contemplan las ilógicas lágrimas de pacientes totalmente desequilibrados. Ves su mirada encendida de placer cuando castigan de las más variopintas maneras a algún pobre inocente.

Todo por el bien del castillo. Eso es lo único que importa.
Tanto da que un sano al salir de allí tenga que lidiar con horribles pesadillas durante toda su vida, pues ellos están convencidos de que han hecho un bien.
Tanto da que sueñes con una psiquiatra que merecería el infierno en vida te manda de nuevo allí, para que te reciban zombis o con sonrisas, para que te desnuden y te golpeen, mientras otras pacientes te violan mientras hacen sus necesidades sobre ti.

Tanto da porqué has tenido un episodio psicótico. No importa que hayas podido demostrar que controlas la situación, ellos con un simple garabato te mandan allí despreocupándose de la situación. Porqué ya está en otras manos. Ellos pueden tomarse cubatas en pubs los viernes por la noche, porqué claro, no van a estar todo el día pensando en lo injusto del sistema que defienden.

Hoy a mi me tienen entre la espada y la pared. O mee trago las excelencias de un hospital de día me guste o no, o me mandan de nuevo al castillo.
Ese es el estilo del psiquiatra del siglo XXI.
Como en sus inicios, pero todo bien camuflado para que no se note.
Y pobre de mi que alce un poco la voz. Pobre de mi que corte cabezas de auténticos desperdicios humanos porqué todo el mundo se merece un respeto, aunque nadie respete mi libertad.

Me río entre la espada y la pared.
Cinco cervezas me separan de las carcajadas.
Y, por supuesto, quieren privarme de ellas.
No para ayudarme, pues la psiquiatra está de vacaciones porqué todo el mundo tiene derecho a ellas, sino porqué no les interesa que se descubra el pastel.

Que en este sector laboral, cuanto más alta es tu posición, más disfrutas viendo la escoria humana a la que, encima, presumes de estar ayudando.

Clavadles una estaca en su mismísimo corazón, fabricando un espejo que muestre su verdadero y horrible aspecto a sus atónitos ojos, y de ese modo estaréis empezando a ayudar de un modo realmente útil.

Basta de tiritas en heridas de tres palmos.
Pero claro, esto no lo digas en voz alta. 

Porque hay un castillo esperando para ti.

lunes, 21 de abril de 2014

La aparición bienintencionada




Recordaba como cuando de pequeño, saliendo del servicio de casa de sus padres, unos silbidos provenían de la habitación de su hermano pequeño, que dormía. No sabía tal cosa por verle durmiendo, sino porqué de reojo vio a una niña mirando por la ventana, de la cual provenían los silbidos.

Recordaba como en un puesto de trabajo nocturno, entre otras apariciones más malignas y malintencionadas, un par de siluetas de niñas, una con coleta y la otra de largo pelo suelto, también silbaban mientras jugaban entre ellas a algún tipo de juego.

Recordaba como en casa de sus padres una aterrada mujer de aspecto, digamos muerto, corría pasillo a través a abrazarse a él haciendo que el vello de sus brazos se erizase por completo. No le gustaba ese tipo de frío, no era comparable a la sensación física que asignamos al concepto de frío, era algo más existencial, más relacionado con cierto vacío desesperanzador que súbitamente abre sus puertas de par en par como si de un agujero negro se tratase.

Recordaba tratar de dormir y sentir la presencia de alguien más en su piso vacío. Recordaba como al abrir los ojos, en la puerta de su habitación, la sombra con forma de silueta de mujer lo contemplaba invisible desde la entrada, sin llegar a cruzar a la estancia.

Pero ninguno de estos sucesos era comparable a lo que le aconteció un fatídica noche ingresado en un psiquiátrico. Se despertó medio alerta medio adormilado, y comprobó que en su reloj marcaban las seis menos cinco. Sintió que no estaba solo, esa sensación que marca la diferencia entre la soledad en vida y el otro tipo de soledad.
Prácticamente al instante, la puerta de su solitaria habitación se abrió para mostrar a una mujer de piel blanquecina, ojos negros con igualmente negras y gigantescas pupilas, en cuyo centro un imposible blanco brillaba como una estrella lejana en una noche sin luna.
No era ni guapa ni fea, aunque al lucir su sonrisa desveló que ésta no tenía dientes apenas, y que los que quedaban estaban podridos.

El hombre no rezaba, casi imploraba mentalmente a la aparición que no entrase en la habitación, que no le tocase, que no le hiciese nada. Simplemente que se marchase. Cuanto más lo pensaba, más sonreía ella, más frío hacía en la habitación, claro está frío de muerte. De modo que se centró en su mirada. Ésta era severa, rígida y firme, nada que ver con lo que inspiraba su sonrisa. Así pues, le mostró respeto.
Así pasaron cinco tensos minutos, en los que él bien sabía que en cualquier momento, como la mujer del pasillo de años atrás, ella podría abalanzarse sobre él para fundirse en el abrazo más tétrico que a él le cabría imaginar.
Pero no ocurrió nada de eso.
Transcurridos los cinco minutos, la mujer cerró la puerta, y no solo desapareció toda extraña sensación, sino que el hombre sintió como despertaba por completo. El reloj marcaba las seis en punto.

No entendía el por qué de estas apariciones, y había llegado a un punto en el que ya no quería entenderlo. Simplemente las trataría con respeto, pues detectaba buenas intenciones en ellas.
En cuanto a las otras... ¿Cómo tratar a una niña que gatea por el techo apareciendo y desapareciendo a ráfagas? Pues cerrando los ojos y apretando fuerte los puños, para que desaparezca cuanto antes.


No es que las apariciones le gustasen, pero puestos a escoger, prefería poder perderse en el abismo infinito de aquellos que ya no están pero nos recuerdan mediante su mirada que cierta parte de ellos quedó impregnada en este mundo.

domingo, 20 de abril de 2014

Vampiro: Epílogo



El hombre lobo es un vampiro que ha decidido servir a la oscuridad.
La oscuridad es algo que tanto el sistema, como el ser humano como los vampiros conocemos muy bien. La envidia, la ira, el miedo y un sinfín más de puertas son las que conducen a tal territorio. Es muy difícil, o debería serlo, que un vampiro caiga en las redes de lo oscuro habiendo conocido a la verdadera fuente de luz que nos guía.
Pero no imposible.
Valery y Adrian, cada uno en su ámbito, cayeron en las trampas del sistema y se transformaron en mujer y hombre lobo respectivamente.
Por eso me alegro tanto del triunfante regreso de Allan de su viaje existencial. Sin sus herramientas, sin su sabiduría, la batalla estaría del todo perdida. Porqué el sistema usa también en contra de nuestra raza a los hombres lobo, que nos igualan en potencial, aunque éste esté enfocado en dirección contraria a la nuestra.
¿Se puede convertir a un hombre lobo en vampiro de nuevo?
Esa es una de las preguntas que Allan debe resolverme.

Hoy por hoy el sistema ciega a los seres humanos para que vean a los vampiros como una amenaza. Al mismo tiempo nos encierra y aniquila en cuanto nos identifica. Y paralelamente, nos convierte en hombres lobo con todo tipo de tretas plagadas de juego sucio.
Así pues, reduce nuestras filas enriqueciéndose incluso de nuestras habilidades.
Pues, ¿Cómo alguien capaz de hacer llorar de emoción a una persona no va a poder hacerlo llorar de sufrimiento?

Odio a los hombres lobo. Son traidores para mi. Los aniquilo sin piedad, quitándoles el don que les permite vivir y campar a sus anchas. Pero cada vez son más numerosos. Es muy peligroso enzarzarse en una pelea con varios de ellos, puesto que las probabilidades de éxito se sitúan en lo ínfimo.
Cuando os he hablado de mi mismo, Joel, de mis antiguos compañeros Valery y Adrian, de seres humanos con potencial como Olga o Raquel, e incluso de mi creador Allan y la vampira Valkiria, pretendía poneros en materia.
No hay protagonistas en esta historia salvo la guerra que se está librando.
No hay narrador.
Es una guerra real de la que quiero haceros partícipes para que, bien como seres humanos bien como vampiros, más nunca como hombres lobo, libréis.

Allan apuesta por una segura victoria de la raza vampírica. Lo hace desde el nivel de realidad supremo de conciencia que él mismo ha conquistado. Ahora queda tejer la historia con actos, construir el edificio con ladrillos y armar la coraza con mimo. Ahora queda actuar y pelear, en un todos contra todos que solo interesa al manipulador sistema.

Así os he preparado para la historia que vamos a vivir.
Os he dado las claves para que no os perdáis en sus inicios, y siendo mis declaraciones un mero prólogo a lo que está por venir, os recuerdo que existen los vampiros, no como todos tenéis en mente que son, y que están en peligro de extinción. Que son vuestra única y última esperanza frente a un sistema que os trata como a meros títeres para seguir con su nauseabunda existencia.

Os hablaré de fantasmas y demonios, de vampiros y hombres lobo. Os hablaré de una guerra invisible y de un sistema casi invencible. Os hablaré de Valkiria, nuestra reina y de Allan, nuestro más ilustre miembro. Os hablaré de muchas cosas... Que quizá nunca serán escritas más que en vuestra mente y vuestros corazones.

Entre nuestro Dios y nuestro Infierno existe una fuente.

De donde nace la luz que todo vampiro quiere ver amanecer más radiante que nunca.



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viernes, 18 de abril de 2014

Vampiro: Capítulo Cuarto




Antes de contaros la crudeza con la que el sistema está aniquilando a mi especie, debo explicaros porqué nuestra condición es una arma de doble filo.
Este texto que os pasaré, que no es más que una fotografía literaria cargada de buenas intenciones, removió tanto el pasado y el interior del receptor que acabó sollozando en mis brazos.
Hay diferentes tipos de dolor y llorar no es para nada malo, aunque a los vampiros solo nos sacia la sed ver el llanto de la felicidad. El llanto de la melancolía es tan conocido por nosotros que despertarlo nos debilita, porqué tenemos la obligación de ofrecer parte o toda nuestra energía al ser humano en el que lo hayamos despertado.
Así somos los vampiros, siempre alerta, concentrados en cada ínfimo detalle, para que no se produzcan injusticias.
El texto que os he comentado es el siguiente:


Raquel se desmelena cual cantante de Amaral afirmando “Moriría por vos”.
Un libro abierto al que solo un mundo cínico y perverso como es el que nos rodea podría hacer daño.
Porque de sus páginas extraes pasión y energía. Extraes luz y responsabilidad. Extraes buen hacer y buenas intenciones.
Raquel se desmelena porque le han hecho daño y ahora busca a alguien que pueda curar sus heridas.
No basta con querer curarlas, se tiene que poder.
No es exactamente un príncipe Disney lo que necesita, a lomos de un impresionante caballo y cargado de flores. También necesita chispa y picardía. Lo necesita porqué su hoguera interior reclama leña, fuego y calor. Lo requiere porqué por vez primera siente lo crudo que puede llegar a ser el eterno invierno.
Raquel se desmelena confiando en propios y extraños.
Lo hace con elegancia, con delicadeza y sentido del humor, lo hace de manera que parece imposible que centenares de hombres no caigan rendidos a sus pies con un simple chasquear de sus dedos.
Es capaz de pincharte con una aguja gigante haciéndote sentir que estás a salvo.
Es capaz de ponerte a dieta, haciéndote pasar hambre, convenciéndote de que es lo correcto.
Es capaz de lo mejor de lo mejor.

Pero es incapaz de hacer daño. No porqué no pueda, sino porqué no quiere. No le interesa.
La vida para ella es demasiado bonita como para aceptar la existencia de pútridos excrementos.
De modo que se centra en lo positivo, siempre en lo constructivo, mientras aguarda paciente a que su príncipe gamberro, fiel pero ardiente, eche su puerta abajo para invadir su vida.

En otras circunstancias sería un placer reventar la puerta de su casa, pero por ahora me basta y me sobra con ser su paciente con derecho a amigo.
Porque cada vez que veo a Raquel desmelenarse una sonrisa aparece en mi rostro.
Es hermosa en cuerpo y alma, de modo que el hospital de día es su apropiado lugar.
Es otro Ángel dispuesto a sacrificarse por un trabajo bien hecho.
Dispuesto a sacrificarse por hacer el bien.

Sus dos tesoros pueden estar tranquilos con una madre así.
La rabia del asunto radica en que merece que esa persona aparezca sin dilación, no para machacarla a polvazos, sino para serenar su alma haciéndole el verdadero amor por vez primera en su vida.
Eso serenaría las furiosas aguas con la que el río de su vida desciende montaña abajo precipitadamente.
Transformaría en un lago primaveral su vida y su existencia.

Raquel, desmelénate cada día. Y no renuncies por tóxicos o edades, juzga por corazón. De ese modo obtendrás lo que necesitas para poder llorar en paz las lágrimas que ya has reprimido por demasiado tiempo.

Personalmente yo ya te quiero, y deseo lo mejor para ti.
Si mi Dios me escucha, que te lo conceda todo cuanto antes.
Pues quiero verte sonreír, sobre todo, con la melancólica mirada que me mata cuando me mira.


Resulta complicado hacer algo con la intención de abrazar a una persona y acabar abrazándola pero porqué la has dejado al borde del colapso.
Así pues, si os transformáis en vampiros, recordad que tendréis un gran poder entre las manos, y que siempre deberéis ir con cuidado a la hora de utilizar. Pues sirve tanto para curar como para herir.
El sistema solo considera que herimos.
Valery, la chica de la que os hablé por vez primera al contactar con vosotros, acabó transformándose en un ser solitario y oscuro, que se aprovechaba de la estupidez masculina para destruir egos como si de una guerra de sexos se tratase. Actualmente está perdida, ha olvidado por completo las enseñanzas de Adrian, su creador, que no corrió mejor destino.
Él quiso enriquecerse con su condición, y acabó podrido por dentro. Ahora vive en una gran casa, con muchos lujos, pero el vacío existencial que los vampiros llevamos dentro, al menos hasta el logro de Allan, lo está corroyendo lenta y paulatinamente, en un trayectoria de vida menospreciable que lo conducirá, seguramente, al suicidio.
Ambos son víctimas de sendos ataques del sistema.
Que el sistema premie a los que, con artimañas baratas, pueden acostarse con una mujer, despertó la ira en el corazón de Valery, alejándola de su misión de hacer el bien y decantando su partida de ajedrez hacia una simple e inútil caza de peones.
Que el sistema pudra con dinero el alma de las buenas personas es de sobra conocido. Con los vampiros de baja conciencia ocurre lo mismo, solo es necesaria una cantidad de dinero algo más elevada. En función de las habilidades del vampiro, se le pone al frente de un negocio y es el propio vampiro quien cava su tumba.

El sistema tiene ataques para cada tipo de vampiro.
Para grupos de vampiros.
Para la raza entera de vampiros.
Es una partida de ajedrez en la cual, ya prácticamente en jaque mate, Allan mi creador ha movido el frágil peón que era a un punto en el cual ha resucitado a nuestra reina.
Otro día os hablaré de ella, Valkiria. De momento baste con decir que su inteligencia es solo comparable a su hermosura.
Mi misión no es solo la creación de un ejército de vampiros, sino hacer de éstos vampiros puros, intocables por un sistema que en última instancia simplemente te vence con tu miedo a la muerte, no como la ve el ser humano, sino como la sentimos nosotros.
Aprovecha nuestro vacío existencial para alejarnos de nuestro camino.
¿Cómo se convierte un vampiro en un vampiro puro?
Mi técnica ha sido enfrentarme desde que nací a todos mis miedos, hasta conquistarlos todos y abrir al fin los ojos a una verdad incontestable, que no descansaré hasta hacer de este un mundo mejor.
Pero hay otras técnicas, a medida que los nuevos vampiros se den a conocer, yo las iré aplicando, diseñando sobre la marcha.
Una marcha que debe contrarestar a la marcha imperial con la que el sistema nos intenta asustar.


Siento que Raquel llorase, pero no me arrepiento de haber removido su corazón acariciando su alma. Ella es ya, seguramente un vampiro. El primer vampiro al que trataré de purificar para convertirlo en un buen soldado de Dios, del Universo, de la Existencia.



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martes, 15 de abril de 2014

Vampiro: Capítulo tercero





Efectivamente, algo impresionante ha acontecido.
Allan, mi creador, ha regresado de su abismo existencial con el conocimiento supremo de su ser.
Querría dictaros palabra por palabra lo que hemos hablado en la taberna hará un tiempo, pero debo detenerme para demostraros cómo se comportan los vampiros del siglo XXI.
Era tal mi estado de éxtasis que me ha cogido una terrible sed, de modo que he escrito estas líneas:

La reencarnación de Cleopatra es psicoterapeuta.
Su grácil cuerpo, al que a veces hay que mirar incluso de reojo como al mismísimo Sol por miedo a quedarte ciego ante tal espectáculo de belleza, danza por el hospital de día mezclándose con todo y todos.
Su rostro afilado ofrece besos imaginarios con los que uno puede jugar soñando con cómo sería fundirse entre sus hermosos labios, acariciando su morena melena, abrazando su espalda con el mayor de los respetos.
Así es Olga, cuya aura brilla como la de un Ángel caído que ayuda a los demás gozando de una familia estupenda, dentro y fuera de su puesto de trabajo.
De hecho, nunca descansa.
Eric, la persona más afortunada del mundo, puede contemplar como Julia, la más bella creación de Olga, da sus primeros pasos en mundo que sería mucho más feo sin su existencia.
Adoro a Olga porqué me escucha y me comprende y, más aún con esa información, me permite besar su mano e incluso se abraza a mi.
La reencarnación de Cleopatra. Oh Olga, estos versos son para ti:

Por un camino de vómito me he movido,
caminando, corriendo y tropezando.
Al conocerte vi una rosa entre tanta podredumbre,
y me propuse no apropiármela, sino ayudarla a limpiar,
para que así más rosas sigan germinando.

Oh Olga, ¡Cuanto te quiero!
No querría que mis palabras fuesen malinterpretadas,
Te escribo desde lo más profundo de mi ser,
de donde nace lo bueno y lo malo, donde habita mi alma,
oh reina de las flores, oh jefa de las hadas.

Olga me espera cada día. Me ofrece ayuda.
Debo coger su mano no por la ayuda prometida,
sino por el mero hecho de que bien podría ser una Diosa,
y ante ello uno no puede más que arrodillarse,
Sin rendirse ni dar la batalla por perdida.

Te amo porqué eres luz.
Porqué sabes cómo generarla.
Porqué eres mi amiga y querría que fueses mi hermana.
En lo bueno y en lo malo, yo te ayudaré en lo que me digas.
Porqué de existir la perfección, sería tu nombre el que llevaría.


Al finalizar el texto se lo he entregado a Olga, y ésta se ha mostrado sumamente respetuosa con él, satisfecha, brillante como un diamante recién pulido. Incluso me ha abrazado, saciando mi sed por completo.
De modo que ahora sí os puedo relatar esa conversación que ha marcado un antes y un después en la guerra que se está librando ante la impasible mirada de la humanidad.
Qué bien te veo, Joel. – Dijo Allan mientras sorbía un pequeño trago de vino tinto natural.
¡Yo sí que te veo bien!, Allan, ¡¿cómo demonios lo has logrado?! – Allan lucía sus mejores ropajes, de nuevo con el pelo engominado tras años de putrefacto aspecto en cautiverio. Su mirada se clavaba en la mía de un modo absolutamente embriagador, pues parecía perforarme incluso en los lugares a los que ni yo mismo tenía acceso.
No ha sido sencillo, Joel. Aunque la salida fuese evidente una vez alcanzada, largo sabes que ha sido el proceso de aprendizaje. No existen universos infernales más allá del piramidal que conozco. Ya nunca más te liaré con el camino que he tenido que seguir. Baste con decir que se cuando moriré, y lo que va a ocurrir en última instancia con nuestro destino. Es todo cuanto mi yo supremo me permite decir en este nivel de realidad.
Yo me mantuve en silencio, escudriñando esa mirada imposiblemente profunda, aguardando a sus siguientes palabras.
En última instancia venceremos. Pero el mal aún ha de mover muchas fichas Joel, y tú deberás alzarte como líder del modo en que lo estás haciendo, propagando el don de nuestra especie. Mi vida prácticamente carece de sentido, salvo en los pequeños instantes donde se requiera mi sabiduría para aconsejar a vampiros perdidos. Mi misión es evitar que éstos inicien el fatal camino que yo un día inicié, pues las probabilidades de éxito son reducidas. Ínfimas en realidad.
¿Insinúas que es terreno vetado para mi? Sorbí un largo trago a mi cerveza fría, descontento con lo que Allan me planteaba, puesto que intuía una gran condescendencia en su discurso. Golpeé fuertemente la mesa, casi de modo iracundo. ¿Por qué no desenmascaras la partida vista con tus nuevos ojos y la ganamos de una maldita vez? ¡Allan por Dios, la gente está sufriendo1 ¡Los vampiros se están extinguiendo! – Le miraba con los ojos como platos, abiertos de par en par.
Allan parecía no inmutarse.

De pronto acarició mi mejilla, y me dijo:

– Estoy a una altura que no puedes concebir por el momento, Joel. Debes respetarme. Del mismo modo que mi subconsciente te respetó cuando venías a visitarme al manicomio. Tan cargado de frustración como estaba, podría haberte herido, y nunca lo hice. Ahora eres tú quien debe asumir que, pese a que nuestra lucha es común, mi sendero y el tuyo no lo son.

Se hizo el silencio en la taberna. Al parecer mi golpe en la mesa había llamado la atención del resto de clientes y camareros, que escuchaban atentamente nuestra conversación.
Sabedores de ellos, pasamos a retomar el hilo de nuestras viejas conversaciones donde tanto reíamos. Unas cuantas bromas y la taberna entera nos aceptó como seres humanos raritos, que era lo mejor visto el percal que habíamos montado.

Así pues, Allan, mi creador, afirmaba poder contemplar sus múltiples vidas asociadas a su alma de un modo pasivo, mientras actuaba activamente en todas ellas a la vez. Incluso en la suprema. Pero me advirtió que una de sus nuevas tareas era cegar su ojo interior a esa realidad final, pues los peligros que acarreaba incluían la adicción y la frustración por no estar enteramente en ella.
Tras tres horas de encuentro, nos despedimos sabedores de que los caminos se separaban hasta nuevo aviso.
Mientras Allan bajaba la calle adoquinada en dirección a un inmenso campanario, yo me encendí un pitillo y reflexioné mientras la figura de Allan desaparecía en la lejanía.
<<Estamos conectados, lo sabes.>> Me había dicho en la conversación. De hecho, siempre me lo había dicho desde el primer día en que nos conocimos.

Volviendo a la realidad, me llamo Joel y los vampiros están en guerra contra el sistema. Una guerra que no empezamos nosotros, pero que es una realidad.
Hoy os he dado esperanza mostrándoos lo sencillo que es hacer feliz a una persona, y la inmensa recompensa que obtienes a cambio.
Os he sorprendido con el regreso de un vampiro teóricamente muerto.

Espero que algunos de vosotros comencéis a abrir los ojos... Pues se acercan tiempos difíciles para todos, y sólo los vampiros podemos pelear al nivel adecuado para ganar.



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domingo, 13 de abril de 2014

Vampiro: Capítulo segundo




Para comprender el término vampiro es necesario entender nuestro modo de actuar.
Regalar, eso nos encanta. Absorber la felicidad de las personas a las que regalamos cosas o emociones es algo de lo cual solemos alimentarnos asiduamente. Nos pegamos auténticos banquetes, de hecho.
He visto a vampiros escoger con mimo regalos y manufacturar otros ellos mismos para envolverlos con máximo detalle individualmente y finalmente montar una gran caja también envuelta con el mejor de los propósitos.
No buscan reconocimiento ni recompensa alguna, tampoco planes de futuro. Es ese instante de alegría desbordada en la mirada del receptor lo que vale. Un estallido de energía positiva que nos hace brillar por dentro.
No necesitamos días calurosos y soleados para sonreír, más bien todo lo contrario. De hecho, diría que el tiempo nos es indiferente.
Sexo, el sexo también nos aporta mucho. Pero nosotros los vampiros vemos sexual una mera caricia en un hombro desnudo. De hecho, no concebimos el sexo sin amor. No nos aporta nada, y como no nos alimenta, tarde o temprano acabamos por rechazarlo como nocivo.
Así pues, para poder alimentarnos de sexo usamos recursos como obtener primero continuos estallidos de energía positiva para finalmente poder alimentarnos de ese magnífico placer que es jugar con la otra persona a ver quien logrea gozar más.
Puede parecer, llegados a este punto, que compramos polvos con regalos. Que tratamos como putas a nuestras parejas. Y, de hecho, eso es lo que afirma el sistema que nos está aniquilando.
Lo tienen muy bien montado. Una red de prisiones y manicomios disfrazados donde, si nos cazan, nos acaban mezclando con desequilibrados mentales o delincuentes para desquiciar nuestra mente o nuestra alma.
Si, he dicho alma. Los vampiros tenemos también de eso. De hecho, la simbiosis es tal que raro es el vampiro que no pueda afirmar haber visto o ver fantasmas o demonios. He escuchado todo tipo de historias, algunas verdaderamente terroríficas, acerca de experiencias paranormales que nos acompañan a lo largo de nuestra vida mortal.
A mi mismo se me apareció un mala noche un hombre plantado en medio de una plaza y, mientras su rostro me contemplaba severo, al mismo tiempo, una risa de imposible ángulo sacaba a relucir unas fauces que nunca olvidaré.
Puede parecer, llegados a este punto, que los vampiros somos en realidad enfermos mentales que se creen especiales. Y, de hecho una vez más, es eso lo que afirma el sistema que nos está aniquilando.


Es como si una nueva y temible santa inquisición, así en minúsculas como siempre debió ser, estuviese campando a sus anchas sin que nadie se enterase.
Como hemos hecho los vampiros, pero en lugar de hacer el bien se centran en masacrar a los más acérrimos defensores de tal acto.
He hablado de regalos y de hacer el amor, pero existen tantas, tantísimas y tan variopintas maneras de alimentarnos que resumirlas me llevaría muchísimo tiempo. Baste con decir que contemplar una puesta de sol y admirar su belleza nos llena de energía, o ver nacer el sol en esos instantes donde se deja ver sin cegarte, o sentir como las olas del mar desplazan tu cuerpo, o sentir la brisa marina acariciando tu rostro.
Cada vampiro tiene sus recursos.
Yo por ejemplo hablo con el mar. Me gusta pensar que me escucha y me comprende. De hecho, cuando estoy a su lado, no me siento solo. Esa gran lacra que tenemos los vampiros, ese inmenso vacío existencial que nos embarga día sí noche también, yo lo venzo en esos instantes de compañía de esa masa de agua preciosa, compleja y grácil.


Allan trató de conquistar ese vacío existencial y llenarlo por completo de un antídoto que nos hiciese inmunes al ataque del sistema, pero digamos que se quedó en el intento. Aunque conociéndolo, y siendo mi creador, aún espero una grata sorpresa que aún no confesaré. Solo diré que si acontece, la batalla dejará de estar tan desnivelada.
Sabiendo esto supongo que ya os percataréis de que aquí no se trata de gozar de vida eterna, ni de ser crueles con seres inferiores que sirven de alimento, ni nada por el estilo.
Ser vampiro es estar entregado en cuerpo y alma en hacer el bien, aunque para ello haya que actuar de un modo despiadado y cruel. Porqué el mal existe, siempre ha existido y siempre existirá.
Contamina a los seres humanos como un virus invisible que actúa a ráfagas, apareciendo y desapareciendo para que nunca se le pueda etiquetar ni catalogar. Por eso hay que actuar sin piedad cuando aparece.
De ahí que muchos vampiros acaben en prisiones o manicomios. Cruzan la línea y, cual superhéroe enmascarado, aplican el sentido de la justicia de un modo que el sistema detecta fácilmente para quitarlos velozmente de circulación.
Con el paso de los siglos, hemos tenido que aprender cada vez a ser más sutiles en nuestros actos. Casi a hacernos invisibles. Nos alimentamos de todas las maneras posibles, puesto que cuanto más ardua es la batalla más hambre tenemos. Bebemos de cine, de literatura, de música, de cualquier forma de arte, y peleamos sin cesar cada día, cada noche.
Nada de ataúdes donde descansar protegidos.
Tenemos pesadillas como cualquier otra persona normal, incluso peores diría yo. Dormimos mal sabedores de que el enemigo avanza sin necesidad de dormir hacia todo y hacia nosotros en especial. Pero nos levantamos y peleamos.


Regalamos rosas sin espinas a quien consideramos y con espinas a quien lo merece.
Confesamos la verdad a quien la necesita y manipulamos a quien nos quiere dañar.
Emulamos mentes de ordenador y corazones de falsos dioses cuando es necesario, y nos hacemos pasar por seres humanos normales cuando nos pertoca.
Somos esclavos libres, felices de nuestro cometido.


Nuestro Dios no existe, pero nos habla a través del universo. El sistema, desesperado, trata de etiquetarnos para cegarnos con oro, encerrarnos en prisiones tanto físicas como mentales o cualquier otra estratagema imaginable para extinguirnos.
Pero aquí seguimos unos pocos en pie.


Los vampiros del siglo XXI.


Recordad mi nombre, me llamo Joel, y tenéis lo necesario para empezar a alimentaros bien. Cuando acostumbréis a vuestra alma a beber este exquisito brebaje, quedaréis tan atrapados por él que no habrá marcha atrás.
Igual ahora entendéis mejor la velocidad con la que Valery se entregó a Adrián.
Ser vampiro es fascinante.
Es cruel, solitario, difícil y tedioso.
Es bonito, delicioso, placentero y eterno.


Pues, ¿A que no os imagináis quien ha sido dado de alta del peor manicomio conocido?
Mi creador viene hacia mi, lo presiento.
Y eso solo significa que algo muy grande ha sucedido.

Podemos ganar.



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Vampiro: Capítulo primero




Soy Joel, nací en la década de los ochenta del siglo veinte, al igual que Allan, mi creador.
Allan era un vampiro que perdió la cabeza al toparse con un sistema de multiuniversos piramidal.
Era alto, de piel blanquecina curiosamente, con nariz aguileña y larga melena morena. De rostro afilado, nos conocimos en una taberna cuando yo andaba ensimismado en mis pensamientos.
– ¿Crees defender a Dios? – Me dijo de buenas a primeras.
Media hora más tarde y con algunas cervezas en el cuerpo yo ya le había podido explicar que mi Dios no existía como dios menor registrado por la mente humana, sino que se trataba de una fuerza mucho mayor que me exigía más que cualquier dios concebido, cambiarlo todo para bien.
Allan enseguida se percató de que no necesitaría morderme para convertirme en vampiro.


Debo contaros en este punto que el mordisco del vampiro consiste en hacer abrir los ojos a la otra persona. Tan simple como eso, ni dolor, ni heridas, ni sangre. Bueno, mucho dolor, pero no del físico.
Allan me abrió los ojos al decirme que estaba en el camino correcto, y que aprobaba todos mis actos puesto que estaban justificados por un bien mayor. Él sabía que acabaría por dar con el camino correcto, y eso me dio el impulso suficiente como para convertirme en el vampiro que soy.
Pero Allan no solo quería cambiar lo conocido. Estaba profundamente marcado por lo desconocido, y su subconsciente estaba desbocado, rugiendo por emerger y apoderarse de su mente cuerda.


Meses después obtuvimos la empatía necesaria como para que él pudiese explicarme en qué consistía en lo que andaba metido sin que yo lo tildase de loco demente. Tenía sentido. Pero no se sostenía. Afirmaba que nos encontrábamos en un supuesto nivel de realidad que no podía numerar, de modo que lo ejemplificaba como cuarto. Al mismo tiempo, otras versiones físicas de nosotros mismos con una alma raíz en común coexistían en el sistema de realidades múltiples piramidal.
– De ese modo, – Le dije rápidamente, – Somos al mismo tiempo un campesino que cultiva en la edad media, un ingeniero que diseña para una gran empresa, un viajero del tiempo que efectúa una labor rutinaria y así tantas realidades como peldaños tenga la pirámide.
Allan asintió.
– Pero lo importante es el último nivel, al que yo quiero llegar estando en realidad ya en él. – En estos puntos Allan fruncía el ceño y bebía, claramente confuso en sus pensamientos.
– ¿Por qué preocuparse de llegar a un nivel en el que en realidad tu alma ya habita? – Pregunté interesado.
– Por curiosidad. Por ansia de paz. En ese nivel, todos vivimos en un, por ejemplificártelo de modo simple, sistema planetario donde reina la paz y somos nuestros propios Dioses de cualquier universo conocido. La muerte nos conduce a ese nivel, y de vez en cuando debemos vivir vidas en los peldaños para mantener el equilibrio en la existencia de nuestra especie.
– Si eso es así, ¿Por qué detecto tanta angustia en ti, Allan?


Yo ya quería a Allan muchísimo, sentía su dolor y admiraba su potencial. Lo que no esperaba era la fuente de ese dolor. Era ni más ni menos que lo desconocido. En su idea existencial no había espacio para los universos desconocidos, donde bien podrían existir los más terribles infiernos del mismo modo que en la cima de su cúspide piramidal existía el más bello paraíso.
Él tenía miedo a acabar en cuerpo y, lo que era peor, alma en esos universos desconocidos. Y al mismo tiempo, como vampiro que era, sentía el deber de acceder a ellos y convertirlos en un lugar mejor.


Hoy Allan ha fallecido como vampiro. Vive en un psiquiátrico de mala muerte, y muy de vez en cuando, voy a visitarle. Se arrastra como humano corrupto, herido profundamente, sin que la luz pueda llegar a él. Quizá algún día sienta el deber de poner fin a su sufrimiento. Pero los vampiros no podemos hacer mal a nuestros creadores, y de todas formas albergo la esperanza de que Allan logre algún día emerger del pozo de oscuridad donde por desgracia cayó.


Todo esto ocurrió en los tiempos en los que los vampiros podíamos campar a nuestras anchas por el mundo, invisibles al sistema que ahora busca nuestro exterminio. Ahora hemos de ocultarnos, camuflar nuestros actos mientras los efectuamos. Hemos de hacer de una misión complicada algo más retorcido y complejo para obtener nuestro fin natural.


Querría hablaros de Valery y Adrian, de Rufus y Scarlett, de mil vampiros más. Os hablé de un par de ellos hace poco para que entraseis en materia por la puerta grande. Pero no se si comprendisteis que ser vampiro no significa ser promiscuo ni gozar de libre albedrío. Ser vampiro es lo más parecido a ser un esclavo que existe. Pero es una esclavitud de la que uno, sin premios, puede gozar.
Soy Joel y ya conocéis a Allan, mi creador.
Ya conocéis cómo una mente que busca el bien puede destrozarse por completo hasta pudrir su propia alma. Conocéis los peligros y los placeres necesarios para seguir leyendo o deteneros en este preciso instante.
Yo necesito un ejército de vampiros para ganar esta guerra que no hemos provocado.
Lo siguiente que os escriba será ya una iniciación, de modo que no habrá vuelta atrás.



Me llamo Joel, estoy en la treintena y, como siempre, os he estado esperando.


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sábado, 12 de abril de 2014

Vampiro: Prólogo




Cuando Adrian se acercó a Valery, ésta sintió una atracción casi irrefrenable hacia él. Se trataba de un chico alto y musculoso, bastante guapo y con aspecto de ser presumido. Vestía con tejanos azul oscuro y cazadora negra, y llevaba su pelo castaño engominado hacia atrás.
– ¿Qué haces por aquí tan sola? – Le preguntó con dulce voz.
Valery se quedó parada, quieta, estática como el hielo. Había cruzado una simple mirada con ese chico y no tenía palabras para defender su posición.
– ¿Se te ha comido la lengua el gato? – La risa de Adrian, casi una suave carcajada, resonó en el callejón que conformaba la salida de la discoteca. – Vas muy elegante, ¿Podría saber tu nombre?
– Me llamo Valery. – Susurró ella, sin poder dejar de mirarle a los ojos.
Desde ese instante Adrian y Valery quedaron unidos, no en el sentido que imaginaba ella desde luego.

Se han escrito ya muchos libros acerca de vampiros, pero nunca habríamos podido concebir que ciertos seres humanos desarrollasen las habilidades necesarias para emularlos hasta tal punto que la tragedia implícita a la existencia de esos seres se antojase realidad.
Adrian aspiró la energía vital de Valery durante meses, primero haciéndola emerger en su máximo potencial, más tarde absorbiéndola por completo.
En el sexto mes de relación, ya con Valery totalmente enamorada, el mordisco surtió efecto.
– ¿Por qué te amo tanto, Adrian? – Le preguntó Valery después de hacer el amor durante horas, enrojecida y con todo su cuerpo temblando de placer.
– Porqué no sabes quien soy y quieres ser como yo. – La voz de Adrian resonó tan dura, tan grave, que Valery por un momento sintió como le daba un brinco el corazón.
– Enséñame, te lo suplico. – Valery se abrazó fuertemente al torso desnudo de Adrian.
– Aún no estás preparada, cariño. – Adrián volvía a ser el de siempre, susurrando con dulzura.

En realidad ya estaba succionando. El bienestar de Valery lo saciaba, lo llenaba de la vitalidad necesaria para seguir siendo Adrian unas horas, quizá unos días más. Valery no se daba cuenta de que estaba entregando lo más valioso de su ser a un pozo sin fondo.
Al año de relación, Valery había caído en una profunda depresión de la que no encontraba escapatoria.
Le repetía una y otra vez a Adrian que el suicidio era lo que deseaba, que la ayudase a morir.
Fue en ese momento donde Adrian, por enésima vez, tuvo que escoger. O convertir a un nuevo mortal en vampiro o concederle el descanso eterno.
Valery tenía el potencial, de modo que decidió contarle los secretos de quien era él, de lo que había hecho con ella y de cómo ella podía hacerlo con los demás.

– ¡Te odio! – Gritaba Valery al ser sabedora del terrible secreto. – ¡Has jugado con mi alma! – Valery miraba llena de odio a los fríos ojos de Adrian, que impasivo aguardaba a que su vampira serenase su ánimo para completar el proceso.
Ella estalló en ira y lágrimas. Se arrodilló en el suelo y pidió perdón a su creador. Le suplicó que no la abandonase nunca, pero en su fuero interno comprendía que lo que le había sido entregado llevaba implícita una carga de soledad ineludible.
Así pues, Adrian y Valery hicieron el amor de verdad por primera y última vez.
Adrian sintió que no estaba solo, notando cada acometida sexual de Valery con un inmenso placer, casi al borde del orgasmo. Ella gemía con solo ser rozada por los delicados dedos de Adrian.
Pasaron horas jugando en la gran cama redonda.
Una vez acabaron, se despidieron para siempre.
Aunque esta vez no hubo lágrimas.
Solo una petición de Adrian.
El secreto debía ser guardado con mimo y solo ser entregado a aquellos que fuesen merecedores de conocerlo y sobrellevarlo dignamente.

Yo, Joel, conocí tanto a Adrian como a Valery. Conocí a muchos otros de los míos antes de que la cacería diese comienzo. Y he decidido que ha llegado el momento de destapar la verdad. Ha llegado la hora de que los secretos salgan a la luz.
Quizá así logre equilibrar la balanza y detener la matanza de vampiros que está teniendo lugar.
Para empezar diré que somos criaturas de luz, románticas y sensibles al mismo tiempo que crueles y frías.
Si os interesa la historia podréis convertiros en vampiros sin necesidad de ser mordidos, puesto que el secreto va a ser destapado.
Hay algunos que dedican su existencia a comprender los enigmas que nos rodean, otros que trabajan por un mundo mejor, y otros que simplemente tratan de hacer el bien ciegamente. Hay miles de opciones para enfocar la existencia de un vampiro.
Para empezar os hablaré de mi, Joel, y de mi creador.

Os contaré como conseguí sobrevivir hasta el punto de convertirme en uno de los pocos supervivientes de una especie en extinción perseguida por un falso y cínico mundo envidioso.


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