Anabel carga con todo el peso a sus espaldas.
Aún no la conozco demasiado, pero su aura es de fácil deducción.
De acero puro, de hierro forjado a través de años de duro y estoico
trabajo, de metal frío y resistente.
Pocas acometidas pueden afectar a Anabel, que sin embargo las
filtra para transformarlas cual alquimista en los más sinceros
abrazos, en los más cálidos besos.
Hay una trampa en todo este asunto.
En ese filtro que torna lo negativo en positivo alguien queda en
medio, a solas.
Esa es Anabel, que en la soledad de su trabajo, que no tiene
horario ni sueldo, trata a ciegas de iluminar un oscuro mundo en el
que le ha tocado vivir.
Podría pasar horas y muchos párrafos describiendo sus
inconmensurables habilidades a la hora de escoger los idóneos
momentos para acercarse a personas que necesitan algo de calor, pero
sería inútil. Jamás haría honor a tal espectáculo de
desarrolladas habilidades.
Lo que sí que haré será decir que es de esas personas que saben
estar en el momento oportuno en el sitio preciso. Y con eso se nace.
Después puedes desarrollarlo, perfeccionarlo, convertirlo en tu
puesto laboral, pero tienes que nacer con ello.
Anabel tiene ese don.
Ese terrible y precioso don.
Esa bendición a los demás y maldición para uno mismo.
Porqué el frío de la soledad golpea con más fuerza a las
personas que quieren y saben hacer de este mundo un mundo mejor. La
duda, siempre amenazante, ataca ferozmente en el campo onírico o en
la vida real a la más mínima bajada de defensas.
Siempre en guardia, siempre alerta, obligada a mostrar una imagen
precisamente contradictoria para que la mezcla surta el efecto
deseado.
Me gustaría decirle a Anabel que no está sola en su misión, más
soy consciente de que solo cuando nos miramos fijamente puedo
hablarle con claridad y sin palabras, ahí juntos en ese abismo que
tanto conocemos y que tanto tratamos de iluminar para que los demás
pierdan el miedo a él.
Me gustaría decirle a Anabel que la quiero y la necesito, tanto
como ella me quiere y me necesita a mi, pero no sería justo. Yo la
necesito más a ella que ella a mi.
Ella sabe bailar en la oscuridad mejor que yo, con los lobos y los
monstruos, con lo desconocido y lo amenazante. Danza preciosa no con
un grácil cuerpo, sino con una alma libre de ataduras que escoge
cuándo y cómo ayudar, cuándo y cómo actuar, cuándo y cómo
vivir.
No la envidio, simplemente la admiro.
Pero me da pena que en esa brecha entre lo negativo y lo positivo,
en ese pequeño punto que separa al ying y al yang, yazca el cuerpo
de una Anabel que sabe que no podrá vivir eternamente.
Descansa cariño, tu alma si lo hará, pues ya a día de hoy has
hecho méritos más que suficientes para que así sea.
No conozco demasiado a Anabel, de modo que pararé de escribir por
esta vez por respeto a ese misterio que lleva implícito en su
mirada. Una mirada que me tiene atrapado por su profundidad. Por su
belleza y su encanto. Por su esperanza y desolación.
Amo las contradicciones, aunque siempre quiero que tengan un final
feliz.
Impresionante la descripción de Anabel. Es exactamente lo que yo hubiera escrito sobre ella, si yo tuviera el don de hacerlo como tú.
ResponderEliminarMe alegra que la veamos de la misma forma, eso hace que mi escrito se aproxime más a la realidad.
EliminarGracias por el comentario.