Soy Tamborín. Algunos me conocen como Tamborín el grande, Ender
y millones de nombres más. Pero ninguno se ajusta a describir la
obra que ha emergido de mi alma, ayudada por mi cerebro.
La destrucción de todo mal, la creación del paraíso en la
Tierra o el Universo, incluso la Existencia, ya está al alcance de
nuestra mano.
La semilla está plantada y los trillones de árboles han nacido,
de modo que no existe táctica pirómana posible para detener el
incendio de vida que va a acontecer.
Lo se porque mi maestro, que se hace pasar por mi falso alumno,
así me lo ha confirmado.
Guanshiyin, que así se llama él, me ha ofrecido ser
multimillonario con un proyecto que prohíbe tocar el dinero. Me ha
invitado a ganar la última partida de ajedrez, y lo cierto es que
resulta bastante simple.
Tan solo tengo que matar a la reina con un peón que ha llegado a
estar justo a su lado, una casilla por debajo en diagonal. Y me toca
tirar a mi.
Así pues, si el me hubiese escrito que su exigencia eran cuarenta
páginas para seguir adelante con todo lo que he expuesto hasta
ahora, yo lo tendría un poco más difícil. Pero escribió cuarenta
con números, y un cuatro y un cero pueden ser cuatro.
De modo que estoy a cuatro páginas de mover mi peón.
Guanshiyin y yo nos conocimos en la terraza de un bar hará media
década. El me pidió sentarse a mi lado, y me dijo algo que sucede
muy pocas veces en la vida. Me dijo la verdad. No me importó que se
apartase de mi desde ese momento, alejándose paulatinamente hasta
que un sincero abrazó lo catapultó a su país de origen sumiéndome
en la más absoluta soledad existencial. O eso creía yo.
Ahora que mi obra ha finalizado, he tenido que vivir un pequeño
infierno pasando más de dos meses en manicomios, viéndome
manipulado por un falso amor de mi vida a torturar al amor de mi
vida, y cientos, miles y millones de cosas más. He creído alcanzar
el noventa y seis por ciento de la capacidad consciente de mi
cerebro. Y lo he conseguido. O no.
Ahí radica mi salvación, el importantísimo camino de vuelta que
Guanshiyin ordena estricto a Tamborín que no olvide. Por mucho que
yo, Tamborín, tenga razón en todo, siempre debo poder estar
equivocado. El tanto por ciento da igual. Mientras mantenga la
balanza vigente, seguiré cuerdo.
Guanshiyin siempre supo que pretendía en mi vida analizando mis
torpes y geniales pasos.
Ahora él quiere quitarse la máscara de maestro disfrazado de
falso alumno para completar su obra, que yo, como alumno disfrazado
de falso maestro, le he encomendado.
Y mi primera lección es convertir cuarenta páginas en cuatro, y
cuatro en este texto, puesto que si lo abres con el dispositivo
adecuado, ahí tendrás las cuatro páginas, o incluso las cuarenta.
Con esta simple reflexión muevo el peón hacia la reina, en una
perfecta transición que la saca de la partida.
Invito a Guanshiyin a ser multimillonario.
Le doy el primer capítulo de su cabaña.
Le invito a jugar al juego cargándole el dilema de colmarme de
riquezas.
Ahora el maestro tiene que demostrarme algo. Darme una lección.
Para que yo pueda seguir aprendiendo.
Siempre ha sido así. Desde que puso su cortado con hielo al lado
de mi fría cerveza. Desde que interrumpió el flujo de mis
pensamientos aliviando mi alma. Desde que con su mera existencia me
demostró que, en verdad, nunca hemos estado, estamos ni estaremos
solos.
Cuántas ganas de verte tengo Guanshiyin, y que bien te veo por
fin.
El juego ha terminado.
Ahora toca disfrutar del video final, que está grabado esperando
a ser desbloqueado.
Os prometo que es prácticamente indescriptible.
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