Un Monstruo y una
princesa se miraban cara a cara.
Ella, tumbada en una
hamaca.
Él, lanzando al
aire espesas nubes de humo tratando de calmar su tensión. Porque no
quería matar, ni herir, ni amenazar nunca más a esa bellísima
persona que tanto le había dado.
Sin embargo, el
camino había encontrado caprichoso ese punto de no retorno. Ese
punto que requería de un sacrificio.
Cuando un petardo en
esa noche de verbena explosionaba tan cerca que el corazón de ambos
latía con fuerza, siendo sucedido por una cadena de fuegos
artificiales que se extendía por toda la línea visible de costa, el
Monstruo podía sentir esa magia que tan bien sabía extinguir. Lo
había hecho cientos de veces, haciendo no añicos sino polvo el
corazón de su amada.
Un polvo al que
ella, haciendo referencia al paso del tiempo, daba escasas pero
tangibles opciones de regenerarse en algo parecido a lo que una vez
brilló con ilusión.
El Monstruo y Stela
se miraban cara a cara.
Él tendría una
última oportunidad… Si desaparecía para siempre.
– ¡Dígame que
relación le une a ese Monstruo! – El cubo de agua helada sacó del
estupor a Víctor, que perplejo sintió la punzante arremetida de los
cubitos afilados contra su rostro ensangrentado y empapado.
Mientras le
golpeaban el costado a patada limpia, tan solo pudo balbucear algunas
palabras tratando de evocar los conceptos que, caóticos, recorrían
su mente.
– ¡Stela! ¡San
Juan! ¡¡¡Oportunidad!!!
La pausa apenas le
sirvió para tomar aire en una sonora bocanada resentida en el
corazón de sus costillas.
El jefe de la
guardia, al menos ante quienes todos parecían responder, se curvó
sobre la mesa para apagar su puro en el dorso de la mano zurda del
interrogado. Al parecer, era su manera de invitarle a prestar suma
atención, pues agarró su rostro con la mano que le quedaba y
escupió sus últimas palabras.
– ¿Cree que no se
dónde más le aterra acabar? ¿Cree que no puedo hacerle desaparecer
para siempre en un psiquiátrico?
Víctor escupía saliva del
dolor que le provocaba el agarre al que estaba siendo sometido junto
con la gran quemadura que su mano ya lucía.
Finalmente un gran
empujón le catapultó junto a su silla al suelo.
– ¡Quitadlo de mi
vista!
Mientras era
arrastrado por los oscuros pasillos, se preguntó cuándo acabaría
aquello, pues prefería la muerte a esa temible amenaza que le había
sido lanzada.
Nostalgia y
melancolía.
Eso era lo que le
acechaba siempre que estaba en su celda preso de sus pensamientos.
Se preguntaba de
dónde debía nacer la fuerza incansable del Monstruo, que en un
constante ir y venir siempre lograba mandar al traste con todo
aquello que los que le juraron algún tipo de lealtad construyesen.
Incluido él mismo.
– ¿Qué te
ocurre? – De repente, esa voz tan familiar, como atrapada en algún
rincón de los siempre esquivos sueños. No obstante, no eran
esquivos para Víctor. Nunca lo habían sido.
Alzó su vista
amoratada y cansada para contemplar a Vanny, solo que ésta era una
versión en miniatura que parecía flotar en el aire.
Las palabras no
tardaron en salir.
– Tú… Ardiste…
– Ella revoloteó en su aletear hasta posarse cerca de su nariz, de
modo que Víctor pudiese verla lo más de cerca posible.
– Era solo una
pesadilla… – Respondió, con esa voz de tono agudo que tan
familiar resultaba al hombre que, por algún motivo, estaba resuelto
a proteger al ser que iba a protagonizar un juicio muy esperado.
Una lágrima se
deslizó lentamente por el rostro aún ensangrentado, aterrizando en
una hinchada mejilla amoratada desde que la guardia había pasado de
las palabras a los puñetazos.
Víctor cerró los
ojos y balbuceó.
– Él quería
hacértelo de verdad… Él quería… – Guardó silencio,
súbitamente aliviado y atisbando desde la negrura de sus ojos
cerrados con fuerza como una especie de brillo recorría su rostro.
Un susurro
acompañaba el movimiento de esa extraña luz.
– Víctor, lo
haces estupendamente, abre los ojos.
Cuando lo hizo,
palpó su cuerpo hasta comprobar que las magulladuras habían
desaparecido, y que la puerta de su celda estaba abierta, donde un
paso más allá el brillo de esa hada en la que Vanny se había
convertido para ir a buscarle le estaba esperando, invitándole a
salir.
No les costó llegar
al exterior. Al parecer la prisión subterránea era mucho más
simple de lo que se antojaba en la mente de Víctor.
El sol castigaba con
fuerza unas calles desiertas de lo que parecía un poblado
abandonado, de no ser por el alboroto que no muy a lo lejos se
escuchaba.
Vanny se había
posado sobre el hombro del joven, de nuevo asumiendo su rol de
observadora analítica tal y como él recordaba.
De pronto no solo
escucharon, sino que sintieron, el demencial y aterrador rugido.
Provenía del mismo
lugar de donde se escuchaba el alboroto, ahora ya distinguible como
un gentío, una masa de gente agitada.
Al llegar a los
alrededores de lo que resultó ser una plaza, Víctor se secó el
sudor de la frente fruto del sofocante calor.
Dos cosas les
dejaron boquiabiertos, una a Vanny y otra a él.
A Vanny la paralizó
la sorpresiva llegada de un hombre uniformado y armado que lanzó al
cielo el grito de Tylerskar cuando vio a su amigo.
A Víctor, la visión
del Monstruo rugiendo al cielo diurno y despejado atado a lo alto de
un mástil lo petrificó por completo.
Continuará...