El césped se encontraba húmedo bajo sus cortas pisadas.
Caminaba resuelto, si bien no acababa de adivinar qué destino perseguía.
A esas alturas ya daba por sentado que el parque no tenía fin.
Tampoco sentía hambre ni sed.
En un amanecer permanente, los atemporales rayos de luz hacían brillar hasta la última de las hojas de los árboles primaverales.
Tras uno de ellos, vio como una silueta blanquinegra escalaba por el tronco hasta la seguridad de la altura adquirida.
Sin dudarlo, se acercó a la base del árbol.
En efecto, al alzar su cabeza contempló como una pequeña gatita se agarraba con uñas y dientes a una rama.
—¿Qué te ocurre? — Expresó mediante un corto ladrido.
En ese momento la gata entrecerró los ojos. Se humedecieron paulatinamente, y aunque no rompió su silencio, no le hizo falta para expresarse.
—Entiendo… Tú también te has quedado sola, ¿Verdad?
Durante un buen rato, el perro trató de animar a su recién encontrada compañera.
—¿Sabes? Yo estoy seguro de que, si esperamos lo suficiente, ellos vendrán por nosotros. ¿Cómo no puede ser así? — El perro, de menudo tamaño parejo al de la gata, seguía lanzando su mensaje a base de agudos ladridos.
Pero, cuanto más se expresaba, mayor cantidad de lágrimas brotaban de la fría mirada de la felina.
Finalmente, habló.
—Yo no creo que eso vaya a ocurrir. Nunca. Entiendes, nunca nos separamos mi humano y yo. Ahora… — La gata agachó de nuevo la cabeza, alicaída.
—¿Cómo te llamas? — Tanteó el perro.
—Chihiro.
Aquello pareció insuflar cierta vida en su apagada mirada.
Descendió del árbol, y estirándose al lado del perro, se dispuso a contar algo.
—Se me conocía más por Chi. Verás, no es que naciese en compañía de humano, pero de algún modo siempre supe qué tipo de vida me esperaba.
Dio un pequeño zarpazo, sin uñas, en la cara del atento perro.
—Ni siquiera mil de tu especie, en aquella perrera, podrían haber destruido mi ánimo.
La gata enfiló una carrera colina arriba, que el perro no dudó en perseguir.
Cuando llegaron a su cima, las nubes parecieron arremolinarse conformando una suerte de rostro gigantesco.
Con voz grave pero amable, habló.
Estáis a salvo de todo. Simplemente tenéis que esperar a ser reclamados. Vuestros humanos están en camino.
En ese momento, una escalera brotó de la sien de la figura. Extendiéndose, encontró en la cima de la colina uno de sus extremos.
De repente, el perro no hablaba.
Ni siquiera movía su cola.
Con el pulso acelerado, contemplaba como un par de humanos se agachaban arriba, en la escalera.
¡Neo!
Nunca había corrido tan rápido.
Alcanzó la parte superior de la escalera avanzando escalones de tres en tres.
La gata, por su parte, contemplaba el reencuentro con cierta indiferencia.
Ella no creía en los finales felices.
Creía en la felicidad del presente pasado.
Como si aquella vida vivida tuviese que bastar, con la cálida hoguera del recuerdo, para calentar una solitaria eternidad.
De repente, su sexto sentido hizo saltar todas las alarmas.
Solo un ser podía sorprenderla de ese modo.
Se encontraba tras ella, paciente, casi conteniendo la respiración.
Cuando Chi se giró, allí estaba él. En pie, su humano le sonreía como si no hubiese existido el dolor de separación alguna.
La gata se abalanzó sobre él, a quién llenó de lametazos mientras la escalera desaparecía tras ellos.
Quedaron mirándose fijamente.
No sabían si aquello se trataba de un sueño o de una experiencia única.
No sabían si abrirían los ojos, como tantas veces, para encontrarse el uno al otro.
Solo sentían que estaban juntos pese a todo.
Por encima del paso del tiempo, de cualquier guadaña y lejana distancia.
Pronto el lugar se llenó de animales.
Cuando desperté, sentí la agridulce sensación de haberme reencontrado con muchos seres queridos que quedaron atrás.
Pero pronto los lametazos de Chi me hicieron sonreír.
Era feliz, pues el presente aún no había pasado.