– ¿Has soñado alguna vez con un
amor tan grande que superase la inmensidad del universo? – Preguntó
el niño a la niña.
– Sí. – Contestó la mujer. –
Una vez soñé con ello, pero mil agujas destrozaron mi corazón. –
Su rostro se tornó serio, apenado.
– Pero, ¿Ya no sueñas más con
ello? ¿Te fue arrebatado por completo? – Preguntó algo nervioso
el muchacho.
– Hay un punto en el que ya solo
siento dolor. Me duele mucho. – Hizo una mueca de dolor con la
comisura de sus preciosos labios.
– Yo puedo curarte. – Se aventuró
el hombre. – Deja que sane tus heridas y quizá parte de tus sueños
se hagan realidad.
– Oh, querido, mis sueños se
esfumaron sin posibilidad de retorno. – La niña miraba con ojos
lacrimosos al horizonte.
– No te hablo de los primeros sueños,
que bien podrían ser capaces de inundar de luz a toda una galaxia. –
El tono del muchacho sonaba grave, decidido, enamoradizo. – Te
hablo de la realidad que queda tras el primer y espectacular
estallido. – Tras esas palabras la miró fijamente a los ojos y
puso su mano en el corazón de la mujer. – Te hablo de los tiempos
en los que no dejaré de amarte con todas mis fuerzas pase lo que
pase.
– A veces logras que recuerde lo
bello que se veía el cielo estrellado la noche que nos besamos por
primera vez... – A la chica le brotaban lágrimas de los ojos.
Entre el primer estallido de amor y el
encuentro que se narra hubo una presencia maligna que corrompió,
pudrió y descompuso todo cuanto pudo en el transcurso de su vírica
vida. Se trataba de un desequilibrio en la mente del hombre que
peleaba a rienda suelta con el ímpetu romántico del niño y el
muchacho. Y en algún punto de esa pugna, de esa batalla sin sentido
aparente, ella cayó. La mujer nació de las lágrimas de la niña y
la desesperación de la chica. Condenada a no poder volver a volar en
los cielos que una vez fueron suyos, fue marchitándose hasta que
descubrió como, de un modo fascinante, aquel niño y aquel muchacho
que una vez conquistaron su corazón volvían a dirigirse a ella con
ímpetu y esmero.
– ¿Qué hay del hombre que un día
lo destrozó todo? – Preguntó entre temblores la niña. El
muchacho no dudó en responder.
– Ya no existe. Desapareció hasta
consumarse incluso a sí mismo perdiendo por completo la cordura en
un intento por poseer la vida eterna. – Acarició el rostro de la
hermosa mujer. – Sus objetivos, su enfermedad, sus métodos, ya
jamás volverán. – Hizo una pausa para besar la empapada mejilla
de la niña. – Ahora sólo quedamos tú y yo, y el mismo cielo
estrellado que una vez fue nuestro.
– Sí, puedo verlo aún, – dijo la
muchacha – pero no sentirlo como antes. – Añadió la mujer.
– Eso es porque no podemos
sobrevolarlo. – Afirmó el hombre. – Pero podemos pasear toda una
vida bajo su regazo, amparados por aquellos sentimientos que un día
nos hicieron sentir que el universo era nuestro, que las estrellas
estaban ahí para aplaudir nuestra historia y que el planeta entero
se ponía en orden dispuesto a asistir a la más intensa unión.
– Tengo miedo. Estoy muy débil... –
Dijo la mujer desfalleciendo mientras trataba de ponerse en pie. Fue
el niño quien la cogió y la sostuvo, y el muchacho quien la besó.
– No tengas más miedo, ha nacido un
nuevo hombre. Jamás permitirá que caigas en el pozo donde has
vivido parte de tu vida sin dejarse la vida en ello. – Fue lo que
le dijo tras besarla.
– ¿Has soñado alguna vez con un
amor tan grande que superase la inmensidad del universo? – Preguntó
el hombre a la mujer.
– Sí. – Contestó la niña, a la
que le brillaban de nuevo los ojos.
Pues eso, Silvia, es lo que siento por
ti.
Interesante mirada y manera de intercalar conversaciones de distintos momentos vitales para explicar una historia. Original.
ResponderEliminar¡Gracias Conxita, bienvenida al blog!
EliminarMe alegra que te haya gustado.
Un saludo :)
Ojalá que ese amor sea siempre tan grande y que siga superando la inmensidad del universo! ;)
ResponderEliminarSeguro que sí Hada. ;)
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