martes, 15 de octubre de 2013

Para Silvia



– ¿Has soñado alguna vez con un amor tan grande que superase la inmensidad del universo? – Preguntó el niño a la niña.
– Sí. – Contestó la mujer. – Una vez soñé con ello, pero mil agujas destrozaron mi corazón. – Su rostro se tornó serio, apenado.
– Pero, ¿Ya no sueñas más con ello? ¿Te fue arrebatado por completo? – Preguntó algo nervioso el muchacho.
– Hay un punto en el que ya solo siento dolor. Me duele mucho. – Hizo una mueca de dolor con la comisura de sus preciosos labios.
– Yo puedo curarte. – Se aventuró el hombre. – Deja que sane tus heridas y quizá parte de tus sueños se hagan realidad.
– Oh, querido, mis sueños se esfumaron sin posibilidad de retorno. – La niña miraba con ojos lacrimosos al horizonte.
– No te hablo de los primeros sueños, que bien podrían ser capaces de inundar de luz a toda una galaxia. – El tono del muchacho sonaba grave, decidido, enamoradizo. – Te hablo de la realidad que queda tras el primer y espectacular estallido. – Tras esas palabras la miró fijamente a los ojos y puso su mano en el corazón de la mujer. – Te hablo de los tiempos en los que no dejaré de amarte con todas mis fuerzas pase lo que pase.
– A veces logras que recuerde lo bello que se veía el cielo estrellado la noche que nos besamos por primera vez... – A la chica le brotaban lágrimas de los ojos.

Entre el primer estallido de amor y el encuentro que se narra hubo una presencia maligna que corrompió, pudrió y descompuso todo cuanto pudo en el transcurso de su vírica vida. Se trataba de un desequilibrio en la mente del hombre que peleaba a rienda suelta con el ímpetu romántico del niño y el muchacho. Y en algún punto de esa pugna, de esa batalla sin sentido aparente, ella cayó. La mujer nació de las lágrimas de la niña y la desesperación de la chica. Condenada a no poder volver a volar en los cielos que una vez fueron suyos, fue marchitándose hasta que descubrió como, de un modo fascinante, aquel niño y aquel muchacho que una vez conquistaron su corazón volvían a dirigirse a ella con ímpetu y esmero.

– ¿Qué hay del hombre que un día lo destrozó todo? – Preguntó entre temblores la niña. El muchacho no dudó en responder.
– Ya no existe. Desapareció hasta consumarse incluso a sí mismo perdiendo por completo la cordura en un intento por poseer la vida eterna. – Acarició el rostro de la hermosa mujer. – Sus objetivos, su enfermedad, sus métodos, ya jamás volverán. – Hizo una pausa para besar la empapada mejilla de la niña. – Ahora sólo quedamos tú y yo, y el mismo cielo estrellado que una vez fue nuestro.
– Sí, puedo verlo aún, – dijo la muchacha – pero no sentirlo como antes. – Añadió la mujer.
– Eso es porque no podemos sobrevolarlo. – Afirmó el hombre. – Pero podemos pasear toda una vida bajo su regazo, amparados por aquellos sentimientos que un día nos hicieron sentir que el universo era nuestro, que las estrellas estaban ahí para aplaudir nuestra historia y que el planeta entero se ponía en orden dispuesto a asistir a la más intensa unión.
– Tengo miedo. Estoy muy débil... – Dijo la mujer desfalleciendo mientras trataba de ponerse en pie. Fue el niño quien la cogió y la sostuvo, y el muchacho quien la besó.
– No tengas más miedo, ha nacido un nuevo hombre. Jamás permitirá que caigas en el pozo donde has vivido parte de tu vida sin dejarse la vida en ello. – Fue lo que le dijo tras besarla.

– ¿Has soñado alguna vez con un amor tan grande que superase la inmensidad del universo? – Preguntó el hombre a la mujer.
– Sí. – Contestó la niña, a la que le brillaban de nuevo los ojos.

Pues eso, Silvia, es lo que siento por ti.


4 comentarios:

  1. Interesante mirada y manera de intercalar conversaciones de distintos momentos vitales para explicar una historia. Original.

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    1. ¡Gracias Conxita, bienvenida al blog!
      Me alegra que te haya gustado.
      Un saludo :)

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  2. Ojalá que ese amor sea siempre tan grande y que siga superando la inmensidad del universo! ;)

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