– ¿Qué hay de cierto en ello? – Preguntó una descolocada
cabeza a un humilde corazón.
– No hay pruebas, amigo, pero es así... – El corazón se
limitó a ofrecer eso por toda respuesta.
Se trataba de una pugna que había durado muchos años, tantos
como ambos recordaban. En ella se veían inmersos individuos de toda
índole, familias enteras. Dar la razón a la cabeza u otorgársela
al corazón. Esa era siempre la gran pregunta.
Los que alcanzaban un equilibrio vivían tiempos felices, pero
pocos eran los que lo lograban y, de hacerlo, bien poco les duraba
dicho equilibrio.
Uno siempre tira más que el otro.
En la historia que nos ocupa, un joven con una dolencia en el
cerebro se movía entre ambos bandos como si se encontrase inmerso en
la más perfecta de las tormentas marítimas.
Su cabello rubio ceniza caía sobre un rostro serio, que cuando se
animaba cambiaba por completo sus facciones. Aunque, últimamente,
pocas veces se animaba por nada.
A su alrededor su pareja, su hermana y sus padres sufrían por
verlo como hipnotizado, presa de sus propios demonios y fantasmas.
Cada uno de ellos tenía su propia cabeza, su propio corazón. Con
el segundo bastante más maltrecho que la primera, sus elecciones se
tornaban dificultosas, hirientes y nada claras.
Una persona debatiéndose entre apostar de nuevo por algo que la
hirió gravemente en el pasado, otra que nunca acaba por poder
acercarse a lo que según recuerda un día fue su hermano, y unos
padres entregados al solo fin de ver a su hijo pelear por cierta
felicidad en vida.
Un conjunto de cabezas y corazones maltrecho por los fuegos de un
pasado que, por mucho que traten de olvidar, permanece tatuado a
fuego en sus almas.
¿Cómo salir de esa situación? ¿Cómo arrojar cierta calidez a
un inhóspito y gélido terreno que pocos meses antes alcanzó su
máxima crueldad climática?
En esas tesituras se encontraba nuestro protagonista cuando su
propia cabeza y su corazón comenzaron a discutir más fuerte que
nunca.
– ¡Los quieres! ¡Los quieres a todos con locura! – Estalló
su corazón.
– Sí pero... Me lo han arrebatado todo... No puedo pasarlo por
alto... – Meditaba su mente.
– ¡Tonterías! ¡Tú sabes bien quién fue el responsable de
todo cuanto ocurrió! Bastante bien estás después de haber sufrido
tal huracán de sentimientos.
El corazón siempre tenía las de ganar. No había respuesta
factible contra él.
Esas personas eran todo cuanto tenía para apoyarse y ofrecer algo
bueno a cambio. La podredumbre del pasado no podía haber llegado al
punto de atacar incluso a su propio núcleo familiar.
De modo que tomó una decisión, de ahora en adelante dejaría en
un segundo plano las pérfidas ideas de una mente corrupta y haría
caso a aquello que durante años le había impulsado a regalar
felicidad sin esperar nada a cambio.
– ¿Pero, qué hay de cierto en ello? – La cabeza insistía.
– Nada. Y todo. – La respuesta del corazón dejó a la cabeza
algo mareada. Prosiguió – En los sentimientos de halla la
respuesta a todo dilema en que la mente se sienta atrapada. Los
quieres a todos, y así lo vas a demostrar.
– ¿Y si no me aceptan?
– Es uno de los riesgos de hacerme caso, querida cabeza. –
Dijo el corazón. – Puedo hacerme daño, sí, pero siempre estoy
dispuesto a sufrirlo si es por una buena causa. Es más, estoy seguro
de que tus seres queridos han sufrido tanto y tanto por ti por que
nunca, jamás, han dejado de escuchar a su corazón.
– Ya va siendo hora de devolver lo recibido.
– Yo diría que sí...
Aunque esta historia no es ni mucho menos la única que acontece
cada día, cada segundo, cada instante, en el interior de todo aquel
ser humano que se precie.
Los objetivos del corazón se perfilan como oníricos caminos de
difícil consecución. Cuando se falla ahí siempre está la cabeza,
como un martillo, recordando lo poco o nada probable que era
conseguir lo que uno se proponía.
Pero es el camino que esos soñadores trazan, con cada paso y cada
pequeña acción, el que materializa poco a poco, imperceptible pero
minuciosamente, los caminos de todos los corazones que habitan este
mundo.
Unos lo son durante ciertos años de su vida para luego
convertirse en demoníacas creaciones de mentes castigadas, mientras
que otros, tortuosamente, mantienen las brasas de un corazón
encendido de un modo indefinido.
Lo que está claro es que, tanto unos como otros, desean partir
con esa parte de sí mismos encendida. Y para eso hay que pararse a
pensar muy a menudo. Dejar a un lado el orgullo y dar rienda suelta
al sentir. A los sentimientos del corazón, si se les da rienda
suelta, te envuelven como mariposas en un perfecto jardín donde
ninguna maldad se atesora.
Es en ese paraje donde nacen las buenas intenciones, los mejores
proyectos, a los que después hay que lanzarse con esfuerzo y ahínco
para no permitir que las trampas que la mente planta los destruyan o
contaminen.
El personaje que nos ocupaba tiene distorsionados los campos de
los sentimientos, y todo cuanto logra es sobrevivir día a día en
una tormenta que hace que su navío quede al borde del naufragio
prácticamente a diario. Pero sobrevive, se mantiene a flote, porqué
aún queda algo de un corazón que un día relució con sus mejores
galas.
Su familia, su núcleo, sufre, pero aún mantiene la esperanza de
que ese viejo navío llegue a buen puerto para descansar en el
apacible equilibrio de los sentimientos.
Otras muchas historias se hilvanan y se cruzan al mismo tiempo,
unas con nefastos resultados, otras con óptimos, siempre atadas al
inclemente paso del tiempo que constantemente amenaza con cambiarlo
todo.
– Pero... ¿Qué hay de cierto en los sentimientos? – Preguntó
a la desesperada la cabeza.
– El ahora, amiga mía, el presente. Los quiero a todos. Ahí
tienes tu certeza.
Tras eso, el silencio se sumió en el ser, que entró en un
pasajero equilibrio que le llenó de paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario