sábado, 23 de agosto de 2014

Contradicción




Víctor caminaba por el desierto sin darse por vencido. Las fuerzas ya flaqueaban, la mente hacía estragos, pero en el caos de su marcha se podía percibir algo que nunca antes había experimentado.
Meses atrás había dado con un oasis cuando ya parecía que era tarde para toda acción desesperada. Allí pudo reflexionar lo suficiente junto a otros supervivientes como para darse cuenta de que aquello era otra simple parada en el camino.
El juego de máscaras encendía su interior y su mirada hasta el punto en el que cada vez más le costaba permanecer en él. Formar parte de él.

Un día, paseando solitario a nivel mental, libre de estúpidas interrupciones, se perdió en la espesura del más profundo bosque.
Fue entonces cuando la vio.
No sabía del todo seguro si se trataba de un hada o una musa, de una nueva compañera de viaje o sencillamente una alucinación provocada por la inanición de emociones intensas que su interior padecía.
-- Soy Víctor. ¿Cómo te llamas?
-- Me llamo Paula. -- Respondió la bella mujer.
Durante unos instantes que se antojaron horas Víctor no sabía a donde mirar, por donde empezar a buscar, pues estaba claro que un sentimiento de gran intensidad estaba teniendo lugar.
Finalmente aterrizó en su preciosa mirada. Y a partir de ahí surgió una larga conversación que no hizo más que convencerle de que algo especial estaba ocurriendo.

Poco a poco, Víctor se preguntaba si ella estaría dispuesta a emerger con él del falso oasis para caminar juntos en busca de un nuevo lugar donde poder hablar y conocerse sin las molestas interrupciones que el falso oasis bombardeaba constantemente a los simples deseos de Víctor.
Y entonces apareció la contradicción.
Ella debía permanecer en el oasis gran parte de su tiempo, pues esa era su obligación.
Le dijo, entre muchas otras cosas, que era él quien debía dar con el modo de salir del desierto sin pararse en oasis alguno con tal de encontrarla fuera de ese paisaje donde solo parecía haber dunas y dunas, calor infernal e ínfimas posibilidades de supervivencia.
Si lo lograba, si se alejaba del territorio en el que había morado los últimos años, quizá pudiese ocurrir ese pequeño milagro que se requiere para que dos miradas se crucen y se abracen en un instante eterno.

Era todo cuanto quería Víctor. Poder hablar con ella de escabrosos temas que la mayoría de los integrantes de los oasis se negaban a tratar.
La contradicción radicaba en que, teniéndola enfrente en las profundidades del último oasis con el que había topado, no podía hablar con ella libremente, no podía abrazarla, no podía susurrarle sus pensamientos más íntimos.
No podía por motivos que no podía, más bien no quería, entender.
Finalmente aceptó las normas que debía acatar y se lanzó al desierto.
Conocía bien las condiciones de ese hostil paraje, sus trampas que le hacían a uno volverse loco, y se armó de valor para recorrer lo que de algún modo sentía como la última de las etapas.

No podía fallar, al fin y al cabo, al final existía una posibilidad de cruzarse con esos ojos de preciosa mezcla de colores, con esa voz que serenaba el alma y esos cabellos donde uno podía perderse como si de un sedoso bosque se tratase.
Ya alejándose del oasis, pensó en la contradicción de tener frente a si mismo a una persona que podría sanar todas sus heridas y el hecho de que una muralla invisible los separaba, por el momento, a lo largo de toda una vida.

Cuando más se adentraba en el desierto, más se tergiversaban sus recuerdos sobre el oasis. Cómo la falsa cordialidad camuflaba todo atisbo de empatía. De qué modo las personas se transformaban ocultando a traición sus demonios internos.
No obstante, algo quedaba intacto.
Una mirada que parecía comprenderle a un nivel inaudito, una promesa de que, aunque improbablemente, podrían  verse con calma sin estar vigilados por mil ojos.
Un rayo de esperanza en la tremenda tormenta de arena que de algún modo intuía. Algo así como una prueba final. Dicho y hecho, cuando alzó su mirada al horizonte, una espectaular ola de arena embravecida se acercaba a su posición.
Podían representar sus miedos, sus frustraciones, sus inseguridades, todas juntas y arremolinadas en ese monstruo incorpóreo. De modo que podía sali corriendo, arremeter como un loco contra ella o arrodillarse desesperado.

No hizo ninguna de esas cosas.
Simplemente se mantuvo en pie, consciente de que los rayos, ya múltiples, de esperanza que se dibujaban en la gran ola, significaban algo más especial que la muerte de su cuerpo y la destrucción de su alma incompleta.
<<Paula...>> Recordó.
La muralla que los separaba en el oasis adquiría ahora forma de horripilante tormenta de arena, pero su significado era común.
Debía respetar las reglas, dejarse llevar de un modo que no fuese anti natura, y solo así mantendría intacta la débil pero aún viva esperanza de poder tratarla con algo de intimidad.

El impacto de la tormenta lo destrozó en mil pedazos al alzarlo hacia su interior, como si se lo tragase. Durante muchas jornadas tuvo que lidiar con sus miedos, frustraciones e inseguridades hasta acabar tirado en el suelo, totalmente demacrado.
Al levantarse y mirar a su alrededor tan solo vio arena, incluso perdiendo su vista en el horizonte.

Cuánto necesitaba una brújula.
Con lo poco que le quedaba de esperanza, siguió caminando con la única seguridad de que no podía rendirse. No en ese momento.
Esa mirada que, entre miles de cosas, le transmitió pronta lejanía, le estaría ya esperando en un lugar donde las murallas no existiesen, y debía llegar a él.
Por su propio bien.
Por el bien de los suyos.
Por el bien de su corazón.

<<¿Es eso amor?>> Preguntó su voz interior.
-- No. Es la esperanza de verse acompañado durante parte del camino con alguien que te despierta el sentimiento más especial que he podido experimentar.

Tras esas palabras Víctor caminó, jurándose que cada vez acudiría menos a los oasis para recuperarse, pues de ese modo alcanzaría lo más rápido y fiablemente posible la salida de ese tramposo desierto llamado Psicosis, plagado de oasis llamados Contradicción.

2 comentarios:

  1. Literariamente impecable. Se observa incluso una cierta y positiva evolución en la dicción y la descriptiva. muy buen relato.
    En lo personal, por fin parece intuirse el regreso de nuestro amigo. Ha sido una larga y tensa espera, sin ninguna garantía de que se produjera. Todavía queda pero como siempre estos relatos nos desvelan el nivel a donde a veces no podemos ni siquiera acercarnos. No es el caso, por fin parece que nos vuelve. Y es que no hay nada peor que una mente inquieta y en cierta forma incluso privilegiada por su tremendo autodominio dejándose llevar por sus instintos y pensamientos más oscuros y ocultos. Pero al final ocurre y esa última zona o zonas difusas toma el mando y zarandea a nuestro amigo devolviéndolo poco,a poco a nosotros, por suerte y en esta ocasión sin víctimas emocionales en su camino. Hay que entender, comprender, aguantar, digerir... Peeeero, una sola sonrisa de complicidad de nuestro amigo nos colma y nos mantiene en el único lugar donde debemos estar. A su lado.

    Queremos de vuelta a nuestro escritor con nuevos relatos.

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