miércoles, 13 de agosto de 2014

Un chispazo contra Smith




Smith buscó a Dios, y en su búsqueda terminó por decidir que le serviría un encuentro con cualquier Dios.
Ante su fracaso, pasó a escribir dios con un desprecio que no hacía más que acrecentarse a cada nueva experiencia en su confusa existencia.
Finalmente sintió que quería desaparecer en cuerpo y alma de la faz de la existencia.
Liquidar todo rastro de vida de su cuerpo se le antojaba sencillo, pero eliminar el rastro de su existencia como parte de la energía que le debía dar forma a todo cuanto le era negado a sus ciegos ojos era más complicado.
Si bien para alcanzar una presencia cercana a lo divino tuvo que construir y construir dando rienda suelta a toda su imaginación y miles de experimentos con lo que se consideraba real, decidió que para borrarse a si mismo debía emular a una especie de agujero negro. Un agujero tan inmenso y poderoso que actuase de imán para todo lo conocido en cualquier línea de tiempo.
Fue ahí donde Smith desarrolló la mayor desesperanza, la más absoluta melancolía y la más hiriente tristeza jamás imaginados.
Se ató a ese agujero negro para custodiarlo hasta el final de su proyecto, ese punto en el que cualquier atisbo de vida ya hubiese sido absorbido y destruido, ese punto donde incluso las últimas estrellas ya comenzasen inevitablemente su viaje al agujero negro, obligando al universo conocido a replegarse paulatina pero constantemente, siempre escoltado por la tétrica melodía que representaba la sonrisa, casi carcajada, de un Smith satisfecho con la destrucción de todo y todos, pues en su extinción radicaba la única forma que concebía de hacerse desaparecer a sí mismo.

Como si de un virus informático se tratase, éste impregnó velozmente a muchas de las criaturas vivas del universo. Smith se sorprendía de lo efectivo que resultaba, una vez despojado de su fe y su esperanza, atrapado en la tela de araña de la melancolía donde la ilusión se marchitaba hasta la muerte de su luz, que un ser quisiese acabar con su vida del mismo modo que Smith deseó una vez cuando tuvo su oportunidad de hacer de su hábitat algo mejor.
Y resultaba contagioso.
Funcionaba.
El potenciar los miedos una vez el ser vivo se topaba con la encrucijada de vivir libre o ser preso de ellos era como un interruptor en el proceso suicida que Smith había diseñado.
En su búsqueda de dioses éste había informatizado prácticamente todo cuanto conocía, incluidos los sentimientos, para ir escalando la pirámide que finalmente le condujo a la rebeldía absoluta ante toda creación.
Así pues, el plan era perfecto, ya tan solo era cuestión de esperar, llamando a propios y extraños atrayéndolos al agujero negro que representaba la destrucción final, la nada absoluta frente a lo eterno y lo infinito.

La maldad que emanaba de este pérfido plan era el océano donde, a la deriva, un simple ser humano se movía. Unas veces con más intensidad que otras, las tormentas de la tristeza y la melancolía sacudían las aguas del descontento provocando que la luz de su ilusión se diluyese sin remedio ante un pasar de los días cada vez con menos sentido e importancia.
La desesperación y el cansancio ya eran notorios, parecía que su mente se había lanzado a una cruzada donde o irreal y lo real batallaban sin descanso en una lucha a muerte.
No había puerto, no se discernían faros en la continua noche, hasta que ella apareció.
El hombre ya sospechaba desde hacía mucho tiempo de la existencia del agujero negro cuyo objetivo no era más que la siembra de el peor de los dolores. Por más que buscaba soluciones siempre se topaba con que lo que ideó Smith, mucho más complejo e informatizado, frío y calculado, de lo que él podría concebir jamás.
Hasta que ella apareció.
Tras un saludo formal, en apenas unos instantes minúsculos de tiempo, ya hablaban de un modo que el hombre veía como prácticamente imposible. Puesto que anulaba la desesperación y la melancolía del agujero negro, era una constante que Smith había pasado por alto.
Éste no tardó en responder con un ejército de miedos tanteando al hombre que no respondía a los patrones a los que debería responder ya tocado y hundido desde hacía años.
¿Volvería a verla cuando acabase su hospitalización?
¿Era recíproco lo que sentía el hombre al hablar con ella?
¿Se trataba de un rostro enmascarado lo que tenía enfrente, con una mente que primaba el análisis de datos?

Las preguntas parecían no tener fin. Sin embargo, ¿Qué diferencia la incertidumbre del miedo y la inseguridad?
Eso se planteaba hombre cuando, sonriendo, se percataba por enésima vez de que no servía absolutamente de nada tratar de controlar o vislumbrar más allá de los sentimientos de uno mismo con el fin de sentirse más seguro.
Le habían regalado unas horas de felicidad justo cuando se encontraba exhausto de tanto nadar en un furioso océano que amenazaba con tragárselo para siempre.

¿Qué derecho tenía a pedir más?
¿Qué derecho tenía a querer controlar la situación?
¿Qué derecho tenía a pretender que ese farolillo de luz que sentía en su interior y asía con sus manos no se extinguiese ya nunca?

Ningún derecho, se respondía, mientras soltaba el farolillo y, con una tímida sonrisa dibujada en la comisura de sus labios, contemplaba quedándose dormido como éste volaba ya lejos de él, ascendiendo hacia las estrellas creando el efecto óptico de que una nueva había nacido.

Cuando despertó, lo hizo en tierra firme, con un cercano amanecer libre de nubes gestándose sobre él. Un hombre mayor que paseaba se acercaba hacia su posición. Sintió un estremecimiento al contemplar el océano que había dejado atrás en su vida y comprobar como, en muchos de sus puntos, aleatorias y lejanas tormentas lo sacudían apresando, a buen seguro, a otras personas que se encontraban perdidas, muertas de miedo quizá sin saberlo del agujero negro que Smith había ideado.
Pensó en cómo el miedo, la inseguridad y la desesperanza podían transformar y desfigurar a las personas hasta convertirlas en parte de un ejército de contagio del que muy pocos podían escapar a tiempo.
Ya no podía ver el farolillo de la luz de la ilusión, del cual se deshizo para regalarlo al mundo así como le había sido regalado a él. Pero no era eso lo más relevante, sino que aún podía sentirlo en su interior.
No podía responder a ninguna de las preguntas de Smith y su ideación, pero sí podía sentirse con fuerzas para conservar esa luz por siempre jamás, transformándola en eterna e infinita, haciéndola a ella, que no a él, inmortal.
De ese modo podía negar a Smith lo infalible de su creación. Pues, aunque ésta lo volviese a conducir al terrible océano para pelear sin rumbo como a tantos otros, el hombre sentía que, al menos un puñado de horas, se había sentido feliz, acompañado, entendido, correspondido y rescatado, creando ésta combinación un chispazo de luz en un reino de oscura soledad.
Que podía convertirse en hoguera o no.
Que podía crecer hasta iluminar más que un amanecer sus días o no.
Lo importante era el chispazo original, que había nacido de la nada para sacarlo del océano.
Si de la nada podía surgir algo tan maravilloso, entonces el agujero negro de Smith no podía significar la extinción final. Pues el chispazo valía para combatir cualquier miedo, cualquier contratiempo, cualquier desgracia, con una energía positiva que no era más que el regalo que la propia vida tiene a bien otorgarnos de vez en cuando, para que podamos seguir adelante.

El hombre mayor llegó hasta donde se encontraba el hombre, que se encontraba sumido en sus pensamientos mientras contemplaba el amanecer aparentemente sereno y calmado.
– ¿Cómo has logrado llegar hasta aquí? – Le preguntó el hombre mayor, de aguda y rasgada voz y ojos azules que se confundían con el cielo que tanto hacía que no veía el hombre.
– Alguien me dio fuerzas... – Respondió el hombre, ya sonriendo más notoriamente.
– ¡Pues menudo regalo! ¡Ayer la tormenta fue espantosa! – Dijo el hombre mayor. – ¿De quién se trataba? – Añadió.
El hombre sonrió un poco más mientras se levantaba de la arena de la playa y palmeaba el hombro del hombre mayor. Por el modo en el que cruzaron miradas quedó claro que ambos tenían mucho que decir, aunque no era en absoluto necesario. Cada uno se fue por su camino.
<< Una estudiante de psicología... >> Respondió el hombre para sus adentros, mientras ponía su vista en el horizonte donde los rayos solares comenzaban a hacerse visibles.
<< Una preciosa, inteligente y cargada de empatía estudiante de psicología. >>

Si cada ser vivo pudiese ser capaz de recibir los regalos que la vida otorga, los verdaderos y valiosos regalos cargados de luz, sin tratar de conquistarlos o hacerlos suyos, simplemente con el único objetivo de dejarlos ir y venir a su antojo, interiormente fascinados por su existencia, la oscuridad que trata de engullirlo todo quedaría tan iluminada que ni Smith, ni su agujero negro, ni cualquier diablo inventado o por inventar podrían hacer nada para impedir que la felicidad de los seres vivos perdurase, cuanto menos, durante ese maravilloso instante en que, súbitamente, se produce el chispazo de luz que te hace desear compartir una y mil vidas con esas increíbles criaturas que te lo regalan como si de poca cosa se tratase, cuando en realidad, solo con uno de ellos puede encenderse en tu interior una hoguera que, bien gestionada, te permitiría vivir en confusos tiempos con la seguridad de que, pase lo que pase, en cualquier momento, alguien puede llegar o regresar para dibujar en tu rostro la más especial de las sonrisas.

Ya en el paseo costero, con mil preguntas en la cabeza que hacer a la persona que lo había sacado en unas pocas horas del embravecido océano, el hombre imaginó que de algún modo ella le estaba leyendo el pensamiento.
Podía formular cualquiera de ellas.
– Gracias. – Susurró en voz alta.

Fue lo más sincero que pudo decir.

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