Cuando el sujeto entró en
el bar, la fría e incluso hosca bienvenida le propinó un primer
golpe.
No obstante el tiempo
transcurrió mientras el hombre, inconsciente de que estaba
repitiendo patrones de comportamiento, ingería y observaba.
Un pequeño local adornado
con simpáticos pósters, equipado con la maquinaria esencial para
ofrecer un extenso catálogo de productos y armado con tres grifos de
una cerveza que ya desde buen comienzo se le antojaba demasiado
familiar, comenzaba a cobrar una vida que se extendería durante
medio año en el cual el individuo iba a compartir buena parte de su
inestabilidad emocional.
El imán de una mirada
esculpida en fría pintura ocultaba algo que era un secreto a voces.
La pasión de un corazón
esquivo a la putrefacción del tiempo palpitaba en unos ojos que
acabaron por desnudar a un ser deseoso de experimentar tras una
muralla invisible de experiencia que pocos lograban vislumbrar.
La joven silueta machacada
por el deseo de ocultar de una segunda camarera relucía atractivo y
energía mientras derrochaba una sinceridad que se mascaba a cada
gesto, a cada fugaz mirada quizá impregnada con tintes de
improvisada desaprobación.
La propiedad de lo que se
antojaba un oasis disfrazado de vulgar taberna recaía en los hombros
de una persona que se empeñaba en relucir de modo escaso, pese a que
en su interior una tenue luz iluminaba los momentos en los que el
amargo sabor del whisky parecía, a medida que los días y las
semanas transcurrían, impregnar el aire del lugar de un cáliz
depresivo, cargante y privado de esperanza.
A su lado una mujer a la que
la empatía te propiciaba sentir el dolor asociado a una constante
preocupación ligada a unos deseos de bienestar muy mal
gestionados, trataba de mantenerse firme ante una fuerte tempestad
como era ver su inseguridad enfrentada al constante reto de la
improvisación.
Esa combinación de seres
humanos resultaba una invitación constante, más aún cuando el
tráfico del pintoresco local atraía a personas de muy
contradictoria imagen, ocasionando que unas veces la cerveza supiese
a buena amistad y camaradería, siendo otras un pozo sin fondo de
estupefacción ante unos valores que se enterraban a sí mismos bajo
tierra.
La evolución del lugar
resultaba constante.
Las paredes se cargaban de
detalles mientras las secciones que albergaban literatura variada o
dibujos de la clientela se desplazaban con elegancia de un lugar a
otro buscando un altar, un lecho, donde reposar en la improvisada
excelencia de aquel que no dispone de medios pero sin embargo sí
sabe mimar.
Tejiendo una tela de araña
donde cada pequeña vibración se antojaba de vital importancia, el
sujeto cayó en la conocida rutina que le había mantenido privado de
todo cuanto quería.
La oscuridad se cernió
sobre él como un manto cruel donde todo aquel que tratase de darle
comprensión o incluso cariño se toparía con la semilla que separa
a la persona del monstruo.
Un monstruo callado y
evaporado en el tejido del esquivo pasado.
Un monstruo que aguarda
pacientemente que su perenne invitación sea escuchada.
Y cada trago, a cada suspiro
no exento de un aliento cargado de alcohol, él inspira una bocanada
de aire puro que revive sus deseos de exterminar cuanto Dios quiera
quede del buen chico que una vez el sujeto fue.
A ese conjunto en ebullición
se le conoce por su casi constante sonrisa.
Se le ríen las gracias
incluso cuando en ocasiones deja destellos del fuego que se oculta
tras su mirada.
Baja una y otra vez, día a
día, a suspirar para que el monstruo exhale.
Todos en su íntimo entorno
piensan que ese lugar es su infierno.
Sin embargo solo es un
cliente más.
En el arco iris en ocasiones
vivo y reluciente que mira a las personas a través del prisma de la
comprensión casi todos se salvan, aunque es en otros momentos donde
la putrefacción de los actos de éstas cargan el ambiente del más
calamitoso conjunto de sensaciones que uno podría sentir.
Mientras el sol nace y muere
día a día, personas en muy distante situación se combinan en ese
lugar, ante la creciente sonrisa de una sombra que debe ser apagada.
Consumida, esa oscuridad
germinará.
Con ojos escrutadores el
sujeto busca la salida a su eterna encrucijada, tan solo hallando una
entrada. Una entrada a un oasis disfrazado de taberna vulgar.
Impresionante el relato, Víctor. Siempre me dejas sin palabras D:
ResponderEliminarGracias R., me alegra que te haya gustado :)
EliminarSiempre se ha dicho que el arte puro nace de la desesperación, sublime y escalofriante relato. Espero que el autor salga de ese pozo cuanto antes.
ResponderEliminarMás de un mes después, se puede afirmar que el deseo se ha producido ^^
Eliminar¡Un saludo!