Poco se a ciencia cierta acerca de esa
persona. Todo se basa en un conjunto de instintos e intuiciones
apoyados en una leve base de realidad.
Comenzó con su espalda y sus brazos
faenando en la pica de un negocio de reciente apertura.
Pero no es en esa ubicación donde me
gustaría pintar este lienzo que tengo frente a mi, sino en una playa
paradisíaca en la cual una selva plagada del misterio de lo
desconocido permanece impávida.
Si unas altas palmeras mecidas en su
cumbre por una agradable brisa representasen la entereza ante las
dificultades, esa playa estaría decorada por ellas con generosidad.
Al caminar descalzo por su impoluta
arena, uno podría apreciar con profundo respeto como ese joven lugar
rebosa aplomo y tenaz orgullo.
Quizá el miedo a desconocidos barcos,
que en la lejanía de un horizonte salpicado por sus siluetas pasan
sin dejar demasiada huella, se detecte en una fauna huidiza y
reservada en un primer instante.
Pero con el tiempo, si uno observa sin
ocultar malas intenciones, se percata de que esas mismas criaturas
que representan el carácter pasan más tiempo en la selva que en la
playa que permanece a la vista del mundo.
En el tiempo que he podido caminar por
esa playa sumido en mis propios asuntos, rara ha sido la ocasión que
no me haya planteado sumirme en el misterio de ese territorio
desconocido.
Pero si el rechazo fuese una bestia y
la profesionalidad raíces con espinas, siempre me he encontrado en la
entrada de la selva tratando de vencer cierto pánico ante la pantera
que parece morar ese paraje, ensimismado asimismo con una entrada
custodiada por cientos, quizá miles, de raíces de árboles
inundadas de afiladas espinas.
Con el tiempo me di cuenta un buen día
que quizá no había nada que temer.
No deseaba conquista ni análisis, más
aún sabiendo que yo pertenecía a otro lugar y un viajero de buen
corazón había regresado de lejanas tierras para al parecer
instalarse allí.
Pero deseaba poder observar más y más,
poder sentirme libre en un paraje que cada día me resultaba menos
hostil y con más encanto.
Fue entonces cuando la vi.
La pantera negra de mirada recta
sorteaba las raíces que bloqueaban mi paso para ocultar las espinas
a cada paso que daba.
Nos miramos a los ojos y me sentí
satisfecho, pues no me trasladó emoción alguna de tristeza,
abatimiento, dolor o vergüenza.
Pude ver a través de sus ojos cierta
silueta, ciertos colores de lo que la selva albergaba en su
majestuoso interior.
En ese lugar debía morar algo
semejante a una esencia, un alma, una energía que provocaba que me
sintiese más que contento por haber podido conocer parte de su
conjunto.
De modo que emergí de la selva tras
unas palabras que me llenaron de paz, dejando a la pantera regresar
por donde había venido, quizá con ese viajero que, cargado de
felicidad, recorría un lugar lleno de juventud aunque no exento de
experiencia.
Y escribí unas líneas, tratando
simplemente de ultimar con pocos trazos el lienzo que durante meses
quise pintar.
Desde una selva de salvaje misterio,
la pantera negra observa, analiza y
protege el lugar.
Por la playa paseas, complacido sin más
explicación,
de que te encuentras en un lugar bueno
y especial.
Tu respeto se ve recompensado,
con la promesa de un sonreír en forma
de brisa,
y la garantía de una honesta
sinceridad.
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