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Hubo una vez un reino en el que dos
personas caminaban libres de toda carga.
Un príncipe y su princesa ensalzaban
su amor a diario sorprendiendo a todo el pueblo que continuaba con
sus vidas casi cegado por un nuevo sol que irradiaba felicidad allí
donde tocase.
Así fue como decidieron entre todos
construir un inmenso castillo donde albergar lo más importante con
lo que se habían topado: El amor entre dos jóvenes que, puro y sin
límites, habría de ser el centro de las actividades del reino de
Luz.
Luz prosperó mientras se edificaba el
castillo.
El señor y la señora caminaron por
sus largos pasillos noche y día hasta que estuvo hecho.
Se trataba de algo tan inconmensurable
como aquello que los unía.
Pero la felicidad no duró lo que
tenían previsto.
Dos inviernos pudieron ver antes de que
una sombra hiciese del cielo algo oscuro. Primero frío y vacío de
esperanza. Luego de negros nubarrones que escupían rayos. Finalmente
amenazador.
De ahí surgió el dragón.
Emergió de entre esas nubes una noche
en la que toda Luz se encontraba en pleno festejo de la prosperidad
de la pareja real y el reino.
Arrasó con todo a lo largo del doble
de inviernos que los que habían conocido la felicidad.
Durante cuatro inviernos, la sólida
roca de un castillo para el cual no se había contemplado defensa
alguna, conoció el fuego a partir de las constantes embestidas de un
inmenso dragón que, con suma crueldad, arrasaba los cuidados
interiores del castillo en los que el príncipe y la princesa tanta
dedicación y cuidado habían puesto.
Quedó apenas una fría estructura de
piedra en pie.
De todo el castillo, de todo el amor,
una vez más, desnuda y lastimada, quedé yo.
Me llamo Mya y soy el corazón del
príncipe.
Todos se fueron menos yo.
Llevo dos inviernos llorando lo que
aconteció al final de la época del dragón. El príncipe puso fin a
su vida, todos los vimos, sí, pero éste no se desplomó, sino que
huyó.
Huyó a tierras lejanas fuera del
reino, donde negras montañas quedaron custodiadas por su existencia
prohibiendo la salida y entrada de éste.
Dicen que el príncipe enfermó
indefectiblemente tras la aparición del dragón, y que incluso tras
su expulsión quedó marcado por aquello, olvidando todo cuanto un
día caracterizó Luz.
“La esquiva luz de Stela”, texto
sagrado, quedó en eso, en un texto incuestionable de días que ya
nunca habrían de regresar.
Yo lloro todas las noches en la
habitación del príncipe y la princesa aguardando su llegada.
Pero nunca pasan de las típicas
celebraciones en el interior del castillo.
Ya no pasean en dirección a la
habitación de su amor donde tantas obras surgieron del pueblo en su
honor.
A veces les oigo venir, muy cerca, pero
discutiendo como desconocidos incapaces de mirarse a los ojos y
comprender.
Me duele sin medida, y mientras el
tercer invierno tras la expulsión del dragón se cumple, el cielo
nunca ha dejado pasar el sol.
Ese sol imposible que una vez cegó
durante más de dos inviernos al reino de Luz, ha desaparecido
mientras mi príncipe trata una y otra vez, sin descanso, de
recordarlo invocándole.
Creo, sin embargo, que está solo en su
cometido.
En el pueblo se rumorea que aquello en
verdad nunca existió, y que todo nacía de la mente enferma de un
desquiciado que acabó por invocar al dragón.
La piedra de mi habitación es fría y
está teñida de la oscuridad que dejaron las llamaradas del dragón
a su paso.
Vivo aquí por voluntad propia, pero
hoy he hecho una excepción.
He salido y he ascendido por el
castillo en ruinas para ver en perspectiva el reino de Luz.
Negros nubarrones cubren el cielo.
El frío se cuela adentrándose en
todos sus rincones.
Y siento en la lejanía, en las
montañas de la frontera, el silencioso aullido de una bestia dormida
a la que supuestamente se le dio muerte.
No se si quiero que despierte y regrese
para quemar a todo este maldito reino que tan poca memoria ha
demostrado tener, o ansío que el príncipe regrese con la princesa a
su habitación para reactivar la ilusión y, con ella, la
reconstrucción.
Mis pensamientos son confusos.
Aprieto los dientes mientras algo me
serena por dentro.
Los sentimientos siguen siendo los
mismos.
Pero se acerca el tercer invierno desde
la expulsión del dragón.
Es tanto tiempo...
En la impresionante longitud de uno de
los pasillos del castillo del reino de Luz, Mya camina cabizbaja
adentrándose en su habitación. Cierra la puerta y tararea algo,
luego se pone a llorar y se acurruca en el suelo.
Lejos, un dragón dormido abre un poco
uno de sus ojos de color fuego.
Ambos sufren y se comprenden, mientras
el príncipe que los creó bebe sin descanso con la mente puesta en
una reconstrucción que tan solo parece acontecer cuando la princesa
visita cordialmente lo que una vez fue su hogar.
Visitas fugaces y vacías de
sentimiento.
Algo que no impide que Luz luzca
oscura.
Algo que no impide que el frío
continúe instalándose... Mientras el tercer invierno se acerca
implacable torturando a Mya e interrumpiendo el sueño del dragón.
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