lunes, 21 de septiembre de 2015

La habitación solitaria en el castillo de Luz



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Hubo una vez un reino en el que dos personas caminaban libres de toda carga.
Un príncipe y su princesa ensalzaban su amor a diario sorprendiendo a todo el pueblo que continuaba con sus vidas casi cegado por un nuevo sol que irradiaba felicidad allí donde tocase.
Así fue como decidieron entre todos construir un inmenso castillo donde albergar lo más importante con lo que se habían topado: El amor entre dos jóvenes que, puro y sin límites, habría de ser el centro de las actividades del reino de Luz.

Luz prosperó mientras se edificaba el castillo.
El señor y la señora caminaron por sus largos pasillos noche y día hasta que estuvo hecho.
Se trataba de algo tan inconmensurable como aquello que los unía.

Pero la felicidad no duró lo que tenían previsto.
Dos inviernos pudieron ver antes de que una sombra hiciese del cielo algo oscuro. Primero frío y vacío de esperanza. Luego de negros nubarrones que escupían rayos. Finalmente amenazador.
De ahí surgió el dragón.
Emergió de entre esas nubes una noche en la que toda Luz se encontraba en pleno festejo de la prosperidad de la pareja real y el reino.

Arrasó con todo a lo largo del doble de inviernos que los que habían conocido la felicidad.
Durante cuatro inviernos, la sólida roca de un castillo para el cual no se había contemplado defensa alguna, conoció el fuego a partir de las constantes embestidas de un inmenso dragón que, con suma crueldad, arrasaba los cuidados interiores del castillo en los que el príncipe y la princesa tanta dedicación y cuidado habían puesto.

Quedó apenas una fría estructura de piedra en pie.
De todo el castillo, de todo el amor, una vez más, desnuda y lastimada, quedé yo.
Me llamo Mya y soy el corazón del príncipe.
Todos se fueron menos yo.
Llevo dos inviernos llorando lo que aconteció al final de la época del dragón. El príncipe puso fin a su vida, todos los vimos, sí, pero éste no se desplomó, sino que huyó.
Huyó a tierras lejanas fuera del reino, donde negras montañas quedaron custodiadas por su existencia prohibiendo la salida y entrada de éste.

Dicen que el príncipe enfermó indefectiblemente tras la aparición del dragón, y que incluso tras su expulsión quedó marcado por aquello, olvidando todo cuanto un día caracterizó Luz.
La esquiva luz de Stela”, texto sagrado, quedó en eso, en un texto incuestionable de días que ya nunca habrían de regresar.
Yo lloro todas las noches en la habitación del príncipe y la princesa aguardando su llegada.
Pero nunca pasan de las típicas celebraciones en el interior del castillo.
Ya no pasean en dirección a la habitación de su amor donde tantas obras surgieron del pueblo en su honor.
A veces les oigo venir, muy cerca, pero discutiendo como desconocidos incapaces de mirarse a los ojos y comprender.
Me duele sin medida, y mientras el tercer invierno tras la expulsión del dragón se cumple, el cielo nunca ha dejado pasar el sol.
Ese sol imposible que una vez cegó durante más de dos inviernos al reino de Luz, ha desaparecido mientras mi príncipe trata una y otra vez, sin descanso, de recordarlo invocándole.
Creo, sin embargo, que está solo en su cometido.
En el pueblo se rumorea que aquello en verdad nunca existió, y que todo nacía de la mente enferma de un desquiciado que acabó por invocar al dragón.

La piedra de mi habitación es fría y está teñida de la oscuridad que dejaron las llamaradas del dragón a su paso.
Vivo aquí por voluntad propia, pero hoy he hecho una excepción.
He salido y he ascendido por el castillo en ruinas para ver en perspectiva el reino de Luz.
Negros nubarrones cubren el cielo.
El frío se cuela adentrándose en todos sus rincones.
Y siento en la lejanía, en las montañas de la frontera, el silencioso aullido de una bestia dormida a la que supuestamente se le dio muerte.
No se si quiero que despierte y regrese para quemar a todo este maldito reino que tan poca memoria ha demostrado tener, o ansío que el príncipe regrese con la princesa a su habitación para reactivar la ilusión y, con ella, la reconstrucción.
Mis pensamientos son confusos.

Aprieto los dientes mientras algo me serena por dentro.
Los sentimientos siguen siendo los mismos.
Pero se acerca el tercer invierno desde la expulsión del dragón.
Es tanto tiempo...

En la impresionante longitud de uno de los pasillos del castillo del reino de Luz, Mya camina cabizbaja adentrándose en su habitación. Cierra la puerta y tararea algo, luego se pone a llorar y se acurruca en el suelo.
Lejos, un dragón dormido abre un poco uno de sus ojos de color fuego.
Ambos sufren y se comprenden, mientras el príncipe que los creó bebe sin descanso con la mente puesta en una reconstrucción que tan solo parece acontecer cuando la princesa visita cordialmente lo que una vez fue su hogar.
Visitas fugaces y vacías de sentimiento.
Algo que no impide que Luz luzca oscura.
Algo que no impide que el frío continúe instalándose... Mientras el tercer invierno se acerca implacable torturando a Mya e interrumpiendo el sueño del dragón.

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