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Robert Forrester daba vueltas y más
vueltas a un comedor en el que nada ocurría.
Los gritos provenían de la habitación
de Emily y Paul, donde al unísono declaraban a la oscura noche su
malestar onírico.
La pequeña aún no se había alterado,
al menos de un modo sonoro.
Del piso de enfrente nada había
cambiado, salvo que paulatinamente se había ido iluminando de una
tétrica luz blanca que revelaba su interior abandonado y
desordenado.
La figura de la virgen parecía llorar
como la mayor de las de la tienda, salvo que las caricias del pulgar
de Robert sólo revelaban que aparentemente se trataba de una
alucinación.
De repente la neblina fue manando del
suelo del piso de enfrente.
En cuestión de pocos minutos había
cubierto el espacio que había entre su ventana abierta y la del
lugar donde se encontraba.
Comenzó a tomar extrañas formas, al
mismo tiempo que Emily y Paul gritaban ya con todas sus fuerzas.
Pronto despertarían, bien por ellos mismos bien por su hija, que ya
comenzaba a gemir.
Robert disponía de poco tiempo.
Primero, pesadillas.
Luego, alucinaciones en torno a la
figura de una virgen.
Finalmente, delirios entre una niebla
que parecía tan real como el tacto del sofá que Robert acariciaba
mientras contemplaba atónito la forma que ésta había decidido
elegir definitivamente.
Era la figura de Matthew, su amigo de
infancia poseído por un Gärgólum.
Empotraba sus manos en la ventana
golpeando para poder entrar.
Robert abría sus ojos de par en par
cuando una mano en su hombro le produjo un gran sobresalto.
Al mirar de donde provenía, vio a
Emily con su hija en brazos, tratando de apagar su llanto en plena
madrugada.
Robert tartamudeó un poco y,
finalmente, señaló una ventana que únicamente ya era eso, una
ventana que daba a una noche sin luna.
No había ni rastro de la luz que
iluminaba el piso de enfrente, ni del llanto de la virgen que lo
miraba solemne desde su altar, ni por supuesto de la neblina que
había adoptado la única forma que podía sacar de su concentración
constante a Robert Forrester.
– ¿Y bien, ha descubierto algo? –
Emily miraba a Robert con los ojos inyectados en sangre. Para ella
tampoco se había tratado de una noche agradable.
Robert repasó los acontecimientos y
súbitamente algo le empujó en una clara dirección.
– Debemos ir a la tienda lo antes
posible.
– ¿A la tienda de vírgenes? Por
supuesto, ningún problema. – Emily mecía el cuerpo de su hija
mientras veía como Robert se ponía su sombrero y, tocando la parte
frontal, se despedía de ella mientras los gritos de desesperación
de Paul aún llenaban la estancia.
A primera hora de la mañana la luz de
un intenso sol bañaba las calles del pueblo que Robert llevaba años
peinando en busca de lo que se había convertido en su gran enemigo
desde lo ocurrido en el pasado con Matthew.
Al entrar en la estrecha calle donde la
tienda de vírgenes ya debería haber abierto sus puertas, Robert se
sorprendió un poco de que Emily ya se encontrase frente a ella con
su hija en brazos.
Se saludaron y Robert, percatándose
del serio rostro que la mujer presentaba, decidió no demorar ni un
segundo lo que tenía en mente.
Al entrar en la tienda empujando la
puerta, unas campanas advirtieron de su presencia a un hombre de
mediana edad que los recibió con una amplia sonrisa.
– ¿Que desean? – En su rostro
había algo de pícaro, quizá por su entrecerrada mirada oscura
mezclada con una piel blanca casi como la nieve. Vestía pantalón
negro con zapatos de igual color, mientras una camisa blanca y negra
de manga corta lo cubría excepto por sus brazos y su cuello.
Robert repasó el interior de la
tienda, antes de contestar.
El plan estaba funcionando, puesto que
el dependiente se veía obligado a responder a todas las
inquisiciones de Robert, en lo que en realidad se trataba de algo
preparado meramente para distraerlo.
Robert supo que el dependiente era el
propietario del negocio, y que no le iba nada mal ahora que sus
figuras se habían labrado una excelente reputación en el barrio.
– Muchas desgracias acontecen en
estos días oscuros... – El dependiente se interrumpió al escuchar
una simple nana que Emily, abstraída de todo cuanto ocurría,
tarareaba a su pequeña.
Fue solo un instante lo que tardó en
recuperar su porte elegante y continuar su discurso, pero fue más
que suficiente para un Robert al que se le había acelerado el
corazón.
Años atrás la traumática experiencia
de su amigo le había forjado un destino claro.
Ahora se reencontraba ante un ser que
ante el canto de una simple nana reaccionaba emitiendo un tono rojizo
de nacía del interior de su piel.
Gärgólum, pensó, mientras proseguía
su conversación tratando de no despertar sospecha alguna y poder así
salir de la tienda sin levantar sospecha alguna.
Continuará...
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Por fin tenemos la continuación de la tienda de virgenes y que decir que tiene muy buena pinta, ya que te mantiene con la intriga sin saber por que les pasa eso y que es en realidad la virgen, y como no un final que invita a leer mas.
ResponderEliminarEspero que no tardes mucho en ponernos la tercera entrega ^^
He tardado lo mío y creo que esta historia se va a quedar en la recámara.
EliminarDe momento te invito a que leas El Altar, que creo va a aportar un soplo de aire fresco.
¡Gracias por leer!
de casualidad me he encontrado con tu blog
ResponderEliminarme gusta como escribes.
no es fácil manejar como manejas tus letras
Muchas gracias!
EliminarPásate por aquí cuanto quieras, cualquier sugerencia será más que bienvenida :)