Era la peor parte.
Cuando la anciana se abalanzaba sobre él y lo abrazaba
mostrándole su pútrida boca que permanecía abierta a causa de las
carcajadas.
De hecho, llevaría varios minutos susurrando cosas horribles
desde la puerta de la habitación. Tal y como Sean hacía ademán de
quitarse las sábanas y ponerse en pie, la bruja corría para ponerle
el corazón a mil por hora obligándole a contemplar esos ojos
desquiciados, esa boca que no paraba de escupir y en general todo su
horrible rostro.
Era, sin duda, la peor parte.
El resto de sustos menores eran como el vaso que se va llenando
hasta que cae la última gota.
A veces, con la vista puesta en el ordenador o la televisión,
podía de reojo verla cocinar mientras tarareaba una espeluznante
nana que ya estaba clavada en lo más hondo de Sean.
En esos momentos, si no la molestaba, la bruja simplemente
desaparecía por sí misma.
Aunque aparentemente la anciana desfigurada se sentía molesta
constantemente, tan solo con ser, por ejemplo, observada.
Sean padecía esquizofrenia. Recordaba los años en los que tuvo
en su mano la oportunidad de no desarrollar esa enfermedad, y le daba
rabia reconocer que buena parte de la culpa la tuvo él. Los porros y
el alcohol no son buena mezcla ante tal riesgo.
Ahora tenía que mirar fugazmente a los espejos, no girar la vista
cuando, estando solo en casa, presentía la presencia de alguien más
y, en definitiva, permanecer concentrado día y noche para no dejarse
llevar por el pánico que desarrollaba cuando la bruja aparecía para
despertarle con su abrazo.
Tras meses soportando dicha tortura al irse a dormir, Sean ya no
sabía qué le producía más miedo, si el hecho de enfrentarse a
múltiples pesadillas o los despertares con la bruja en la puerta,
susurrando sucias palabras mientras la larga uña de su índice se
paseaba por el marco de la puerta creando un agudo y horrible sonido.
Pero Sean no podía poner freno a aquella situación, puesto que
nacía de su mente.
Acudía a diferentes sitios durante el día donde trataba de
encontrar algo de ayuda, pero el hecho de sentarse en círculo a
hablar entre varias personas se le quedaba corto.
Sean necesitaba algo más que relatar su desdichada vida marcada
por la enfermedad mental.
Un día, paseando, se topó con viejo amigo esotérico. Mientras
tomaban un café en una terraza en un soleado día primaveral, Sean
no tardó demasiado en comentarle parte de lo que le ocurría. Y su
amigo le dio un consejo. Se trataba de hacer una pregunta en el
momento preciso. En caso de éxito, Sean estaba bien jodido.
Esa misma madrugada, a las seis en punto, despertó. El agudo
crujir del dedo de la bruja en la puerta se combinaba con frases de
odio puro, de rabia intensa.
En un solo movimiento Sean se destapó, se puso en pie y se lanzó
hacia el abrazo de la bruja, solo que esta vez la asió por los
hombros para clavar su vista en sus pequeñas pupilas blancas.
La bruja se revolvía con tal de soltarse del agarre y poner de
punta todos los pelos de Sean abrazándole sobre la cama, efectuando
movimientos imposibles con el cuerpo y sus extremidades.
– ¿Respondes al nombre de Evil Rain? – La rotunda pregunta
que le había encargado decir su amigo esotérico proyectó a la
bruja hacia atrás, en un levitar terrible, hasta que quedó apoyada
en la pared frente a Sean. Los ojos de la bruja estaban abiertos de
par en par.
No se trataba de la esquizofrenia.
De pronto, unas risas pusieron en guardia a Sean.
– ¡Volveré! ¡Volveré a por ti! – La bruja se lo escupía a
voz en grito mientras gateaba hacia atrás, fuera de la habitación.
Un año después Sean podía irse a dormir ya más tranquilo,
aunque quedaban resquicios de un antiguo terror. Según su amigo
esotérico, al que llamó en cuanto pudo expulsar a la anciana bruja,
ésta nunca se daba por vencida, y sin lugar a dudas cumpliría con
sus últimas palabras.
Sean debía estar concentrado para expulsarla llamándola por su
nombre cada vez que intentase acercarse a él.
La cuestión era identificarla en un lugar donde las apariciones
de la esquizofrenia cada vez eran más numerosas, variopintas y
sorpresivas.
Evil Rain era un antiguo espíritu malvado que moraba lejos, en
las inmensidades del espacio profundo, y parecía haber encontrado
una forma humana para personificarse ante quien desease.
Sean, que a veces se despertaba sudando en plena noche, siempre
recordaba las veces que había tenido que soportar el largo abrazo de
la bruja y su putrefacto aliento disparando saliva espesa hacia su
rostro.
Era, sin lugar a dudas, la peor parte de una historia que nunca
sabría si había por fin acabado.
Me alegro que vuelvas a este genero, ya sabes que para mi es el que mas me gusta, ya que sabes meter a la gente en el relato y se te da muy bien el terror.
ResponderEliminarComo siempre te voy a animar a que un día escribas un libro de terror
¡Me alegra que te guste! A ver si un día me animo y escribo algo un poco más largo...
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