sábado, 18 de abril de 2015

Completa tu muñeca III: Sangre


Imagen y muñeca de Silvia Gual


Los truenos anunciaban que la intensa lluvia que caía sobre el pueblo de Greenroys iba a ser incesante durante un buen tiempo.
Pese a que apenas se había alcanzado el mediodía, el cielo negro oscurecía las calles haciendo parecer que el anochecer se encontraba próximo.
Transeúntes cuyo paraguas apenas podía evitar dejarles empapados corrían a toda prisa en todas direcciones, resolviendo sus quehaceres. 
De eso Tom no podía enterarse, pues alternaba su mirada entre la del dependiente y la muñeca de una Penny que en ese momento le daba la espalda, ensimismada.
Fuera sonaba el eco del crepitar de las gotas contra el asfalto, mientras el interior de la tienda se iluminaba cada vez que un relámpago aparecía en los cielos anunciando el terrible sonido de un trueno cuya potencia había resultado imposible para Tom hasta ese instante.

Sui era blanca de piel, muy blanca, y sus ojos azules recordaban a un mar de aguas cristalinas desconocido para la especie humana. O así lo pensaba Penny mientras con sus deditos acariciaba el contorno de esos ojos, que lucía pintado con delicadeza hasta llegar a los rosados pómulos bajo los cuales unos sensuales labios carnosos que lucían una triste sonrisa quedaban coronados en su cúspide por una pequeña nariz que hacía del conjunto algo sumamente hermoso.
Sus ropajes eran de una época antigua, y los negros hacían contraste con la blanca piel de Sui ensalzando su cuerpo ante la entrecerrada mirada de la que iba a ser su dueña.
— ¿Que de qué se trata? — De pronto el dependiente atendió a la pregunta de Tom. Éste quedó petrificado cuando esos ojos se clavaron en los suyos, para luego relajarse cuando escuchó la respuesta a la pregunta. — Pues Penny va a tener que darme la garantía de que a su muñeca nunca más le volverá a faltar un miembro. — La pequeña escuchaba esas palabras acariciando el muñón en el hombro izquierdo de Sui, de donde debería nacer un brazo igual de bonito que el derecho.
Penny no había caído en la cuenta, pero el hecho que el dependiente supiese su nombre solo podía deberse, para Tom, a que sus padres lo nombraron cuando visitaron el lugar.
Aunque Tom se mostraba inquieto, huraño ante ese tema, como si tuviese pero no quisiese racionalizar otra explicación para ese hecho.
— No te importará mojarte un poco, ¿Verdad? A tu edad sois fuertes como el hierro. — El dependiente señalaba con su mano llena de cicatrices por quemadura a Tom, que dio un paso atrás.
— ¡No puedo irme sin Penny! — Respondió al instante.
— Ella estará bien. Tengo que asegurarme de que la muñeca y ella se llevarán correctamente. ¿Estás de acuerdo en quedarte un rato para quedarte con Sui, Penny?
Cuando pronunció el nombre que Penny tenía pensado para su muñeca, esta alzó la mirada súbitamente de ella para mirar al dependiente como despertando de un sueño. 
— Sí… — Su respuesta apenas audible hizo que el dependiente aplaudiese e indicase a Tom que debía salir por la puerta.
Éste miró a Penny, que no parecía estar ni de lejos tan asustada como él, y cuando regresó a la mirada del dependiente, sobre su malévola sonrisa volvió a apreciar ese fuego, esa misma llamarada de hacía unos momentos, provocando que reaccionase y saliese por la puerta mojándose al instante ante la inmensa tormenta que diluviaba sobre el pueblo.
Tenía que llegar a la escuela como fuese para llamar a su padre y explicárselo todo.

En el interior, el dependiente ofrecía su mano a Penny, que la cogió sonriéndole. 
— Ahora que estamos solos, tengo que contarte un secreto. — La sonrisa del dependiente se desvaneció casi imperceptiblemente por un momento. Su mirada era severa.
— ¿Ah si? — Penny hacía botar en su brazo izquierdo con pequeños saltos a Sui.
— A parte de cuidar de Sui y repararla, necesito algunas piezas para curar a algunas de las otras. ¿Me ayudarías, Penny?
El tirón que sintió la pequeña la hizo querer gritar, pero ningún sonido surgió de su boca.
— Ven conmigo… — El dependiente la condujo más allá del mostrador, donde una cortina reveló tras ser apartada algo así como una cocina. Hacía mucho frío.
Cuando Penny vio los cuchillos, dejó caer la muñeca al suelo y gritó con todas sus fuerzas el nombre de su madre mientras las primeras lágrimas brotaban de sus ojos.
El dependiente reía, haciendo sonar sus carcajadas casi por encima de los agudos gritos de la pequeña niña de rubio pelo y ojos verdes.

Matthew descolgó el teléfono en su oficina y se alarmó cuando fue informado de que su hijo quería hablar con él.
— ¿Qué ocurre, Tom? — Preguntó cuando lo pasaron con el pequeño.
— ¡Papa, él la tiene! — La respiración entrecortada y el tono alto casi impiden que el inspector entendiese apenas las palabras le se le decían.
— ¿De qué hablas, Tom? — Matthew trataba de tranquilizar a su hijo.
— ¡En la tienda, el dependiente y Penny están solos! — Matthew no necesitó más. Visualizó la travesura al instante, y se horrorizó al pensar en aquel hombre, a solas con la hija de Carol.
Se levantó al instante y le dijo a Tom que no lo dijese a nadie más, puesto que él se encargaría. Se puso su gabardina y, levantando las solapas para protegerse del intenso frío, salió a la calle donde la tormenta más agresiva que se recordaba en Greenroys continuaba castigando al pueblo desde entrado el mediodía.
Unos minutos más tarde aparcaba apresuradamente y se disponía a encarar la calle donde se encontraba la tienda de muñecas.
Pero cuando llegó, de todas las cosas que esperaba, se encontró con una imprevista, que resultó ser la peor de todas.
Bajo un cartel desgastado donde figuraba el nombre de la tienda, solo vio ladrillo.
Un ladrillo que tapaba el espacio donde debería estar el escaparate y, lo más importante, la puerta de la tienda.
Matthew acudió al despacho para pedir refuerzos y movilizar a la policía, para a continuación llamar muy inquieto a Carol.
— ¿Sí, inspector Matthew? — Carol cogió el teléfono con algo de ansiedad, seguramente pensando aún en recibir noticias de la tienda y su misterioso dependiente, pensó Matthew.
— Carol, su hija ha desaparecido. Pero le prometo que vamos a encontrarla. — Carol sintió como algo se le movía por dentro, y no pudo contenerse. Llevaba inquieta por la tormenta desde que ésta empezó a descargar la lluvia torrencial.
— ¡Qué dice! ¡Penny está en la escuela! — Jadeaba en busca de aprobación.
— Ella y mi hijo salieron para… — Matthew decidió omitir que el último lugar donde la vieron fue en la tienda de muñecas, para no inquietar más aún si cabía a la pobre mujer. — … Para dar una vuelta, en seco Tom la perdió de vista al iniciarse la tormenta. Le prometo que…
— ¡No prometa nada! ¿Qué hacía Penny dando vueltas por el pueblo teniendo clase? ¡No es propio de ella! — Matthew comprendió que esa versión apenas se sostenía.
— ¿Y si han ido a la tienda de muñecas? ¡Dios mío, la tiene ese dependiente!
— Estamos averiguando qué ha ocurrido con la tienda Carol. Al parecer, está cerrada. No puede estar ahí.
— ¿Cerrada? ¡Pues den con el dependiente! ¿Dónde puedo encontrarle?
— La mantendré informada, Carol, deje esto en mis manos.
Al colgar el teléfono Carol se puso la chaqueta al instante y cogió su paraguas. Debía dirigirse al despacho del inspector. No se separaría de él hasta que diesen con su pequeña Penny.

Sin embargo, pasaron las horas mientras la única pista se desvanecía. Echaron abajo las paredes de ladrillo y encontraron un espacio vacío sin ninguna muñeca ni objeto, descubriendo una cocina al fondo impecable y sin rastro de ningún acto criminal.
Descartando ese lugar, Matthew sabía que solo quedaba aplicar el protocolo de búsqueda estándar, aquel que no siempre funciona.
Mientras los truenos y los gigantescos relámpagos seguían castigando unas calles ya inundadas por la lluvia, donde apenas se podía conducir, el inspector llevó a casa a Carol, advirtiéndole que debería tener algo más de paciencia de lo previsto.
La mirada de la mujer se había tornado sombría, y sus lágrimas habían caído de un modo parecido al de la lluvia, incesante e intenso.
Esa noche ocurrió algo que cambió a ambos por completo.
Sendas visitas, sendas advertencias de que algo extraño había ocurrido con Penny.
Carol despertó tras una vigilia que había desembocado en un corto sueño alertada por la voz de su pequeña, que tarareaba algo encerrada en su habitación.
Corriendo fue a ver, para toparse con el aura de esta, que manejaba con sumo cuidado una muñeca de blanquecina piel. 
Carol frotó sus ojos incrédula, y cuando los volvió a abrir trató de acariciar el pelo de Penny.
Ésta se giró lentamente, mostrando al sonreír a su madre una boca desdentada de la cual descendían auténticos chorros de sangre hacia su mentón. Acariciaba con su mano derecha el rostro de la muñeca, ocultando parcialmente un brazo izquierdo que no estaba donde debía estar.
De la muñeca emergía un brazo desmesuradamente grande, ensangrentado y cosido de malas maneras a su hombro, y fue por una peca que Carol gritó horrorizada cayendo al suelo.
— ¿Te gusta Sui, mamá?
Penny interrumpió su melodía para comenzar a hablar.
— Ahora siempre estaremos juntas, cada noche… — La aguda voz de la pequeña balbuceaba más que pronunciaba esas palabras, puesto que ningún diente había ya en su boca.
Mientras Penny dejaba la muñeca en el suelo, comenzó a arrastrarse hacia el sentado cuerpo de su madre, dejando un reguero de sangre negra allí donde deberían haber estado sus piernas, clavando su codo derecho en el suelo para avanzar lentamente hacia Carol, que gritaba y gritaba a medida que comprendía por lo que había pasado su hija, desquiciando su mente, perdiendo su mirada en la nada mientras acariciaba el pelo de lo que quedaba de su hija.

Por su parte Matthew pasó la noche con su difunta mujer. 
Se despertó a las dos de la madrugada alertado por unos silbidos en la cocina.
Cuando fue a ver de qué se trataba se la encontró tal como la vio la noche en que se cometió el crimen, desangrada y con su vestido ensangrentado allí donde la habían rajado, allí donde la habían violado.
Una visión que lo dejó petrificado, aún más cuando el cuerpo de su mujer se levantó del suelo y se dirigió a él para contarle, una y otra vez sin pausa, lo que sintió mientras el asesino se distraía con ella.
Tom miraba desde el pasillo sin ser visto, observando detenidamente a su padre caer en el alcohol para soportar lo que fuese que estuviese viendo.
El nuevo día amaneció frío, pero ya con el clima habitual de Greenroys. La tormenta había desaparecido.
Pasaron las horas y Penny no apareció.
Matthew y Carol hablaron un par de veces, pero no se contaron sus experiencias de la noche anterior, como si deseasen en el fondo caer en un pozo del que de antemano sabían que no podrían escapar.
Llegó la noche y llegaron las apariciones.
Matthew bebía dos botellas de whisky por noche, Carol perdía el juicio en la habitación de su hija sin freno alguno.
Cuando transcurrida una semana ingresaron a Carol en un psiquiátrico, ésta estaba segura de que no iba a estar sola allí. 
— Penny me acompaña… — Repetía una y otra vez en la consulta donde consideraron su caso digno de admisión.
Matthew por su parte olvidaba a Tom a un ritmo constante.
Pronto le quitarían la custodia.
Hasta que una noche recordó, mientras su mujer detallaba lo que sentía cuando aquel desconocido la penetraba clavando su cuchillo en su hígado, al dependiente de la tienda de muñecas.
Aprovechando que aún podía caminar y conducir pese a su gran borrachera, se hizo con un par de bidones de gasolina y aparcó el coche lo más cerca posible de aquel lugar donde hacía poco había abierto la tienda de muñecas.
Cuando hubo impregnado todo el interior de combustible, encendió una cerilla y maldiciendo la tiró al suelo.

Mientras salía de la tienda, le pareció escuchar la voz de una niña gritar desconsolada el nombre de Carol, al tiempo que una carcajada le erizó el vello mientras apuraba su petaca en dirección al coche.


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6 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho! Sabes poner los pelos de punta y engancha. Sigue así!

    Por cierto... Mi Sui no es mala T_T

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    1. ¡Me alegro!
      Ya solo quedan un par de capítulos donde veremos como concluye esta historia.
      Oye que a Sui no la dejo mal para nada xD
      Un abrazo :)

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  2. Muy bueno, pero aún seria mejor si se convirtiera en un no tan breve relato. Veo tantas posibilidades de desarrollo, tantas variables dignas de detalle que me resisto a que sea resuelto de esa forma tan abrupta y cruel aunque... De eso se trata, ¿ no ?. En fin, espeluznante, seco, desgarrado y un largo etcétera. Lo mejor, te obliga a pensar y activar tu propio desarrollo alternativo. ¿ Lo peor? evidentemente se nos queda corto. En todo caso y al igual que en Mago nos presenta algo poco común, un estilo propio. Y eso, amigo, es muy caro y raro. Sigue puliendo y enriqueciendo, afinando el desarrollo y los matices. Pronto, sí, pronto puede que estemos en presencia de un auténtico autor maduro y preparado para sorprender con esa fuente inagotable de ideas. El nombre de tu " musa " debe ser tan complicado como tú, Enhorabuena.

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    1. Vaya, menudo comentario.
      La verdad es que esta extensión del relato corto original tiene pinta de quedarse corta también.
      Veremos si algún día lo cojo y lo convierto en una historia al menos tan larga como Mago.
      Seguimos ensayando el estilo, desde luego.
      ¡Un saludo y gracias por leer!

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  3. Escalofriante como poco. Me mantienes en vilo durante todo el relato. Qué ganas de ver como acaba, que ganas de que todo acabe bien para estos pobres protagonistas. Me ha encantado. Esperando las próximas entregas como agua de mayo. Un abrazo.

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    1. ^^ Gracias Maria, ya quedan solo dos capítulos...
      Veremos como acaba.
      Un abrazo

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