Cinco años habían pasado de la llamada tormenta del siglo.
Tom cargaba con su mochila en dirección a su nueva universidad, después de todos esos años atrapado en un orfanato tras perder su padre, primero el trabajo, luego la custodia.
El joven recordaba que las últimas noches Matthew incluso llegaba a estrellar de modo muy agresivo su copa hacia algo que solo él podía ver.
Consumido por la ira, Tom no quiso desde que pisó su nuevo hogar tener contacto alguno con el borracho de su padre, y así fue hasta que una familia se fijó en él y lo adoptó hacía apenas un año.
Los estudios le iban bien, y eso fue un factor determinante que le hacía destacar sobre el resto de sus compañeros.
Los Caine, una anciana pareja con mucho dinero pero claramente vacíos por dentro tras la muerte de su único hijo en un accidente de coche, iban a ser su nueva familia de ahora en adelante.
Caminando hacia las puertas de la universidad, Tom analizaba al resto de estudiantes con ojo clínico.
Muchas risas en lo que iba a ser el primer día de la carrera de criminología, un contraste que Tom encontraba algo estúpido y de mal gusto.
Se informó de dónde se encontraba el aula a la que tenía que acudir para su primera clase en una aventura que habría de llevarle, algún día, a convertirse en inspector de policía. De homicidios, en particular.
El incendio de la tienda de muñecas, con el paso de los años, se antojó para Tom un acto de suma irresponsabilidad e igual estupidez, puesto que aquel escenario bien podría haber sido sujeto de análisis y estudio en un futuro en el que todo rastro de Penny se perdió.
No había día, no había noche, en las que Tom no sintiese la punzante sensación de que su amiga de infancia estaba a su cargo ese tormentoso día.
Eso había motivado en gran medida sus pasos hasta conducirle hasta ese día en que habría de caminar firme hasta su incorporación en el cuerpo de policía encargado de los homicidios.
Para no permitir que Greenroys volviese a pasar por algo así, concretamente.
Ocuparía la responsabilidad que debió ser de su padre antes de que éste cayese en el alcohol.
Regresaría formado ya como adulto a su pueblo natal, y callaría las bocas de todos aquellos que pensasen que algo de su padre podría anidar en él.
En clase Tom escogió un sitio en las primeras filas, sentándose al final del todo.
No estaba allí para hacer amigos.
No obstante, una chica de pelo rubio se le acercó para hablarle.
— ¿Puedo sentarme a tu lado? — Le dijo.
La mirada que Tom le devolvió para que la chica buscase otra pareja de baile.
El recuerdo de los días en los que Penny le invitaba silenciosamente a sentarse a su lado golpeaba como un martillo su cabeza, confundiéndole y sacando lo peor de él cada vez que la silueta de ese dependiente lleno de cicatrices por quemaduras aparecía en su recuerdo.
El que un día fue inspector, un Matthew McConelly ahora desfigurado y encorvado por una larga temporada bebiendo en demasía, presentó una vez más su lamentable aspecto, sin duchar ni afeitar y con unas ojeras enfermizas, a su querida Carol Swanton.
En el psiquiátrico de la ciudad, dos enfermeras cruzaron una puerta agarrando con sus brazos los de Carol, que apenas movía las piernas para caminar.
De su boca caía un riego de saliva casi constante fruto, le contaban, de la fuerte medicación que recibía. Y es que sin ella Carol parecía enloquecer más si cabía en su habitación, gritando mientras se autolesionaba cada noche que había pasado sin estar sumamente sedada.
Pasó un buen rato desde que la sentaron frente a Matthew en la parte exterior de la sala de visitas y la mirada de Carol pasó de estar perdida a fijarse vagamente en la de Matthew.
— Ma… Thw… — Más saliva que lentamente la otrora atractiva mujer se secó con la manga de su manchado albornoz mientras sonreía emitiendo un sonido al que Matthew nunca llegaba a acostumbrarse.
Se encendió un cigarrillo mientras palmeaba la mano de Carol, y el tiempo transcurrió mientras trataba de decir algo que no la alterase demasiado. Ese era el consejo médico.
Exhalando una nube de humo le preguntó:
— ¿Cómo se encuentra hoy, Carol?
La mujer no respondió. Debía probar con otra cosa. La cabeza y el cuerpo comenzaban a acusar la falta de alcohol. No podría permanecer allí por mucho tiempo.
— ¿Ha pasado buena noche? — Carol tuvo que repetir palabra por palabra, lenta y pausadamente, la pregunta para entenderla.
Repitió la palabra final, varias veces.
— Noche… — Los ojos parecieron enfocar mejor el suelo donde posaban su mirada. — Noche… — Ahora se fijaron de repente en Matthew, muy abiertos. — ¡Penny! — Súbitamente Carol se echó las manos a la cabeza y comenzó a chillar mientras sacudía su cuerpo atrás y adelante.
Matthew no lograba comprender que le ocurría.
Rápidamente unos celadores salieron junto a una enfermera que le inyectó algo para que Carol regresase al mismo estado con el que había salido de los pasillos internos del psiquiátrico.
Los celadores se disculparon ante Matthew, para a continuación invitarle a irse mientras se llevaban a Carol de nuevo hacia dentro.
Matthew apuró su cigarrillo y lanzó la colilla a uno de los ceniceros pese a que por el número de las que había tiradas en el suelo parecían indicar que todo aquello era una inmensa papelera.
Raudo, partió hacia su coche, donde su petaca de whisky le esperaba para paliar el dolor que se le antojaba insufrible.
Sus manos temblaban.
Cuando la noche llegó Carol se encontraba atada a su cama.
Eran tantas las noches que pasaba así que podrían sumarse y obtener más cantidad que las noches en las que podía deambular como una fantasma por los pasillos de su planta hasta que era vista por algún vigilante.
Una sensación de inseguridad la recorría por dentro mientras se movía, incómoda, destapándose justo antes de empezar a gemir y a llorar desordenadamente.
De repente miró su reloj.
Eran las seis menos cinco de la madrugada y pese a su gran cansancio que rozaba el agotamiento, todo parecía ser más nítido, más claro que nunca.
La puerta de la habitación permanecía abierta apenas un palmo.
Lo suficiente como para que el rostro sonriente y parte de la silueta de una joven de verdes ojos y rubia melena apareciese súbitamente para escudriñarla con la mirada.
Estaba mellada.
Carol reconocería a Penny en cualquier situación, y al intentar gritar como cada noche, esta vez, descubrió que sus intentos se ahogaban antes incluso de tomar forma de sonido.
Tan solo un tímido lamento emergía de su garganta mientras inútilmente trataba de liberarse de sus ataduras.
De modo que le pidió a esos macabros ojos que se fueran, que dejasen de mirarla.
Cuanto más lo pedía más severa se volvía la mirada y más crecía la perenne sonrisa.
En lo más profundo de esa mirada anidaba una terrible oscuridad, en el centro de la cual unos puntos brillantes desconcertaban sobremanera a la torturada mujer.
Finalmente, la joven se fue.
En ese instante Carol abrió los ojos.
Había estado soñando.
No obstante, al mirar su reloj, éste marcaba las seis.
Gritó y gritó, ahora sí con éxito, pero nadie acudió a ver qué ocurría.
Quedaba una hora para la ducha matutina, y Carol se quedó callada mirando el techo de su fría habitación, contando cada segundo, cada minuto, para que el nuevo día le trajese una medicación que la sedase lo suficiente con tal de acercarla un poco más a su ansiada muerte, allí donde Penny la esperaría.
Matthew despertó con la primera luz del nuevo día, tirado un suelo de la cocina lleno de cristales rotos, fruto del resultado de las noches tortuosas con su mujer tras las cuales había desistido incluso de barrer mínimamente.
Finalmente había dado con la manera de no enfrentarse a aquello.
Emborracharse hasta caer desmayado.
Cualquier pesadilla que le esperase siempre era mejor que una velada con aquel fantasma lleno de recuerdos dolorosos que ya logró acercar su mente más hacia el psiquiátrico que a otro lugar.
Los años de universidad pasaron rápidos para Tom.
Tenía en mente la idea fija de sacárselos con la mayor celeridad y mejor nota posibles, de cara a presentarse a las oposiciones para inspector de homicidios e iniciar lo que consideraba su cometido tras su experiencia aquel fatídico día de la gran tormenta.
No debió salir nunca de aquella tienda, pensaba una y otra vez siempre que recordaba como de modo estúpido corrió a pedir ayuda en lugar de convencer a Penny de irse junto a él.
Sus padres adoptivos le habían pagado un piso cerca de la universidad, y esa tarde Tom McConelly decidió ir a comprar un regalo especial para ellos.
Caminando por el centro de la ciudad, decidió ahorrar tiempo cruzando un bello parque donde el otoño invitaba a tantos y tantos a perderse entre un mar de hojas caídas, en una melancólica estampa que sin embargo llenaba a Tom de una triste esperanza.
Ensimismado en sus pensamientos se encontraba cuando escuchó a una grave voz dirigirse aparentemente a él.
— Arrastras una pesada carga.
La voz provenía de su espalda, y al girarse vio a un anciano trajeado, de blanca perilla bien cuidada, sentado en un banco ubicado justo antes del pequeño puente que Tom cruzaba para sortear un pequeño lago artificial.
— ¿Cómo dice? — Tom lo pensó mejor. — Es cierto, mi mochila está llena de libros.
La risa amarga del anciano dio paso a una mirada amable.
— Esa niña que te acompaña, ¿Quién es? — Tom dio un brinco ante la sorpresa. Se acercó al banco donde se encontraba el anciano. Parecía un buen tipo más que un desequilibrado.
— ¿Quién es usted? — Inquirió Tom tratando de mantener la calma.
— Puedes tutearme. Mi nombre es Arthur, Arthur West. — Tom le dio la mano, invitándole a continuar. — No creas que veo a una niña a tu lado, Tom. Se trata más bien de que tu energía va asociada a otra mucho más débil que no te pertenece. Una energía que clama a gritos ser vista desde hace mucho tiempo.
Tom relajó sus músculos, el anciano parecía confiado acerca de las locuras que estaba diciendo.
— Arthur, ¿Qué necesitas? tengo algo de prisa.
El anciano se puso en pie dando un brinco. No parecía tener una edad tan avanzada. Cerró los ojos y puso su mano sobre el corazón de Tom. Éste lo miraba perplejo, no tanto como quedaría tras escuchar lo que Arthur West iba a decir a continuación.
— ¿Quién es Penny? — Tom abrió los ojos de par en par.
— ¿Es esto una broma pesada? — La mirada de Tom ardía de ira ante aquello.
— Puedo ayudarte, eh…
— Tom, Tom McConelly. — Arthur asintió algo alicaído tras escuchar el nombre de aquel joven.
— Recuerdo ese apellido, no el lugar pero se que lo leí asociado a la desaparición de una niña hace años. ¿Es esa niña Penny? — Tom exhaló un largo suspiro, mientras Arthur insistió en que lo acompañase a su despacho para contárselo todo.
Tanto Arthur como Tom habían quedado sorprendidos por lo que había dicho cada uno.
Arthur West había resultado ser un reputado parapsicólogo cuya nómada vida lo había llevado a la ciudad donde Tom estudiaba, mientras que los datos que Tom no acababa de unir fueron analizados entre ambos desde un enfoque que el joven jamás creyó válido.
Pero no perdía nada por probar.
Las quemaduras del dependiente bien podrían haber sido provocadas por el incendio que causó su padre, Matthew, más tarde en una especie de paradoja temporal.
Pero Arthur fue más allá.
Quiso ir en persona a lo que quedase de la tienda de muñecas, si es que todavía permanecía precintado como prueba de un posible crimen.
Ya en Greenroys, la extraña pareja avanzaba en dirección a la estrecha calle que aún tantas pesadillas reportaba a Tom.
En seco el joven alzó su brazo en dirección al final de la calle, revelando un letrero donde aún se podía leer con algo de esfuerzo “Completa tu muñeca”.
Arthur palmeó con fuerza y se frotó las manos.
— ¿Bueno, a qué estamos esperando? — Dijo mientras Tom se acercaba a la puerta de la tienda.
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Hola, Ya he publicado la entrada en mi blog :)
ResponderEliminarAhora tengo que ponerme al día con esta historia
¡Gracias cova!
EliminarAquí también tienes tu entrada :3
Ya me dirás que te parece este relato de cinco capítulos :)
Un abrazo
Vaya, cada capítulo me deja con ganas de más. Ir de un personaje a otro le da vitalidad al relato. Deseando leer el final. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Pues ahora mismo lo publico!
EliminarGracias por leer y comentar, Maria, un abrazo :)
Consigues enganchar y con ganas de saber más sobre los personajes. Sobretodo sobre la pobre Penny y el misterioso dependiente
ResponderEliminar¡Gracias Silvia!
EliminarA ver que te parece el último capítulo...
Un abrazo