— La lucha contra el maligno es eterna y constante. — Arthur West pronunciaba esas palabras mientras pasaba las yemas de sus dedos por las diferentes superficies de la cocina quemada.
Por su parte Tom escudriñaba cada rincón en busca de posibles pruebas pasadas por alto en el pasado, cuando investigaron el lugar.
No prestaba demasiada atención al anciano.
La energía de Penny era allí más palpable, le había comentado Arthur a Tom.
En seco el parapsicólogo, acariciando su perilla, pidió fuego al joven.
— ¿Fuego? — Tom no entendía el propósito de aquello. No obstante accedió. Fumaba de vez en cuando, de modo que tenía siempre un encendedor encima. Se lo entregó a Arthur y éste a su vez cogió su chaqueta para prenderle fuego por una de las mangas.
Tom pensó que se estaba volviendo loco.
Lo pensó, sin embargo, hasta que primero el humo, luego la llamarada, se desplazasen por la cocina en dirección a la pared más alejada, para comenzar a hacer círculos en ella.
Un extraño ruido, muy desagradable, comenzó a inundar la estancia causando que Arthur tuviese que gritar para hacerse oír.
— ¿Lo ves, Tom? ¡Dame parte de tu ropa! — Reunieron jerseys, chaquetas y calcetines suficientes como para que el círculo creciese revelando en su interior una llanura en llamas. El paisaje era desolador.
Mientras Arthur parecía controlar el movimiento circular de las llamas, el ruido se había tornado tan intenso que ya solo podían hacerse oír a voz en grito.
— ¡Penny se encuentra tras el umbral! ¿Estás resuelto a rescatarla? — Arthur no paraba de mirar a Tom, esperando una respuesta. Éste asintió enérgicamente. — ¡Escucha, mi viaje acaba aquí! — Los ojos de Arthur parecieron humedecerse. — ¡Entra ahí, sálvala, por lo que más quieras!
Tom se puso enfrente del círculo que daba acceso a ese lugar desconocido.
— ¡Ahora! — Al escuchar el grito de su compañero, supo que era el momento de decidir. Una misteriosa sensación de que Penny se encontraba allí hizo que saltase cayendo sobre un suelo muy caliente y, al girarse, comprobó que no iba a haber modo alguno de regresar.
El portal se había cerrado.
Matthew bajaba dificultosamente de su coche para dirigirse a la única bodega de Greenroys. Le conocían bien, más aún tras los últimos tiempos en los que el antiguo inspector se había lanzado de pleno al alcohol.
Se encontraba algo ebrio, pero no lo suficiente como para obviar que, avanzando en dirección sur por la estrecha calle en la que ahora se encontraba, lo que quedaba de la tienda de muñecas seguía en pie amartillando los dolorosos recuerdos del pasado en su cabeza.
Decidió escaparse demorándose un poco para echar un último vistazo.
Casi por instinto.
Así fue como Arthur West conoció al padre de Tom McConelly.
— ¿Quién es usted? — Matthew lanzó la pregunta cuando, dispuesto a abrir la puerta de la tienda, descubrió para su sorpresa que un desconocido salía de ella con la cara y las manos llenas de hollín.
Arthur no lo reconoció en primera instancia, tal era el lamentable estado en el que se encontraba Matthew.
— Mi nombre es Arthur West, y he estado aquí para ayudar a un amigo en su cometido. — Matthew lo cogió rápidamente por el pecho y lo empotró contra la puerta de la tienda, que tembló y crujió.
— ¡No me venga con acertijos! ¡Dígame inmediatamente de quién se trata! — Matthew se encontraba tan cerca de Arhtur, al que perforaba con la mirada, que por fin el anciano al contemplar esos ojos cayó en la cuenta de quién debía ser ese individuo.
— Tom ha ido a rescatar a Penny. — Matthew aflojó el agarre y, soltándolo lentamente, dio unos pasos atrás balbuceando algo ininteligible.
— Se lo explicaré mucho mejor en algún lugar tranquilo, ¿Conoce usted de algún…? — Matthew, no obstante, maldiciendo y escupiendo, se marchó cuesta arriba en dirección a la bodega.
En el silencio que reinó a continuación, Arthur meditó acerca de ese encuentro. << Has hecho un buen trabajo… >> Dijo para sus adentros triste y alicaído, tratando de imaginar el horror por el que ese hombre había debido pasar, y poniendo toda su preocupación en una madre que, si no recordaba mal, vivía aún recluida en algún centro psiquiátrico.
Raudo, siguió a Matthew, para tratar de hacerle entrar en razón.
Tom avanzaba lentamente por el camino que conducía a no sabía muy bien dónde.
A sus lados, llamaradas y cámaras de tortura que contenían a todo tipo de sujetos cuyo destino no había sido demasiado generoso con ellos, de las cuales emergían los más horribles lamentos que Tom jamás imaginó, llenaban la vista allí donde la pusiese.
Finalmente lo vio, en la cima de la cuesta final del sendero, un trono de oro sobre el que se sentaba un ser de horripilante aspecto, ocultaba tras un primer vistazo lo más relevante del asunto.
Primero, que el dependiente de la tienda se encontraba en pie, a la derecha de la criatura, sonriendo ante la llegada de Tom.
Segundo, que Penny se encontraba en el suelo jugando con una muñeca, de nombre Sui como creía recordar Tom, luciendo el mismo aspecto del fatídico día tormentoso en que desapareció.
Tom gritó su nombre, pero tras una vencida mirada de la pequeña, ésta volvió a sus asuntos sin reparar más en la presencia de su antiguo amigo.
— ¡Soy Tom! ¿Penny? — Tom lo intentaba una y otra vez. Súbitamente una amarga risa lo interrumpió.
— No puede reconocerte, Tom, llevamos aquí, esperándote, mucho, mucho tiempo.
Penny parecía no presentar ninguna herida de gravedad.
— Ahora que estás aquí, déjame que te muestre lo que verdaderamente ocurrió con tu padre y… — Tom interrumpió al dependiente, diciendo a todo pulmón que su padre simplemente era un borracho que nada tenía que ver con él. El resultado, más risas, cómplices esta vez entre la criatura aposentada en el trono y el propio dependiente.
— ¿Crees que el secuestro de Penny es todo cuanto hice? Quebrantar la mente de su madre no fue difícil, tu padre en cambio resultó algo más complicado…
— ¿De qué me estás hablando? — La impaciencia comenzaba a apoderarse del joven.
— De que, quitando el crédito a los vínculos de la víctima, redondeas el trabajo.
Por vez primera Tom contempló la posibilidad de que su padre no enloqueciese a cada borrachera, sino que lo que fuese que hubiese en la cocina junto a él fuese de algún modo real.
— Eres la verdadera ofrenda, Tom, tu resolución no pasa desapercibida para mi Señor.
Tom tragó saliva víctima de un súbito golpe de miedo.
Era como si la lengua que asomaba entre las fauces de aquel ser le estuviese recorriendo la garganta al mismo tiempo que guardando la distancia que les separaba.
Era como si el rugido que emergía grave y apenas audible de su garganta llenase aquel lugar de sus lúgubres intenciones.
Como si la mirada llena de putrefacto odio se clavase en algo más que el ser llamado Tom, como si de algún modo pudiese ver algo más en ese cuerpo, algo invisible y de un incalculable valor para él.
La voz del dependiente sacó a Tom del estupor.
— ¿Cambiarías tu alma por la de Penny?
— ¿De qué me hablas, Arthur, de demonios y almas? ¿Crees en serio que me voy a tragar todo eso? — Matthew había accedido a acompañar a Arthur a un sitio apartado y tranquilo, de modo que lo había llevado a los acantilados costeros que con tanta frecuencia solía visitar no hacía demasiado tiempo.
Un agradable viento mecía sus cabellos y ropajes, mientras Arthur trataba de explicar al padre de Tom en qué se había metido su hijo.
— La tienda de muñecas es solo el reclamo, Matthew. Los esbirros que las abren obedecen a un Señor mucho más antiguo y maligno cuyo objetivo son las almas de sus víctimas. Cuanto mayor es su fuerza y su aplomo, más deseadas son por Él.
Pasaron horas antes de que Matthew lanzase la última de las piedras acantilado bajo, hacia el lejano nivel del mar.
Había recapacitado lo suficiente.
Arthur le había convencido de que sus experiencias con la aparición de su ex-mujer no correspondían a una mente enloquecida. Y lo más importante, que tampoco correspondían a su ex-mujer.
Cuanto más pensaba Matthew en el dependiente más de odio se llenaba, una ira irrefrenable que acababa topando con la visión de su hijo, en un lugar desconocido, cerca de él.
Las lágrimas brotaron de sus ojos cuando la impotencia llegó.
— ¿Por qué, Arthur? ¿Por qué has enviado allí a Tom?
Pero ambos conocían la respuesta.
Penny sufría. Y todos lo hacían a su modo con Penny. Carol desde el centro mental, Matthew desde su adicción al alcohol y Tom… Tom había basado su vida en evitar que aquello sucediese de nuevo, sin olvidar que arrastraba la pesada carga del pasado allí donde fuese.
— Tom tiene la fuerza necesaria para cambiar esta rueda de acontecimientos, Matthew. — Arthur apoyó su mano en el hombro del padre de su amigo, para perder juntos la vista en un horizonte mientras sus cabezas hervían de la cantidad de pensamientos que las golpeaban sin tregua.
— ¿Aceptas el trato? — El dependiente instigaba a Tom a responder rápidamente.
La criatura, el que iba a ser su Señor de aceptar la oferta, alzó su mano para desvelar como su uña crecía lenta pero paulatinamente. Al mismo tiempo Penny apartó su rubia melena hacia un costado, dejando a la vista la suave piel de su cuello, a la que a no mucho tardar llegaría aquella espantosa uña, que con un seco movimiento podría… Podría…
— Acepto. Liberadla.
Por vez primera el ser del trono pareció sonreír, mostrando parte de unas terribles fauces mientas su uña seguía avanzando en dirección al cuello de Penny.
— ¡He dicho que acepto! — El pulso de Tom se aceleraba.
El dependiente rió, una vez más.
— Aceptaste nada más acudir a este lugar. Ya puedes despedirte de…
En ese momento el oscuro cielo del paraje en llamas pareció abrirse revelando una luz que hizo emitir un sonoro y agudo chillido a la criatura del trono.
Todos alzaron la mirada, excepto Penny, que se había mostrado como hipnotizada desde el comienzo.
Una criatura alada, de blanca piel y larga melena, aterrizó al lado de Tom colocando la mano en su hombro. Su voz era grave, pero agradable.
— Aún no, Tom. Pero algún día también podrás venir conmigo.
Avanzó hasta la pequeña niña obligando al ser a retroceder su brazo para apartar la uña de la zona donde iba a cortar, mientras el dependiente tensaba de modo evidente sus músculos.
— Te he dejado el listón bien alto. — Dijo tras una pausa el dependiente en dirección a Tom, pues la visión de su rostro quedaba ya tapada por las pobladas alas blancas de aquel individuo que había acabado de llegar y, con Penny en brazos, se disponía a partir.
Una explosión de sangre y hueso precedió al rápido ascenso, en el cual Penny pareció reconocer por fin a Tom, formando una expresión en su rostro donde el horror y la pena se daban la mano junto con la alegría y la esperanza.
Era un día soleado para los habitantes de Greenroys.
Matthew McConelly y su mujer se dirigían a una acampada de fin de semana en los bosques que rodeaban el norte del poblado.
Cantando la música que sonaba del aparato de radio, cruzaban fugazmente sus miradas enamorados tras años de relación.
Celebraban que les iban a dar una niña en adopción.
En dirección contraria, rumbo al poblado tras una mañana de excursión, Carol Swanton y su hija Penny, una niña de pelo rubio y ojos verdes, reían y disfrutaban de lo que quedaba del viaje que había servido para que uniesen más si cabía lo lazos entre ellas.
Cuando los coches se cruzaron en la carretera, el nombre de Tom pasó fugazmente por la mente de todos ellos.
Por su corazón, más bien.
Unos instantes de respetuoso silencio sirvieron para que un ser quemado con la mirada atenta y encendida entrecerrase los ojos.
— ¿Estás listo para abrir la tienda, Tom?
En la oscuridad, iluminada a lo lejos por las llamaradas de las cámaras de tortura, un gesto de asentimiento bastó para que su Señor pusiese en marcha su nuevo plan.
Fin de Completa tu muñeca
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Buenas! Me ha gustado mucho ese final. Al principio me perdía un poco por los cambios de escenario, pero eso debe ser cosa mía que tengo mil cosas en la cabeza XD. Eso sí, esta historia, para mi gusto, podría dar mas de si. Por lo demás me ha gustado mucho
ResponderEliminar¡Me alegra que te haya gustado!
EliminarEs una posible extensión del relato corto original, a ver si en un futuro la exprimo aún más ;)
Me ha encantado la historia. Me habría gustado un final feliz también para Tom, y dejas algunas cosas en el tintero, ummm a la imaginación de cada lector. Muy bueno. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias María, si algún día la retomo sabremos qué le ocurre al bueno de Tom.
EliminarUn abrazo.