Caía una fina lluvia sobre los árboles
del bosque de Tristeza.
Alma caminaba entre resuelta y
distraída, tocando con sus finos dedos la húmeda madera de los
troncos de los gigantescos árboles cuya copa caía vencida en
dirección al suelo.
Era aparentemente una chica de unos
quince años, de rubia y corta melena y grácil rostro.
Aunque lo más importante era el
control que mostraba en todo tipo de escenarios.
Ahora se encontraba sola, en un bosque
que, salpicado por la lluvia, mostraba los últimos trazos de un
precioso atardecer.
Sabía que Tristeza aparecería en
cualquier momento, y así fue.
Casi cae al suelo de rodillas al sentir
esa sensación de que uno cae y cae, sin medida, en un lugar más
oscuro que el negro más absoluto.
– ¿Qué ocurre, chica? – Preguntó
una voz débil, agudamente rota.
Cuando Alma alzó la vista, pudo ver la
figura encorvada de una anciana protegida por una capa negra con
capucha que se acercaba muy lentamente a su posición.
Alma había escuchado historias acerca
de ese bosque y de Tristeza, de cómo la inmensa mayoría habían
salido corriendo sin mirar atrás al ver a esa mujer mayor aparecer
de la nada para, con su discurso, hundirlos en la más absoluta de
las miserias.
Pero para Alma las historias eran eso,
meras historias que ensalzan o diluyen la verdad acerca de algo mucho
más simple y concreto.
Por eso había acudido al bosque.
– He tropezado. – Respondió
tajantemente Alma, una vez pudo poner su mirada en la sucia mirada de
Tristeza. Daban igual los ropajes, las arrugas del anciano rostro o
la higiene, lo que de verdad le importaba a Alma, en lo que sabía
que jamás se equivocaría, era en las invisibles pinturas y nunca
escritas palabras que las miradas transmitían.
– No veo con qué puedes haber
tropezado, chiquilla, aquí no hay obstáculo alguno. – Tristeza
emitió una débil carcajada.
– Contigo, Tristeza, desgraciadamente
he tropezado contigo. – Parecía que Alma recuperaba algo de
aliento al pronunciar esas palabras.
Súbitamente sucedieron varios
acontecimientos resaltables al mismo tiempo. Una oscura y fría noche
llegó al bosque de Tristeza, mientras la suave llovizna se
transformaba en una gran tormenta que, en pleno diluvio, invitó a la
anciana a hablar.
Más bien a gritar.
Le dijo todos los deseos que le
quedaban y siempre le quedarían sin cumplir, le explicó pinceladas
de lo absurdo de la existencia y, haciendo alusión a sus miedos, su
nostalgia, su melancolía, trató de englobar todo cuanto Alma amaba
para después poder hacerlo reventar.
Pero de los ojos de Alma, empapados por
la lluvia, no salió ninguna lágrima. Eso pareció extrañar a
Tristeza que, atónita, contempló como todos sus argumentos eran
rebatidos con una sonrisa tan sincera que no daba crédito a lo que
estaba viendo.
Parecía que la chica era inmune a todo
ataque que proviniese de cualquier tipo de maldad e intensidad de
daño.
Fue entonces cuando Tristeza comprendió
que Alma pertenecía a su mundo y no al de los humanos.
Sabía de una chica a la que nadie
solía escoger para emerger del letargo y acudir al mundo real, pero
nunca imaginó que Alma fuese una criatura libre de pasearse por todo
el espacio de transformación humana sin más ataduras que su propia
moral y ética le indicasen.
Confusa y vencida, Tristeza partió a
las profundidades del bosque cuando la lluvia ya amainaba.
El cielo se abrió y Alma por fin pudo
sentir algo, curiosamente parecido a la Tristeza, pero que colocaba
una sonrisa en su rostro.
Se trataba de la visión de las
estrellas junto con las tres lunas.
Se apoyó sentada contra un árbol y,
ligada emocionalmente a la tercera, no la más brillante ni la más
grande, se quedó dormida justo después de desear que alguien humano
la escogiese para poder escapar de ese lugar, un territorio plagado
de pruebas de donde pocos humanos, muy pocos, lograban salir con la
entereza con la que una vez entraban en él.
Un relato muy buenooo, me ha gustado mucho Victor :)
ResponderEliminar¡Saludos!
http://donde-los-valientes-viven-eternamente.blogspot.com.es/
¡Gracias!
EliminarTe he agregado a mis blogs amigos.
¿ Está peligrosamente cerca de la cabaña ? Tajantemente no. Más bien al contrario seguramente se acerca mucho a lo que puede ser el alma y es tremendo el hecho de asomarse a esos parajes desolados y oscuros saliendo airoso de ellos ( Bueno, hasta cierto punto ). Muy buena la paradoja de que la tristeza y la soledad muevan al protagonista a buscar el amparo del alma. Imperturbable, serena, tranquila y sabedora que en el baile de las emociones toca enfrentarse a muchos miedos, sobre todo a la tristeza. Muy buen relato.
ResponderEliminarGracias.
EliminarMe alegra que te haya gustado.