En el enorme puente
que daba acceso a esa tierra inmensa se había visto a un hombre
cargando con el cuerpo de una mejor a lomos de un caballo.
La mirada del sujeto
estaba fija en un punto fijo, como si tuviese muy claras sus
intenciones.
Poco tiempo después
el gemido ahogado y desgarrador del coloso minotauro Valus,
desplomando su gigantesco cuerpo sobre el suelo al fallecer, había
supuesto el único sonido aparte del desolador viento de la tierra
prohibida.
Wander, que así se
llamaba el joven, encontraba en Agro, su yegua, una mascota con la
que paliar mínimamente su dolor y canalizar su ansiedad y
desesperación.
Juntos recorrieron
aquella tierra, dando caza a colosos de toda forma y tamaño.
Los gritos
desgarradores de éstos al ser abatidos precedían a la ingente
cantidad de polvo esparcido al aire que levantaban dejando más vacío
si cabía en una tierra desolada.
Y bella, sin
embargo.
Separada del mundo
exterior por una cadena montañosa al norte y con mares franqueando
el resto de puntos cardinales, el deambular de Wander lo condujo a un
vasto desierto. Pese a que la luz solar que reflejaba el filo de su
espada indicaba la presencia de un coloso, no fue consciente de su
situación hasta que Agro se apartó velozmente de su posición.
Instantes después
la tierra comenzó a moverse.
Se estaba elevando
por los aires, mientras contemplaba como la arena caía en grandes
cantidades cuando Phanlanx, navegante del aire, comenzó a mover sus
inconmensurables alas.
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