El sudor recorría
la frente de Ken.
De sus heridas
brotaba abundante sangre, pues los cortes de las afiladas garras de Vega eran
profundos y abundantes.
En ninguno de sus
combates se había enfrentado a un rival tan veloz.
Ni siquiera
tratando de acorralarle con un hadouken tras otro.
Había desestimado
esa estrategia cuando, llevado por la ira, había lanzado un hadouken de fuego
hacia el enmascarado luchador español.
El griterío de
los asistentes al combate fuera de la jaula en la que se encontraban se detuvo,
solo un instante, para ser retomado con intensidad reforzada cuando Vega no se
limitó a rebotar por los aires esquivando el ataque, sino que aterrizó sobre el
torso de Ken rasgándolo y haciendo brotar hilos sangrientos.
Estaba a punto de
perder el combate.
Por esa razón se
concentró en dejar que el torero enmascarado hiciese gala de su habilidad y lo
asediase con multitud de ofensivas que trató torpemente de memorizar.
Hasta que dio con
un punto débil.
Se elevó en una
patada giratoria que obligó a Vega a elevarse por los aires.
De reojo Ken vio
cómo se apoyaba en una de las esquinas de la jaula, y de qué modo en un destello
de sus garras se dispuso a abalanzarse sobre él en un último ataque ganador.
En ese momento
Ken aterrizó y cargó su ataque de fuego.
¡Shoryuken!
El silencio se
hizo en el lugar mientras el puño envuelto en llamas de Ken ascendía en un gran
salto hacia la máscara que dejaba ver la perpleja mirada de su rival.
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