domingo, 26 de abril de 2015

Completa tu muñeca V: Penny



— La lucha contra el maligno es eterna y constante. — Arthur West pronunciaba esas palabras mientras pasaba las yemas de sus dedos por las diferentes superficies de la cocina quemada.
Por su parte Tom escudriñaba cada rincón en busca de posibles pruebas pasadas por alto en el pasado, cuando investigaron el lugar.
No prestaba demasiada atención al anciano.
La energía de Penny era allí más palpable, le había comentado Arthur a Tom.
En seco el parapsicólogo, acariciando su perilla, pidió fuego al joven.
— ¿Fuego? — Tom no entendía el propósito de aquello. No obstante accedió. Fumaba de vez en cuando, de modo que tenía siempre un encendedor encima. Se lo entregó a Arthur y éste a su vez cogió su chaqueta para prenderle fuego por una de las mangas.
Tom pensó que se estaba volviendo loco.
Lo pensó, sin embargo, hasta que primero el humo, luego la llamarada, se desplazasen por la cocina en dirección a la pared más alejada, para comenzar a hacer círculos en ella.
Un extraño ruido, muy desagradable, comenzó a inundar la estancia causando que Arthur tuviese que gritar para hacerse oír.
— ¿Lo ves, Tom? ¡Dame parte de tu ropa! — Reunieron jerseys, chaquetas y calcetines suficientes como para que el círculo creciese revelando en su interior una llanura en llamas. El paisaje era desolador.
Mientras Arthur parecía controlar el movimiento circular de las llamas, el ruido se había tornado tan intenso que ya solo podían hacerse oír a voz en grito.
— ¡Penny se encuentra tras el umbral! ¿Estás resuelto a rescatarla? — Arthur no paraba de mirar a Tom, esperando una respuesta. Éste asintió enérgicamente. — ¡Escucha, mi viaje acaba aquí! — Los ojos de Arthur parecieron humedecerse. — ¡Entra ahí, sálvala, por lo que más quieras!
Tom se puso enfrente del círculo que daba acceso a ese lugar desconocido.
— ¡Ahora! — Al escuchar el grito de su compañero, supo que era el momento de decidir. Una misteriosa sensación de que Penny se encontraba allí hizo que saltase cayendo sobre un suelo muy caliente y, al girarse, comprobó que no iba a haber modo alguno de regresar. 
El portal se había cerrado.

Matthew bajaba dificultosamente de su coche para dirigirse a la única bodega de Greenroys. Le conocían bien, más aún tras los últimos tiempos en los que el antiguo inspector se había lanzado de pleno al alcohol.
Se encontraba algo ebrio, pero no lo suficiente como para obviar que, avanzando en dirección sur por la estrecha calle en la que ahora se encontraba, lo que quedaba de la tienda de muñecas seguía en pie amartillando los dolorosos recuerdos del pasado en su cabeza.
Decidió escaparse demorándose un poco para echar un último vistazo.
Casi por instinto.
Así fue como Arthur West conoció al padre de Tom McConelly.
— ¿Quién es usted? — Matthew lanzó la pregunta cuando, dispuesto a abrir la puerta de la tienda, descubrió para su sorpresa que un desconocido salía de ella con la cara y las manos llenas de hollín.
Arthur no lo reconoció en primera instancia, tal era el lamentable estado en el que se encontraba Matthew.
— Mi nombre es Arthur West, y he estado aquí para ayudar a un amigo en su cometido. — Matthew lo cogió rápidamente por el pecho y lo empotró contra la puerta de la tienda, que tembló y crujió. 
— ¡No me venga con acertijos! ¡Dígame inmediatamente de quién se trata! — Matthew se encontraba tan cerca de Arhtur, al que perforaba con la mirada, que por fin el anciano al contemplar esos ojos cayó en la cuenta de quién debía ser ese individuo.
— Tom ha ido a rescatar a Penny. — Matthew aflojó el agarre y, soltándolo lentamente, dio unos pasos atrás balbuceando algo ininteligible. 
— Se lo explicaré mucho mejor en algún lugar tranquilo, ¿Conoce usted de algún…? — Matthew, no obstante, maldiciendo y escupiendo, se marchó cuesta arriba en dirección a la bodega.
En el silencio que reinó a continuación, Arthur meditó acerca de ese encuentro. << Has hecho un buen trabajo… >> Dijo para sus adentros triste y alicaído, tratando de imaginar el horror por el que ese hombre había debido pasar, y poniendo toda su preocupación en una madre que, si no recordaba mal, vivía aún recluida en algún centro psiquiátrico.
Raudo, siguió a Matthew, para tratar de hacerle entrar en razón.

Tom avanzaba lentamente por el camino que conducía a no sabía muy bien dónde. 
A sus lados, llamaradas y cámaras de tortura que contenían a todo tipo de sujetos cuyo destino no había sido demasiado generoso con ellos, de las cuales emergían los más horribles lamentos que Tom jamás imaginó, llenaban la vista allí donde la pusiese.
Finalmente lo vio, en la cima de la cuesta final del sendero, un trono de oro sobre el que se sentaba un ser de horripilante aspecto, ocultaba tras un primer vistazo lo más relevante del asunto.
Primero, que el dependiente de la tienda se encontraba en pie, a la derecha de la criatura, sonriendo ante la llegada de Tom. 
Segundo, que Penny se encontraba en el suelo jugando con una muñeca, de nombre Sui como creía recordar Tom, luciendo el mismo aspecto del fatídico día tormentoso en que desapareció.
Tom gritó su nombre, pero tras una vencida mirada de la pequeña, ésta volvió a sus asuntos sin reparar más en la presencia de su antiguo amigo.
— ¡Soy Tom! ¿Penny? — Tom lo intentaba una y otra vez. Súbitamente una amarga risa lo interrumpió.
— No puede reconocerte, Tom, llevamos aquí, esperándote, mucho, mucho tiempo.
Penny parecía no presentar ninguna herida de gravedad.
— Ahora que estás aquí, déjame que te muestre lo que verdaderamente ocurrió con tu padre y… — Tom interrumpió al dependiente, diciendo a todo pulmón que su padre simplemente era un borracho que nada tenía que ver con él. El resultado, más risas, cómplices esta vez entre la criatura aposentada en el trono y el propio dependiente.
— ¿Crees que el secuestro de Penny es todo cuanto hice? Quebrantar la mente de su madre no fue difícil, tu padre en cambio resultó algo más complicado…
— ¿De qué me estás hablando? — La impaciencia comenzaba a apoderarse del joven.
— De que, quitando el crédito a los vínculos de la víctima, redondeas el trabajo. 
Por vez primera Tom contempló la posibilidad de que su padre no enloqueciese a cada borrachera, sino que lo que fuese que hubiese en la cocina junto a él fuese de algún modo real.
— Eres la verdadera ofrenda, Tom, tu resolución no pasa desapercibida para mi Señor.
Tom tragó saliva víctima de un súbito golpe de miedo. 
Era como si la lengua que asomaba entre las fauces de aquel ser le estuviese recorriendo la garganta al mismo tiempo que guardando la distancia que les separaba.
Era como si el rugido que emergía grave y apenas audible de su garganta llenase aquel lugar de sus lúgubres intenciones.
Como si la mirada llena de putrefacto odio se clavase en algo más que el ser llamado Tom, como si de algún modo pudiese ver algo más en ese cuerpo, algo invisible y de un incalculable valor para él.
La voz del dependiente sacó a Tom del estupor.
— ¿Cambiarías tu alma por la de Penny?

— ¿De qué me hablas, Arthur, de demonios y almas? ¿Crees en serio que me voy a tragar todo eso? — Matthew había accedido a acompañar a Arthur a un sitio apartado y tranquilo, de modo que lo había llevado a los acantilados costeros que con tanta frecuencia solía visitar no hacía demasiado tiempo.
Un agradable viento mecía sus cabellos y ropajes, mientras Arthur trataba de explicar al padre de Tom en qué se había metido su hijo.
— La tienda de muñecas es solo el reclamo, Matthew. Los esbirros que las abren obedecen a un Señor mucho más antiguo y maligno cuyo objetivo son las almas de sus víctimas. Cuanto mayor es su fuerza y su aplomo, más deseadas son por Él.
Pasaron horas antes de que Matthew lanzase la última de las piedras acantilado bajo, hacia el lejano nivel del mar.
Había recapacitado lo suficiente.
Arthur le había convencido de que sus experiencias con la aparición de su ex-mujer no correspondían a una mente enloquecida. Y lo más importante, que tampoco correspondían a su ex-mujer.
Cuanto más pensaba Matthew en el dependiente más de odio se llenaba, una ira irrefrenable que acababa topando con la visión de su hijo, en un lugar desconocido, cerca de él.
Las lágrimas brotaron de sus ojos cuando la impotencia llegó.
— ¿Por qué, Arthur? ¿Por qué has enviado allí a Tom?
Pero ambos conocían la respuesta.
Penny sufría. Y todos lo hacían a su modo con Penny. Carol desde el centro mental, Matthew desde su adicción al alcohol y Tom… Tom había basado su vida en evitar que aquello sucediese de nuevo, sin olvidar que arrastraba la pesada carga del pasado allí donde fuese.
— Tom tiene la fuerza necesaria para cambiar esta rueda de acontecimientos, Matthew. — Arthur apoyó su mano en el hombro del padre de su amigo, para perder juntos la vista en un horizonte mientras sus cabezas hervían de la cantidad de pensamientos que las golpeaban sin tregua.

— ¿Aceptas el trato? — El dependiente instigaba a Tom a responder rápidamente.
La criatura, el que iba a ser su Señor de aceptar la oferta, alzó su mano para desvelar como su uña crecía lenta pero paulatinamente. Al mismo tiempo Penny apartó su rubia melena hacia un costado, dejando a la vista la suave piel de su cuello, a la que a no mucho tardar llegaría aquella espantosa uña, que con un seco movimiento podría… Podría…
— Acepto. Liberadla.
Por vez primera el ser del trono pareció sonreír, mostrando parte de unas terribles fauces mientas su uña seguía avanzando en dirección al cuello de Penny.
— ¡He dicho que acepto! — El pulso de Tom se aceleraba.
El dependiente rió, una vez más.
— Aceptaste nada más acudir a este lugar. Ya puedes despedirte de…
En ese momento el oscuro cielo del paraje en llamas pareció abrirse revelando una luz que hizo emitir un sonoro y agudo chillido a la criatura del trono.
Todos alzaron la mirada, excepto Penny, que se había mostrado como hipnotizada desde el comienzo.
Una criatura alada, de blanca piel y larga melena, aterrizó al lado de Tom colocando la mano en su hombro. Su voz era grave, pero agradable.
— Aún no, Tom. Pero algún día también podrás venir conmigo.
Avanzó hasta la pequeña niña obligando al ser a retroceder su brazo para apartar la uña de la zona donde iba a cortar, mientras el dependiente tensaba de modo evidente sus músculos.
— Te he dejado el listón bien alto. — Dijo tras una pausa el dependiente en dirección a Tom, pues la visión de su rostro quedaba ya tapada por las pobladas alas blancas de aquel individuo que había acabado de llegar y, con Penny en brazos, se disponía a partir.
Una explosión de sangre y hueso precedió al rápido ascenso, en el cual Penny pareció reconocer por fin a Tom, formando una expresión en su rostro donde el horror y la pena se daban la mano junto con la alegría y la esperanza.

Era un día soleado para los habitantes de Greenroys.
Matthew McConelly y su mujer se dirigían a una acampada de fin de semana en los bosques que rodeaban el norte del poblado.
Cantando la música que sonaba del aparato de radio, cruzaban fugazmente sus miradas enamorados tras años de relación.
Celebraban que les iban a dar una niña en adopción.
En dirección contraria, rumbo al poblado tras una mañana de excursión, Carol Swanton y su hija Penny, una niña de pelo rubio y ojos verdes, reían y disfrutaban de lo que quedaba del viaje que había servido para que uniesen más si cabía lo lazos entre ellas.
Cuando los coches se cruzaron en la carretera, el nombre de Tom pasó fugazmente por la mente de todos ellos.
Por su corazón, más bien.
Unos instantes de respetuoso silencio sirvieron para que un ser quemado con la mirada atenta y encendida entrecerrase los ojos.
— ¿Estás listo para abrir la tienda, Tom?

En la oscuridad, iluminada a lo lejos por las llamaradas de las cámaras de tortura, un gesto de asentimiento bastó para que su Señor pusiese en marcha su nuevo plan.


Fin de Completa tu muñeca

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viernes, 24 de abril de 2015

Madrina del blog



Una aventura en tu bolsillo, de Cova y Laura, será de ahora en adelante la madrina de Relatos del País de Nunca Jamás.

Estas dos amigas aficionadas a escribir en fanfictions y espacios como jovenjuglar decidieron crear su blog ya que, incluso en épocas donde se encontrasen muy ocupadas, podrían tenerlo actualizado entre ambas.

En este momento se encuentran en pleno despegue, y ya cuentan con un buen número de seguidores para su blog.

Luce genial y dispone de múltiples secciones:

  • Reseñas: Reseñas de libros clasificadas por las categorías infantil, juvenil y adulto.
  • Artículos: Desde tatuajes literarios hasta homenajes a escritores, pasando por un largo etc...
  • Frases de libros: Cada jueves, siete nuevas frases de diferentes libros.
  • Viernes del cuento: Algunos viernes, un cuento corto sobre el que meditar.
  • English stories: Una selección de lectura en inglés para pulir su aprendizaje.
  • Cine literario: Libros de los cuales se ha realizado adaptación cinematográfica.
Además podemos encontrar una entrevista a su antigua madrina, una sección de noticias y algunas sorpresas más.

Como podéis comprobar, se trata de un lugar para pasar un rato estupendo.

¡Un saludo!

lunes, 20 de abril de 2015

Completa tu muñeca IV: Fantasma



Cinco años habían pasado de la llamada tormenta del siglo.
Tom cargaba con su mochila en dirección a su nueva universidad, después de todos esos años atrapado en un orfanato tras perder su padre, primero el trabajo, luego la custodia.
El joven recordaba que las últimas noches Matthew incluso llegaba a estrellar de modo muy agresivo su copa hacia algo que solo él podía ver.
Consumido por la ira, Tom no quiso desde que pisó su nuevo hogar tener contacto alguno con el borracho de su padre, y así fue hasta que una familia se fijó en él y lo adoptó hacía apenas un año.
Los estudios le iban bien, y eso fue un factor determinante que le hacía destacar sobre el resto de sus compañeros.
Los Caine, una anciana pareja con mucho dinero pero claramente vacíos por dentro tras la muerte de su único hijo en un accidente de coche, iban a ser su nueva familia de ahora en adelante.
Caminando hacia las puertas de la universidad, Tom analizaba al resto de estudiantes con ojo clínico.
Muchas risas en lo que iba a ser el primer día de la carrera de criminología, un contraste que Tom encontraba algo estúpido y de mal gusto.
Se informó de dónde se encontraba el aula a la que tenía que acudir para su primera clase en una aventura que habría de llevarle, algún día, a convertirse en inspector de policía. De homicidios, en particular.
El incendio de la tienda de muñecas, con el paso de los años, se antojó para Tom un acto de suma irresponsabilidad e igual estupidez, puesto que aquel escenario bien podría haber sido sujeto de análisis y estudio en un futuro en el que todo rastro de Penny se perdió.
No había día, no había noche, en las que Tom no sintiese la punzante sensación de que su amiga de infancia estaba a su cargo ese tormentoso día.
Eso había motivado en gran medida sus pasos hasta conducirle hasta ese día en que habría de caminar firme hasta su incorporación en el cuerpo de policía encargado de los homicidios.
Para no permitir que Greenroys volviese a pasar por algo así, concretamente. 
Ocuparía la responsabilidad que debió ser de su padre antes de que éste cayese en el alcohol.
Regresaría formado ya como adulto a su pueblo natal, y callaría las bocas de todos aquellos que pensasen que algo de su padre podría anidar en él.
En clase Tom escogió un sitio en las primeras filas, sentándose al final del todo. 
No estaba allí para hacer amigos.
No obstante, una chica de pelo rubio se le acercó para hablarle.
— ¿Puedo sentarme a tu lado? — Le dijo.
La mirada que Tom le devolvió para que la chica buscase otra pareja de baile.
El recuerdo de los días en los que Penny le invitaba silenciosamente a sentarse a su lado golpeaba como un martillo su cabeza, confundiéndole y sacando lo peor de él cada vez que la silueta de ese dependiente lleno de cicatrices por quemaduras aparecía en su recuerdo.

El que un día fue inspector, un Matthew McConelly ahora desfigurado y encorvado por una larga temporada bebiendo en demasía, presentó una vez más su lamentable aspecto, sin duchar ni afeitar y con unas ojeras enfermizas, a su querida Carol Swanton.
En el psiquiátrico de la ciudad, dos enfermeras cruzaron una puerta agarrando con sus brazos los de Carol, que apenas movía las piernas para caminar.
De su boca caía un riego de saliva casi constante fruto, le contaban, de la fuerte medicación que recibía. Y es que sin ella Carol parecía enloquecer más si cabía en su habitación, gritando mientras se autolesionaba cada noche que había pasado sin estar sumamente sedada.
Pasó un buen rato desde que la sentaron frente a Matthew en la parte exterior de la sala de visitas y la mirada de Carol pasó de estar perdida a fijarse vagamente en la de Matthew.
— Ma… Thw… — Más saliva que lentamente la otrora atractiva mujer se secó con la manga de su manchado albornoz mientras sonreía emitiendo un sonido al que Matthew nunca llegaba a acostumbrarse.
Se encendió un cigarrillo mientras palmeaba la mano de Carol, y el tiempo transcurrió mientras trataba de decir algo que no la alterase demasiado. Ese era el consejo médico.
Exhalando una nube de humo le preguntó:
— ¿Cómo se encuentra hoy, Carol?
La mujer no respondió. Debía probar con otra cosa. La cabeza y el cuerpo comenzaban a acusar la falta de alcohol. No podría permanecer allí por mucho tiempo.
— ¿Ha pasado buena noche? — Carol tuvo que repetir palabra por palabra, lenta y pausadamente, la pregunta para entenderla.
Repitió la palabra final, varias veces.
— Noche… — Los ojos parecieron enfocar mejor el suelo donde posaban su mirada. — Noche… — Ahora se fijaron de repente en Matthew, muy abiertos. — ¡Penny! — Súbitamente Carol se echó las manos a la cabeza y comenzó a chillar mientras sacudía su cuerpo atrás y adelante.
Matthew no lograba comprender que le ocurría.
Rápidamente unos celadores salieron junto a una enfermera que le inyectó algo para que Carol regresase al mismo estado con el que había salido de los pasillos internos del psiquiátrico.
Los celadores se disculparon ante Matthew, para a continuación invitarle a irse mientras se llevaban a Carol de nuevo hacia dentro.
Matthew apuró su cigarrillo y lanzó la colilla a uno de los ceniceros pese a que por el número de las que había tiradas en el suelo parecían indicar que todo aquello era una inmensa papelera.
Raudo, partió hacia su coche, donde su petaca de whisky le esperaba para paliar el dolor que se le antojaba insufrible.
Sus manos temblaban.

Cuando la noche llegó Carol se encontraba atada a su cama.
Eran tantas las noches que pasaba así que podrían sumarse y obtener más cantidad que las noches en las que podía deambular como una fantasma por los pasillos de su planta hasta que era vista por algún vigilante.
Una sensación de inseguridad la recorría por dentro mientras se movía, incómoda, destapándose justo antes de empezar a gemir y a llorar desordenadamente. 
De repente miró su reloj.
Eran las seis menos cinco de la madrugada y pese a su gran cansancio que rozaba el agotamiento, todo parecía ser más nítido, más claro que nunca.
La puerta de la habitación permanecía abierta apenas un palmo.
Lo suficiente como para que el rostro sonriente y parte de la silueta de una joven de verdes ojos y rubia melena apareciese súbitamente para escudriñarla con la mirada.
Estaba mellada. 
Carol reconocería a Penny en cualquier situación, y al intentar gritar como cada noche, esta vez, descubrió que sus intentos se ahogaban antes incluso de tomar forma de sonido.
Tan solo un tímido lamento emergía de su garganta mientras inútilmente trataba de liberarse de sus ataduras.
De modo que le pidió a esos macabros ojos que se fueran, que dejasen de mirarla.
Cuanto más lo pedía más severa se volvía la mirada y más crecía la perenne sonrisa.
En lo más profundo de esa mirada anidaba una terrible oscuridad, en el centro de la cual unos puntos brillantes desconcertaban sobremanera a la torturada mujer.
Finalmente, la joven se fue.
En ese instante Carol abrió los ojos.
Había estado soñando.
No obstante, al mirar su reloj, éste marcaba las seis.
Gritó y gritó, ahora sí con éxito, pero nadie acudió a ver qué ocurría.
Quedaba una hora para la ducha matutina, y Carol se quedó callada mirando el techo de su fría habitación, contando cada segundo, cada minuto, para que el nuevo día le trajese una medicación que la sedase lo suficiente con tal de acercarla un poco más a su ansiada muerte, allí donde Penny la esperaría.
Matthew despertó con la primera luz del nuevo día, tirado un suelo de la cocina lleno de cristales rotos, fruto del resultado de las noches tortuosas con su mujer tras las cuales había desistido incluso de barrer mínimamente.
Finalmente había dado con la manera de no enfrentarse a aquello.
Emborracharse hasta caer desmayado.
Cualquier pesadilla que le esperase siempre era mejor que una velada con aquel fantasma lleno de recuerdos dolorosos que ya logró acercar su mente más hacia el psiquiátrico que a otro lugar.

Los años de universidad pasaron rápidos para Tom.
Tenía en mente la idea fija de sacárselos con la mayor celeridad y mejor nota posibles, de cara a presentarse a las oposiciones para inspector de homicidios e iniciar lo que consideraba su cometido tras su experiencia aquel fatídico día de la gran tormenta.
No debió salir nunca de aquella tienda, pensaba una y otra vez siempre que recordaba como de modo estúpido corrió a pedir ayuda en lugar de convencer a Penny de irse junto a él.
Sus padres adoptivos le habían pagado un piso cerca de la universidad, y esa tarde Tom McConelly decidió ir a comprar un regalo especial para ellos.
Caminando por el centro de la ciudad, decidió ahorrar tiempo cruzando un bello parque donde el otoño invitaba a tantos y tantos a perderse entre un mar de hojas caídas, en una melancólica estampa que sin embargo llenaba a Tom de una triste esperanza.
Ensimismado en sus pensamientos se encontraba cuando escuchó a una grave voz dirigirse aparentemente a él.
— Arrastras una pesada carga.
La voz provenía de su espalda, y al girarse vio a un anciano trajeado, de blanca perilla bien cuidada, sentado en un banco ubicado justo antes del pequeño puente que Tom cruzaba para sortear un pequeño lago artificial.
— ¿Cómo dice? — Tom lo pensó mejor. — Es cierto, mi mochila está llena de libros.
La risa amarga del anciano dio paso a una mirada amable.
— Esa niña que te acompaña, ¿Quién es? — Tom dio un brinco ante la sorpresa. Se acercó al banco donde se encontraba el anciano. Parecía un buen tipo más que un desequilibrado.
— ¿Quién es usted? — Inquirió Tom tratando de mantener la calma.
— Puedes tutearme. Mi nombre es Arthur, Arthur West. — Tom le dio la mano, invitándole a continuar. — No creas que veo a una niña a tu lado, Tom. Se trata más bien de que tu energía va asociada a otra mucho más débil que no te pertenece. Una energía que clama a gritos ser vista desde hace mucho tiempo.
Tom relajó sus músculos, el anciano parecía confiado acerca de las locuras que estaba diciendo.
— Arthur, ¿Qué necesitas? tengo algo de prisa.
El anciano se puso en pie dando un brinco. No parecía tener una edad tan avanzada. Cerró los ojos y puso su mano sobre el corazón de Tom. Éste lo miraba perplejo, no tanto como quedaría tras escuchar lo que Arthur West iba a decir a continuación.
— ¿Quién es Penny? — Tom abrió los ojos de par en par.
— ¿Es esto una broma pesada? — La mirada de Tom ardía de ira ante aquello.
— Puedo ayudarte, eh… 
— Tom, Tom McConelly. — Arthur asintió algo alicaído tras escuchar el nombre de aquel joven.
— Recuerdo ese apellido, no el lugar pero se que lo leí asociado a la desaparición de una niña hace años. ¿Es esa niña Penny? — Tom exhaló un largo suspiro, mientras Arthur insistió en que lo acompañase a su despacho para contárselo todo.

Tanto Arthur como Tom habían quedado sorprendidos por lo que había dicho cada uno.
Arthur West había resultado ser un reputado parapsicólogo cuya nómada vida lo había llevado a la ciudad donde Tom estudiaba, mientras que los datos que Tom no acababa de unir fueron analizados entre ambos desde un enfoque que el joven jamás creyó válido. 
Pero no perdía nada por probar.
Las quemaduras del dependiente bien podrían haber sido provocadas por el incendio que causó su padre, Matthew, más tarde en una especie de paradoja temporal.
Pero Arthur fue más allá. 
Quiso ir en persona a lo que quedase de la tienda de muñecas, si es que todavía permanecía precintado como prueba de un posible crimen.
Ya en Greenroys, la extraña pareja avanzaba en dirección a la estrecha calle que aún tantas pesadillas reportaba a Tom.
En seco el joven alzó su brazo en dirección al final de la calle, revelando un letrero donde aún se podía leer con algo de esfuerzo “Completa tu muñeca”.
Arthur palmeó con fuerza y se frotó las manos.

— ¿Bueno, a qué estamos esperando? — Dijo mientras Tom se acercaba a la puerta de la tienda.


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sábado, 18 de abril de 2015

Completa tu muñeca III: Sangre


Imagen y muñeca de Silvia Gual


Los truenos anunciaban que la intensa lluvia que caía sobre el pueblo de Greenroys iba a ser incesante durante un buen tiempo.
Pese a que apenas se había alcanzado el mediodía, el cielo negro oscurecía las calles haciendo parecer que el anochecer se encontraba próximo.
Transeúntes cuyo paraguas apenas podía evitar dejarles empapados corrían a toda prisa en todas direcciones, resolviendo sus quehaceres. 
De eso Tom no podía enterarse, pues alternaba su mirada entre la del dependiente y la muñeca de una Penny que en ese momento le daba la espalda, ensimismada.
Fuera sonaba el eco del crepitar de las gotas contra el asfalto, mientras el interior de la tienda se iluminaba cada vez que un relámpago aparecía en los cielos anunciando el terrible sonido de un trueno cuya potencia había resultado imposible para Tom hasta ese instante.

Sui era blanca de piel, muy blanca, y sus ojos azules recordaban a un mar de aguas cristalinas desconocido para la especie humana. O así lo pensaba Penny mientras con sus deditos acariciaba el contorno de esos ojos, que lucía pintado con delicadeza hasta llegar a los rosados pómulos bajo los cuales unos sensuales labios carnosos que lucían una triste sonrisa quedaban coronados en su cúspide por una pequeña nariz que hacía del conjunto algo sumamente hermoso.
Sus ropajes eran de una época antigua, y los negros hacían contraste con la blanca piel de Sui ensalzando su cuerpo ante la entrecerrada mirada de la que iba a ser su dueña.
— ¿Que de qué se trata? — De pronto el dependiente atendió a la pregunta de Tom. Éste quedó petrificado cuando esos ojos se clavaron en los suyos, para luego relajarse cuando escuchó la respuesta a la pregunta. — Pues Penny va a tener que darme la garantía de que a su muñeca nunca más le volverá a faltar un miembro. — La pequeña escuchaba esas palabras acariciando el muñón en el hombro izquierdo de Sui, de donde debería nacer un brazo igual de bonito que el derecho.
Penny no había caído en la cuenta, pero el hecho que el dependiente supiese su nombre solo podía deberse, para Tom, a que sus padres lo nombraron cuando visitaron el lugar.
Aunque Tom se mostraba inquieto, huraño ante ese tema, como si tuviese pero no quisiese racionalizar otra explicación para ese hecho.
— No te importará mojarte un poco, ¿Verdad? A tu edad sois fuertes como el hierro. — El dependiente señalaba con su mano llena de cicatrices por quemadura a Tom, que dio un paso atrás.
— ¡No puedo irme sin Penny! — Respondió al instante.
— Ella estará bien. Tengo que asegurarme de que la muñeca y ella se llevarán correctamente. ¿Estás de acuerdo en quedarte un rato para quedarte con Sui, Penny?
Cuando pronunció el nombre que Penny tenía pensado para su muñeca, esta alzó la mirada súbitamente de ella para mirar al dependiente como despertando de un sueño. 
— Sí… — Su respuesta apenas audible hizo que el dependiente aplaudiese e indicase a Tom que debía salir por la puerta.
Éste miró a Penny, que no parecía estar ni de lejos tan asustada como él, y cuando regresó a la mirada del dependiente, sobre su malévola sonrisa volvió a apreciar ese fuego, esa misma llamarada de hacía unos momentos, provocando que reaccionase y saliese por la puerta mojándose al instante ante la inmensa tormenta que diluviaba sobre el pueblo.
Tenía que llegar a la escuela como fuese para llamar a su padre y explicárselo todo.

En el interior, el dependiente ofrecía su mano a Penny, que la cogió sonriéndole. 
— Ahora que estamos solos, tengo que contarte un secreto. — La sonrisa del dependiente se desvaneció casi imperceptiblemente por un momento. Su mirada era severa.
— ¿Ah si? — Penny hacía botar en su brazo izquierdo con pequeños saltos a Sui.
— A parte de cuidar de Sui y repararla, necesito algunas piezas para curar a algunas de las otras. ¿Me ayudarías, Penny?
El tirón que sintió la pequeña la hizo querer gritar, pero ningún sonido surgió de su boca.
— Ven conmigo… — El dependiente la condujo más allá del mostrador, donde una cortina reveló tras ser apartada algo así como una cocina. Hacía mucho frío.
Cuando Penny vio los cuchillos, dejó caer la muñeca al suelo y gritó con todas sus fuerzas el nombre de su madre mientras las primeras lágrimas brotaban de sus ojos.
El dependiente reía, haciendo sonar sus carcajadas casi por encima de los agudos gritos de la pequeña niña de rubio pelo y ojos verdes.

Matthew descolgó el teléfono en su oficina y se alarmó cuando fue informado de que su hijo quería hablar con él.
— ¿Qué ocurre, Tom? — Preguntó cuando lo pasaron con el pequeño.
— ¡Papa, él la tiene! — La respiración entrecortada y el tono alto casi impiden que el inspector entendiese apenas las palabras le se le decían.
— ¿De qué hablas, Tom? — Matthew trataba de tranquilizar a su hijo.
— ¡En la tienda, el dependiente y Penny están solos! — Matthew no necesitó más. Visualizó la travesura al instante, y se horrorizó al pensar en aquel hombre, a solas con la hija de Carol.
Se levantó al instante y le dijo a Tom que no lo dijese a nadie más, puesto que él se encargaría. Se puso su gabardina y, levantando las solapas para protegerse del intenso frío, salió a la calle donde la tormenta más agresiva que se recordaba en Greenroys continuaba castigando al pueblo desde entrado el mediodía.
Unos minutos más tarde aparcaba apresuradamente y se disponía a encarar la calle donde se encontraba la tienda de muñecas.
Pero cuando llegó, de todas las cosas que esperaba, se encontró con una imprevista, que resultó ser la peor de todas.
Bajo un cartel desgastado donde figuraba el nombre de la tienda, solo vio ladrillo.
Un ladrillo que tapaba el espacio donde debería estar el escaparate y, lo más importante, la puerta de la tienda.
Matthew acudió al despacho para pedir refuerzos y movilizar a la policía, para a continuación llamar muy inquieto a Carol.
— ¿Sí, inspector Matthew? — Carol cogió el teléfono con algo de ansiedad, seguramente pensando aún en recibir noticias de la tienda y su misterioso dependiente, pensó Matthew.
— Carol, su hija ha desaparecido. Pero le prometo que vamos a encontrarla. — Carol sintió como algo se le movía por dentro, y no pudo contenerse. Llevaba inquieta por la tormenta desde que ésta empezó a descargar la lluvia torrencial.
— ¡Qué dice! ¡Penny está en la escuela! — Jadeaba en busca de aprobación.
— Ella y mi hijo salieron para… — Matthew decidió omitir que el último lugar donde la vieron fue en la tienda de muñecas, para no inquietar más aún si cabía a la pobre mujer. — … Para dar una vuelta, en seco Tom la perdió de vista al iniciarse la tormenta. Le prometo que…
— ¡No prometa nada! ¿Qué hacía Penny dando vueltas por el pueblo teniendo clase? ¡No es propio de ella! — Matthew comprendió que esa versión apenas se sostenía.
— ¿Y si han ido a la tienda de muñecas? ¡Dios mío, la tiene ese dependiente!
— Estamos averiguando qué ha ocurrido con la tienda Carol. Al parecer, está cerrada. No puede estar ahí.
— ¿Cerrada? ¡Pues den con el dependiente! ¿Dónde puedo encontrarle?
— La mantendré informada, Carol, deje esto en mis manos.
Al colgar el teléfono Carol se puso la chaqueta al instante y cogió su paraguas. Debía dirigirse al despacho del inspector. No se separaría de él hasta que diesen con su pequeña Penny.

Sin embargo, pasaron las horas mientras la única pista se desvanecía. Echaron abajo las paredes de ladrillo y encontraron un espacio vacío sin ninguna muñeca ni objeto, descubriendo una cocina al fondo impecable y sin rastro de ningún acto criminal.
Descartando ese lugar, Matthew sabía que solo quedaba aplicar el protocolo de búsqueda estándar, aquel que no siempre funciona.
Mientras los truenos y los gigantescos relámpagos seguían castigando unas calles ya inundadas por la lluvia, donde apenas se podía conducir, el inspector llevó a casa a Carol, advirtiéndole que debería tener algo más de paciencia de lo previsto.
La mirada de la mujer se había tornado sombría, y sus lágrimas habían caído de un modo parecido al de la lluvia, incesante e intenso.
Esa noche ocurrió algo que cambió a ambos por completo.
Sendas visitas, sendas advertencias de que algo extraño había ocurrido con Penny.
Carol despertó tras una vigilia que había desembocado en un corto sueño alertada por la voz de su pequeña, que tarareaba algo encerrada en su habitación.
Corriendo fue a ver, para toparse con el aura de esta, que manejaba con sumo cuidado una muñeca de blanquecina piel. 
Carol frotó sus ojos incrédula, y cuando los volvió a abrir trató de acariciar el pelo de Penny.
Ésta se giró lentamente, mostrando al sonreír a su madre una boca desdentada de la cual descendían auténticos chorros de sangre hacia su mentón. Acariciaba con su mano derecha el rostro de la muñeca, ocultando parcialmente un brazo izquierdo que no estaba donde debía estar.
De la muñeca emergía un brazo desmesuradamente grande, ensangrentado y cosido de malas maneras a su hombro, y fue por una peca que Carol gritó horrorizada cayendo al suelo.
— ¿Te gusta Sui, mamá?
Penny interrumpió su melodía para comenzar a hablar.
— Ahora siempre estaremos juntas, cada noche… — La aguda voz de la pequeña balbuceaba más que pronunciaba esas palabras, puesto que ningún diente había ya en su boca.
Mientras Penny dejaba la muñeca en el suelo, comenzó a arrastrarse hacia el sentado cuerpo de su madre, dejando un reguero de sangre negra allí donde deberían haber estado sus piernas, clavando su codo derecho en el suelo para avanzar lentamente hacia Carol, que gritaba y gritaba a medida que comprendía por lo que había pasado su hija, desquiciando su mente, perdiendo su mirada en la nada mientras acariciaba el pelo de lo que quedaba de su hija.

Por su parte Matthew pasó la noche con su difunta mujer. 
Se despertó a las dos de la madrugada alertado por unos silbidos en la cocina.
Cuando fue a ver de qué se trataba se la encontró tal como la vio la noche en que se cometió el crimen, desangrada y con su vestido ensangrentado allí donde la habían rajado, allí donde la habían violado.
Una visión que lo dejó petrificado, aún más cuando el cuerpo de su mujer se levantó del suelo y se dirigió a él para contarle, una y otra vez sin pausa, lo que sintió mientras el asesino se distraía con ella.
Tom miraba desde el pasillo sin ser visto, observando detenidamente a su padre caer en el alcohol para soportar lo que fuese que estuviese viendo.
El nuevo día amaneció frío, pero ya con el clima habitual de Greenroys. La tormenta había desaparecido.
Pasaron las horas y Penny no apareció.
Matthew y Carol hablaron un par de veces, pero no se contaron sus experiencias de la noche anterior, como si deseasen en el fondo caer en un pozo del que de antemano sabían que no podrían escapar.
Llegó la noche y llegaron las apariciones.
Matthew bebía dos botellas de whisky por noche, Carol perdía el juicio en la habitación de su hija sin freno alguno.
Cuando transcurrida una semana ingresaron a Carol en un psiquiátrico, ésta estaba segura de que no iba a estar sola allí. 
— Penny me acompaña… — Repetía una y otra vez en la consulta donde consideraron su caso digno de admisión.
Matthew por su parte olvidaba a Tom a un ritmo constante.
Pronto le quitarían la custodia.
Hasta que una noche recordó, mientras su mujer detallaba lo que sentía cuando aquel desconocido la penetraba clavando su cuchillo en su hígado, al dependiente de la tienda de muñecas.
Aprovechando que aún podía caminar y conducir pese a su gran borrachera, se hizo con un par de bidones de gasolina y aparcó el coche lo más cerca posible de aquel lugar donde hacía poco había abierto la tienda de muñecas.
Cuando hubo impregnado todo el interior de combustible, encendió una cerilla y maldiciendo la tiró al suelo.

Mientras salía de la tienda, le pareció escuchar la voz de una niña gritar desconsolada el nombre de Carol, al tiempo que una carcajada le erizó el vello mientras apuraba su petaca en dirección al coche.


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viernes, 17 de abril de 2015

Ausencia



Los sueños, ¿Sueños son?

Me encuentro despierto en este instante, tecleando unas líneas que habrán de conducirme a explicar el desazón con el que siempre despierto, tras largas noches de vívidos sueños llenos de breves despertares.
Siempre ha sido así, de modo que no puedo establecer un punto en a través del cual todo fluya, salvo mi propia llegada a este mundo.

No tengo defensa alguna ante mi sombrío pasado, en el que muchas veces cerca de la luz primigenia y otras tantas sumido en la oscuridad más absoluta he forjado un día a día tormentoso y cruel, frío y a una considerable distancia de lo que se consideraría la paz espiritual.

Pero cada noche mis sueños me conducen a ese instante en el que todo queda en un segundo plano ante el palpitar fuerte de un corazón enamorado quizá por primera vez.
Tanto da que surque terroríficos pasajes en los que mi vida corre peligro constantemente, tanto dan las mil aventuras que me esperan en el continuo avanzar de una trama que se enrosca sobre sí misma revelando sorpresas y lanzando luz y oscuridad a partes iguales sobre mi ser. El resultado siempre es el mismo, es el nexo común que da vida a un espíritu incansable en su eterna búsqueda.

El amor, el calor de esa persona, de esa entidad que se esconde tras las mágicas miradas con las que hemos aterrizado en este lugar donde toda salvación siempre pasa por infantiles actos de fe.
Solo basta eso y, sin embargo, la distancia que me se separa crece sin medida, al mismo tiempo que mis pesadillas se transforman en improvisados paraísos siempre que, cada noche, puedo verla.

Siempre con un rostro diferente, de nombre variable, esquiva y huidiza en lo más hondo de mi mente, esa mujer se pasea ante mi uniéndose a mis oníricas experiencias enriqueciendo el trayecto con la entereza que da el saber que esa sensación no es solo el fruto de una mente alucinógena, sino que existe en algún campo de energía que nos resulta oculto por alguna misteriosa causa.

Así en los días donde me encuentro despierto me lanzo a la búsqueda desesperada, condenada a un perpetuo desengaño que golpea esa parte de nosotros donde más duele todo. 
¿Dónde está? Preguntaría desesperado.
Sin embargo la noche me trae una nueva respuesta, que se suma a la ya desorbitada cifra que se acumula en ese campo donde muchos no recuerdan, no ven, no viven.
Podría parecer algo placentero si no se tiene en cuenta que tras una obligada marcha a través de tortuosas experiencias, la sensación pierde crédito a cada súbito despertar, perdiéndose en un rápido y fugaz teclear que trata de hacer real lo onírico, de dar forma a lo imposible.

Finalmente un suspiro te lanza de nuevo a las reflexiones que en algún momento te conducirán a la siguiente pista, una señal de existencia que no tiene cabida en lo que es considerado el mundo racional, y que sin embargo te hechiza y te embauca cada vez que consumiendo el día miras el lecho preguntándote a dónde viajarás, con quién te encontrarás, sabiendo en todo momento que en el clímax de la paz serás devuelto al campo de batalla que con tanto ahínco has trabajado durante toda tu vida.

Dejarme ayudar significa aceptar que los sueños, sueños son.
Dejarme ayudar pasa por trabajar el día a día para hacerlo más pasajero, más lejano al infierno en lo que se está convirtiendo, donde quizá alguna persona decida anidar para recrear con el mimo adecuado aquello con lo que tantas veces tu interior ha viajado.

Sin embargo esta misma mañana, como de costumbre, la pregunta sigue vigente y llena de significado, con el peso a sus espaldas de sucesivas experiencias oníricas que me han llevado una vez más hasta la luz primigenia, aquella que garantiza ese segundo de paz que, para un espíritu torturado, supone el punto de inflexión entre un errante caminar y un vuelo que permita observar con detenimiento qué te rodea, a dónde ir y cómo hacerlo.
La pregunta sigue encumbrándose a cada despertar.
Los sueños, ¿Sueños son?

Y si esta vida es un sueño, ¿Dónde se encuentra ella?

Una sensación, una energía que aparece de tanto en cuanto, a la que hay que aferrarse con fuerza porqué no suele aparecer con facilidad, y a la que honrar con la mejor de nuestras intenciones dando forma a una pareja, al inicio de una relación que significará el canal entre el infierno en el que siempre se puede transformar una vida y el primer eslabón que subes con máxima ilusión en busca de una paz que se marchita si te demoras en recordar su esencia día a día, condenándote a experimentarla de modo esquivo, cuando ya no está, cada noche.