jueves, 5 de mayo de 2016

Un lugar que respetar



Poco se a ciencia cierta acerca de esa persona. Todo se basa en un conjunto de instintos e intuiciones apoyados en una leve base de realidad.
Comenzó con su espalda y sus brazos faenando en la pica de un negocio de reciente apertura.

Pero no es en esa ubicación donde me gustaría pintar este lienzo que tengo frente a mi, sino en una playa paradisíaca en la cual una selva plagada del misterio de lo desconocido permanece impávida.
Si unas altas palmeras mecidas en su cumbre por una agradable brisa representasen la entereza ante las dificultades, esa playa estaría decorada por ellas con generosidad.

Al caminar descalzo por su impoluta arena, uno podría apreciar con profundo respeto como ese joven lugar rebosa aplomo y tenaz orgullo.
Quizá el miedo a desconocidos barcos, que en la lejanía de un horizonte salpicado por sus siluetas pasan sin dejar demasiada huella, se detecte en una fauna huidiza y reservada en un primer instante.
Pero con el tiempo, si uno observa sin ocultar malas intenciones, se percata de que esas mismas criaturas que representan el carácter pasan más tiempo en la selva que en la playa que permanece a la vista del mundo.

En el tiempo que he podido caminar por esa playa sumido en mis propios asuntos, rara ha sido la ocasión que no me haya planteado sumirme en el misterio de ese territorio desconocido.
Pero si el rechazo fuese una bestia y la profesionalidad raíces con espinas, siempre me he encontrado en la entrada de la selva tratando de vencer cierto pánico ante la pantera que parece morar ese paraje, ensimismado asimismo con una entrada custodiada por cientos, quizá miles, de raíces de árboles inundadas de afiladas espinas.

Con el tiempo me di cuenta un buen día que quizá no había nada que temer.
No deseaba conquista ni análisis, más aún sabiendo que yo pertenecía a otro lugar y un viajero de buen corazón había regresado de lejanas tierras para al parecer instalarse allí.
Pero deseaba poder observar más y más, poder sentirme libre en un paraje que cada día me resultaba menos hostil y con más encanto.
Fue entonces cuando la vi.
La pantera negra de mirada recta sorteaba las raíces que bloqueaban mi paso para ocultar las espinas a cada paso que daba.
Nos miramos a los ojos y me sentí satisfecho, pues no me trasladó emoción alguna de tristeza, abatimiento, dolor o vergüenza.
Pude ver a través de sus ojos cierta silueta, ciertos colores de lo que la selva albergaba en su majestuoso interior.
En ese lugar debía morar algo semejante a una esencia, un alma, una energía que provocaba que me sintiese más que contento por haber podido conocer parte de su conjunto.

De modo que emergí de la selva tras unas palabras que me llenaron de paz, dejando a la pantera regresar por donde había venido, quizá con ese viajero que, cargado de felicidad, recorría un lugar lleno de juventud aunque no exento de experiencia.
Y escribí unas líneas, tratando simplemente de ultimar con pocos trazos el lienzo que durante meses quise pintar.


Desde una selva de salvaje misterio,
la pantera negra observa, analiza y protege el lugar.
Por la playa paseas, complacido sin más explicación,
de que te encuentras en un lugar bueno y especial.
Tu respeto se ve recompensado,
con la promesa de un sonreír en forma de brisa,
y la garantía de una honesta sinceridad.