jueves, 29 de agosto de 2013

La parejita




Soledad y Romántico se miraban fijamente, con una intensidad quizá olvidada. Se habían dado cuenta del tiempo que hacía que no hablaban. Antes, en una era pasada, de sus conversaciones surgían ideales y convicciones que mantenían en pie la promesa de una leña que algún día debería arder esplendorosamente. Ahora no sabían qué decirse, como si se tratasen de dos desconocidos faltos de conexión emocional. Eso los llenaba de una profunda aflicción, y ni siquiera las grandes jarras de cerveza ni las fuertes copas que Experiencia les ofrecía les suponían una tentación.
Se encontraban en La Hora de la Verdad, una taberna reinaugurada hacía bien poco en un poblado al que no sabían muy bien cómo habían llegado. Horas antes habían estado intimando en la Cabaña, abrazándose tras años de abandono e incluso menosprecio mutuo. En ese instante, sin embargo, parecían obligados a llegar a un acuerdo.
No podían ni siquiera llamarse enemigos, pues ninguno de los dos recordaba episodio alguno de trifulca, sí no obstante de malentendidos. Romántico recordaba claramente sus continuos episodios maníacos por mantener viva la hoguera de su esperanza, mientras Soledad recordaba su absoluto rencor por verse abocada de forma prácticamente continuada a los pozos de la melancolía. Un pulso que no habían escogido pero sí mantenido desde tiempos inmemoriales.
Agotados al fin, incapaces ya de avanzar ni retroceder, de apretar o aflojar, estaban dispuestos a llegar a un acuerdo. Mientras el mezquino Azar se frotaba las manos invitando a unas rondas a un grupo de personas perdidas, Vida, el oxígeno que Soledad y Romántico respiraban en forma de puritos con aromático sabor a naturaleza, los inspiraba para dar el paso definitivo que debería reconciliarles en su tortuosa relación.
– ¿Puedo pasar? – Dijo medio en broma Miedo en ese preciso instante, abriendo de par en par las puertas de la taberna.
– ¡Por supuesto! Eres más bienvenido que nunca. – Respondió Experiencia, mirándole, pero con sus grandes manos apoyadas en los hombros de los ya titubeantes Soledad y Romántico. – Eso sí, – prosiguió, – mejor siéntate lejos de la parejita, pues tienen mucho de que hablar.

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