martes, 4 de marzo de 2014

Una derrota al ajedrez

Llevaba toda la vida adorando el frío, la nieve, la lluvia, el viento y las furiosas tormentas. Llevaba toda la vida haciéndose amigos como peluches o secciones marítimas. Llevaba toda la vida como un rey que se enroca cada vez más en una partida de ajedrez que parece no tener fin. Sus peones, a modo de personalidades, ocultan su llanto, su reina, a modo de su fe, consuelan sus lágrimas. Mientras sus torres, alfiles y caballos, a modo de cerebro y corazón, atacan a ciegas a un enemigo desleal que intuye pero cuesta horrores vencer.
Cuando cree tener la partida en la mano, cuando todo cobra sentido y al fin se considera digno de mirar a su rival a los ojos para arrancárselos y finalizar con la raíz de todo mal, entonces la reina da una orden imprevista. Le dice al rey que no llore más y deponga sus lágrimas de dolor. Que pierda esa partida.
Puesto que personifica su fe, la reina hace abdicar mediante un breve tiempo de reflexión al rey que da la orden directa al resto de sus servidores al arrodillar él su misma rodilla ante Ella.
Has ganado la batalla, le susurra su Reina mientras el rey descubre arrodillado lo que es llorar de alegría viendo como el mal destruye el tablero erigiéndose como justo ganador.

Llevaba toda la vida queriendo frío y mal tiempo para poder encontrar un lugar en el que su corazón vistiese a juego. Una vida donde los peluches eran sus amigos puesto los seres vivos no le habían demostrado ser lo suficientemente sanos como para poder confiar ciegamente en ellos.
Y ahora le aseguraban que iba a salir el sol.
¿Estaría preparado para disfrutar de un cálido verano?
¿Un ser herido de muerte podía aún resucitar cual ave fénix y recuperar su vuelo?

Tan solo unos pasos más allá, unos pocos pero estrictos pasos, estaba todo cuanto el sujeto anhelaba.
De momento debía despedirse de su mar y su peluche, de su partida ganada o perdida y su relamer diario de las heridas.
Porque había que ponerse a caminar.
Nunca el esfuerzo había sido tan bien recompensado.


Lejos, muy lejos ya, su antiguo rival se burlaba de él por su derrota. El sujeto sonreía, pues su corazón ya podía confesar que odiaba el mal tiempo, y que estaba dispuesto a buscar el calor que su Reina, su fe, siempre persiguió.



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