viernes, 4 de septiembre de 2015

De rodillas



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Un montón de documentos.
Ahora ya son simples documentos.
Tiempo atrás eran planes de vida, un montón de proyectos de mayor o menor duración repletos de relevancia y vitales para uno mismo como el oxígeno.
Porqué estabas conectado a la “vida”.
Formación, trabajo, una “vida” perfecta junto a la persona perfecta.

Y, en la hoguera, ardiendo los troncos del fracaso.
Un buen montón de ellos, todos cargados de la leña de las excusas y las justificaciones.
Durante unos breves momentos en tu vida viste el sentido real que parece quedar oculto en un segundo plano, aprendiste a base de gran dolor a consumir los momentos como tesoros, pero sin casi quererlo te encontrabas al segundo siguiente ante la montaña de planes que, de nuevo, acumulabas ante ti.

Lo perdiste todo. Una, dos y varias veces más.
Pero te aferrabas al futuro.
A un incierto paraje cargado de niebla perdido en algún lugar de un inalcanzable horizonte.
Las pocas garantías se cumplieron y tu navío se ve detenido en el mar de tus lágrimas acumuladas.
Y lo cierto es que apenas te sientes descargado.
Miras al cielo nublado y sabes que un claro se abre en lo alto, aunque no puedas verlo.
Siempre has estado equivocado.
Incluso cuando valorabas los momentos pecabas de necio al guardar en la recámara una oportunidad de efectuar un contraataque contra la “vida”.
Y ahí es donde salta el problema.
La Vida no es la vida que estabas viviendo.
Ya no te consuela pertenecer a un mundo plagado de ciegos que deambulan inconscientes de que, perdidos en su pila de documentos de planes diversos o consumiéndose lentamente sobre el carbón que enciende toda hoguera del fracaso, no hacen más que desperdiciar algo valioso.

Porqué tiene que serlo.
Alzas la cabeza al cielo al tiempo que una simple lágrima, la más sencilla de todas, fluye de tu mirada.
Es la lágrima más cargada de amargura y desesperación. La más sincera. La que tiene dibujada en la inmensidad de su interior el rostro de la verdadera persona amada. No la perfecta sino la adecuada.
Es la lágrima que refleja en su superficie los rostros de la familia querida.
Es la lágrima de la que, estirando, todo un pasado de graves errores sale a la luz del justo juicio provocando que te arrodilles y solloces desconsolado esperando que alguien especial toque tu hombro para, cuanto menos, perdonarte.

También ansías la salvación. Pero, ¿Cómo en en ese océano en el que te has metido la tempestad va a permitirte alcanzar el verdadero amanecer?
En la inmensidad del universo te ves como una luz perdida que solo busca su familia de desaparecidos arco iris, para perderse en una gama de colores infinita en la cual poder deshacerse y derretirse de consuelo al verte comprendido en lo más hondo de tu ser, pero la oscuridad te rodea y te pierdes, una y otra vez, en “vida”.

El tiempo que se consume te advierte de que debes detenerte, permanecer arrodillado, suplicando por el perdón mientras entregas lo que pueda quedarte de bueno a tus seres queridos.
Aunque la tormenta se lleve tu embarcación.
Aunque sus frías y oscuras aguas te absorban recordándote ese universo al que tanto miras consumido por el temor.
Ese alguien vendrá a por ti, piensas, mientas poco a poco, de rodillas, empiezas a sentir algo de alivio en tu interior.

Porque sientes el amor que habrás de profesar a tus seres queridos.
Incluso una mente enferma, si abre los ojos, puede ver la realidad. Puede sentir la Vida.
Ese es tu salvavidas.
Una humilde colchoneta en la que quizá, si la gran tormenta se apiada de ti, sirva para surcar el pequeño camino que nos corresponde en este infinito océano que nos rodea.

Los documentos de todos tus planes, cuando comprendes dónde estás, se convierten en papel mojado que se hunde sin importancia en la inmensidad de las profundas aguas.
De su interior surgen gotas que lanzan una llovizna a la hoguera del fracaso, dejándote libre de carga, listo para mirar al cielo nublado y seguir llorando, para, finalmente, arrodillarte de nuevo ante tu Dios.

La colchoneta navega lentamente, chapoteando de modo tímido cuando de pronto, parece salir el sol.

6 comentarios:

  1. Incluso los más temibles y feroces huracanes o tifones cuanto más potentes son el agujero donde la calma total impera es más grande y majestuoso, rodeado de inmensas paredes de hasta 20.000 metros de altitud. Como la vida misma estas inmensas nubes rotan a gran velocidad alrededor del ojo generando vientos de hasta 300km/h en un clase 5. Existen muchas maneras de vivir, muchos problemas ya sean físicos, psicológicos, existenciales que hacen a veces de la existencia un vertiginoso tornado o un sinfín de vaivenes entre nubes cada vez más altas y a velocidades dispares. Sin embargo, hasta el más aparatoso de los vaivenes tiene su ojo de la calma, el lugar desde donde todo se observa y con un aparentemente lento caminar se encamina desencadenando la furia a su alrededor sabedor de que cuando toque tierra empezará su fase de paulatina e incesante calma hasta convertirse en una borrasca muy lejos de la mortífera máquina que era inicialmente. Es pues desde el océano donde a pesar de la incesante lucha y las pavorosas condiciones se puede atisbar por fin la ansiada tierra donde por fin encontrar algo de tranquilidad. Esa tierra donde nos esperan los seres queridos sabedores de que tarde o temprano llegaremos. Muy buen relato de sensaciones encontradas y a la vez sencillar en lo esencial. Saludos

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    1. ¡Menudo comentario tormentoso!
      Creo que más calma que esa no se puede vislumbrar, aunque quizá el mensaje suene algo derrotista...
      Un saludo

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  2. ¡Hola campeón! cuanto tiempo sin pasar por aquí, que pena no tener apenas tiempo para conectarme ... ¡tus relatos siguen tan geniales como siempre, sigue así!
    Abrazossss

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    1. ¡Buenas Hammer!
      Me alegra que te siga gustando lo publicado, ¡Un abrazo!

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  3. Un relato muy profundo que llega hasta el fondo del corazón. Me ha gustado mucho ya que transmite una barbaridad y se ve lo difícil que puede llegar a ser la vida.

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