Salió a la calle consciente de la situación. No desperdició la
oportunidad de, en cuanto pisó la calle, alzar la mirada al tapado
cielo por unas nubes lo suficientemente oscuras como para
interpretarlas como una promesa de que todo el día sería así.
Un día de grises, como si el mundo de repente estuviese dibujado
en blanco y negro a carboncillo.
Sonrió para sus adentros tanto que incluso se asomó en su rostro
un ápice de mueca de sonrisa, pues le encantaban esos días. Ahí
donde vivía esos días escaseaban cada vez más, de modo que inició
un paseo sin más rumbo que el de disfrutar el espectáculo de aura
triste y melancólica en contraste al brillo que él sentía en su
interior.
Súbitamente una gota en su frente sirvió de anuncio
introductorio a un chispear constante. Se estaba poniendo a llover.
Media hora después él estaba ya lejos de su casa, sin estar
empapado pero si con la ropa humedecida por la incesante tímida
lluvia que ese día le había regalado.
De pronto truenos a lo lejos.
Miró de nuevo hacia el horizonte hasta acabar por mirar justo
encima de él. Las nubes eran mucho más oscuras. Eso solo podía
significar que se estaba gestando la tormenta. La ansiada tormenta.
La gente iba armada con paraguas o huían a refugiarse en algún
local o en sus casas, mientras él seguía avanzando hacia el destino
que parecía haberle escogido.
Se trataba de un lejano territorio donde los campos de cultivo
abundaban, así como construcciones a medio hacer que algún día
podrían ser chalets o masías.
Ahí si que llegó empapado. De los truenos a la lluvia torrencial
pasó una diminuta fracción de tiempo, y le pilló desprotegido de
lleno. Su sonrisa, ya ampliamente visible, aprobaba de todas todas la
que le estaba cayendo encima. Como si Dios se hubiese puesto a
llorar, provocando que toda una corte de ángeles hiciesen lo propio,
con tanta sensibilidad y pasión que las lágrimas gigantescas se
habían tornado en una fina pero bestial descarga de lluvia.
Siguió caminando, chapoteando en los charcos, hasta que llegó a
un punto donde podía ver el horizonte en cualquier dirección. Un
horizonte coronado, allí donde mirase, por bellísimos relámpagos
que le indicaban su ubicación exacta, que no era más que el centro
de esa majestuosa tormenta que el día había tenido a bien
regalarle.
No había nadie en el punto en el que se encontraba, de modo que
cerró los ojos y sintió como el agua caía sobre su cuero cabelludo
para después deslizarse por su rostro, pareciendo la escena un
espectáculo de desconsuelo y desesperanza. No era así, a él la
lluvia le daba ánimos para continuar durante la mayoría absoluta de
días calurosos y soleados.
Decidió dar media vuelta.
A medida que se acercaba de nuevo al núcleo de la población, iba
cayendo en la cuenta de que a la escasa suma de personas que quedaban
en la calle, la lluvia se les antojaba algo desagradable y molesto y,
mirando al cielo, le preguntó al Hacedor porqué la condición
humana tenía que ser así.
La lluvia ya no era torrencial, y cesando, devolvía al lugar su
textura de blancos, negros y miles, millones de grises. No quería
llegar a casa, pero no le quedaba elección.
Quizá desde su cama, relajado, aún podría oír el ya escaso
crepitar de las gotas sobre sus bordes de la reja de aluminio de su
balcón. Quizá una llamada inesperada lo habilitase a contar como se
sentía. Abandonado. Por su Dios y su Hacedor en un mundo que había
inventado otros de menor escala para hacer fácil su vida, no así su
existencia.
No le resultó difícil comprender que para él, la lluvia era un
canal directo a su sentimiento de abandono, y que el hecho de
sentirlo caer sobre él le apaciguaba el dolor que su alma sentía.
Ya en la cama, desnudo y escuchando los restos de ese majestuoso
día, antes de caer dormido pensó en todas las personas que
apreciaba, y deseó para ellas un calor y una calidez que, por algún
motivo, a él le repelían tanto como le apaciguaba lo triste y
melancólico de un día con el cielo de lluvia.
Al revés que mucha gente hay a quien un dia nublado y tormentoso le puede parecer maravilloso. El Sol siempre está ahí, lo otro a veces se deja esperar mucho. En este baile de alegorías y metáforas no deja de sorprender la fluida prosa y la cada vez mejor descriptiva. Quiere eso decir que poco a poco la técnica se va asentando y nos promete relatos cada vez mejores. Este ensayo es muy, muy personal. Ojalá el Sol sea capaz de dar la calidez y la paz que a veces se necesita.
ResponderEliminarMe alegra que veas mejora ^^
EliminarGracias por comentar