Un riachuelo descendía plácidamente a su izquierda, unos largos
metros más allá. La imponente base de los árboles se alzaba frente
a él allá donde mirase, con su lejana cúspide cubriendo de verdes
hojas el manto azul que conformaba un cielo que en ese día lucía
algunas nubes sueltas aquí y allá. Lo cierto es que hacía un buen
día.
El caracol se movía lenta pero inexorablemente hacia su destino
desconocido. Su cáscara era perfecta, y se proponía aguardar
pacientemente a la siguiente tormenta para comenzar su tan ansiado
ascenso.
A lo lejos unas cúspides nevadas coronaban todo cuanto él
ansiaba conquistar, el lugar donde poner fin a su vida de lucha.
Sumido en sus pensamientos estaba cuando una mariposa revoloteó a su
alrededor, algo impertinente. Tocaba sus ojos produciendo que tuviese
que ocultarlos por acto reflejo para, lentamente, volverlos a sacar.
– Hola caracol. – Dijo una agradable voz femenina.
El caracol, sorprendido, miró a su alrededor sin ver nada más
que vegetación, hojas caídas y ramas secas, siendo el sonido del
río lo único que, junto a algunos pájaros lejanos, interrumpía el
silencio del bosque.
– ¿No dices nada? – La voz insistió. – Mira, aquí arriba.
– El caracol alzó su vista hacia la mariposa, que se había posado
en un tronco próximo a él, como a diez cascarones de él.
Vio entonces que no se trataba de una mariposa, sino de un hada.
Su pequeño y grácil cuerpo desnudo lucía unas grandes alas
coloreadas de diferentes tonos azul violeta, y permanecía recostada
en el tronco observándole atentamente.
– ¿Qué quieres? – Preguntó el caracol, molesto por la
interrupción.
– Vengo a aconsejarte. Acerca de ese caparazón que tienes. Más
bien, – Puntualizó – acerca del uso que le estás dando.
El caracol se sintió ofendido por la crítica a lo que más
valoraba, lo que le permitía no herirse de gravedad en las caídas
por el bosque y así poder ascender hacia las lejanas cimas
montañosas.
– ¿Qué sabes tú acerca de mi caparazón? – Preguntó el
caracol, poco dado a creer que las hadas fuesen seres mágicos
capaces de ver mucho más allá de lo que se ve a simple vista.
– Son tus personalidades. No las ves como una parte de ti, sino
que les has dado identidad propia y, amontonándolas unas sobre
otras, te has hecho un escudo que proteja tu frágil yo de la
realidad de la vida. – En este punto la hada frunció el ceño. –
¿Acaso crees que no me percato del modo con el que miras a la cima
de las lejanas montañas?
– ¡Tengo que llegar a ellas! – Respondió el caracol,
jadeando de la emoción. – ¡Ayúdame hada!
En ese momento el hada se irguió y inició un grácil vuelo hacia
el caracol y, situándose a su lado, señaló al suelo unos
centímetros más allá.
El caracol quedó en silencio, contemplando el camino de tierra
limpio de obstáculos que parecía perderse en el horizonte antes de
que los árboles lo ocultasen a su vista.
– Este camino es el camino fácil. Nunca llegaré si avanzo por
él, atraviesa todo el bosque de la manera más lenta posible. Cada
día veo a muchos caracoles avanzar por él. – Dijo el caracol,
levantando orgulloso la cabeza.
– ¿Se puede saber cómo avanzas tú? – Preguntó el hada,
curiosa.
- Ambos sabemos de lo que presumís, provoca una tormenta y te lo
mostraré.
Unas horas más tarde, el caracol se empapaba del agua del
riachuelo, sintiendo como poco a poco se fusionaba con la esencia del
bosque, como podía ser un halcón y un leopardo, una gaviota o una
ardilla, incluso todo al mismo tiempo. Totalmente ebrio, llegó el
momento de los primeros y temibles truenos. El hada había cumplido
con su parte.
Cuando la tormenta hubo alcanzado su terrible clímax, el río se
desbordó, llevándose al caracol con él y haciéndolo caer ladera
abajo, chocando violentamente contra todo, piedras, ramas y espinas.
A veces, desesperado, se bloqueaba en algún lugar, pero la fuerza
del agua que lo arrastraba todo a su paso lo hacía sufrir
sobremanera, y más ebrio que nunca, seguía cayendo.
Fue en uno de estos bloqueos cuando, dentro de su caparazón, vio
como éste multiplicaba su tamaño hasta convertirse en una gran
cueva, en la que apareció el hada iluminando el lugar con su aura
azul violeta.
– Dime, ¿Qué estás logrando? – Preguntó tranquila el hada.
– ¡Hacer más fuerte mi coraza! ¡Tras esto, el ascenso será
imparable! – Exclamaba muerto de miedo el caracol, que dentro de su
coraza no era más que una pobre criatura asustada.
– ¿El ascenso? Veámoslo.
Tras esas palabras el caracol sintió como la presión del río
disminuía hasta desaparecer, que los truenos y la infernal luz de
los relámpagos se apaciguaba, y cuando se asomó al exterior,
contempló como la tormenta había dado paso a un extraño día en el
que vientos huracanados soplaban ladera arriba.
En cuestión de minutos el caracol ya se había desbloqueado y
escalaba sin descanso, a un ritmo casi no natural hacia el punto
desde el cual había caído.
Horas después ya se encontraba en él, momento en el cual el
vendaval se detuvo, apareciendo la hada, revoloteando como siempre,
hasta posarse en el mismo tronco de antes.
– ¿A dónde pretendes llegar moviéndote así, caracol? – Le
preguntó. Era una pregunta retórica. El caracol lo supo por la
mirada del hada.
Pacientemente, con dulzura, voló al lado del caracol y,
acariciando su rostro, enfocó su mirada al camino que horas antes el
caracol había despreciado.
– Lo único que haces es caer y volver al punto de inicio
desquiciándote por luchar contra la naturaleza. Eso hace tu coraza
más fuerte y resistente, pero al mismo tiempo hace que cada vez las
caídas sean más violentas y largas. Y encima, – Añadió
sombríamente –, te da miedo estar a solas dentro de la oscuridad
de tu cascarón. Mira el camino caracol, ¿Aún no lo ves?
En ese momento el caracol abrió los ojos de par en par. Vio toda
una vida tratando de llegar a unas cumbres nevadas a las cuales los
caracoles jamás podrían llegar. Vio una táctica autodestructiva
que le había costado ya ser apartado de toda su comunidad dado por
imposible. Y contempló por vez primera como unos pocos caracoles,
llenos de virtuosismo y esperanza, se desplazaban lenta pero
inexorablemente por el camino plácido que habría de conducirlos a
una existencia sana y exenta de innecesario dolor.
Sus ojos retrocedieron de dolor y, cuando hubo de ponerse a
llorar, el hada acarició con sus alas el cascarón del caracol.
– Estamos aquí para aprender. Todos. – Añadió. – Que no
te pese tu deseo inicial. Más te diré que allí arriba hace mucho
frío, y siempre tendrías que estar dentro del cascarón para vivir.
Con esas palabras el hada se despidió del caracol, que sintió
como su alma quedaba aliviada tras la extraña visita de la
misteriosa hada.
Poco a poco, empezó a deslizarse hacia el grupo de caracoles que
se desplazaba sendero arriba, bordeando todo el bosque y su espesura.
Cuando se hubo acercado lo suficiente, una voz lo sorprendió.
– ¿Cómo te llamas?
Era la primera vez que se dirigían a él. El resto habían sido intentos de comunicarse con su coraza. Sintió una extraña emoción antes de decir su nombre.
Era la primera vez que se dirigían a él. El resto habían sido intentos de comunicarse con su coraza. Sintió una extraña emoción antes de decir su nombre.
Lo que en verdad le importaba era que al fin se sentía acompañado
en un camino que podía ser mejor o peor, pero que al menos encajaba
con las leyes de la naturaleza.
Tuvo unos momentos de recuerdo para el bienaventurado hada, y se
prometió que ya jamás dudaría de que estas criaturas gozaban de
unos poderes que escapaban a toda posible comprensión, y que encima
eran puestos al servicio del bien.
El sonido de un riachuelo, interrumpido por el canto de algunas
aves, acompañaba la armoniosa marcha de un grupo de caracoles que
trataban de vivir lo mejor posible la vida que les había tocado
vivir, rodeados de árboles y variada vegetación, amparados por un
cielo que, a menudo, apremiaba con soleados días donde avanzar
resultaba un verdadero placer.
No puedo creerlo, después del terror y la desesperanza, del desamor y la crueldad, aparece esta maravilla aleccionadora y majestuosa. No tengo palabras, sólo sensaciones. Eso sí, solo pido una cosa. " QUID PRO QUO"
ResponderEliminartú escribe un capitulo entero y yo me comprometo a componer una obra para este escritor. Ahí queda...
Vaya, ¡Me alegro de que te haya llegado el texto!
EliminarMe ha gustado mucho, es un relato de como hay que abrir los ojos y no estar tan obsesionado con algo que lo unico que consigue es dejarte solo y acabar siempre en el mismo punto e partida.
ResponderEliminarMuy buena reflexión, ahora falta que muchos "caracoles" la pongan en marcha
Sí... Yo ya lo intento n.n
EliminarMe alegro de que te haya gustado tanto.
Un relato de fantasía que refleja a esas personas que se encierran en sí mismos con una o varias corazas y no se abren al mundo para dejarse ver.
ResponderEliminarMuy bueno Víctor.
Saludos.
Me alegra que te haya gustado, hay múltiples circunstancias que producen ese encierro a menudo...
EliminarNos leemos Jose, un saludo
Bien relatado, me gusta! Te sigo por aquí! ;)
ResponderEliminarGracias Hada, ¡Bienvenida al blog!
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