– ¿Cómo te tratan a ti, Tierra? – La pregunta, telepática,
atravesó la velocidad de la luz para llegar a oídos de la llamada
madre Tierra, que sin dilación respondió.
– Una de mis especies ha tomado el control. Inconscientes en su
mayor parte de cuanto están ocasionando, me están destruyendo a
gran velocidad.
Un silencio respetuoso inundó los trillones de kilómetros que
separaban Tierra de Auris.
Fue Tierra quien lo rompió.
– ¿Y a ti que tal te va, Auris? – Auris era un planeta
semejante a Tierra exceptuando su tamaño, varias docenas mayor.
Siempre se habían tenido simpatía desde que Tierra tomó
consciencia de si misma.
– Mis especies cohabitan en paz y armonía. No se puede decir
que haya lugar para el aburrimiento, pero resulta un placer existir
en estas condiciones. Mis tres soles no se pueden quejar, estamos
todos muy contentos.
Tanto Auris como Tierra sabían que los soles eran los guardianes
de los sistemas planetarios de todo el universo. Sus jefes directos,
por decirlo de algún modo. Si la cosa se ponía fea en su sistema,
pocos problemas tenían en inmolarse por el bien del equilibrio
universal.
– Te siento triste, Tierra. ¿Acaso no te queda esperanza? –
Tanteó Auris.
– Sí. Luna me inspira un profundo respeto. Hablo mucho con ella
acerca de nuestro destino.
Súbitamente una voz, algo más tímida y silenciosa que las que
conversaban, se añadió.
– Tierra está perdiendo la esperanza, pero yo se de buena tinta
que esta especie que la ha colonizado dista mucho de ser un virus
como aparenta ser.
Tierra presentó a Luna a Auris.
Le explicó que no era exactamente una estrella que de pronto
hubiese tomado consciencia de sí misma, como ocurrió con Tierra y
Auris, sino que fueron las miles, millones, de miradas y
conversaciones dirigidas a ella por parte de la naturaleza de Tierra
lo que le otorgó una identidad, una personalidad, una alma.
– Es una historia triste. Una consciencia tan joven, casi
infantil a nuestros ojos, la que nadie puede tocar ni besar, en la
que nada puede florecer y, sin embargo, inspiradora de tantas y
tantas maravillas como tantas otras veces me has contado. – Auris
se refería a los poemas, textos y piezas musicales que Tierra le
había reproducido durante miles de años.
– Claro, tu, con tus tres soles, no tienes este tipo de dilemas.
Siempre de día, siempre a buena temperatura, con unas especies que
no requieren de sueño para poder existir de un modo sano. – Si
bien las especies de Auris eran mortales, lo cierto es que eran mucho
más longevas que las de Tierra. Casi eternas a ojos humanos.
– Es tu sol quien debería preocuparte, Tierra, lo siento
enfurecido incluso desde aquí. – Los soles no se comunicaban con
las demás estrellas, estaban centrados en su propio sistema,
conscientes en todo momento de la realidad que los ocupaba. Por eso
resultaba preocupante que una estrella como Auris pudiese captar la
ira de Sol desde tanta lejanía.
Así resulta que se comunican las estrellas del infinito
firmamento, como ciegos que hablan por teléfono, pasándose
información a modo de cultura y haciéndose compañía unas a otras
en su usualmente eterna odisea espacial. Cada una en su propio
sistema, despertando súbitamente a un estado de consciencia o
viéndose inducido a él por otros seres menores.
Y es que... ¿Qué hay más grande que una estrella viajando por
el universo regalando su luz?
– ¿Quieres que te cuente una historia, Auris? – Sugirió de
pronto Tierra.
– ¡Claro, me encantaría! – Respondió entusiasmada Auris.
*
Joaquim se consideraba el sol de su empresa. Podía hacer y
deshacer cuanto y cuando quisiera.
– Rachel, tráeme inmediatamente los documentos a mi despacho. –
Ordenó a su secretaria.
Rachel era una mujer entrada en los cuarenta, a la que pese a que
le habían salido algunas cosas mal, aún mantenía la esperanza de
que tiempos mejores pudiesen llegar. Su mejor amiga, por así
decirlo, era Stela, una chica veinteañera de blanquecina piel y ojos
cargados de una melancólica ilusión. Cuando hablaban por teléfono,
casi cada noche, Stela consolaba a Rachel como buenamente podía,
teniendo en cuenta que Stela no se adaptaba demasiado bien a la
realidad que la obligaba a caminar. Stela era feliz entre sus gatos y
sus libros, y poco más necesitaba para seguir adelante aunque
anhelaba el día en que pudiese sonreír de verdad, como veía a
veces a Rachel hacerlo.
Ambas eran esclavas de Joaquim, que las trataba de la peor manera
posible, haciéndose llamar sol en secreto con sus actos, mientras
que Rachel se hacía llamar tierra.
Stela deseaba ser Auris algún día, pero era Luna. Lo era porqué
todos en la empresa la contemplaban con mayor o menor aprecio, pero
no podía pasar desapercibida. Su belleza innata hacía que los demás
hablasen de ella a sus espaldas o a la cara, y el resplandor del aura
de su alma hacía que personas confundidas como Rachel acudiesen en
su auxilio.
Como ciegos que no saben verse los unos a los otros y necesitan de
imágenes construidas a partir de emociones se tratasen, los
integrantes de la empresa se movían en funciones estáticas buscando
ser escuchados de vez en cuando, ser comprendidos en ocasiones, y ser
amados en otras.
La empresa se llamaba Vida, y Joaquim tenía planeado cerrarla
porqué se creía con la potestad suficiente como para conducir al
traste con m´s de cincuenta años de historia solo porqué las
ventas estaban descendiendo de un modo algo alarmante. Nada de
aguardar a ver si la situación daba un giro, nada de lanzar avisos a
la plantilla aguardando una reacción, nada que tuviese que ver ni
remotamente con el comportamiento que emprendería un verdadero Sol.
Ahí radicaba el problema de la empresa, en que muchos de los
roles eran malinterpretados y exagerados. Pues, ¿Cómo puedes
compararte al Sol, cuya consciencia ignoras? ¿Cómo compararte a la
Tierra, cuya consciencia del mismo modo se te antoja oculta? Solo en
el poder de la imaginación de unos pocos, la mayoría muy jóvenes,
se adoptan roles realistas como el de emular a obras de la naturaleza
terrestre, a excepción claro está del caso de Stela.
A Stela la hicieron entre todos. Nació en una humilde familia en
un barrio bajo, y desde bien pequeña fue marcada con el distintivo
de rara. La apartaron sistemáticamente de todo y todos, hasta que
con el paso de los años comprendió como sobrevivir en esa soledad
y, finalmente, como vivir en esa soledad. El aprendizaje del vivir se
lo brindaron sus compañeros de la empresa Vida con sus habladurías
y su contemplación. La hicieron ser más consciente de quien era
ella misma en realidad. Y de ese modo la Luna fue Stela, y Stela fue
la Luna, dos estrellas diferentes con una misma raíz. Una alma
torturada que acepta la posibilidad de estar sola en una empresa que
no la entiende, pero en la cual tiene que sobrevivir para algún día
poder sonreír.
*
Ese día ha llegado para nuestra pequeña Luna Auris, y pronto
llegará para la joven Stela.
– ¡Es maravilloso! De modo que tu especie colonizadora pretende
adoptar nuestros roles de estrellas sin percatarse siquiera de que ya
estamos vivas desde mucho antes de que ellos existiesen...
– Si tú lo quieres llamar maravilloso... – Respondió
alicaída Tierra.
– Me resulta maravilloso que existan reflejos de Luna en tu
especie. Pues si una sola ha despertado tanta belleza a lo largo de
tu corta historia, imagina la combinación de su alma en múltiples
identidades.
Varias tormentas se desencadenaron sobre la superficie de Tierra,
cuyo dolor solo hacía que aumentar.
– Auris, Rachel no era mala persona... – Balbuceó a través
de los confines del universo.
– Lo se, pero pretendía ser mucho más grande que lo que le
tocaba ser, seguramente estaba llena de deseos y sueños
inalcanzables para alguien de su condición y edad. La empresa Vida
no era una mala empresa, simplemente estaba mal dirigida y sus
empleados mal aconsejados. – Auris dejó que Tierra sollozase un
poco más, hacía tiempo que no hablaban y sentía su soledad a
través de la inconmensurable distancia que las separaba.
– Piensa que no estás sola, Tierra. – Añadió Auris. – Del
mismo modo que en Vida los ciegos pueden comunicarse entre ellos para
aplacar su desánimo, tú tienes infinidad de estrellas para seguir
haciendo de este universo un lugar mejor.
– Me duele... Me están haciendo daño... – Tierra aún secaba
sus lágrimas con vientos huracanados en puntos de su superficie.
Auris no dudó ni un instante.
– Piensa en Luna. En Stela. En todas las pequeñas lunas que
contienes y te rodean. De vez en cuando, en vez de dictarme poemas o
componerlos tu misma, contempla el inmenso poema que es la existencia
a través de ese precioso bolígrafo de satisfecha melancolía que es
el conjunto de lunas. Ellas escriben cada instante, durante toda la
eternidad. Yo no me canso de leerlas.
Tierra se tranquilizó.
No hubo abrazo entre Tierra y Auris, pero en la inmensa distancia
que las separaba, algo se removió. Estrellas fugaces iniciaron una
danza imposible de cualificar en puntos tan alejados de las galaxias
que nadie que no fuese una estrella podría haber contemplado la
obra.
Fue una señal de interconexión, como una dulce caricia de la
bienaventurada Auris a la maltrecha Tierra, que le decía que, pasase
lo que pasase, siempre serían amigas.
– ¿Qué es eso que se oye en nuestro canal, Auris?
Auris guardó silencio, a la espera de que Tierra se percatase de
que Luna, su Luna, estaba llorando de felicidad.
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Me ha parecido muy bonito este relato, aunque ya sabes que pienso a veces como la tierra xDDDDD de que somos una plaga y todo eso.
ResponderEliminarPues no. Eres Stela xD
EliminarInteresantísima y muy lograda primera parte que abre un canal muy original de comunicación estelar retomando y evolucionando el mito " Gaia ". El desarrollo de esa trama podría ser genial. El relato en si es una escapatoria a la que el autor nos tiene acostumbrados y donde aflora su propio y rico universo interior. Como me gustaría el desarrollo de esa primera parte, que se dirían Arturo y Belthegeuse, Vega y Sirio, que tendrian que decirnos esas nubes de gas primigenio que hace 13.000.000.000 de años luz vieron algo que nosotros no podemos entender. En fin, como siempre se me queda corto. Seguimos esperando... . Enhorabuena
ResponderEliminarEsto puede dar para mucho, ciertamente. A ver si algún día me pongo con ello. Me alegra que sea de tu interés.
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