Timmy se encontraba en su habitación, con la tímida y cálida
luz de su lamparilla de noche iluminando su entorno. Bien arropado,
contemplaba las estanterías plagadas de muñecos y peluches, el
suelo hasta donde le alcanzaba la vista con alguno de ellos suelto
por aquí y por allá, los viejos pósters enganchados a la pared y
la simpática lámpara que coronaba su techo.
Y el armario que había justo frente a él.
Pronto su madre vendría a darle las buenas noches y el momento
más temido por Timmy llegaría, ese instante en el que la oscuridad,
parcialmente rota por una escuálida luz que entraría por la
ventana, se enfrentaría a la verdadera oscuridad, la que el pequeño
intuía tras las puertas de ese gran armario ropero que por las
noches se transformaba en el peor de sus temores.
Dicho y hecho, Catherine entró y besó la frente de su pequeño,
apagando la luz de la mesita de noche y dándole las buenas noches.
Los latidos de su corazón pasaron a hacerse más fuertes, más
sonoros.
Recordaba que todo nació de una pesadilla, pues nunca antes nada
en su habitación le había inquietado. En ese sueño, las puertas
del armario se entreabrían lo justo para dejar escapar un zumbido de
aterradora gravedad al exterior. El zumbido se le clavaba en los
oídos de tal manera que acabó gritando desesperado hasta que sus
padres le despertaron para ver qué ocurría.
Los meses siguientes habían consistido en unas noches calcadas
las unas a las otras. La luz que se apagaba, la puerta de su
habitación que se cerraba, y los ojitos de Timmy abiertos de par en
par en dirección a ese misterioso armario que, bajo ningún
concepto, quería que abriese sus puertas.
*
En el colegio la actitud de Timmy había cambiado. Ya no era tan
sociable y alegre como antes, pues guardaba un terrible secreto que
no quería confesar a nadie. ¿Quién iba a creer que su armario
estaba maldito? Todas las mañanas, no sin cierto reparo, lo abría
para comprobar que simplemente contenía unas estanterías con la
ropa bien ordenada por su madre y un colgador lleno de camisas y
chaquetas. Se planteaba incluso la solución de encender él mismo la
mortecina luz de su lamparilla en plena noche para comprobar por si
mismo que en las noches todo seguía igual.
Sin embargo llegaban las noches y Timmy se arropaba hasta la
nariz, dejando entrever únicamente unos ojos abiertos de par en par,
fijos en el armario que amenazaba con empezar a abrirse en cualquier
momento.
Timmy no temía que dentro de él se ubicase un lugar en llamas, o
un monstruo terrorífico que se lo comiese. Timmy temía a la tortura
eterna en la oscuridad que imaginaba en su interior. Sin poder gritar
nunca lo suficientemente fuerte como para que ninguno de sus padres
lo escuchase, olvidado de todo el mundo de conocía, de toda la
realidad que lo envolvía.
Así pues, nunca se levantó para comprobar nada.
*
Una noche, con la vista turbia por el cansancio, Timmy asistió
impotente a ver como las puertas del armario se abrían lenta pero
inexorablemente. De su interior manaba una luz cargada de esperanza.
A medida que las puertas se abrían, que esa luz iluminaba cada
peluche y cada muñeco de su habitación con la potencia del sol de
la mañana, Timmy se desarropaba más y más. Intuyó una figura
dentro del armario. Era una hermosa niña con alas de colores. Le
sonreía amablemente, invitándole a entrar.
Timmy tenía problemas de sonambulismo, o más bien los había
tenido hacía algunos pocos años, pues llevaban tiempo sin
producirse. Pero era como si Timmy no pensase ni viese del todo bien,
solo actuaba por acto reflejo. Se desarropó del todo y bajó de la
cama. Caminó dando tumbos hacia esa hada que tanto le gustaba y a la
que quería abrazarse para poner fin a todo su miedo, cuando de
repente el rostro de la niña cambió. Sus cejas se arquearon y
empezó a gritar. Gritaba tanto que Timmy no entendía como podía
ser que sus padres no acudiesen a la habitación. El grito se tornó
tan agudo y constante que las puertas del armario se cerraron de par
en par. La luz desapareció.
Y Timmy se encontraba de costado en la cama.
Había sido un sueño.
Inmediatamente miró al armario, que segundos antes había cerrado
sus puertas en su sueño.
Estaba más despierto y alerta que nunca.
*
Cuando escuchó el primer crujido, el corazón le dio un vuelco.
Las puertas se estaban abriendo.
Escuchó bajito el grave zumbido de su pesadilla inicial, y al
mirar por la rendija en la que ya se había convertido la abertura de
las puertas, no vio niños diabólicos o payasos sonrientes llenos de
sangre, ni monstruos terribles ni fuego o personas gritando. No vio
nada.
Una oscuridad sin estrellas, sin puntos de luz que actuasen como
referencia. Era como si de un generador de sombras terroríficas se
tratase, como el origen de todos los males del mundo. Las puertas del
armario fueron abriéndose más y más, hasta que el zumbido, ya
grave hasta el punto de ir acompañado de una vibración como si de
un terremoto se tratase, anuló sus gritos de desesperación, que ni
él mismo oía.
Su cuerpo cayó de la cama, aterrorizado y orinado, y mientras
trataba de agarrarse a sus patas, a cualquier cosa, se vio arrastrado
al interior del armario, que cerró sus puertas en cuanto tuvo a
Timmy en su interior.
Hoy Timmy ya no sabe si lleva horas, días, semanas, meses o años
atrapado en ese lugar.
Gime y llora, de vez en cuando grita con todas sus fuerzas, pero
nadie acude en su ayuda.
Igual que cuando soñó con la niña hada, espera despertarse,
pero el tiempo se hace largo y ese momento no llega. Sueña con el
momento en que su madre le acaricie el hombro y, con la luz del sol,
le proponga desayunar.
Pero en el armario no hay luz ni sonido, no hay peso ni nada real.
No hay nada en absoluto.
Timmy estalló en lágrimas por última vez, suplicando morir.
La respuesta que le vino dada fue una tímida carcajada desde
todos los ángulos.
De ese modo Timmy supo que el armario pertenecía a alguien,
alguien que, desde que se fijo en él, nunca iba a pretender dejarlo
escapar.
Vaya, este relato es realmente inquietante. Uno de los miedos mas pavorosos y terribles que hay es el miedo a la nada, a la oscuridad perpetua. Aquí se nos plasma con una fria y despiadada crueldad esa situación digna de los más oscuros relatos de Stephen King. Esperemos, aunque sólo sea en el relato, que el pequeño consiga salir del armario y retomar su vida como se merece.
ResponderEliminarEs como la peonza de la peli de Origen. ¿Caerá o no caerá?
EliminarGracias por la comparación con el Sr. King, pero creo que él está a años luz.
Deberías dedicarte al terror en serio, cada vez son mas inquietantes y mas chungos, y eso hace que me encanten.
ResponderEliminar¿nunca has pensado en escribir una novela de terror? seria la ostia
Wow, ¡Gracias por el comentario!
EliminarIré escribiendo relatos a ver si consigo superar a tu preferido (Completa tu muñeca).
Saludos compañero, una narración llena de suspense y sustentada en uno de los terrores infantiles más comunes: el miedo a los armarios (sobretodo de noche). El pobre Timmy se termina viendo arrastrado al lugar que tanto temor le ha inspirado cada día y noche, y no parece que sea una pesadilla, ni tampoco que vaya a escapar de allí, así que...me temo que si algún día sale, sea desprovisto de toda la cordura que tuviera antes de entrar.
ResponderEliminar¡Un saludo compañero!
Vaya, me alegra que hayas escogido el terror para leerme en esta ocasión.
EliminarTimmy lo tiene peliagudo, en efecto, si eso no se trata de una especie de pesadilla vivida...
Saludos José Carlos, ¡Gracias por leer y comentar! :)