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3.11
El hombre, que rondaba los cincuenta
años de edad, golpeaba con fuerza el hacha contra la base del árbol.
Ríos de sudor bañaban su frente y
pecho mientras su jornada laboral seguía su curso, ya con el
mediodía pasado y él pensando en qué podría hacer de cenar junto
a sus hijos Bald y Zeder para ellos y la pequeña Laila.
Siempre solía ser igual.
Sobre esa hora su pensamiento se
dirigía primero a esa cuestión, para luego verse asaltado por la
larga melena morena de Lyan, su fallecida mujer.
El dolor y las lágrimas habían
remitido. De hecho, nunca acontecieron.
Cuando el fornido Hêrzel asistió
sollozando a las últimas exhalaciones de Lyan, en su lecho de
muerte, de pronto fue consciente de la gran responsabilidad que le
caía encima al quedarse solo son sus hijos, que pronto alcanzarían
la quincena, y Laila, una preciosa niña de dos años clavada a su
madre.
Pareció, en el último segundo de vida
de su mujer, que con una mirada se lo decían todo.
Hêrzel debería trabajar muy duro por
el futuro de su hija y sus hijos.
El chasquido del hacha golpeando fuerte
el árbol a medio talar lo sacó de su estupor.
Si bien sus pensamientos parecían
detener el tiempo, el constante y duro ritmo que imprimía a su labor
nunca se veía interrumpida.
Salvo cuando escuchó un terrible
gemido de dolor en una de las arremetidas que le mantenían firme de
nuevo a pesar de sus tristes recuerdos.
Dejó su hacha en el suelo y miró
alrededor. Nada parecía habitar el espacio que le rodeaba.
Sin embargo más gemidos, éstos más
tímidos, llenaban el aire.
Hêrzel no daba crédito a la única
posibilidad que se le antojaba, provenían del árbol.
– Siento lo que va a pasar, aún
tenía que pasar tiempo para que te hablase, pero mucho me temo que
la vida que conoces va a interrumpirse abruptamente. – La voz,
poderosa y profunda, le llegaba débil a la zona de árboles talados,
pero allí donde la espesura del bosque crecía, se adivinaba
extremadamente nítida.
– ¿De qué me hablas? – Hêrzel
asía con fuerza el hacha, temiendo que algún desequilibrado
surgiese de los alrededores en cualquier momento.
Pero era consciente de que posiblemente
los gemidos del árbol y esa voz tuviesen algún tipo de conexión.
Escuchó pronto el sonido de ramas y
vegetación moverse, algo ensordecedor para alguien sumido en un
estado de máxima concentración, que indicaba que más de una docena
de individuos avanzaban en algún punto del bosque en dirección a...
Corrió con todas sus fuerzas. Como
nunca pensó que podría correr.
Pero cuando aún le quedaban varios
minutos para alcanzar su hogar, se dio cuenta de que su carrera solo
había servido para permitirle oír los gritos de la rápida batalla
entre sus hijos y la horda de condenados.
El olor a quemado comenzó a inundar el
olfato de un exhausto Hêrzel, a quien de modo fantasmagórico
llegaba el llanto de su hija, desesperado y notorio en un principio,
pero que ya se desvanecía como si sus últimos compases los hubiese
llenado la mente del torturado hombre.
Las lágrimas bañaban su sudado rostro
cuando dejó caer su arma al suelo hincando las rodillas y tapándose
la cara.
Entre sus dedos podía ver un gran
fuego en el que los cuerpos de Bald y Zeder acababan de arder,
chamuscados y ennegrecidos ya por todas partes.
Cuando logró acercarse un poco más,
sollozando y con el paso tambaleante, vio que entre ellos se
encontraba el cuerpo de Laila.
Pasaron jornadas y Hêrzel no salió en
ningún momento de lo que quedaba de su hogar.
No tenía hambre, ni sueño, ni su
mente estaba preparada para nada racional.
Solo movía su cuerpo adelante y hacia
atrás, sollozando en ocasiones, gimiendo en otras.
Hasta que recordó la voz que ese
fatídico día se dirigió a él.
Un nauseabundo olor bañaba el exterior
de su casa cuando se dirigió a lo que quedaba del bosque más
cercano.
Quiso alzar la voz, quiso arremeter
contra aquello que se había atrevido a advertirle de lo que iba a
pasar, pero lo único que lograba era creer más y más que la locura
se había apoderado de él.
En cambio algo detuvo su paso.
Había ido sin pretenderlo al lugar
donde reposaba Lyan.
Sobre su tumba un fino y elegante
bastón parecía decorar el lugar.
Fue a cogerlo, y al fino tacto de la
madera le sucedió de nuevo la voz de aquel día, explicando a
Hêrzel, que boquiabierto prestaba suma atención, a dónde debía ir
y a quiénes debía apoyar si quería realmente acabar con la oscura
época que ya se había llevado todo cuanto él, en su vida anterior,
había amado.
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Pobre mago...cada uno de ellos tiene una historia triste que contar...eso les servirá u motivará para luchar con más fuerza. Bravo Victor! ;)
ResponderEliminarLo Oscuro y las hordas de condenados irrumpieron en Hêrzel con trágico resultado... ¡Pero le hicieron más fuerte!
EliminarVeremos Qartan y Arza, de momento sabemos que el pasado de Miku también es bien duro.
¡Gracias por leer y comentar! ;)
Pura rudeza y máxima crueldad, en esas épocas en que era tan fácil que tu vida cambiara para siempre resulta admirable la capacidad del ser humano para seguir adelante. No en este caso en que por alguna razón fuerzas poderosas intervienen para socorrer al pobre infeliz, así que a la lucha por sobrevivir al horror y el vacío se une una misericordiosa misión y, por ende, una razón para vivir. Me gusta.
ResponderEliminarHêrzel estaba sentenciado tras el incidente con la horda.
EliminarPero el Bosque quiso contar quizá sobretodo con su experiencia para enriquecer lo que representa su única defensa.
Me alegra que te haya gustado, ¡Un saludo!
Muy bueno, y mucho mejor así, de la otra manera nunca se abría la historia de los otros magos, que por lo que se son tan interesantes como la de Vulcany
ResponderEliminar¿Si? Me alegra que la historia de Hêrzel te haya resultado a la altura de la de Vulcany.
Eliminar¡Un abrazo!