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Apoyado contra una pared, cerca del
calor de una hoguera que se consumía, un bastón de ocho emblemas
parecía alzarse vigoroso allí donde el resto de objetos ya dormían.
Vulcany descansaba tras una más de sus
largas jornadas de trabajo en los diferentes bosques arrasados, y el
crepitar de la hoguera proveniente del piso inferior hacía las veces
de relajante ambiente que favorecía el reposo del mago.
En ocasiones fruncía el ceño y se
movía, incluso pretendiendo abrir la boca para exclamar algo.
Sin embargo la oscuridad atacaba con
mayor intensidad cerca del alba, momento en el cual sus sueños se
tornaban más tortuosos y complejos, y en ocasiones hasta le parecía
al joven mago de aspecto anciano que se mezclaban macabra y
deliciosamente con la propia realidad, privándole de escapatoria.
Aunque en ese momento no era así.
Aura lanzaba pequeños y grandes
círculos alrededor de la base del bastón, cuya robusta manera
parecía emanar un tono violeta ante la mágica luz desprendida por
el hada.
En su cúspide, ocho emblemas de marfil
coronaban el bastón, culminando así su belleza perenne.
Primero el de la cabeza de lobo, que
permitía a Vulcany comunicarse con las distintas especies.
Segundo el emblema de protección, que
perfeccionaba el hechizo de invisibilidad hasta forjar un campo en el
que nada indeseable pudiese penetrar.
Luego el de la rama tétrica, con el
que se podía transformar todo un bosque como Ymka había hecho con
su hogar, e incluso obtener copias de uno mismo con variopinto uso.
Frío y fuego, uno al lado del otro,
para ser usados a pequeña o gran escala.
Un hada, preciosa y delicada, que
emanaba luz blanca.
La figura de un águila, que otorgaba
la capacidad de levitar, volar incluso con el poder suficiente, a su
poseedor.
Finalmente el emblema que más valor
tenía para Vulcany, más aún ahora que se encontraba sumido en la
labor que le ocupaba. Se trataba de un simple pétalo, situado en el
extremo más alto del bastón, que permitía al mago dotar de vida al
bosque con mayor celeridad que la del propio curso natural.
Ocho emblemas, recopilados con prisa
dada la amenaza que suponía la cercanía de las hordas de
condenados, y que suponían una importante carga de responsabilidad
para Vulcany, que había visto que desatando su furia y perdiendo el
control dicho poder podía alcanzar unas cotas de destrucción
incontrolables.
Aura danzaba y danzaba, alrededor del
bastón y aproximándose a la hoguera.
Su intención era proteger al mago de
unas terribles pesadillas que ella sí intuía, logrando con creces
su cometido.
La mágica luz violeta que cubría como
una fina niebla el piso inferior de la cabaña de Vulcany era
claramente contraria a la energía negativa de lo que Ymka había
catalogado como lo Oscuro.
Desde el exterior, una bella noche
iluminada por una gran luna mostraba, frente a la entrada de un
frondoso bosque mágico, una cabaña que emanaba por todas y cada una
de sus rendijas un juego de luces donde en ocasiones tomaba más
intensidad el naranja del fuego de la hoguera, otras la luz blanca
que emanaba el bastón cuando Aura casi acariciaba los ocho emblemas
de marfil, y por último un extraño violeta que, sin duda,
fortalecía la paz en el reposo de un mago que, con la primera luz de
la mañana, habría de lanzarse de nuevo a la reconstrucción de los
bosques.
No obstante, antes de llegar la hora
donde lo Oscuro parecía poseer la mente del mago, en ocasiones Aura
volaba hacia su lecho contemplándole tiritar presas de un gran frío
o sudar de un modo infernal.
Los emblemas del frío y del fuego,
para cuya obtención Vulcany tuvo que enfrentarse semidesnudo a una
tormenta de hielo ante la cual no tenía el poder suficiente como
para hacer durar toda la misión de búsqueda su hechizo de cobijo,
causaban mella en el interior del mago.
Demasiados acontecimientos en muy poco
tiempo.
En cualquier caso Vulcany ya no podía
abandonar.
Y no estaba solo. Con Rahn durmiendo
afuera, Aura velando por sus sueños, la elfa encantada con su labor
y ese impresionante bastón de ocho emblemas, el mago habría de
recuperarse ante unos acontecimientos que ni él mismo podía
imaginar.
El crepitar de la hoguera fue
menguando, la luz desvaneciéndose, y en algún punto de la noche lo
único que acompañaba ya a los suaves ronquidos del mago era el
sonido de una naturaleza que le daba las gracias por todo cuanto
estaba haciendo por ella.
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Bravo Victor! Ansiosa por leer más! Qué buena compañía tiene el mago! Te leo!
ResponderEliminarAhora cuelgo el capítulo dos con diez nuevos episodios ^^
EliminarBien, esto va cogiendo cuerpo y profundidad. A falta del corrector me parecen añadidos muy necesarios y que denotan maduración y estilismo. Adelante, pues. Saludos
ResponderEliminarMe alegro de que te parezca una buena inclusión.
Eliminar¡Un saludo!
Mucho mejor así, con estas cosas consigues darle más profundidad a mago y también ayuda a comprenderlo mejor y sin precipitarse.
ResponderEliminarSí, debí hacerle una revisión la verdad... ¡Pero esto es El Nexo!
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