martes, 20 de mayo de 2014

La mosquita y el dinosaurio



Podríamos imaginar un cuenco lleno de mandarinas con demasiados días a cuestas. Ahí, casi desapercibida, flota lentamente una mosquita con unos deseos de lo más razonables.
Ella ha visto la gran velocidad que adquieren las moscas y sus piruetas, el agresivo vuelo de los moscardones y, como no, la impresionante envergadura de las polillas cuyo único talón de Aquiles es acercarse demasiado a la luz cual kamikaze.
En alguno de sus viajes la mosquita incluso ha visto a unas maravillosas criaturas que vuelan agitando a velocidad de vértigo unas alas plagadas de los más variopintos colores.

Podríamos imaginar un mundo pasado en el cual unos reptiles gigantescos reinaban sobre el planeta. Carnívoros, herbívoros y todo el elenco de posibilidades con una característica común en la mayoría de ellos: Su descomunal tamaño.
Podríamos visualizar en aquella época como la misma mosquita que nos ocupa lo pequeña, frágil y miserable que se sentiría.
Incluso podríamos entender que quisiese morir cuanto antes para ver si, por alguno de los avatares del destino, su siguiente reencarnación le otorgaba las piruetas de las moscas, la velocidad de los moscardones, el impresionante tamaño de las polillas o la hermosura de las mariposas.

Lo que costaría más sería inmiscuir a los dinosaurios en el siglo que nos ocupa, en el que la mosquita sigue existiendo. Pero la sorprendente realidad radica en que coexisten a un nivel metafórico lo suficientemente ajustado como para que tal dupla se antoje posible.
Vivimos en una época donde las mosquitas pueden, en vez de aguardar su muerte real, aprovechar cualquiera de las múltiples muertes que tendrán en su vida para tratar de evolucionar. Y eso los dinosaurios no saben como hacerlo, de tanto que han crecido.
Así pues, en la actualidad ciertos seres humanos son como la mosquita con la que hemos empezado esta reflexión. Sus muertes vienen dadas por épocas de grandes cambios a nivel interno, y según se afronten la mosquita pasará a ser una cosa u otra.

En su primeriza vida, la mosquita humana vaga por el mundo a lenta velocidad, flotando sobre su propio cuenco de excrementos, incapaz de salir de él. Así trata de llamar la atención de otras personas, que de ser de buena condición no dudan en echarles un cable con tal de que abandonen su miserable vida, que no merece ni ser llamada existencia. La mosquita cuenta con unos pocos recursos, como las lágrimas de cocodrilo, la huida como sistemático recurso ante la adversidad o la ocultación de sus virtudes y defectos con tal de evitar críticas ajenas.
Tan solo si aprovechasen una de las muchas oportunidades que la muerte en vida les ofrece, ya dejarían de ser mosquitas para siempre. Pero como si de un imán gigantesco se tratase, la mosquita humana se ve atrapada en su propia cadena de repetitivos acontecimientos que, mientras sigan existiendo desconocidos, seguirá funcionando a pleno rendimiento.

Lo curioso es la existencia actual de dinosaurios humanos. Éstos aprovechan el tamaño de su ego para apoderarse de la débil mosquita y encadenarla a ellos para que, bajo su encubierto militar mando, hagan todo cuanto el dinosaurio desee. Con la suficiente astucia, incluso impiden que mosquitas destinadas a madurar o evolucionar queden estancadas en su mísera vida a la sombra de alguien que cree ser mucho más grande de lo que los espejos reflejan.
Cruel es el dinosaurio ante tal ejercicio de cobardía de la mosquita humana.
No obstante, coexisten y suelen producirse alianzas de este tipo.
El resto de la humanidad navega en la escala de grises que permite que el dinosaurio deje de comportarse como tal, y la mosquita pueda evolucionar hasta ponerse a su altura, provenga del campo que provenga.

Así pues vivimos en un mundo donde las mosquitas, las moscas, los moscardones, las polillas y las mariposas son en realidad una misma persona con larga experiencia a sus espaldas si empezó en su día por el eslabón más bajo.
Un mundo donde los dinosaurios vuelven a campar a sus anchas, esta vez mucho más astutos y pérfidos que en su verdadera época.
Es la inevitable consecuencia de situar la condición humana sobre estos seres.
La deformación aparece en forma de lucha de egos, y no hay nada mejor para una persona necesitada de sentirse importante que la constante compañía de una persona absolutamente necesitada de cuidados por ser dependiente.
El dinosaurio humano se alimenta de la energía vital de la mosquita, hasta que lo inevitable acaba ocurriendo.
La mosquita humana, al igual que la mosquita del cuenco de mandarinas, quiere crecer, quiere madurar y quiere evolucionar. De modo que el dinosaurio saca a relucir su contenido potencial para, aprovechándose de su tamaño, aplastar a la mosquita a modo de castigo, convirtiéndola en una mosquita muerta.

Hay que tener cuidado con quien se usa el término mosquita muerta, pues en su fuero interno igual late el corazón de una bellísima mariposa que tan solo necesita algo de tiempo para transformarse.
Lo que está claro es que vivimos en un mundo donde los ricos se asemejan cada vez más a los dinosaurios, y los pobres a las mosquitas.
Con esta disposición de ajedrez, dicho lo dicho y visto lo visto, ¿Cómo creéis que acabará el cuento?

Mosquitas muertas tiradas en el suelo por todas partes.
Mosquitas revoloteando alrededor de un cuenco que no contiene nada saludable.
Mosquitas con ganas de más pero sin técnicas ni recursos para lograr sus objetivos.

La eterna lucha vista desde otro punto de vista.
Quizá si las mosquitas humanas pasasen a ser moscas y luego moscardones, tal vez podríamos algún día montar un ejército de polillas que, suicidas, apagasen todas las luces que protegen al reino de los dinosaurios.

La revolución empezaría por una sola mosquita valiente... A la que los poderosos dinosaurios no dudarían en tildar de mosquita muerta con su ejército de policía, psiquiatras y el mismísimo ejército.

2 comentarios:

  1. Me parece una descripción de la sociedad muy buena la verdad, sigue así!

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  2. Tremenda la alegoria. Ingeniosa y original. En el tiempo en que la estúpida humanidad se ha dado cuenta que la extinción de las abejas causaría la suya propia a corto plazo este relato es aleccionador y nos debería llevar a una profunda reflexión sobre nuestra frágil, vulnerable y simple existencia. Suerte que nuestro planeta de momento y aunque con un creciente cabreo sigue dándonos oportunidades, de hecho a los dinosaurios les dio más de 400 millones de años. Esperemos que las mosquitas fuercen a que vuelva la armonia y la convivencia, Estupendo relato.

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