viernes, 23 de mayo de 2014

Cielo de lluvia



Salió a la calle consciente de la situación. No desperdició la oportunidad de, en cuanto pisó la calle, alzar la mirada al tapado cielo por unas nubes lo suficientemente oscuras como para interpretarlas como una promesa de que todo el día sería así.
Un día de grises, como si el mundo de repente estuviese dibujado en blanco y negro a carboncillo.
Sonrió para sus adentros tanto que incluso se asomó en su rostro un ápice de mueca de sonrisa, pues le encantaban esos días. Ahí donde vivía esos días escaseaban cada vez más, de modo que inició un paseo sin más rumbo que el de disfrutar el espectáculo de aura triste y melancólica en contraste al brillo que él sentía en su interior.

Súbitamente una gota en su frente sirvió de anuncio introductorio a un chispear constante. Se estaba poniendo a llover. Media hora después él estaba ya lejos de su casa, sin estar empapado pero si con la ropa humedecida por la incesante tímida lluvia que ese día le había regalado.
De pronto truenos a lo lejos.
Miró de nuevo hacia el horizonte hasta acabar por mirar justo encima de él. Las nubes eran mucho más oscuras. Eso solo podía significar que se estaba gestando la tormenta. La ansiada tormenta.
La gente iba armada con paraguas o huían a refugiarse en algún local o en sus casas, mientras él seguía avanzando hacia el destino que parecía haberle escogido.
Se trataba de un lejano territorio donde los campos de cultivo abundaban, así como construcciones a medio hacer que algún día podrían ser chalets o masías.

Ahí si que llegó empapado. De los truenos a la lluvia torrencial pasó una diminuta fracción de tiempo, y le pilló desprotegido de lleno. Su sonrisa, ya ampliamente visible, aprobaba de todas todas la que le estaba cayendo encima. Como si Dios se hubiese puesto a llorar, provocando que toda una corte de ángeles hiciesen lo propio, con tanta sensibilidad y pasión que las lágrimas gigantescas se habían tornado en una fina pero bestial descarga de lluvia.
Siguió caminando, chapoteando en los charcos, hasta que llegó a un punto donde podía ver el horizonte en cualquier dirección. Un horizonte coronado, allí donde mirase, por bellísimos relámpagos que le indicaban su ubicación exacta, que no era más que el centro de esa majestuosa tormenta que el día había tenido a bien regalarle.

No había nadie en el punto en el que se encontraba, de modo que cerró los ojos y sintió como el agua caía sobre su cuero cabelludo para después deslizarse por su rostro, pareciendo la escena un espectáculo de desconsuelo y desesperanza. No era así, a él la lluvia le daba ánimos para continuar durante la mayoría absoluta de días calurosos y soleados.
Decidió dar media vuelta.
A medida que se acercaba de nuevo al núcleo de la población, iba cayendo en la cuenta de que a la escasa suma de personas que quedaban en la calle, la lluvia se les antojaba algo desagradable y molesto y, mirando al cielo, le preguntó al Hacedor porqué la condición humana tenía que ser así.
La lluvia ya no era torrencial, y cesando, devolvía al lugar su textura de blancos, negros y miles, millones de grises. No quería llegar a casa, pero no le quedaba elección.

Quizá desde su cama, relajado, aún podría oír el ya escaso crepitar de las gotas sobre sus bordes de la reja de aluminio de su balcón. Quizá una llamada inesperada lo habilitase a contar como se sentía. Abandonado. Por su Dios y su Hacedor en un mundo que había inventado otros de menor escala para hacer fácil su vida, no así su existencia.
No le resultó difícil comprender que para él, la lluvia era un canal directo a su sentimiento de abandono, y que el hecho de sentirlo caer sobre él le apaciguaba el dolor que su alma sentía.

Ya en la cama, desnudo y escuchando los restos de ese majestuoso día, antes de caer dormido pensó en todas las personas que apreciaba, y deseó para ellas un calor y una calidez que, por algún motivo, a él le repelían tanto como le apaciguaba lo triste y melancólico de un día con el cielo de lluvia.

2 comentarios:

  1. Al revés que mucha gente hay a quien un dia nublado y tormentoso le puede parecer maravilloso. El Sol siempre está ahí, lo otro a veces se deja esperar mucho. En este baile de alegorías y metáforas no deja de sorprender la fluida prosa y la cada vez mejor descriptiva. Quiere eso decir que poco a poco la técnica se va asentando y nos promete relatos cada vez mejores. Este ensayo es muy, muy personal. Ojalá el Sol sea capaz de dar la calidez y la paz que a veces se necesita.

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