martes, 18 de noviembre de 2014

La gran caída






Maldita resaca.
Eso es lo último que dijo William en larga caída que iba a poner punto final a su vida.
Un estúpido error en la escalada de una ladera vertical lo había lanzado al vacío. Sin protección ni cuerda.
No sabía muy bien en qué pensar, si aparecería frente a su mirada ese repaso a sus cuarenta años en cualquier momento o simplemente todo se tornaría negro. Veía alejarse más y más a sus compañeros ladera arriba, todos girados mirándole con cara de pánico.
El cielo lucía un intenso azul, con el sol golpeando fuerte en aquella mañana de otoño.
Ya debía quedar poco, cerró los ojos y se dejó llevar.

Cayó sobre algo mullido. Al abrir los ojos comprobó que era su cama. Estaba en casa.
¿Había sido todo una pesadilla? Recordaba con extremo detalle haberse levantado pronto, el desayuno con sus amigos y la caminata hacia la ladera.
Algo confuso, se propuso ponerse en pie, pero unos pasos lo detuvieron. Sin entender muy bien porqué, se le erizó el vello de los brazos. De repente, allí, en pie pasado el pasillo y ya frente a la entrada de su habitación, un esbelta figura de mujer se mantenía estática.
La oscuridad no le permitía ver bien, pero había algo extraño en el bamboleo que ese cuerpo hacía.
Quiso encender la luz pero, al comenzar a girarse hacia el interruptor, la mujer comenzó a dar pasos muy cortos pero a imposible velocidad. Se dirigía hacia él.

En el lapso de tiempo en el que William recuperaba su posición para tratar de evadir la embestida, con el corazón palpitando desenfrenadamente, las manos heladas y un cosquilleo interior que le impedía incluso respirar con normalidad, la negra silueta se adentró en sus sábanas y comenzó a desnudarle.
No hubiese resultado tan terrorífico de no ser porqué William, en un espasmo, había encendido la luz durante un efímero instante y había podido perfilar el rostro de esa mujer. Podredumbre era lo único que se le venía a la cabeza, mientras lo desnudaba, una y otra vez.
Las artes sexuales de la mujer acabaron con ella, también desnuda, cabalgando a un atónito William. Por un momento éste se desentendió de cuanto había ocurrido, concentrándose en ese cuerpo perfecto que se movía como los ángeles. Ahí estuvo su error, pues no estaba en absoluto preparado para lo que vendría a continuación.
Un fétido aliento penetró en sus pulmones mientras la mujer le besaba apasionadamente, y una risa histérica entrecortada con arcadas emergió de ella cuando se apartó bruscamente. William sintió como el cuerpo de la mujer cambiaba, envejecía, en cuestión de segundos, cuando de repente un río de vómito putrefacto cayó sobre su cara.

Quería gritar, pero no podía. Fue ella quien encendió la luz. Ni siquiera entonces salió un solo atisbo de voz de un William que abría y cerraba la boca desesperado. Nuevas oleadas de arcadas daban lugar a más y más vómito, que la mujer, ahora una anciana de terrorífico rostro, interrumpía para restregar sobre la cara de William a lametazos con un lengua tres veces más larga de lo que William consideraba humana.
Cuando su resistencia al horror comenzaba a flaquear y pensaba que se iba a desmayar, la anciana emitió un sonido que hizo que los pasos en el pasillo se reanudasen. Pero no eran pasos de persona alguna. Una cabra negra entró en la habitación. Le habían arrancado los ojos y salía sangre negra de ellos. La anciana impregnó de vómito los pies y tobillos de William, y cuando éste ya parecía no imaginar mayor horror posible, sintió por todo su cuerpo el latigazo de verse devorado por el animal, que hacía crujir sus huesos para luego arrancar la carne.

Por fin pudo gritar, cerrando los ojos con fuerza, cuando súbitamente sintió una agradable sensación de vértigo, de caída libre. Al abrirlos vio a sus amigos, ladera arriba ya muy lejos, y comprendió que aún se encontraba cayendo hacia su muerte segura, sin acabar de entender muy bien una experiencia que nunca, jamás, olvidaría.
Habían pasado unos pocos segundos, en ellos se había concentrado la visita en su cama de aquel engendro del diablo. Pero William continuaba cayendo. De nuevo puso su mirada en aquel precioso cielo azul, salpicado de pequeñas nubes blancas aquí y allá, y fue al sentir el sol que relajó su cuerpo y su mente de nuevo.
Agua. Un lago profundo de agua dulce. Se ahogaba, de modo que trató de salir a la superficie lo más rápido posible. Al hacerlo, contempló un frondoso bosque que lo rodeaba por todas partes. Plantada en una porción de césped bien cuidada, la caravana que sus padres tenían cuando él era pequeño parecía habitada.
Nadó en esa dirección y emergió del lago, cuya temperatura era ideal.
Al acercase a la caravana se le aceleró el corazón, ya en guardia por la experiencia vivida con la anciana.
Abrió la puerta y entró. Kirsten, su ex mujer, estaba dentro, haciendo tortitas en la diminuta cocina. Se giró hacia William y se le iluminó el rostro. Exclamó su nombre y le abrazó con todas sus fuerzas, besándole. William tenía un nudo en la garganta.
Recordó sus problemas con el alcohol y con ellos el infierno que vivieron Kirsten y él durante toda una década. A medida que recordaba más y más acontecimientos, a cual peor, el nudo en la garganta hizo brotar de sus enrojecidos ojos un manantial de lágrimas, y fue cuando hizo un amago de sollozar, cuando se venía abajo y una extraña sensación de caída libre le embargaba, cuando ella le sujetó.

Le propuso desayunar bien para ir a dar una buena vuelta. William estuvo de acuerdo. En el desayuno no faltaron risas, pues parecía ser que una importante parte de los buenos recuerdos a William se le habían olvidado, enterrados en un mar de alcohol que nunca paró de crecer.
Hablaron de la trágica muerte de los padres de William, víctimas de un accidente de tráfico a manos de un borracho al volante, hablaron de Jenny, la hermana de Kirsten, con la que William había engañado a su ex mujer cuando todo estaba más difícil.
Aunque también hablaron de su primer piso, cuando jóvenes e ilusionados compartían tantos y tantos días de sonrisasy tantas y tantas noches de pasión. Hablaron de todos los buenos momentos, esporádicos o no, que habían compartido, y poco a poco William se iba alejando más y más del recuerdo de la anciana, al tiempo que la misteriosa sensación de vértigo desaparecía.

Salieron de la caravana para dar una vuelta.
Kirsten estaba preciosa, pensaba William. No entendía como demonios pudo ser tan estúpido como para dejar escapar a una mujer así.
Perdiéndose entre los árboles del bosque, fueron bromeando, sonriendo, avanzando cada vez más hacia un lugar que al parecer Kirsten quería visitar.
Cuando ella dijo que se encontraban ya bien cerca, a William se le aceleró el corazón. Kirsten siempre había sido muy buena con las sorpresas.
Apartaron unas cuantas últimas ramas de árboles y lo vieron, un espigón de roca que avanzaba hasta quedar colgado en pleno abismo.
Pronto ambos lo habían coronado y, cogidos de la mano, contemplaban las impresionantes vistas.
Sin embargo, algo llamó la atención de William. Se trataba de unos sonidos en las ramas de atrás de su posición. Kirsten no se giró, parecía no haber escuchado nada. Pero William, aterrorizado, comprobó como surgía la cabra negra de ojos arrancados dirigiéndose hacia ellos. Pero no era a ellos quien su cabeza enfocaba, ésta apuntaba directamente al sol.
William sintió como la mano de Kirsten ganaba y ganaba temperatura, y cuando se dispuso a sacarla de aquel lugar, ésta se giró hacia él, lo besó profundamente y le susurró al oído que no tuviese miedo, que todo saldría bien, que aún estaba a tiempo.
William se relajó y, junto a su ex mujer, contempló el sol cegador que no tardó en prender sus cuerpos. No era algo doloroso. No como lo imaginaba William. Para él, lo doloroso era ver a Kirsten consumiéndose, rápidamente, para no dejar rastro de ella.
Cuando la cabra avanzó velozmente, William saltó.
La sensación de vértigo regresó, y cuando William abrió los ojos volvió a ver a sus amigos en lo alto de la ladera. No soportaba el agridulce sabor de lo que aparentemente habían sido un par de sueños. No se explicaba como en tan pocos segundos había podido experimentar sendas advertencias, y mucho menos hallándose tan cerca de la muerte como se encontraba.
Miró el cielo, contempló las nubes y el sol, y se dio la vuelta en cuanto vio como la mujer anciana bajaba también en plena caída hacia él transformándose en una bestia cuyas fauces podrían engullirlo con la más pasmosa de las facilidades.
Abajo estaba Kirsten, con los brazos abiertos.

Pensó en lo que había ocurrido, tratando de poner orden en el caos de los últimos acontecimientos en su vida. Recordaba que se había levantado pronto y con resaca para ir a escalar con sus amigos pero, ¿Hasta que punto era cierto todo cuanto estaba ocurriendo?
La realidad de la escalada, la de la anciana y la de Kirsten podían tener validez de un modo individual, pero no colectivo.
No sabía que hacer, cuando de repente recordó.
<<No tengas miedo, todo saldrá bien, aún estás a tiempo>> Las palabras de Kirsten cerca del lago lo sedaban, le quitaban toda la ansiedad y el sufrimiento, pues sabía que si se abrazaba a ella, aunque no pudiese verla ni tocarla, estaría junto a Kirsten de nuevo, aunque solo se tratase de los últimos instantes de su vida que, por lo que había vivido, podían dar mucho de sí.
De modo que recordó su rostro, su mirada, su sonrisa y, cerrando los ojos, dejó pasar los últimos segundos de la caída ladera abajo.
El golpe no se hizo esperar.

– Cariño ¿Estás bien? – Kirsten parecía agotada.
William se vio tirado en el suelo, con la cabeza amartillando continuamente. Se había caído de la cama. Se levantó con dificultad y, esquivando algunas botellas de alcohol frente a la cocina, vio a Kirsten sentada en el sofá, tapada con una manta, viendo la tele.
Se sentó a su lado, temblando.
Y estalló a llorar.

Al día siguiente William no bebió. No bebió nunca más. Su matrimonio se reconstruyó. Y pese a saber que la negra silueta de la esbelta mujer quedaría en su recuerdo, ya no le dio importancia, pues en su triple sueño había escogido un camino, del que ya nada ni nadie le sacaría jamás.


4 comentarios:

  1. Recuerdo un relato de Edgar Allan Poe que me heló la sangre hace muchos años, nuevamente he podido experimentar esa sensación. Brutalmente terrorífico e impactante nos detalla los acontecimientos vividos en una pesadilla tremenda. Desarrollado, descrito y aderezado por el Autor es soportable en sus tempos laxos pero siempre con esa nota de advertencia de un negro regreso que inexorablemente acontece. Alivio sentido al ver un final aceptable sin poder reprimir la sensación de terror y desasosiego. Gran relato de terror.

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  2. Por fin un relato de terror de los que me gustan! La verdad es que da bastante mal rollo, pero no solo eso, también da asquete. Pero has sabido transmitir las sensaciones del protagonista muy bien.

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