sábado, 22 de noviembre de 2014

La tragedia de Snow


Cuando James despertó, tenía un fragmento de su sueño clavado en la cabeza. Había estado junto a su padre, construyendo uno de los grandes castillos de arena en un atardecer de verano que solían hacer. El castillo tenía profundos túneles, y en sus docenas de picos, incluida la cúspide, lucía un perfecto acabado hecho a partir de pequeños chorros de arena mojada.
No recordaba nada más.

Grace, su mujer, hacía el desayuno en el piso inferior del bonito chalet en el que vivían, y se escuchaban risas en el baño de sus hijas, Shanon y Claudia. El invierno había llegado hacía unas pocas semanas y mirando a través de la ventana James contemplaba como nevaba con intensidad. Era una mañana de sábado, y aunque James no era consciente, en su mente ya se iba perfilando en qué iban a ocupar ese buen día.

Desayunaron todos juntos. En ocasiones James era tan feliz que deseaba comerse a besos a Grace y las pequeñajas. Súbitamente la idea tocó tierra en su mente.
– Chicas, ¿Que os parecería hacer un muñeco de nieve en el jardín? – Dejó ir.
Shanon y Claudia se pusieron como locas, golpeando los cubiertos en la mesa mientras no paraban de afirmar que la idea les encantaba. Grace sonreía, aprobando la idea.
De modo que pasaron la mañana construyendo al muñeco de nieve, primero tres grandes, muy grandes, bolas de nieve para luego dejar volar la imaginación con los atuendos.
La nevada era intensa y constante, y James pensó que había logrado enlazar su sueño de la noche pasada con la realidad al haber hecho ese bonito castillo nevado al que ahora tocaba poner nombre.
Antes de eso, sin embargo, James cayó en la cuenta de que su sueño era más bien recurrente, y que llevaba bastante tiempo teniéndolo, y no solo recordando la construcción del castillo de arena con su padre. Había algo más, algo que tenía en la punta de la lengua constantemente, pero siempre se le escapaba.
Se trataba de algo que le inquietaba. Apartando esa sensación de su mente, entre toda la familia propusieron nombres para el muñeco de nieve.
Quizá no era el más original, pero la pequeña Shanon lo propuso con tal ilusión que finalmente el muñeco de nieve pasó a llamarse Snow. Lucía cuatro grandes botones a lo largo de barriga y pecho, una simpática y coloreada bufanda alrededor de su cuello, un gorro blanco y rojo como  culminación y una cara diseñada con todo el cariño por Grace y ejecutada con maestría por Shanon que hacía que te entrasen ganas de darle un achuchón con solo mirarlo.
James no cayó en la cuenta de que no tenía fotos de ningún castillo de arena hecho cuando era pequeño, y todos juntos, riendo, entraron de nuevo en casa a cambiarse y resguardarse del frío.

Al atardecer, ya cayendo la noche, seguía nevando. Habían visto unas películas pero no por ello James había cesado en pelear contra su mente para alejar la sensación de mal presagio que la parte desconocida de su sueño recurrente le proporcionaba. Indagaba e indagaba, pero no había manera de acceder a otra parte que no fuese la que cada mañana, desde hacía un tiempo, recordaba con claridad.
Cuando la oscuridad inundó la calle, se encendieron puntualmente las luces de navidad de la casa de James y Grace. Las niñas, gritando, anunciaban que era la hora de salir a jugar.
Ya los cuatro en el jardín nevado, pasaron un buen rato tirándose bolas de nieve, bailando alrededor de Snow, que a la luz del precioso conjunto de luces que la casa emanaba, sonreía impávido, con rostro alegre pero mirada oscura, como si de algo importante careciese, mostrando a James una visión parecida a aquello que llevaba sin éxito todo el día tratando de recordar.
Disfrutó de la noche sintiéndose vigilado, pero disfrutó.
Y es que, ¿A quién podría costarle alejar un mal presagio contemplando el precioso rostro de Grace irradiando felicidad junto a dos auténticos tesoros en un paisaje lleno de armonía? Con esos pensamientos bailando una delicada danza en su mente, ya con todas durmiendo, James apuró su whisky frente a la chimenea y se dispuso a irse a dormir.

No despertó al día siguiente. Despertó tres días después.
Al día siguiente Grace y las pequeñas habían ido al centro comercial a pasar la mañana, puesto que James no se encontraba bien. No solo estaba enfermo, sino que había recordado en que consistía la parte del sueño que tanto le inquietaba y no lograba visualizar. Se trataba de él, sentado de pequeño en la arena, solo ante el castillo, contemplando como las olas de un mar que se aventuraba paulatinamente hacia la pequeña playa lamían la base de éste, inundando los túneles y degradándolo poco a poco, muy lentamente, hasta que no quedase rastro de él.
Todo el proceso de un modo inevitable. Frío y melancólico. Nostálgico y cruel.
James despertó a los tres días porqué tras la llamada en la que le informaron de que su familia había muerto en un accidente de tráfico, se arrastró como un muerto viviente hasta que pasó el entierro y se hubo bebido prácticamente todo el whisky que reservaba para las reuniones familiares de esas fatídicas navidades.

Cuando despertó al tercer día, James salió al jardín y se plantó frente a Snow. Le aguantó la mirada y maldijo para sus adentros. Pasó día y noche, casi montando guardia, contemplando como con el transcurrir del invierno y la llegada de los días soleados a aquel bonito pueblo norteño, provocaba de que el muñeco de nieve de su familia fuese derritiéndose lenta pero constantemente.
Era infinitamente más doloroso que la sensación que le invadía cuando recordaba su sueño del castillo de arena, aunque compartían los mismos ingredientes.
A medida que se iba formando un charco en la base de Snow, que avanzaba en forma de riachuelo hacia los pies de un James que se encontraba sentado frente a él, las primeras lágrimas brotaron de sus ojos, para en pocos segundos dar rienda suelta a una cascada que hizo que sus lágrimas salpicasen el lago que representaba el alma de Snow, generada a partir de toda la ilusión de su familia ya desaparecida.

Sus sollozos y gemidos le traían a la mente imágenes de Grace, Shanon y Claudia que actuaban como dolorosos pinchazos en lo más hondo de su corazón.
Pasó muchas jornadas de ese modo, sintiendo como su corazón se iba partiendo en trozos ensangrentados de puro dolor.
Hasta que una noche las luces de navidad que aún no había quitado y que siempre encendía trajeron con su artificial aura a su mente una idea, un concepto, que le salvó la vida. Ya cuando tenía pensado encerrarse en su casa, la casa de su familia, para incendiar todo cuanto una vez relució, cayó en la cuenta de la felicidad que le embargó la noche que jugaron todos alrededor de Snow. Eso le llevó a recordar los buenos momentos que pasaba junto a su padre levantando de la nada los inmensos castillos de arena. Y finalmente, comprendió que Grace y sus hijas no se hallaban encerradas en ningún ataúd ni urna, degradándose a medida que el pasar de los años surtiese efecto.
Grace, Shanon y Claudia se encontraban en todas partes. Su belleza, la ilusión con la que vivieron sus vidas perduraría eternamente con el eco de unos recuerdos que nunca perecerían pues habían existido, habían sido reales.
El gran error del pequeño James había sido atarse a la melancolía de contemplar la inevitable degradación de algo construido en un plano mortal. Debió quedarse con el momento, del mismo modo que no debió atarse al derretirse de Snow, multiplicando su dolor hasta puntos imposibles donde solo la pena del suicidio otorga consuelo.

Comprendido eso, con su familia siempre en su corazón, James quitó las luces de navidad y se fue a dormir.
Soñó con castillos de arena vistos desde la base, imponentes bajo una radiante luz solar, con el relajante sonido de las olas a lo lejos. Soñó con muñecos de nieve a los que se les otorgaba alma a través de pedacitos de uno mismo, fragmentos de una ilusión imperecedera que por siempre brillaría en la memoria universal.
Y soñó con su esposa, Grace, y sus hijas Shanon y Claudia, que durmieron abrazadas a él en un lúcido sueño que James nunca, jamás, olvidaría.

6 comentarios:

  1. Uooo, este relato es muy emotivo, pero siempre pasan desgracias en tus historias (que no me quejo, me gusta, pero pobres).
    Has sabido transmitir la angustia y la pena de James, pero también su alegría e ilusión del principio y el final.

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    1. Me alegra que te hayan llegado todas esas emociones. ¡Gracias por comentar Silvia!

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  2. Que decir. Hay veces que algo te remueve por dentro. La descriptiva de esos castillos de arena me ha dejado en " stand by ", que recuerdos.... . El relato en sí me parece si no el mejor uno de los mejores escritos hasta la fecha: la manera de meterte en situación, el desarrollo del cuerpo, su preresolución, su alegoria endémica... Estoy gratamente sorprendido y halagado ya que me ha llegado al interior. Y eso no es fácil. Enhorabuena porque cada vez vas a más.

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    1. ¡Gracias! Me alegra que te haya gustado lo de los castillos de arena ;)

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  3. Hola Victor.
    Un relato familiar, ambipolar tanto por lo navideño como por lo veraniego, y por los sentimientos contradictorios que tiene el protagonista en el desarrollo y al final del relato.
    Muy emotivo.
    Encierra una enseñanza... que todo depende del cristal con que se miren las cosas. Hay que quedarse con lo bueno y olvidar lo malo. Positividad ante la vida, nunca negatividad.
    Saludos. Me ha gustado.
    Seguiré pasándome a leer algunos de tus relatos.

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    1. ¡Gracias por comentar! Me alegra que te haya gustado. ¡Nos leemos!

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