– ¿Te sientes capaz?
La mirada del interrogador era gélida,
nada podía escapar a un análisis que iba más allá de las
palabras, que cruzaba sin problemas las corrientes de las dudas y
peregrinaba sin descanso atravesando los desiertos, montañas y
bosques que enmarañados daban forma a los desordenados sentimientos
del individuo interrogado.
Había estado bajo observación durante
mucho tiempo sin que se percatase de ello, pero en las últimas
semanas el asunto había adquirido tal gravedad que el simple hecho
de mirar hacia su interior le provocaba cierta sensación de miedo
irracional. Por eso estaba en esa sala ante la gélida mirada de su
conciencia.
Tanto daba esta vez que su mente se
distrajese con alucinaciones inexistentes o derrapase a toda
velocidad buscando sueños donde refugiarse. Podía crear de modo
superficial múltiples realidades combinando partes de su pasado e
inundándolas con los sentimientos que le evocaban ahora que pisaba
el presente, siendo la proyección resultante algo que lanzar a
cualquier interrogador, algo con lo que acallar cualquier voz
interior o justificar cualquier acción injustificable a priori.
Sin embargo su conciencia atravesaba
esas realidades como si se disparase a bocajarro contra una porción
de mantequilla. Tal era su pésima consistencia. A medida que pasaban
los días el preso iba llegando a la conclusión de que por mucho que
su imaginación crease, el verdadero compromiso que le daría la
libertad para decidir no se encontraba esta vez en ningún lugar más
que en la misma realidad. Quizá siempre fue así, quizá mientras él
peleaba por no ahogarse en pesadillas recurrentes donde un incesante
flujo de olas agotaba su energía en una cerrada noche, tan solo
tendría que haberse agarrado a la roca más cercana y emerger de la
lucha sin sentido que supone pelear a ciegas contra no sólo todo y
todos, sino también contra uno mismo.
« ¿Te sientes capaz? »
En su interior la voz de Conciencia
insistía. Era lo macabro de esa situación, pues si quitabas capas y
disfraces, máscaras y escudos, aterrizabas en el mundo de los
sueños. Si profundizabas en él descubrías que las pesadillas más
oscuras estaban teñidas de esperanza e ilusión. Despertar en sí no
era el objetivo, sino resolver las macabras situaciones que una mente
desequilibrada plasmaba sobre el lienzo onírico, para lograr
descansar en paz noche a noche en una lucha aparentemente
interminable.
Conciencia, sin embargo, atravesaba ese
terreno y sobrevolaba al niño que gime presa del pánico del mismo
modo que contemplaba al anciano de espíritu que se consume
lentamente en el transcurso de los días de una efímera vida. Para
Conciencia el niño y el anciano, los sueños y las pesadillas, las
máscaras y los escudos eran lo mismo: Una porción de algo volátil
sin raíz alguna. No necesitaba destruirlo, simplemente lo atravesaba
para mirar a los ojos de la persona que tenía enfrente y hacerle la
misma pregunta una y otra vez.
Responder con sinceridad a esa pregunta
requería una búsqueda interior contradictoria. Si su conciencia
apartaba sistemáticamente todo cuanto él creía que le definía
para insistir en una respuesta surgida de lo que él suponía la
nada, entonces su búsqueda interior bien podría ser una recursiva
forma de ocultarse. Creaba un pequeño mundo donde poder moverse
dentro de ciertos límites, dejaba pistas de cómo dar con él
realizando ciertas maniobras y se ocultaba en su escondite para
repetir el proceso con nuevos mundos, quizá incluso universos en
forma de billetes de ida a psiquiátricos, con nuevas pistas y nuevos
escondites.
Retorcido para la sana vitalidad mental
de las compañías que ya empezaban a desfilar.
Aunque simple aún para él, que, solo
en la cámara donde se encontraba junto al interrogador, tan solo
tenía que encontrarse en una de esas iteraciones para poder emerger
y responder a la pregunta.
Conciencia parecía no dar importancia
a ese puzzle que solo el interrogado parecía valorar. Como si
simplemente se tratase de otro escenario más, lo omitía para clavar
su intensa mirada sin mostrar signos de impaciencia.
– Bueno, aquí podemos pasarnos la
vida, ¿No crees? – Dijo el interrogado barajando la posibilidad de
tomarse algo y “pasar a un nivel superior”.
– Es lo que llevas haciendo más de
una década. – La mirada de Conciencia debió mostrar un atisbo de
tristeza o desánimo, pero siguió atravesando, como confiando
ciegamente en que lograría hablar con la única persona que podía
verdaderamente resolver la laberíntica y penosa situación.
El interrogado pensó en Experiencia y
Resolución, en Esperanza e Ilusión, en Observador y en Rectitud, en
cómo habían fracasado juntos tantas y tantas veces en la búsqueda
cíclica de nada en especial, quizá solo de una morbosa
autodestrucción que ya trascendía del interior de una persona para
directamente afectar a su entorno más inmediato.
Si seguía en ese bucle, si no lograba
detener el proceso de ocultarse para avanzar, el paso de los años
borraría todo atisbo de luz dejándole solo frente a la hoguera que
tanto había alimentado. A ella le lanzaría cada segundo, cada
instante, de su presente, mientras su mente constantemente evadida
nadaría en la gloria inexistente de un pasado idealizado mientras
podrida de odio rebuscaría en el futuro inmediato con tal de
encontrar nuevas fuentes de vida y esperanza, ya no suyas, a partir
de las cuales generar más material que lanzar a una cada vez más
gigantesca hoguera.
– ¿Te sientes capaz?
La pregunta le sacó de su reflexión.
Era interesante ver como chocaban el gris azulado de la mirada de
Conciencia, prácticamente un calco al de su hermana, con el naranja
oscuro de la hoguera que su mente ya oteaba en un relativamente
lejano horizonte.
Ser capaz implicaba resucitar unos
hábitos enterrados en algún momento de la caótica evolución.
Implicaba emprender un viaje de búsqueda interior mientras la danza
de la responsabilidad proseguía entrelazándose con la melodía del
deber. Implicaba una gran renuncia, una gran caída, que podía ser
sobre un colchón médico o sobre la realidad que tantas y tantas
veces había esquivado, de la que en incontables oportunidades como
ésta se había terminado ocultando.
Si se encontraba en esa sala, a solas
consigo mismo, era porque aún estaba dispuesto a caer sobre la
realidad para caminar sobre ella, magullado o no. Aún confiaba en
sus posibilidades, ahí donde el desengaño parecía haber causado
mella en un cercano entorno que parecía ya negar tímidamente con la
cabeza.
Los vampiros de energía son personas
que usan ciertas habilidades para dejar al prójimo hundido en su
pozo personal, obteniendo a cambio el empuje que creen necesario para
seguir caminando hasta dar con la próxima víctima. Es una técnica
de desgaste, cobarde y despreciable, pero que sin embargo está al
alcance de personas que pueden generar energía positiva por ellos
mismos.
El interrogado lo sabía porqué lo
sentía en su interior. Sentía como justificando lo injustificable
había traspasado ciertas barreras que un día lo definieron, y en
algún momento había comenzado a absorber en lugar de ofrecer.
¿Se trataba de una enfermedad
incurable?
No podía saber si existía la
posibilidad de reencauzar de un modo permanente todo lo relativo a
ese terreno o por lo contrario se trataba de un proceso que cada vez
contaminaría más su interior dándole la razón en todo cuanto
Conciencia le había comentado que llevaba más de una década
haciendo.
En ese caso la lucha interior seguiría
creando mundos y escondites, máscaras y niveles, capas y pistas, y
de nada serviría seguir bailando en la realidad pues en algún
remoto punto del entramado un ser solitario y amargado, cada vez más
consumido, rugiría arrastrándose de modo patético por alguna droga
que le brindase la evasión necesaria para no tener que enfrentarse
jamás a la realidad por sí mismo.
– ¿Te sientes capaz? – Esta vez
Conciencia hizo uso de un tono más agresivo. Incluso le pareció que
mostraba una ínfima mueca de sonrisa, a juego por supuesto con su
tono y su mirada.
Y es que quizá en ese sendero de
pensamiento se hallase el lugar para pisar por vez primera sin
cálculos ni previsiones, sin expectativas ni reservas. Durante años
había sentido que cogía carrerilla para saltar, y el resultado que
el paso del tiempo había sentenciado inequívocamente era un
estancamiento total muy cercano a la apatía. Quizá ese sendero de
pensamiento, en el que no se podía correr ni saltar, pero sí
caminar, era una porción de la verdadera realidad que siempre le
había rodeado. El salto, el gran salto que siempre pretendió dar,
había acabado por revelarse como la mayor de las evasiones, el darle
la espalda a la vida y su camino para ahorrarse, con las penas y el
sufrimiento, los buenos momentos por los que al fin y al cabo merece
la pena luchar.
¿Se trataba pues de una pregunta
malinterpretada?
¿Puede la conciencia de una persona
marchita en espíritu interesarse por si, en lo más hondo de su ser,
se siente capaz de mover el mundo que le rodea? ¿O se trataba de
algo mucho más sencillo?
Del mismo modo que el interrogado
intuía sencillez ahí donde sus acciones dibujaban un incesante
caos, ahora contemplaba como su mente retorcida había hecho de una
pregunta simple y directa un mundo en el que perderse, evadirse y
justificarse.
Alzó inmediatamente la mirada y se
encontró solo, sin nadie a quien responder.
Conciencia había dejado abierta la
puerta de la sala.
Al salir al exterior se encontró
frente a un camino de tierra donde otras personas iban y venían, y
un precipicio en cuya pared extraños dibujos guiaban a personas que,
al escalarlo, se sacudían el polvo y emprendían con rumbo decidido
su camino.
Tentadores rótulos salpicaban el
camino y la pared del precipicio. Ahí estaban todas las
distracciones y evasiones que podían hacerle regresar una y otra
vez, hasta el verdadero final, al punto de partida del cual
probablemente poco se había movido jamás.
Unos médicos le sonreían con unas
vendas en las manos, garantizándole que de ese modo no vería las
distracciones y podría centrarse en aprender a caminar. Se sentía
observado por su entorno, quizá incluso empujado hacia esas vendas.
– ¿Te sientes capaz? – Conciencia
lo miraba como un entrenador que espera a que el aprendiz dé el
primer paso, a medio camino entre el precipicio y el camino.
Con la vista al frente dio un paso,
dejando un poco atrás a los médicos que le ofrecían las vendas.
Cerró los ojos y, cruzándose de brazos decidió que mentalmente
permanecería en ese punto hasta el día siguiente, donde se daría
la oportunidad de dar otro paso en firme. Fue como abrirlos de
repente en otra realidad. El lapso de tiempo para poder dar un
siguiente paso estaba repleto de responsabilidades, y desde luego
viajar mentalmente de modo inútil por los estados emocionales de una
droga no parecía compatible con esos hábitos a desarrollar.
– Sí. – Dejó ir prácticamente en
un susurro. Se sentía capaz de dar pequeños pasos con un rumbo
interior establecido. Si eso era caminar, el tiempo dirimiría si su
destino sería el horizonte o el precipicio, pero al menos habría
ganado una actitud.
A medida que el sol caía quedó solo
en el camino.
En sus pesadillas sabía que no estaba
descansando en paz, pues había dado rienda suelta a algo que no
tenía cabida en sus renovadas intenciones. Siempre regresaba.
Representaba el escenario en el que
luchaba por no ahogarse, las oscuras olas incesantes que nada tenían
que ver con el mar que siempre había sentido su aliado. El Monstruo
siempre ansiaba destruirlo todo sin sentido alguno, deshacer los
caminos para regresar al origen o, más bien, a su origen.
¿Cómo escapar de él? ¿Cómo
plantarle cara? ¿Cómo evitar que tomase el control?
– Todos llevan uno dentro, pero le
plantan cara dando prioridad a aquello de lo que tú has querido
escapar. Le das alas al dedicarle tanta atención. – Era
Experiencia, no necesitaba abrir los ojos para corroborarlo. De nuevo
volvía a estar acompañado por su mundo interior. Podía crear.
A su alrededor, emergiendo de un
precipicio que ahora se le antojaba más oscuro, más peligroso, más
doloroso, el rugido del Monstruo le hacía sonreír. Resultaba
demencial haber vivido partido en dos, en contra dirección, durante
tanto tiempo. Contener tal energía en su interior no le hacía
especial ni diferente, era el modo de gestionarla lo que había hecho
saltar su equilibrio por los aires de modo continuo.
Debía abandonar esa alucinación
creada por su mundo interior y mantenerse con los pies en la
realidad. Debía tomarse las cosas con calma para poder estar seguro
de qué paso dar cada día, sin bandazos, sin caos, sin impulsos
descontrolados.
Con la diaria promesa de una noche que
se cierne sobre uno mismo, era consciente de que debía mantenerse
más que nunca con la mente lo suficientemente despejada como para
evitar que ciertos impulsos lo condujesen a dar pasos sin sentido.
Pues es ahí donde los médicos actúan con sus vendas, inculcándote
un sentido correcto en lugar de permitir que uno mismo dé con él.
Permaneció quieto. Aún era de día y
quedaba tiempo para que la noche cayese brindándole la oportunidad
de convertir palabras, intenciones y convicciones en humo.
Sin embargo algo había cambiado. Ya no
se trataba de una lucha, sino de aprender a vivir. El Monstruo era su
único rival, siempre lo había sido. Quizá no se puedan hacer
desaparecer ciertos instintos, pero sí que se puede alcanzar cierto
equilibrio que te permite controlarlos y gestionarlos. De modo que se
puso en marcha con el firme propósito de dejar su alter ego plantado
justo donde dio el paso que le alejó de los médicos y de las
vendas, hasta que el sol de un nuevo día le permitiese dar un
siguiente paso por ese camino tan real, donde se le antojaba inmensa
la paciencia a ofrecer.
– ¿Crees que por fin será capaz? –
Preguntó Experiencia preocupado.
La gélida mirada de Conciencia no dejó
traslucir emoción alguna. Miraba a la figura inmóvil de un modo
severo y tenso.
Frente a ella, unos pasos más
adelante, una taberna ofrecía compañía y cerveza, risas e
intensidad. Era tan solo una de las miles que ese tramo del camino
contenía.
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