viernes, 30 de agosto de 2013

Capacidad


– ¿Te sientes capaz?
La mirada del interrogador era gélida, nada podía escapar a un análisis que iba más allá de las palabras, que cruzaba sin problemas las corrientes de las dudas y peregrinaba sin descanso atravesando los desiertos, montañas y bosques que enmarañados daban forma a los desordenados sentimientos del individuo interrogado.
Había estado bajo observación durante mucho tiempo sin que se percatase de ello, pero en las últimas semanas el asunto había adquirido tal gravedad que el simple hecho de mirar hacia su interior le provocaba cierta sensación de miedo irracional. Por eso estaba en esa sala ante la gélida mirada de su conciencia.
Tanto daba esta vez que su mente se distrajese con alucinaciones inexistentes o derrapase a toda velocidad buscando sueños donde refugiarse. Podía crear de modo superficial múltiples realidades combinando partes de su pasado e inundándolas con los sentimientos que le evocaban ahora que pisaba el presente, siendo la proyección resultante algo que lanzar a cualquier interrogador, algo con lo que acallar cualquier voz interior o justificar cualquier acción injustificable a priori.
Sin embargo su conciencia atravesaba esas realidades como si se disparase a bocajarro contra una porción de mantequilla. Tal era su pésima consistencia. A medida que pasaban los días el preso iba llegando a la conclusión de que por mucho que su imaginación crease, el verdadero compromiso que le daría la libertad para decidir no se encontraba esta vez en ningún lugar más que en la misma realidad. Quizá siempre fue así, quizá mientras él peleaba por no ahogarse en pesadillas recurrentes donde un incesante flujo de olas agotaba su energía en una cerrada noche, tan solo tendría que haberse agarrado a la roca más cercana y emerger de la lucha sin sentido que supone pelear a ciegas contra no sólo todo y todos, sino también contra uno mismo.
« ¿Te sientes capaz? »
En su interior la voz de Conciencia insistía. Era lo macabro de esa situación, pues si quitabas capas y disfraces, máscaras y escudos, aterrizabas en el mundo de los sueños. Si profundizabas en él descubrías que las pesadillas más oscuras estaban teñidas de esperanza e ilusión. Despertar en sí no era el objetivo, sino resolver las macabras situaciones que una mente desequilibrada plasmaba sobre el lienzo onírico, para lograr descansar en paz noche a noche en una lucha aparentemente interminable.
Conciencia, sin embargo, atravesaba ese terreno y sobrevolaba al niño que gime presa del pánico del mismo modo que contemplaba al anciano de espíritu que se consume lentamente en el transcurso de los días de una efímera vida. Para Conciencia el niño y el anciano, los sueños y las pesadillas, las máscaras y los escudos eran lo mismo: Una porción de algo volátil sin raíz alguna. No necesitaba destruirlo, simplemente lo atravesaba para mirar a los ojos de la persona que tenía enfrente y hacerle la misma pregunta una y otra vez.
Responder con sinceridad a esa pregunta requería una búsqueda interior contradictoria. Si su conciencia apartaba sistemáticamente todo cuanto él creía que le definía para insistir en una respuesta surgida de lo que él suponía la nada, entonces su búsqueda interior bien podría ser una recursiva forma de ocultarse. Creaba un pequeño mundo donde poder moverse dentro de ciertos límites, dejaba pistas de cómo dar con él realizando ciertas maniobras y se ocultaba en su escondite para repetir el proceso con nuevos mundos, quizá incluso universos en forma de billetes de ida a psiquiátricos, con nuevas pistas y nuevos escondites.
Retorcido para la sana vitalidad mental de las compañías que ya empezaban a desfilar.
Aunque simple aún para él, que, solo en la cámara donde se encontraba junto al interrogador, tan solo tenía que encontrarse en una de esas iteraciones para poder emerger y responder a la pregunta.
Conciencia parecía no dar importancia a ese puzzle que solo el interrogado parecía valorar. Como si simplemente se tratase de otro escenario más, lo omitía para clavar su intensa mirada sin mostrar signos de impaciencia.
– Bueno, aquí podemos pasarnos la vida, ¿No crees? – Dijo el interrogado barajando la posibilidad de tomarse algo y “pasar a un nivel superior”.
– Es lo que llevas haciendo más de una década. – La mirada de Conciencia debió mostrar un atisbo de tristeza o desánimo, pero siguió atravesando, como confiando ciegamente en que lograría hablar con la única persona que podía verdaderamente resolver la laberíntica y penosa situación.
El interrogado pensó en Experiencia y Resolución, en Esperanza e Ilusión, en Observador y en Rectitud, en cómo habían fracasado juntos tantas y tantas veces en la búsqueda cíclica de nada en especial, quizá solo de una morbosa autodestrucción que ya trascendía del interior de una persona para directamente afectar a su entorno más inmediato.
Si seguía en ese bucle, si no lograba detener el proceso de ocultarse para avanzar, el paso de los años borraría todo atisbo de luz dejándole solo frente a la hoguera que tanto había alimentado. A ella le lanzaría cada segundo, cada instante, de su presente, mientras su mente constantemente evadida nadaría en la gloria inexistente de un pasado idealizado mientras podrida de odio rebuscaría en el futuro inmediato con tal de encontrar nuevas fuentes de vida y esperanza, ya no suyas, a partir de las cuales generar más material que lanzar a una cada vez más gigantesca hoguera.
– ¿Te sientes capaz?
La pregunta le sacó de su reflexión. Era interesante ver como chocaban el gris azulado de la mirada de Conciencia, prácticamente un calco al de su hermana, con el naranja oscuro de la hoguera que su mente ya oteaba en un relativamente lejano horizonte.
Ser capaz implicaba resucitar unos hábitos enterrados en algún momento de la caótica evolución. Implicaba emprender un viaje de búsqueda interior mientras la danza de la responsabilidad proseguía entrelazándose con la melodía del deber. Implicaba una gran renuncia, una gran caída, que podía ser sobre un colchón médico o sobre la realidad que tantas y tantas veces había esquivado, de la que en incontables oportunidades como ésta se había terminado ocultando.
Si se encontraba en esa sala, a solas consigo mismo, era porque aún estaba dispuesto a caer sobre la realidad para caminar sobre ella, magullado o no. Aún confiaba en sus posibilidades, ahí donde el desengaño parecía haber causado mella en un cercano entorno que parecía ya negar tímidamente con la cabeza.

Los vampiros de energía son personas que usan ciertas habilidades para dejar al prójimo hundido en su pozo personal, obteniendo a cambio el empuje que creen necesario para seguir caminando hasta dar con la próxima víctima. Es una técnica de desgaste, cobarde y despreciable, pero que sin embargo está al alcance de personas que pueden generar energía positiva por ellos mismos.
El interrogado lo sabía porqué lo sentía en su interior. Sentía como justificando lo injustificable había traspasado ciertas barreras que un día lo definieron, y en algún momento había comenzado a absorber en lugar de ofrecer.
¿Se trataba de una enfermedad incurable?
No podía saber si existía la posibilidad de reencauzar de un modo permanente todo lo relativo a ese terreno o por lo contrario se trataba de un proceso que cada vez contaminaría más su interior dándole la razón en todo cuanto Conciencia le había comentado que llevaba más de una década haciendo.
En ese caso la lucha interior seguiría creando mundos y escondites, máscaras y niveles, capas y pistas, y de nada serviría seguir bailando en la realidad pues en algún remoto punto del entramado un ser solitario y amargado, cada vez más consumido, rugiría arrastrándose de modo patético por alguna droga que le brindase la evasión necesaria para no tener que enfrentarse jamás a la realidad por sí mismo.
– ¿Te sientes capaz? – Esta vez Conciencia hizo uso de un tono más agresivo. Incluso le pareció que mostraba una ínfima mueca de sonrisa, a juego por supuesto con su tono y su mirada.
Y es que quizá en ese sendero de pensamiento se hallase el lugar para pisar por vez primera sin cálculos ni previsiones, sin expectativas ni reservas. Durante años había sentido que cogía carrerilla para saltar, y el resultado que el paso del tiempo había sentenciado inequívocamente era un estancamiento total muy cercano a la apatía. Quizá ese sendero de pensamiento, en el que no se podía correr ni saltar, pero sí caminar, era una porción de la verdadera realidad que siempre le había rodeado. El salto, el gran salto que siempre pretendió dar, había acabado por revelarse como la mayor de las evasiones, el darle la espalda a la vida y su camino para ahorrarse, con las penas y el sufrimiento, los buenos momentos por los que al fin y al cabo merece la pena luchar.
¿Se trataba pues de una pregunta malinterpretada?
¿Puede la conciencia de una persona marchita en espíritu interesarse por si, en lo más hondo de su ser, se siente capaz de mover el mundo que le rodea? ¿O se trataba de algo mucho más sencillo?
Del mismo modo que el interrogado intuía sencillez ahí donde sus acciones dibujaban un incesante caos, ahora contemplaba como su mente retorcida había hecho de una pregunta simple y directa un mundo en el que perderse, evadirse y justificarse.
Alzó inmediatamente la mirada y se encontró solo, sin nadie a quien responder.
Conciencia había dejado abierta la puerta de la sala.
Al salir al exterior se encontró frente a un camino de tierra donde otras personas iban y venían, y un precipicio en cuya pared extraños dibujos guiaban a personas que, al escalarlo, se sacudían el polvo y emprendían con rumbo decidido su camino.
Tentadores rótulos salpicaban el camino y la pared del precipicio. Ahí estaban todas las distracciones y evasiones que podían hacerle regresar una y otra vez, hasta el verdadero final, al punto de partida del cual probablemente poco se había movido jamás.
Unos médicos le sonreían con unas vendas en las manos, garantizándole que de ese modo no vería las distracciones y podría centrarse en aprender a caminar. Se sentía observado por su entorno, quizá incluso empujado hacia esas vendas.
– ¿Te sientes capaz? – Conciencia lo miraba como un entrenador que espera a que el aprendiz dé el primer paso, a medio camino entre el precipicio y el camino.
Con la vista al frente dio un paso, dejando un poco atrás a los médicos que le ofrecían las vendas. Cerró los ojos y, cruzándose de brazos decidió que mentalmente permanecería en ese punto hasta el día siguiente, donde se daría la oportunidad de dar otro paso en firme. Fue como abrirlos de repente en otra realidad. El lapso de tiempo para poder dar un siguiente paso estaba repleto de responsabilidades, y desde luego viajar mentalmente de modo inútil por los estados emocionales de una droga no parecía compatible con esos hábitos a desarrollar.
– Sí. – Dejó ir prácticamente en un susurro. Se sentía capaz de dar pequeños pasos con un rumbo interior establecido. Si eso era caminar, el tiempo dirimiría si su destino sería el horizonte o el precipicio, pero al menos habría ganado una actitud.

A medida que el sol caía quedó solo en el camino.
En sus pesadillas sabía que no estaba descansando en paz, pues había dado rienda suelta a algo que no tenía cabida en sus renovadas intenciones. Siempre regresaba.
Representaba el escenario en el que luchaba por no ahogarse, las oscuras olas incesantes que nada tenían que ver con el mar que siempre había sentido su aliado. El Monstruo siempre ansiaba destruirlo todo sin sentido alguno, deshacer los caminos para regresar al origen o, más bien, a su origen.
¿Cómo escapar de él? ¿Cómo plantarle cara? ¿Cómo evitar que tomase el control?
– Todos llevan uno dentro, pero le plantan cara dando prioridad a aquello de lo que tú has querido escapar. Le das alas al dedicarle tanta atención. – Era Experiencia, no necesitaba abrir los ojos para corroborarlo. De nuevo volvía a estar acompañado por su mundo interior. Podía crear.
A su alrededor, emergiendo de un precipicio que ahora se le antojaba más oscuro, más peligroso, más doloroso, el rugido del Monstruo le hacía sonreír. Resultaba demencial haber vivido partido en dos, en contra dirección, durante tanto tiempo. Contener tal energía en su interior no le hacía especial ni diferente, era el modo de gestionarla lo que había hecho saltar su equilibrio por los aires de modo continuo.
Debía abandonar esa alucinación creada por su mundo interior y mantenerse con los pies en la realidad. Debía tomarse las cosas con calma para poder estar seguro de qué paso dar cada día, sin bandazos, sin caos, sin impulsos descontrolados.
Con la diaria promesa de una noche que se cierne sobre uno mismo, era consciente de que debía mantenerse más que nunca con la mente lo suficientemente despejada como para evitar que ciertos impulsos lo condujesen a dar pasos sin sentido. Pues es ahí donde los médicos actúan con sus vendas, inculcándote un sentido correcto en lugar de permitir que uno mismo dé con él.

Permaneció quieto. Aún era de día y quedaba tiempo para que la noche cayese brindándole la oportunidad de convertir palabras, intenciones y convicciones en humo.
Sin embargo algo había cambiado. Ya no se trataba de una lucha, sino de aprender a vivir. El Monstruo era su único rival, siempre lo había sido. Quizá no se puedan hacer desaparecer ciertos instintos, pero sí que se puede alcanzar cierto equilibrio que te permite controlarlos y gestionarlos. De modo que se puso en marcha con el firme propósito de dejar su alter ego plantado justo donde dio el paso que le alejó de los médicos y de las vendas, hasta que el sol de un nuevo día le permitiese dar un siguiente paso por ese camino tan real, donde se le antojaba inmensa la paciencia a ofrecer.

– ¿Crees que por fin será capaz? – Preguntó Experiencia preocupado.
La gélida mirada de Conciencia no dejó traslucir emoción alguna. Miraba a la figura inmóvil de un modo severo y tenso.
Frente a ella, unos pasos más adelante, una taberna ofrecía compañía y cerveza, risas e intensidad. Era tan solo una de las miles que ese tramo del camino contenía.

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