jueves, 29 de agosto de 2013

El momento



El amanecer baña de luz todo el País de Nunca Jamás. Muy lejos y más bien cerca, la realidad abraza a todos sus integrantes de un modo férreo, casi violento.
En la playa de la voluntad, un mar de posibilidades lame periódicamente la arena de los sueños. Ahí se bañan los que consiguen aunar ambas existencias, conscientes de que lo que experimentan en esas aguas puede pasar, o no. Lo que nadie puede arrebatarles es el momento.
Ese instante en que decides compartir, con alguien o contigo mismo, el pequeño tesoro que supone un hallazgo en los tiempos que corren.

Cuando dejarte abrazar demasiado por la realidad pone en jaque todos los sueños que moran en el País de Nunca Jamás, cuando la corriente siempre parece conducir a un estanque de aguas podridas disfrazadas de cristalina transparencia, es entonces cuando resulta evidente que sin esfuerzo no lograrás nadar en mar abierto, donde todo es posible.
Con la luz de un nuevo día, muchos salen a pelear aceptando ese abrazo que cada vez aprieta más, otros simplemente se dejan llevar por la corriente pertinente esperando que la promesa de cristalinas aguas se haga realidad, mientras que otros se esconden o huyen, quizá incluso inventando caminos en la nada, moradas mentales de truco semejante a la estafa del estanque.
Es en la pelea donde, a veces, se abre la brecha entre los dos mundos. Uno aterriza un buen día en el País de Nunca Jamás, y ahí ve con sus propios ojos como cientos de miles, quizá más, de caminos le invitan a ser recorridos en el otro lado, donde todo es difícil, donde todo requiere esfuerzo.
Ese hallazgo, ese momento, recompensa todo lo recorrido con anterioridad, renueva fuerzas y hace que contemplemos el atardecer con ánimo renovado.
Nada moribundo hay en él, puesto que se es consciente de que pronto llegará un nuevo día y con él la oportunidad necesaria para construir ese camino que ya parece más un sueño que una realidad.
Con esa premisa se da paso a la noche cerrada, terreno donde el sueño contemplado en el País de Nunca Jamás cobra entidad propia y se alimenta a sí mismo mientras reposamos para dar con la potencia necesaria como para lidiar con un agobiante abrazo que al detectarlo probablemente aumente la presión.
La noche, territorio plagado de cuevas para los que juegan al escondite con la vida. Encarnación de la nada para aquellos que moran en aguas estancadas. Sin embargo, cielo  e infierno onírico para los luchadores deseosos de mantenerse en el filo de ambas existencias.

Amanece de nuevo y la gente se lanza a las calles. Los huidizos agazapados aguardando la caída del sol, los estancados realizando su rutina como si de robots se tratasen, y por último otros muchos construyendo lentamente, persiguiendo algo que aún no existe, pero que ya es real en sus mentes y sus corazones.
La brisa de la playa de la voluntad sopla en sus rostros cuando la realidad parece abrasar con todo cuanto sueñan, recordándoles que hay un mar esperando a ser explorado, con toda una inmensidad de posibilidades en su interior, ante las cuales no hay que tener miedo, sino valor.
A cada paso que dan parece crearse un escalón imaginario, pero cuando caen y alzan la vista, ahí queda la escalera bien dibujada, invitándoles a retomar la senda justo donde quedó. Se levantan una y otra vez, mirando con ojos humedecidos el cielo donde el abrazo de la realidad se antoja más liviano, más permisivo.

¿Qué es la realidad sino un instante en la arena de los sueños? Apenas un puñado de esa arena que se nos escurre de entre los dedos por mucho que tratemos de retenerla. Está hecha para caminarla, para contemplarla, para disfrutarla mientras nuestro ojo interior escruta los mares del País de Nunca Jamás que tanto se parecen a los cielos de la dicha realidad.
Cuando los habitantes de los estanques oyen hablar de ese mundo imposible escupen y ríen, ocultando una tremenda inseguridad interior a ser descubiertos en su cómoda y aburrida existencia. Los huidizos pueden en ocasiones vislumbrar la puerta de entrada, pero están atrapados en un torbellino que los mantiene sujetos en su bucle de pasar desapercibidos para escabullirse día a día en el reino de la noche. No obstante siempre quedan supervivientes que luchan sin cesar, como niños en busca de la felicidad, como ancianos en busca de la juventud, como hombres y mujeres que hoy pisan arena pero sueñan con nadar mañana. Como mujeres y hombres que mientras caminan miran al cielo sabiendo que quieren surcarlo de algún modo.

Anochece, sueñan y amanece.
Despiertan con una mueca de sonrisa en el rostro, tienen la irrepetible oportunidad de hacer realidad un camino visto en otro lugar, un País de Nunca Jamás donde, si das con la playa de la voluntad, puedes llegar a ser libre si quieres.

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