El suave movimiento de las hojas
mecidas por las ramas de los imponentes árboles del bosque producía
un agradable sonido que se entrelazaba con el improvisado concierto
que los miles de insectos, animales y riachuelos mantenían.
Lya'n caminaba descalza por uno de los
muchos senderos ocultos en la parte más espesa del lugar. Por su
rostro se deslizaban una tras otra un sinfín de lágrimas de
desesperanza. Él había muerto y ni tan siquiera había dejado un
cuerpo con el que poder establecer un enlace para reconducir su
energía.
Los ligeros pasos de Lya'n la
condujeron a la base de Madre, el centenario árbol con el cual
tantas y tantas conversaciones había mantenido en el pasado.
Llorando ya de un modo más descontrolado, apenas apoyó su mano en
él a modo de saludo, y tras venirse abajo durante unos instantes,
prosiguió su camino hacia la cima de la montaña del flujo.
Recordaba todos y cada uno de las
docenas de rituales de enlace a los que había asistido a lo largo de
su centenaria vida. Se trataba de atraer la energía del ser de nuevo
a la fuente de la cual obtuvo una vida, para que pudiese tener lugar
la reencarnación.
La espesura del bosque fue amainando
lentamente a medida que su ascenso proseguía, pronto comenzó a ver
las tierras nevadas sobre las cuales se erguía majestuosa la cumbre
hacia la cual se dirigía. Sus lágrimas seguían brotando sin que
nada pudiese hacer al respecto, pues en su interior el recuerdo de su
amado se le clavaba en el corazón como una afilada estaca de dolor y
remordimiento.
Dolor por su repentina marcha y
remordimiento por ser la culpable de la desaparición de su cuerpo.
Aún recordaba el instante en el que
ambos huían del temible depredador, y como T'shank se volvió
súbitamente para plantarle cara armado únicamente con su arco y su
media docena de flechas. En un abrir y cerrar de ojos cegó a la
bestia, que en sus desesperados movimientos golpeó con su gran cola
a T'shank, el cual salió catapultado hacia el borde del claro, justo
al borde del abismo de fuego.
Allí iban a parar los malhechores
condenados a muerte, un abismo en cuyo fondo resplandecían las
eternas llamas de la peor de las agonías. Se trataba de un fuego que
siempre había estado allí, del cual ni los más ancianos ni los
pergaminos más antiguos podían revelar su origen ni su final. Los
cuerpos que a él se arrojaban se consumían en cuestión de
segundos, siendo privados de toda posibilidad de regresar a la vida
con una nueva oportunidad.
Sollozando, Lya'n peleaba con la imagen
de T'shank colgado del borde del abismo, entregándole su brazo. Ella
estiraba con fuerza para rescatarlo, sujetándolo firmemente, cuando
los vaivenes del depredador lo acercaron tanto a ella que pudo sentir
el hedor de su aliento acariciándole el rostro.
– ¡No me sueltes! – Rogaba él.
Pero ya era demasiado tarde, el
instante en que se distrajo para esquivar las fauces de la bestia
bastó para que el brazo de su compañero se le escurriese entre los
dedos hasta que ambos brazos empapados en sudor se escurrieron el uno
del otro para dar paso al desesperado alarido de pánico de T'shank
que ahora martirizaba una y otra vez a Lya'n.
Se dirigía a la cima por una razón.
Los monjes ya la habían advertido de lo inútil de su tentativa,
alegando que el alma de su compañero ya ardía atrapada en el fuego
eterno del abismo. Ni rogar a los dioses ni nada que ella pudiese
hacer alteraría lo más mínimo ese hecho. No obstante, su drástico
plan era lo último que le quedaba por llevar a cabo, perdida ya toda
ilusión por la vida que le quedaba por delante. Se aferraba al
recuerdo de T'shank como si fuese su única posibilidad de seguir
luchando por algo que realmente valiese la pena.
Sintió frío, la cima estaba próxima.
En los rituales de enlace los monjes
atraían hacía el cuerpo del fallecido su energía aún cercana,
para enviarla a años luz, a otros planetas donde el milagro de la
vida tuviese lugar. Se iniciaba de este modo el ciclo que, en algún
punto del futuro, restablecería a dicha energía su condición de
integrante de los Shafin, la especie más avanzada del universo
conocido. La energía impregnaría en un principio a bestias, para ir
mediante un proceso de reencarnaciones escalando en la cadena
evolutiva de las diferentes especies que pueblan el universo,
acercándose finalmente tanto a los Shafin que, en última instancia,
regresaría a casa de nuevo como uno de ellos. Se trataba del
proceder más factible que habían logrado alcanzar para lograr la
vida eterna entre sus miembros.
Una vez reencarnado como Shafin, el
individuo recuperaría todos los recuerdos asociados al devenir de su
energía, multiplicando de ese modo su sabiduría y potencial
energético con respecto a su anterior vida como tal.
< Por mi culpa T'shank... > Pensó
Lya'n apretando el paso y los dientes. Cuando conquistó la cima
contempló el paisaje que se extendía a sus pies. El inmenso bosque
profundo rodeaba el lugar y, a lo lejos, los desiertos repletos de
oasis se extendían hasta donde llegaba la vista. De reojo miró al
gran cráter donde ardía el abismo del fuego, y negó para sus
adentros.
– Tú no estás ahí, amado mío, yo
te encontraré y te traeré de vuelta. – Musitó esas palabras
mientras extraía su afilado cuchillo y, con decisión, lo clavó
hondo en su pecho.
– En algún punto del ciclo... Te
encontraré... – Susurró mientras la nieve de su alrededor se iba
tiñendo con el rojo de su sangre. Lo último que vio fue una especie
de túnel que aparentemente surcaba a gran velocidad, mientras sentía
como se iba haciendo cada vez más y más pequeña, a medida que a lo
lejos parecía acercarse un tímido haz de luz.
Apenas una jornada antes, Lya'n hablaba
con un monje en la cámara de los sabios.
– ¿Cuál es tu consulta, Lya'n? –
Preguntó el anciano arqueando sus cejas.
– Se trata de T'shank, me preguntaba
cómo estáis tan seguros de que las almas inocentes que caen al
abismo del fuego no quedan atrapadas de algún modo en el ciclo
eterno sin poder regresar. – Respondió Lya'n, sentada con la
espalda rígida y rostro serio, casi sombrío.
– Si fuese ese el caso, debes saber
que la energía de cualquier Shafin que entre en el ciclo se ve
exponencialmente reducida. Dar con la energía de otro de nosotros
para traerlo de vuelta se tornaría un acto puramente instintivo. Se
amaría a ese otro ser por encima de las posibilidades de la propia
especie, aunque no podría darse ninguna explicación que le hiciese
justicia. Encontrarle en una segunda vida del ciclo sería harto
complicado sin saber los porqués de tales sentimientos, sin
mencionar que guiarlo por el sendero adecuado hasta renacer junto a
nosotros sería imposible. – En ese momento el anciano miró a
Lya'n, dispuesto a abrazarla, pero ésta se apartó de él.
– Si logro encontrarlo, aunque sea
por un instante en la más primaria de las vidas, mi cometido ya
merece la pena. – Tras esas palabras, se irguió y puso rumbo hacia
el exterior.
– ¿Qué locura pretendes realizar
Lya'n? – Comentó con tono suave el anciano.
Ella se detuvo por unos instantes, para
proseguir su camino con la firme convicción de que estaba en lo
cierto. Daría con él de nuevo, y aunque no pudiese decir lo siento
por falta de recuerdos, sí podría amarle de nuevo, como siempre
había hecho, hacía y haría por siempre jamás.
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