jueves, 29 de agosto de 2013

Completa tu muñeca



Estaba nublado de cojones.
Ray iba directo a su casa, caminando rápido, chapoteando en cada charco que pisaba bajo la incesante lluvia. Había sido un día de mierda en el trabajo, con su jefe tocándole los huevos y sus compañeros jodiéndole aún más.
Seguramente en su casa le esperaría la guinda del pastel, una mujer cabreada por vete tú a saber qué y un chucho al que sacar a pasear.
Ni siquiera tenía tiempo para echarse un trago. Maldecía para sus adentros cuando la vio, con su viejo letrero parcialmente iluminado llamando a los clientes.
Se detuvo ante su sucio escaparate, y la estampa lo dejó brutalmente descolocado. Un montón de muñecas mutiladas se exhibían impunemente, y todas parecían mirarle como queriendo adentrarse en su interior.
Quiso entrar para pedirle explicaciones a algún estúpido dependiente, pero era muy tarde ya.
La maldita medicación, se la había dejado en casa y comenzaba a encontrarse realmente mal.
Como a alguien se le ocurriese pararle ni siquiera para pedirle la hora iba a partirle la cara.
Aunque bien pensado empezaba a venírsele a la cabeza un plan de lo más divertido para esa asquerosa tarde de otoño.

                                                                               *

Bobby disfrutaba como un loco con sus nuevas botas de agua rojas. Cogido de la mano de su madre, el niño saltaba encima de los charcos provocando un espectáculo de gotas explosionando alrededor de donde brincaba.
Habían tomado un batido de chocolate en una pastelería cercana y lo estaban pasando en grande visitando las tiendas del centro del poblado.
Cuando vieron el letrero, a lo lejos en primera instancia, ni se percataron de que pudiese contener algo como lo que pronto descubrirían. Fue Bobby quien, apoyando sus manos en los cristales del escaparate, gritó a su madre que mirara lo que allí había.
Era una fantástica colección de muñecas, al parecer a medio montar, algunas con un solo ojo, otras sin piernas... La mayoría sin completar.
Un estremecimiento recorrió a Claire, la madre de Bobby, cuando este se dirigió a la puerta y, empujando con todas sus fuerzas, la abrió.

                                                                               *

Ray ya tenía sus bidones de gasolina. Quizá Sandy se dio cuenta de su maniobra al ladrar el maldito de Johnson, pero ya tendría tiempo de inventarse una excusa.
Iba y volvía del trabajo a pie dado que estaba a tiro de piedra de su casa. Lo que había hecho era entrar en el garaje y sacar su coche sin tan siquiera limitarse a saludar a su esposa.
Hoy no se tomaría la medicación. Si todo seguía estando tan claro al día siguiente, procedería a ejecutar su plan.
Demasiados años conteniendo la psicosis como para desperdiciar una oportunidad tan evidente.
Completa tu muñeca. Así rezaba el cartel de la maldita tienda que tanto lo había desconcertado.
En esas pequeñas miradas no había nada bueno, no señor.
Al llegar al portal de su casa respiró un par de veces lentamente, el corazón le latía acelerado. Abrió la puerta.
— Ray, ¿A donde has ido? — Preguntó Sandy.
Cierra la puta boca, pensó Ray, mientras besaba a su mujer diciéndole que no tenía importancia.

                                                                               *

— ¿En qué puedo atenderla? — El dependiente era un hombre bien entrado en los cuarenta, con cicatrices por el rostro y los brazos como si se los hubiera quemado en el pasado.
Claire le comentó que solo querían mirar por el momento, aunque el hombre se quedó allí plantado, sin alterar un centímetro su pose, como si se tratase de un muñeco más a exponer.
— ¡Mira mamá, quiero ésta! — Exclamó el pequeño Bobby sujetando en alto una de las muñecas que figuraban en el expositor. Le faltaba únicamente la mano derecha, por lo demás estaba perfecta. Su blanca piel hacía más notorio un maquillaje facial inmaculado, que enaltecía su verde mirada con sombras alrededor de los ojos.
Mientras Bobby brincaba y saltaba gritando que sí al preguntarle Claire si estaba seguro de quererla, ésta consultó al dependiente por su precio.
— Su hijo es una preciosidad, señora. — Afirmó sin pestañear. — Tan solo le costará una visita a solas.
— ¿Co... Cómo? — Respondió atónita.
—Sí señora, que el pequeño Bobby venga mañana a solas a buscarla y será suya gratis. — Le guiñó un ojo al chico al decir estas palabras, consciente de que había ganado su atención.
— ¡Está usted loco de atar! — Gritó enojada Claire, que cogió a Bobby en brazos y, mientras éste estallaba a llorar, salió de la tienda pegando un portazo.

                                                                               *

Cuando Ray hizo sonar los cascabeles del techo al entrar en  la pequeña tienda, no encontró a nadie en su interior.
Mejor, pensó, no tardaría mucho en actuar. Muchas personas se lo habían quedado mirando mientras caminaba a primera hora por las céntricas calles transportando sendos bidones de gasolina, uno en cada brazo.
Por suerte, nadie había llamado a la policía, según parecía. Sandy le había advertido la noche anterior que le veía la mirada un poco extraña.
"Un poco extraña", tonta del culo.
Cuando se disponía a verter el combustible por el local, un hombre le saludó amablemente haciéndole literalmente pegar un brinco del susto.
— ¿Usted se interesó ayer por algo del escaparate, no es cierto? — Preguntó el dependiente.
— ¡Cállese, maldito animal, toda su tienda no es más que...! — Ray se calló al instante, horrorizado. La mirada del hombre que tenía frente a sí mismo contenía lo mismo que todas las demás miradas de las muñecas que había en la tienda. Se trataba de... Se trataba de...El dependiente miró hacia sus propias manos al tiempo que Ray hacía lo propio, y sonrió.
— Oh, ya ve, he completado una muñeca. Ahora como si quiere incendiarlo todo. ¿Y usted, quiere completar alguna en especial? — El hombre no movía ni un puto músculo. No pestañeaba.
Histérico, presa del asco, el odio y el pánico, Ray vació los bidones, encendió una cerilla a toda prisa, la lanzó y salió corriendo de la tienda.
Mientras huía, le pareció que uno de los chillidos no provenía de la masa de gente que comenzaba a percatarse del incendio, sino del interior de la propia tienda.
Era de un niño pequeño.

                                                                               *

Bobby le dio un beso fuerte a Claire cuando ésta le dejó en la puerta del colegio.
Esperó unos segundos, totalmente obsesionado con May. May era el nombre que le había puesto a su muñeca de la tienda. Solo tenía que ir a buscarla.
Pasaron un par de minutos, su madre ya se había ido.
Iría a por la muñeca y volvería a la escuela. Le daba igual la reprimenda. Solo podía pensar en ella, cada vez más.
Llovía un poco. Apenas había charcos por la calle, aunque tampoco era lo que ahora quería.
Cuando entró en la tienda se encontró al dependiente justo en el mismo sitio del día anterior, mirándole con una amplia sonrisa dibujada en el rostro.
— ¿Me la acercas, chico? — Le dijo a Bobby.
Éste la cogió y alzó los brazos a la altura del mostrador para que el dependiente la cogiera.
— Verás, chico, no se si te habrás fijado en como se llama esta tienda, pero a la muñeca le falta algo. ¿La quieres?
—¡May! — Gritó Bobby asintiendo con la cabeza.— Oh, si incluso le has puesto nombre, adorable.
En ese momento el dependiente saltó por encima del mostrador, alzó del suelo a Bobby cogiéndole por la camiseta y se lo llevó a un cuarto que había al fondo de la tienda.
Apenas pudiendo ver por las lágrimas que comenzaban a regarle el rostro, Bobby pudo ver una gran mesa rodeada de todo tipo de cuchillos.

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