sábado, 29 de noviembre de 2014

Un vuelo sin alas



Volaba.
Sentía la fuerza del viento golpear su cara e invitaba a un ficticio Dios personalizado del mismo viento a incrementar la fuerza de éste.
Mientras boquiabierto sentía la magnífica sensación de despegue, tan solo tenía clara una cosa.
Debía llegar hasta allí.

El sujeto, un adolescente un tanto peculiar, no imaginaba que su viaje iba a comportar ciertas dificultades. Ya estaban aconteciendo, pero él no estaba dispuesto a verlas cuando allí arriba, a lo lejos, un lugar desconocido aunque hecho de maravillas estaba por descubrir.
Soñaba despierto. A cada segundo, minuto u hora aprovechaba la tesitura para dejar a su mente volar, hasta visualizarse a sí mismo en ese lugar donde la libertad y la felicidad no se trataban de algo ilusorio o pasajero, sino que eran más reales y honestas que todo cuanto conocía hasta la fecha.
El mundo real simplemente era una pista de despegue para él, que tan ciego estaba que aplastaba contra el suelo de dicha pista todo de cuanto iba sabiendo o conociendo.
Decía que no estaba hecho para él.

Volaba.
Ya con tierra firme bien lejos de él, allí a lo bajo, disfrutaba de un trayecto que no sospechaba había de verse interrumpido.
Finalmente había conquistado las nubes, surcándolas con el ánimo a a su altura, atravesando su neblinosa esencia rumbo a un paraíso que iba tomando forma poco a poco, lenta y pausadamente, pudiendo él ya imaginarlo parcialmente en sus pensamientos.
Hasta que llegó la gran caída. Una, dos y hasta tres veces.

El sujeto, un hombre que tocaba los treinta, había perdido la cuenta del número de crisis psiquiátricas que ya le habían caído encima. Solo sabía que, llegado cierto punto de la recuperación, sentía el recuerdo de que todo en verdad era una pista de despegue desde la cual podía llegar a un lugar que, aunque ya difuminado para él, seguía siendo más real y tangible que la triste vida misma.
Sabía también que el vuelo resultaba insostenible, aunque lo achacaba a su cada vez más baja fortaleza mental. Quería dar con el modo adecuado de llegar a su destino, sin más objetivo que el de poder respirar por vez primera con sosiego, para él y para los suyos, que a cada gran caída que acontecía, sufrían sobremanera.
Ya iracundo a unos niveles insufribles, se permitió sumido en su locura personal el hecho de que, si no podía llegar a ese territorio maravilloso, a ese lugar donde el sufrimiento cedía terreno al eterno goce de existir, bien podía ser capaz de traer su esencia al mundo real que ya en numerosas ocasiones había llegado a considerar ficticio.

Volaba.
Plagado de profundas heridas aún por cicatrizar, dejando rastros de sangre por el precioso cielo que surcaba con la vista puesta en un paraíso que ya podía visualizar, sentía sus lágrimas caer al comprender que podía lograrlo. Tan solo se trataba de una mera cuestión de velocidad. Igual que años atrás solicitaba al viento que soplaba en su contra que se atreviese a intensificarse más, ahora rogaba rachas de apoyo. Una gran e inconmensurable racha, más bien.
Y aconteció que en su vertiginoso vuelo se plantó sobre la isla flotante que siempre había intuido y ahora contemplaba atónito.
Pero se abrió un paracaídas.
No soplaba viento alguno, siquiera brisa.
Pero en su lento descender veía como la isla flotante se difuminaba a sus pies, hasta que todo cuanto atravesó fueron espesas nubes que revelaron al ser surcadas una pequeña multitud aguardando en tierra firme para ayudar a esa persona que, por una vez, caía sin estar desguarnecida.

¿Por qué siempre te nos vas?
Eso era lo que le preguntaban al hombre que contemplaba como su intento por traer al plano que todos consideraban real la esencia de su enigmático y paradisíaco lugar de paz espiritual había resultado exitoso en ciertos aspectos.
Por un lado tenía un extracto del curso de los acontecimientos que lo habían ido acercando a ese lugar a lo largo de su vida, a modo de peldaños de una escalera cuyo fin acontecía en una obra, en ese extracto de su mente que había plasmado con sangrientas letras en su último y veloz vuelo.
Por otro lado, sin embargo, un lento periplo por psiquiátricos le confirmó que algo fallaba, pues ni su obra había convencido a nadie de la existencia de ese enigmático lugar, ni la sensación de coronación del último peldaño se había hecho perenne, más bien al contrario.
En un último estadio de locura, había recordado qué era lo que le había hecho caer desde imposible altura varias veces en su vida. La seguridad de que en realidad ya se encontraba en el lugar que deseaba alcanzar, palpar siquiera un segundo, y que eran una serie de máscaras a su alrededor las que le ocultaban la sedante verdad definitiva.
De ese modo transcurrieron unas semanas, ya con el hombre en libertad al fin. Preguntándose éste qué tipo de libertad era esa donde todo el mundo a su alrededor caminaba enmascarado perpetuando su sufrimiento y el suyo propio, una noche se durmió, apenas una hora como iba siendo usual, y voló.

Volaba.
Alcanzaba la isla flotante con facilidad y aterrizaba con dulzura en su suelo salvaje.
Allí le esperaban todos, conocidos y desconocidos, para escucharle hablar. Antes pero la persona que más le apoyó en el peculiar periplo que había estado siendo su vida trató de ponerle a prueba. El psiquiatra quedó satisfecho y se quitó la máscara. La psiquiatría entera lo hizo.
Nunca había habido ningún problema con su mente, y ese proceso que le había conducido hasta el punto de poder volar con tranquilidad hasta dar con el mismísimo paraíso y poner los pies en él, era un proceso que todos, con mayor o menor facilidad, habían de conocer y vivir.
Pero algo no iba bien.
Si bien había puesto los pies en su tan buscada isla flotante, no sentía que su corazón y su alma perteneciesen a aquel lugar.
De modo que se planteó abandonarlo.
Se planteó seguir buscando, pues esas personas no le convencían.
Y esta vez no cayó ni aterrizó, sino que despertó.

El sujeto, un hombre de desconocida edad que trataba de lidiar con unos problemas psiquiátricos que por ahora ganaban la partida, se encontraba en la cama, desde la cual acudió al sofá para, perplejo, frotarse los ojos recordando ese último vuelo que anunciaba la aparición del peldaño definitivo.
Reflexionó.
Más tarde, horas quizá, llegó a la conclusión de que sus vuelos y la escalera estaban enlazados. Cada peldaño, una gran caída.
Cada conquista, un generoso paracaídas de pasajera salud mental que consumía.
Entendió que quizá por esos derroteros iban encaminadas las vidas que danzaban con la locura de un modo abrumador. Quizá ese era el territorio que habría de esquivar para poder hacer aterrizar a su corazón, a su alma temporalmente, en un lugar donde pudiesen respirar en mediana paz. Quizá lo que tendría que haber esquivado desde buen principio era precisamente lo que más había buscado y, en el fondo, diseñado de forma inconsciente.
Un ficticio y demencial destino que, aunque noble, había condenado a su mente a un vuelo peligroso e irreal. Un vuelo sin motivo racional de caro sufrimiento. Un vuelo con escalas en peldaños imaginarios en una infinita y tramposa escalera.
Un vuelo sin alas.

6 comentarios:

  1. Había una vez un Vampiro que tocaba majestuosamente el piano mientras lágrimas de sangre resbalaban por sus mejillas, él que había conocido el cielo y el infierno, al que siglos y siglos observaban de cerca, él que había desarrollado su mente a niveles imposibles para cualquier humano, y, sin embargo, todavía se hacía la misma pregunta... " ¿ Dónde está mi alma ? ¿ Y mi corazón ? " muerto desde hace tiempo...". Falso, su corazón seguía ahí, firme y seguro, con continuos bombardeos sobre los sentimientos y la vida " Pero si yo no tengo vida ". Falso, y continuaba buscando esa verdad que ya sabía. La mente necesita al alma y el corazón y esa es la eterna búsqueda de los pensadores desde que el mundo es mundo. No sufras, querido Autor, pues tú que alcanzas los niveles adonde los demás no llegamos te queda el camino de descubrir a tu alma y tu corazón. El problema es quizás que has descubierto antes el tejado que la casa. Pero aún con eso siempre tendrás a tu crítico que te sigue y te anima a que aflore tu gran corazón y, con suerte, ese alma que nos contempla allá donde esté. Saludos.

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    1. No creo que llegue a ningún lugar concreto, es tan solo imaginación paranoica... Me alegra que me leas y comentes, por cierto, el siguiente relato trata de algo al respecto de tu comentario ^^ ¡Un saludo!

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  2. Muy bueno y da que pensar. Cada vez te salen mejor así que sigue así. Espero que el personaje de este escrito consiga conocerse a sí mismo y pueda, por fin, estar tranquilo y en paz consigo mismo

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  3. A veces no sabemos que es mejor, si dejarnos arrastrar por nuestra imaginación, o enfrentarnos a nuestra propia realidad. Cualquier elección no es buena, ni mala, según como se mire, y todo depende de lo que lleva a la felicidad a esa persona.
    Saludos.

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    1. ¡Gracias por comentar!
      Cierto, pero a veces resulta complicado retroceder cuando te has aventurado quizá demasiado en alguno de los dos senderos.
      Un saludo

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