domingo, 21 de diciembre de 2014

Descuidando la hoguera


Encerrado en una oscura cabaña apenas iluminada por alguna vela, un hombre fumaba su pipa inundando el ambiente de una espesa capa de humo.
La hoguera se había apagado hacía rato, quedando frías incluso las brasas de lo que antaño conformaba un espectáculo de fuego, luz y calor.
Frente a él, un tintero ya vacío, y un papel en blanco roído por los costados frente al cual el hombre permanecía en silencio, muy concentrado y sumido en sus pensamientos.

Fuera la noche cerrada daba paso a los primeros signos de un nuevo amanecer.
El frío era intenso en esa época del año, y pese a que al hombre eso le encantaba, apenas había recogido por el camino un puñado de leña para alimentar a su hoguera.
No era lo que le importaba.
Había acudido a la cabaña para reflexionar acerca de algo sumamente importante, algo que le cegaba el juicio hasta el punto de no caer en la cuenta de que las ramas húmedas que había recolectado no solo tardarían en arder, sino que se consumirían bien pronto.

Ahora tiritaba y chasqueaba sus dientes pluma en mano.
De pronto las lágrimas hicieron acto de presencia humedeciendo su mirada e, impasible, sintió como las primeras resbalaban por su rostro hasta caer en cascada al tintero vacío.
No se lo pensó, siéndole indiferente el hecho de que dado transparente tonalidad apenas dejarían rastro en el papel de cuanto quisiese plasmar, opinar o simplemente dejar ir.
Se incorporó de inmediato, aún con el rostro empapado y escribió.


Rehaciendo un territorio maltrecho en mi mente,
no puedo evitar sentir su desolación en mi corazón.
Me esfuerzo contracorriente en renovar su paisaje,
sus verdes bosques que lucen todo tipo de vegetación,
su clima que antaño era cálido...
Y hoy es frío, hostil y dolido en su interior.

Recorro mentalmente su maltrecha llanura,
exenta ya de vida por la época del incendio,
siendo inmune a la lluvia de la pena, al llanto de mi musa.
Cuánto costará restaurar mi ansiada vida,
cuánto más debo caminar para respirar ante una salida,
si los vientos me arrebatan la esperanza,
a cada una de sus acometidas.

Quiero vencer al fantasma de mi pasado,
necesito plantarle cara pero se muestra esquivo,
vive en el corazón enfermo de mi musa,
apagando la hoguera,
tornando sus llamas moribundas... Difusas.
Me pregunto dónde estará ella, qué sentirá ahora,
en el dulce reino desolado,
vive encarcelada mi musa.

Desterrada de mi abrazo,
lejana a mi calor,
solo me queda este juego,
esta vida que aprieta el gatillo constantemente,
sin poder ver que se trata de una ruleta rusa.


El hombre quiso entonces romper el papel, hacerlo trizas, pero en lugar de eso clavó sus codos a sus costados y sollozó amargamente hasta que no pudo más.
De pronto, el canto de un pájaro hizo que alzase la vista y mirase al exterior.
Era de día, ya había amanecido y cayó en la cuenta del frío intenso que hacía en el interior de la cabaña.

Pensó en mundos de fantasía sin fin que coloreaban experiencias pasadas lúgubres como una noche moribunda y sin vida. Pensó en cuanto había estado haciendo, y de inmediato se levantó de la mesa mirando por última vez sus palabras escritas con lágrimas, que ya se desvanecían sin dejar rastro.
Salió al exterior y sintió alivio al notar la luz del día bañando su rostro, mientras los primeros copos de nieve acariciaban sus mejillas.

Era Navidad, esa época en la que se dice que existe, si cabe, una esperanza y una ilusión mayores de las que se suelen lucir el resto del año.
Lo primero, pensó, era alimentar la hoguera. Ventilar la cabaña.
Su hogar era cosa suya y no necesitaba demasiado para poder estar a gusto.
El recuerdo de la musa perdida lo golpeó una vez más, pero era consciente de que ya no podía hacer nada más, no podía seguir descuidando lo más importante.
En el juego de la ruleta rusa no puedes agotar todos los disparos, y el hombre tenía la sensación de que había estado jugando con fuego mucho tiempo.

Mientras se dirigía hacia el bosque más cercano para coger un buen cargamento de leña, miró a su alrededor y vio como ese paisaje nevado era algo digno de volver a ser disfrutado una vez más.
Como siempre pensó, lo único que le faltaba era una buena y cálida luz de esperanza, tinta y papel.
Mundos de fantasía golpeaban su cabeza mientras nuevas experiencias se tejían en el horizonte del futuro.
Sonrió.
Era una combinación que sabía solo se producía muy de vez en cuando, siempre que la amenaza de una oscura sombra y la promesa de una cálida luz se aliaban para decorar un desolado paisaje que el hombre suspiraba por poder reconstruir.

2 comentarios:

  1. Dicen que un buen escritor debe transmitir y no tan solo describir. En esta lectura el desasosiego se va instaurando y solo al final nos ofrece un atisbo de esperanza. Espero que el protagonista lo consiga ya que la hoguera y la cabaña son siempre refugios de seguridad ante la adversidad. Me gusta y un muy buen poema.

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    1. ¡Gracias por comentar!
      Me alegra que te haya transmitido esas sensaciones, un saludo.

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