lunes, 8 de diciembre de 2014

El invitado de honor


Permítanme que les cuente una historia.
Un hombre me dijo una vez que, caminando a solas por una carretera, apreció una extraña silueta que se dibujaba a lo lejos tan solo iluminada por una tapada luna en la oscura noche.
Se esforzó por comprender qué era lo que se acercaba hacia él, y acabó por deducir que debía tratarse de un extraño animal.
No obstante, mientras el hombre, ya algo asustado, ralentizaba su paso, comenzó a comprender el horror de lo que estaba contemplando. Una mujer, que en lugar de brazo izquierdo poseía un muñón del cual no paraba de brotar sangre negra de nauseabundo olor, se aproximaba a él apoyando a modo de bastón su codo derecho en el asfalto mientras daba extraños saltos con sus piernas.
Gritaba extraños sonidos, graves y agudos a la vez, como si dos voces surgiesen de su garganta.
No quiso contarme más el hombre, que una vez hubo apurado el té rojo que bebía en la barra del bar donde lo encontré, marchó sin demora.
Lo último que dijo fue que había algo horrible en su mirada, cuando la mujer le dio presa y, abrazándolo, lo miró fijamente a los ojos.

El hombre, deben saberlo, se trataba de mi hijo Charlie. Y digo se trataba porqué ya no se encuentra entre nosotros. Se fue... Disculpen, aún debo contarles algunas historias más, puesto que para Charlie aquella experiencia, que claro está nos condujo a su madre Clarisse y a mi el meterlo en un psiquiátrico de larga estancia, no supuso más que el pistoletazo de salida.
Fue de hecho el comienzo de un infierno que al poco tiempo se llevó a mi esposa por delante.
Una noche me encontraba yo tomando un buen whisky en mi salón cuando en el piso superior oí un horrible grito desgarrador. Me levanté rápidamente y casi caigo por las escaleras de la mezcla de pavor y prisa que llevaba encima, puesto que los gritos no solo no cesaban, sino que cada vez acontecían más espantosos.
Lo que vi al entrar a mi habitación fue realmente indescriptible de lo dantesco que llegaba a ser. Pero por ustedes haré un esfuerzo.

Click.

Los miembros de mi esposa estaban partidos por la mitad, arrancados de cuajo. La cama de blancas sábanas era ahora un enorme manchurrón rojo oscuro sobre el que reposaba Clarisse, que no paraba de retorcerse y gemir en una especie de conjunción del pánico, el dolor y el odio.
Ninguno de los factores me extrañó.
Puesto que antes de entrar tuve que apartar de la puerta a Charlie, que con las manos ensangrentadas contemplaba como sonámbulo, tambaleándose, la escena con absolutamente vulgar menosprecio. Al hacerlo éste me cogió por los hombros y, bloqueándome, clavó sus órbitas en las mías logrando que me orinase encima al contemplar el horror que allí podía ver.
Esa misma noche, en el hospital, hablamos.
Charlie se echó a llorar cuando, después de haberse duchado y cambiado, el doctor nos informó de la muerte de Clarisse. Claro está, fingía. Lo sabía porqué horas antes, mientras mi esposa perdía buena parte de su sangre, Charlie se había entretenido a contarme una de sus historias, algo que hizo que aceptase encubrirle y cargar yo con el delito.

Click.

Disculpen mis lágrimas. Aquí en prisión nunca recibo visitas una vez la familia se enteró de lo sucedido. Pero no es por eso que lloro, sino porque Charlie acaba de venir a verme y me ha recordado aquella fatídica historia que hizo que prefiriese una vida en prisión que lo que me ofrecía mi hasta entonces querido hijo.
Se trataba de la historia de los tres clicks.
Una historia bien sencilla.
Siento descargar mi ira con todos ustedes queridas y queridos, pero el mero hecho de nombrar el nombre de mi hijo asociado a tres de esos horribles sonidos que llevan torturándome toda una vida, conllevan a acarrear la maldición que éste lleva a cuestas.
Podrán ver las apariciones, la mujer que inspiró en la carretera a Charlie a cometer su crimen y, desde luego, podrán ver en ellas la horripilante estampa que representa lo que ocultan en su infernal mirada.
Ignoro si en mi relatar les he brindado ya ese dudoso honor.
Pero no me esforzaré más en trasladarles la maldición de Charlie, puesto que ahora que acaba de pronunciarme en la visita el tercer sonido, antes de que pudiese retirarme a toda prisa, se que no me queda mucho tiempo antes de no poder acabar esta carta e iniciar mi viaje.

Eso sí, he de decirles lo mismo que Charlie me dijo a mi en su día.
Literalmente.
“No se cuantos habré pronunciado, papá, pero a partir de ahora cualquier sonido, insisto, cualquier sonido como el crujir de una pared, que en tu mente se asocie y se reproduzca como los que yo te he mencionado, supondrán el pistoletazo de salida para ti.”

Permítanme pues que mi familia y yo seamos sus invitados de honor.
Quizá esta noche, quizá mañana al oscuro atardecer. Quizá en sus sueños.
Las puertas se abrirán, los engranajes de su mente se verán desbloqueados por la historia y...

La oigo gritar. Ya la veo venir.

4 comentarios:

  1. Ostia!! Me gusta, me gusta. Este, a pesar de ser corto te transmite muy mal rollo, enseguida he pensado en una especie de Mama y la escena de la madre me ha recordado a una de un cómic llamado X. Sigue así, por que este me ha gustado mucho.

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    1. ¡Gracias Silvia!
      Si te ha transmitido mal rollo a ti es que lleva una carga potente de jiñe jeje, ¡Un abrazo!
      Seguiré con el terror pronto ;)

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  2. Cuando el terror se convierte en Terror paraliza tus músculos, te provoca temblores y dispara la adrenalina haciendo que cualquier susurro o golpecito parezcan las trompetas del Apocalipsis. Cuanto miedo en tan pocas palabras. Enhorabuena.

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    1. ¡Gracias! Me alegra que te hayas metido en la historia hasta el punto de sentir terror.

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