Permítanme que les cuente una
historia.
Un hombre me dijo una vez que,
caminando a solas por una carretera, apreció una extraña silueta
que se dibujaba a lo lejos tan solo iluminada por una tapada luna en
la oscura noche.
Se esforzó por comprender qué era lo
que se acercaba hacia él, y acabó por deducir que debía tratarse
de un extraño animal.
No obstante, mientras el hombre, ya
algo asustado, ralentizaba su paso, comenzó a comprender el horror
de lo que estaba contemplando. Una mujer, que en lugar de brazo
izquierdo poseía un muñón del cual no paraba de brotar sangre
negra de nauseabundo olor, se aproximaba a él apoyando a modo de
bastón su codo derecho en el asfalto mientras daba extraños saltos
con sus piernas.
Gritaba extraños sonidos, graves y
agudos a la vez, como si dos voces surgiesen de su garganta.
No quiso contarme más el hombre, que
una vez hubo apurado el té rojo que bebía en la barra del bar donde
lo encontré, marchó sin demora.
Lo último que dijo fue que había algo
horrible en su mirada, cuando la mujer le dio presa y, abrazándolo,
lo miró fijamente a los ojos.
El hombre, deben saberlo, se trataba de
mi hijo Charlie. Y digo se trataba porqué ya no se encuentra entre
nosotros. Se fue... Disculpen, aún debo contarles algunas historias
más, puesto que para Charlie aquella experiencia, que claro está
nos condujo a su madre Clarisse y a mi el meterlo en un psiquiátrico
de larga estancia, no supuso más que el pistoletazo de salida.
Fue de hecho el comienzo de un infierno
que al poco tiempo se llevó a mi esposa por delante.
Una noche me encontraba yo tomando un
buen whisky en mi salón cuando en el piso superior oí un horrible
grito desgarrador. Me levanté rápidamente y casi caigo por las
escaleras de la mezcla de pavor y prisa que llevaba encima, puesto
que los gritos no solo no cesaban, sino que cada vez acontecían más
espantosos.
Lo que vi al entrar a mi habitación
fue realmente indescriptible de lo dantesco que llegaba a ser. Pero
por ustedes haré un esfuerzo.
Click.
Los miembros de mi esposa estaban
partidos por la mitad, arrancados de cuajo. La cama de blancas
sábanas era ahora un enorme manchurrón rojo oscuro sobre el que
reposaba Clarisse, que no paraba de retorcerse y gemir en una especie
de conjunción del pánico, el dolor y el odio.
Ninguno de los factores me extrañó.
Puesto que antes de entrar tuve que
apartar de la puerta a Charlie, que con las manos ensangrentadas
contemplaba como sonámbulo, tambaleándose, la escena con
absolutamente vulgar menosprecio. Al hacerlo éste me cogió por los
hombros y, bloqueándome, clavó sus órbitas en las mías logrando
que me orinase encima al contemplar el horror que allí podía ver.
Esa misma noche, en el hospital,
hablamos.
Charlie se echó a llorar cuando,
después de haberse duchado y cambiado, el doctor nos informó de la
muerte de Clarisse. Claro está, fingía. Lo sabía porqué horas
antes, mientras mi esposa perdía buena parte de su sangre, Charlie
se había entretenido a contarme una de sus historias, algo que hizo
que aceptase encubrirle y cargar yo con el delito.
Click.
Disculpen mis lágrimas. Aquí en
prisión nunca recibo visitas una vez la familia se enteró de lo
sucedido. Pero no es por eso que lloro, sino porque Charlie acaba de
venir a verme y me ha recordado aquella fatídica historia que hizo
que prefiriese una vida en prisión que lo que me ofrecía mi hasta
entonces querido hijo.
Se trataba de la historia de los tres
clicks.
Una historia bien sencilla.
Siento descargar mi ira con todos
ustedes queridas y queridos, pero el mero hecho de nombrar el nombre
de mi hijo asociado a tres de esos horribles sonidos que llevan
torturándome toda una vida, conllevan a acarrear la maldición que
éste lleva a cuestas.
Podrán ver las apariciones, la mujer
que inspiró en la carretera a Charlie a cometer su crimen y, desde
luego, podrán ver en ellas la horripilante estampa que representa lo
que ocultan en su infernal mirada.
Ignoro si en mi relatar les he brindado
ya ese dudoso honor.
Pero no me esforzaré más en
trasladarles la maldición de Charlie, puesto que ahora que acaba de
pronunciarme en la visita el tercer sonido, antes de que pudiese
retirarme a toda prisa, se que no me queda mucho tiempo antes de no
poder acabar esta carta e iniciar mi viaje.
Eso sí, he de decirles lo mismo que
Charlie me dijo a mi en su día.
Literalmente.
“No se cuantos habré pronunciado,
papá, pero a partir de ahora cualquier sonido, insisto, cualquier
sonido como el crujir de una pared, que en tu mente se asocie y se
reproduzca como los que yo te he mencionado, supondrán el
pistoletazo de salida para ti.”
Permítanme pues que mi familia y yo
seamos sus invitados de honor.
Quizá esta noche, quizá mañana al
oscuro atardecer. Quizá en sus sueños.
Las puertas se abrirán, los engranajes
de su mente se verán desbloqueados por la historia y...
La oigo gritar. Ya la veo venir.
Ostia!! Me gusta, me gusta. Este, a pesar de ser corto te transmite muy mal rollo, enseguida he pensado en una especie de Mama y la escena de la madre me ha recordado a una de un cómic llamado X. Sigue así, por que este me ha gustado mucho.
ResponderEliminar¡Gracias Silvia!
EliminarSi te ha transmitido mal rollo a ti es que lleva una carga potente de jiñe jeje, ¡Un abrazo!
Seguiré con el terror pronto ;)
Cuando el terror se convierte en Terror paraliza tus músculos, te provoca temblores y dispara la adrenalina haciendo que cualquier susurro o golpecito parezcan las trompetas del Apocalipsis. Cuanto miedo en tan pocas palabras. Enhorabuena.
ResponderEliminar¡Gracias! Me alegra que te hayas metido en la historia hasta el punto de sentir terror.
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