Una mágica Navidad

– Mira, hija, observa bien el cielo. – Dijo el padre entusiasmado.

– ¿De veras veremos estrellas fugaces papá? – La pequeña Marta, en aquella noche de verano, siguió las instrucciones, que no fueron otras que desear, a cada estrella que vio, las Navidades más mágicas que jamás pudiese vivir.

Pasaron los meses y el chalet de los Fernández presidía la más alta posición de una nevada urbanización. Era la noche por excelencia de la Navidad, y Marta se mordía las uñas pues estaba convencida de que cuanto pidió en esa estrellada noche pasada se haría realidad.

Pero pasaron las horas y, cuando sus padres ya dormían, la niña se asomó a la ventana, triste y algo desengañada.

La mortecina luz de una tapada luna iluminaba de modo lúgubre el constante e intenso nevar, y de pronto a Marta se le iluminó la mirada. Algo se aproximaba hacia ella. Puesto que volaba, estaba claro que se trataba de algo mágico.

Abrió sin dudar la ventana de par en par y sonrió.

Aunque quiso, no pudo cerrarla instantáneamente, ya que el horrible chillido que llegó a sus oídos la dejó petrificada.

Lo último que pudo ver fueron las fauces de la bruja arrancando su cara.