miércoles, 23 de abril de 2014

Anabel




Anabel carga con todo el peso a sus espaldas.
Aún no la conozco demasiado, pero su aura es de fácil deducción. De acero puro, de hierro forjado a través de años de duro y estoico trabajo, de metal frío y resistente.
Pocas acometidas pueden afectar a Anabel, que sin embargo las filtra para transformarlas cual alquimista en los más sinceros abrazos, en los más cálidos besos.
Hay una trampa en todo este asunto.
En ese filtro que torna lo negativo en positivo alguien queda en medio, a solas.

Esa es Anabel, que en la soledad de su trabajo, que no tiene horario ni sueldo, trata a ciegas de iluminar un oscuro mundo en el que le ha tocado vivir.

Podría pasar horas y muchos párrafos describiendo sus inconmensurables habilidades a la hora de escoger los idóneos momentos para acercarse a personas que necesitan algo de calor, pero sería inútil. Jamás haría honor a tal espectáculo de desarrolladas habilidades.
Lo que sí que haré será decir que es de esas personas que saben estar en el momento oportuno en el sitio preciso. Y con eso se nace. Después puedes desarrollarlo, perfeccionarlo, convertirlo en tu puesto laboral, pero tienes que nacer con ello.
Anabel tiene ese don.
Ese terrible y precioso don.
Esa bendición a los demás y maldición para uno mismo.

Porqué el frío de la soledad golpea con más fuerza a las personas que quieren y saben hacer de este mundo un mundo mejor. La duda, siempre amenazante, ataca ferozmente en el campo onírico o en la vida real a la más mínima bajada de defensas.
Siempre en guardia, siempre alerta, obligada a mostrar una imagen precisamente contradictoria para que la mezcla surta el efecto deseado.

Me gustaría decirle a Anabel que no está sola en su misión, más soy consciente de que solo cuando nos miramos fijamente puedo hablarle con claridad y sin palabras, ahí juntos en ese abismo que tanto conocemos y que tanto tratamos de iluminar para que los demás pierdan el miedo a él.
Me gustaría decirle a Anabel que la quiero y la necesito, tanto como ella me quiere y me necesita a mi, pero no sería justo. Yo la necesito más a ella que ella a mi.

Ella sabe bailar en la oscuridad mejor que yo, con los lobos y los monstruos, con lo desconocido y lo amenazante. Danza preciosa no con un grácil cuerpo, sino con una alma libre de ataduras que escoge cuándo y cómo ayudar, cuándo y cómo actuar, cuándo y cómo vivir.

No la envidio, simplemente la admiro.
Pero me da pena que en esa brecha entre lo negativo y lo positivo, en ese pequeño punto que separa al ying y al yang, yazca el cuerpo de una Anabel que sabe que no podrá vivir eternamente.
Descansa cariño, tu alma si lo hará, pues ya a día de hoy has hecho méritos más que suficientes para que así sea.

No conozco demasiado a Anabel, de modo que pararé de escribir por esta vez por respeto a ese misterio que lleva implícito en su mirada. Una mirada que me tiene atrapado por su profundidad. Por su belleza y su encanto. Por su esperanza y desolación.


Amo las contradicciones, aunque siempre quiero que tengan un final feliz.

2 comentarios:

  1. Impresionante la descripción de Anabel. Es exactamente lo que yo hubiera escrito sobre ella, si yo tuviera el don de hacerlo como tú.

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    1. Me alegra que la veamos de la misma forma, eso hace que mi escrito se aproxime más a la realidad.
      Gracias por el comentario.

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